DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2023-300208
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NOTAS
Notes
Relevar lo religioso. Desafíos para la medición cuantitativa de fenómenos religiosos y espirituales en Argentina
Surveying the religious. Challenges for the quantitative measurement of religious and spiritual phenomena in Argentina.
María Pilar García Bossio
(Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Pontificia Universidad Católica Argentina, Argentina, mariabossio@uca.edu.ar)
María Bargo
(Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de San Martín, Argentina, merybargo@gmail.com)
Resumen: Esta nota se propone problematizar las investigaciones cuantitativas sobre identificaciones religioso-espirituales en Argentina, y las consecuencias que esto tiene para el imaginario social sobre la composición religiosa del país. Para ello indagaremos las formas en que se pregunta sobre identidades, creencias y prácticas, y sus consecuencias en la construcción de esta información. El trabajo se basa en la revisión bibliográfica de la temática y en el análisis de encuestas preexistentes para encontrar espacios de vacancia y posibles aportes a nuevas investigaciones cuantitativas.
Palabras clave: análisis cuantitativo; religioso-espiritual; Argentina; identificaciones.
Abstract:This note aims to problematize quantitative research on religious-spiritual identifications in Argentina, and the consequences that this has over the social imaginary on the religious composition of the country. To do so, we will investigate the ways in which questions about identities, beliefs and practices are posed, and their consequences in constructing this information. The work is based on a bibliographical review of the subject and on the analysis of pre-existing surveys in order to identify gaps and possible contributions to new quantitative research.
Keywords: quantitative analysis, religious-spiritual, Argentina, identifications.
Recibido: 27/05/2023 | Aceptado: 22/06/2023
Introducción
Las adscripciones religioso-espirituales y las formas de vida que ellas implican resultan un tema fundamental de la vida en las sociedades urbanas contemporáneas. Más allá de la confianza en un proceso de secularización y de homogeneización en las formas de racionalidad instrumental, las prácticas religiosas hoy se muestran fundamentales en la vida democrática y en la construcción de ciudadanía. Por lo tanto, requiere reflexionar en torno al lugar de lo religioso en la construcción de la diversidad y el pluralismo.
Existen estudios cuantitativos recientes que indagan sobre el fenómeno religioso-espiritual argentino, que fueron relevados por Ana Lourdes Suárez (2018) y Juan Martín López Fidanza (2011) y por ambos autores conjuntamente (Suárez y López Fidanza, 2013, 2019, 2020; López Fidanza y Suárez, 2023). Estos destacan las dificultades de los análisis cuantitativos para dar cuenta de la diversidad religiosa realmente existente, sobre todo cuando se relevan las identificaciones sociales (Frigerio, 2018) con determinada institucionalidad religiosa más que las creencias. A esto se suman otras dos dificultades: la inexistencia del relevamiento religioso-espiritual en los censos nacionales desde la década de 1960; y qué entienden los actores por religión y/o espiritualidad (Ceriani Cernadas, 2013; Frigerio, 2018), haciendo necesario comprender también los procesos de desinstitucionalización (Algranti, Mosqueira y Setton, 2019) que impactan en qué creemos (o en qué no).
Ante tal situación, este trabajo se propone problematizar el modo en que se indaga sobre la temática religioso-espiritual en los estudios cuantitativos locales. Consideramos que la forma de preguntar y las opciones de respuesta afectan la información que podemos producir sobre identificaciones, creencias y prácticas religioso-espirituales, influyendo en los imaginarios sociales sobre la temática. El trabajo se basa en revisión bibliográfica y el análisis de encuestas preexistentes para encontrar vacancias y aportar a nuevas investigaciones cuantitativas.
Definición de religión, sus características para Argentina y los usos nativos
Definir qué entendemos por religión ha sido un desafío para las ciencias sociales desde sus orígenes. La concepción de lo religioso como una esfera separada de la vida social es una preocupación exclusiva e históricamente asociada con la modernidad occidental posterior a las tensiones que produjo la reforma protestante en Europa (Asad, 1993). Si bien la religión fue analizada ya desde los estudios clásicos de ciencias sociales, las lecturas sociológicas frecuentemente se concentraron en lo institucional-corporativo. Ejemplo de esto es la centralidad de la noción de iglesia, como una estructura y doctrina clara, con líderes y fieles que gestionan y negocian “bienes de salvación” (Bourdieu, 2010).
Enfoques contemporáneos han empezado a reflexionar sobre la religión en un sentido más amplio. Robert Orsi (2007, p. 2) considera que la religión es una “red de relaciones entre el cielo y la tierra que envuelve de manera conjunta a humanos [...] y a diferentes figuras sagradas”, resaltando el componente experiencial y cotidiano (ver Ammerman, 2014; Frigerio, 2018) y complejizando el fenómeno. Esto se puede observar en análisis cualitativos que recuperan la vivencia por sobre la institucionalidad, pero supone un desafío para generar una imagen global sobre la presencia religiosa-espiritual en la sociedad. Además, debemos considerar las definiciones que circulan en medios de comunicación, espacios políticos y académicos, lo que genera una dificultad conceptual al analizar el fenómeno religioso-espiritual a gran escala.
Para pensar una definición analítica con utilidad práctica es necesario evitar buscar una descripción universalizable de religión y espiritualidad, y utilizar escalas locales de observación. Esto permite comprender en complejidad fenómenos que de analizarse con categorías europeas y anglosajonas son difícilmente abarcables (Funes, 2021).
En Argentina, la identificación de una práctica o una pertenencia como “religiosa” suele asociarse con instituciones formales o grupos autodefinidos como tales, mientras que predomina un imaginario católico (Di Stefano, 2012) en las definiciones estatales. Así, lo religioso resulta de disputas por su definición, entre académicos y los propios actores sociales (Ceriani Cernadas, 2013). El sesgo que recorta lo religioso como un fenómeno corporativo u organizacional es cuestionado por prácticas y agentes que ven en las categorías “religión” o “iglesia” una asociación con sistemas burocráticos. Como contracara, se encuentran la categoría espiritualidad, reivindicada por quienes piensan la sacralidad por fuera de las instituciones (Frigerio, 2016), como también la noción “modo de vida”, usada por quienes rechazan la asociación entre sus creencias y una estructura jerarquizada al estilo católico (Ceriani Cernadas, 2013).
Estas definiciones expresan cómo las personas experimentan lo que consideran sagrado y permite identificar prácticas en las que el Estado funciona como regulador y/o garante de la libertad religiosa. Aquí vale la distinción entre diversidad realmente existente (que no necesariamente supone la igualdad) y pluralismo, es decir, la valoración positiva de esa diversidad (Frigerio, 2018; Frigerio y Wynarzyck, 2008), tanto en el derecho como en las prácticas sociales y las políticas públicas (Beckford, 2003). Para hacer posible ese pluralismo, consideramos necesario comprender la forma en que lo religioso y espiritual existen y se manifiestan en el territorio, sus acciones, alcances y actores con los que conviven y disputan. Se vuelve fundamental encontrar formas de medir estas presencias en términos cuantitativos, pues registrar y reconocer territorialmente es parte diagnóstica central para pensar acciones conjuntas entre cualquier institución estatal y la sociedad civil.
Medir el fenómeno religioso
Las cifras, a pesar de la confianza que generan, no permiten ver acabadamente un fenómeno, sino conocer tendencias generales. Podemos reflexionar sobre la objetividad del dato cuantitativo, en la medida en que sabemos que la forma de preguntar y las categorías propuestas influyen en el resultado, comprobando o refutando una intuición de quienes investigan, más que siendo un dato de la “realidad” (Frigerio, 2018). Inclusive cuando se hace una aproximación crítica a la presentación de datos cuantitativos se suele hacer más hincapié en la fuente que en la elaboración del cuestionario.
Esto no quiere decir que deba descartarse esta forma de indagación, ya que los trabajos cuantitativos permiten una aproximación primera y veloz a fenómenos complejos y difíciles de captar, a la vez que habilitan a analizar grandes procesos a lo largo del tiempo o entre escenarios diversos, siempre que estos datos sean plausibles de compatibilizar para el análisis (Funes, 2021).
Si bien existe una demanda cada vez mayor de estudios en profundidad sobre el fenómeno religioso-espiritual, los estudios cuantitativos que ponderen procesos de gran escala son escasos en Argentina. El último registro estatal fue el Censo de 1960, resultando el ítem insuficiente para obtener información confiable sobre pertenencia religiosa (Suárez y López Fidanza, 2019). Así, los datos cuantitativos con los que contamos en la actualidad son producto de encuestas específicas, o preguntas puntuales en encuestas de otro tipo. Dentro de las primeras, el dato más completo hasta el momento lo encontramos en las dos cohortes realizadas por el Programa Sociedad, Cultura y Religión del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CEIL/CONICET) en 2008 y 2019 (Mallimaci, 2013; Mallimaci et. al. 2019; Mallimaci, Esquivel y Giménez Béliveau, 2020), que indagan sobre los siguientes ejes: 1-Creencias e identidades religiosas; 2-Prácticas; 3-Actitudes y opiniones ciudadanas. Existen otras realizadas por instituciones privadas, destacándose los informes “Creencias religiosas de los argentinos” del Centro de Investigación de Tendencias y Comunicación de la Universidad Empresarial Siglo XXI (CITEC/UES21) (2010) y “Actitudes y prácticas religiosas en la República Argentina” de Poliarquía Consultores (2010). También hay relevamientos efectuados en el Área Metropolitana de Buenos Aires, como “Creencias y prácticas religiosas en el gran Buenos Aires. El caso de Quilmes” por la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad de Buenos Aires (Esquivel et. al. 2001); y el de presencia religiosa en asentamientos precarios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires realizado por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) (López Fidanza y Suárez, 2023).
Entre las segundas, existen encuestas que no se centran específicamente en el tema, pero indagan sobre adscripción religiosa, asistencia al culto e importancia dada a la religión (Suárez, 2018). Encontramos aquí la del Barómetro de la Deuda Social Argentina (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2012) y la encuesta sobre condiciones de vida familiares del Programa Desarrollo Humano e Inclusión Social (Suárez, 2018), ambas de la UCA; el Capítulo Argentina de la Encuesta Mundial de Valores por Gallup Argentina (2008) y el Barómetro de las Américas (2014) por Latinobarómetro (ambas analizadas por Suárez, 2018).
El modo en que todos estos relevamientos indagan sobre el fenómeno ofrece determinadas opciones de creencias y prácticas, al tiempo que enlista una serie de identificaciones religiosas posibles, basadas en un imaginario particular que condiciona las respuestas, visibilizando e invisibilizando determinadas identificaciones (por ejemplo, engloban las religiones minoritarias en la opción “otros”).
Tal como afirma Suárez (2018), para medir lo religioso es importante tener: a) claridad sobre cuáles son las dimensiones relevantes de lo religioso y b) un proceso de operacionalización adecuado. En palabras de la autora, "‘tener una religión’ es una noción ambigua difícil de captar adecuadamente, y ‘ser una persona religiosa’ es aún más difícil de definir u observar ...; ambos aspectos exceden lo captado con las dimensiones de creencias, prácticas y afiliación/identidad/adscripción." (Suarez, 2018, p. 191). Así por ejemplo, al indagar sobre autoadscripción religioso-espiritual solemos captar una identificación social con la institución religiosa con la que una persona tiene algún vínculo, pero esto nada dice del compromiso, las vivencias, las significaciones y creencias de los individuos. Lo que se mide es una autopercepción –que puede ser laxa– como parte de un universo religioso, que tiene determinada relación con una institución religiosa.
Las instituciones religiosas son proveedoras de simbolismos y sentidos; y de un espacio para la experiencia religiosa y su expresión. En términos de Nancy Ammerman (2014), las “narrativas públicas” que éstas ponen en circulación son apropiadas por las personas en sus “narrativas autobiográficas”, utilizando sus gramáticas y elementos (mitos, rituales, roles y prescripciones), que expresan su vivencia religiosa. En numerosas ocasiones, en relación a prácticas religioso-espirituales se responde “en función de un sentimiento subjetivo de regularidad, que traduce en lo que supone debería ser su participación” (Suárez, 2018, p. 194). En tal sentido, concebir la práctica religiosa más allá de los requisitos institucionales podría abrir a una serie de dimensiones y formas variadas en que las personas se vinculan con lo sagrado (Suárez, 2018). La línea teórica que postula la desinstitucionalización de la vivencia religiosa, dando cuenta de que las tradiciones y los preceptos se debilitan y los individuos son gestores de su propio bricolage religioso (Esquivel, 2022), ayuda a visibilizar la debilidad de este indicador. Sin embargo, la medida sigue siendo lo institucional, o sea, la adecuación o no a lo establecido desde las instituciones religiosas. De esta manera, la adherencia pública a una determinada institucionalidad dice algo sobre construcciones identitarias, pero deja afuera procesos más lábiles de pertenencia (Algranti, Mosqueira y Setton, 2019).
Qué vemos en esa medición
Habitualmente se asume que quienes se autoproclaman como pertenecientes a determinada tradición religiosa adhieren a ciertas creencias y prácticas (Frigerio, 2018). Supone participación en determinados espacios, actividades y eventos según la autoadscripción, replicando un imaginario estático de la persona creyente, con un alto nivel de adhesión coherente con la religión profesada. Es decir, si una persona se identifica como “católica” se tiende a pensar que respeta los preceptos institucionales de forma frecuente y comprometida. Esto nos hace perder la complejidad de identificaciones sociales con prácticas concretas, por ejemplo, una persona que se reconozca como católica pero rara vez vaya a misa, o no tenga los sacramentos. En este sentido, ¿qué dice realmente la identidad declarada en cuanto a la orientación religiosa o espiritual?
Al intentar dar cuenta de las dificultades que se presentan a la hora de observar desde la academia la diversidad religiosa en el plano nacional, Frigerio (2018, p. 52) aclara que existe una “excesiva equiparación de ‘identidades’ con ‘creencias’” y una “visión demasiado institucionalizada de la religión, así como escasa atención a las distintas modalidades de regulación religiosa” social o estatal. El catolicismo es la “identificación social legítima”, aunque esto no implica una “identidad colectiva” católica –el reconocimiento de un “nosotros”- ni tampoco compromisos identitarios personales.
Sin embargo, la forma en que se mide lo religioso-espiritual sigue construyéndose sobre algunos de estos supuestos, sesgando la aproximación a otras expresiones, y a fenómenos religioso-espirituales extrainstitucionales, de forma tal que la mayoría de las encuestas solo pueden presentar datos con validez estadística sobre catolicismo, evangelismo (sobre todo pentecostalismo) y "sin religión" (López Fidanza, 2011; Funes, 2021). Es necesario aclarar que ningún indicador da cuenta por sí solo de lo que significa identificarse con una religión o espiritualidad determinada ni de lo que implica ser una persona religiosa (Suárez y López Fidanza, 2013). Así, Suárez y López Fidanza (2020) advierten que no hay que proyectar conclusiones acerca de las creencias, prácticas, compromiso o vivencias por la religión a la que se declara pertenecer y se debe evitar homogeneizar las creencias y prácticas.
Finalmente, Suárez y López Fidanza (2013) indican la dificultad de análisis diacrónico de la situación con datos agregados por lo incipiente de estos estudios y la discontinuidad de aquellos que relevan dicho aspecto, así como por la falta de relevamientos sistemáticos de organismos públicos (Suárez, 2018). La excepción aquí es la encuesta del CEIL-CONICET, que realizada en 2008 y 2019 con un cuestionario muy semejante, posibilita un acercamiento diacrónico (Mallimaci, Esquivel y Giménez Béliveau, 2020).
Identificaciones en números
Más allá de las posibles divergencias entre encuestas, podemos reconocer tres grandes identificaciones: la católica, la evangélica (aquí suelen unificarse pentecostales y otras tradiciones, reconocidas por la bibliografía local como “protestantes históricos”) y las personas que declaran no tener ninguna religión. Siguiendo la encuesta del CEIL-CONICET, si la primera ha mermado (del 76,5% al 62,9%), y la segunda ha crecido (del 9% al 15,3%, no tan exponencialmente como se esperaba a principios del siglo XXI), las personas que no se identifican con ninguna religión crecen de forma sostenida en los últimos años. Así para 2019 alcanzaban al 18,9% de los argentinos (contra el 11,3% en 2018), entre agnósticos, 3,2%, ateos, 6%, y ninguna 9,7% (Esquivel, Funes y Prieto, 2020), incluso cuando un 95% de las personas encuestadas afirmaron haber pasado por algún proceso de iniciación religiosa (Funes, 2021). Para el Observatorio de la Deuda Social Argentina, en 2018 el 12,1% de la población del país se identificaba como no creyente, número que crecía hasta el 22,9% en el caso de la Ciudad de Buenos Aires (López Fidanza y Suárez, 2023).
Dado el peso de una “cultura católica” (Ludueña, 2013) en Argentina que colocaba a la Iglesia como sujeto social legítimo con proyección política, social y religiosa, incluso para quienes no tenían una práctica religiosa sostenida, podemos aventurar que el aumento de los “sin religión” proviene en gran medida de quienes se identificaban como católicos, y que es probable que este número crezca en un futuro.
Sin embargo, si bien existe un proceso de crecimiento relativo de los “sin religión” y de reducción de las identificaciones con el catolicismo, ello no implica necesariamente una crisis de la religiosidad. Por el contrario, podemos ver un tránsito religioso subyacente vinculado con una ampliación del individualismo religioso. Esto se observa en: 1) el detrimento de identidades y prácticas mayoritariamente católicas a una mayor diversidad religioso-espiritual en el espacio público, visible en procesos de conversión al pentecostalismo (Semán, 2021; Frigerio y Wynarzyck, 2008) y a espiritualidades pos-cristianas (Carozzi, 2000; Viotti, 2010); 2) modos de vínculo con lo sagrado más intimistas y reflexivos, menos asociados con la tradición y los espacios institucionales de las iglesias, en un tipo de religiosidad centrada en la subjetividad y en la experiencia personal con capacidad de recrear nuevos vínculos sociales (Frigerio, 2016, 2018). Estos procesos son complejos de captar cuantitativamente.
En cuanto a lo religioso exclusivamente, además de haber una reducción porcentual en la identificación con el catolicismo, hay una disminución en la confianza en la Iglesia Católica, aumentando en paralelo la adscripción evangélica (mayor al 6%) y la confianza en sus iglesias (0,4%). Se hace evidente un corrimiento de la identificación social y colectiva y su traducción discursiva en una adscripción individual al catolicismo, siendo a su vez menos costoso no identificarse como católico, e incluso como religioso (Frigerio, 2018). La pérdida de legitimidad reciente de la Iglesia Católica explicaría en gran medida una disminución de la frecuencia y participación en rituales u otras actividades religiosas. Además, permitiría una identificación más libre con religiosidades históricamente estigmatizadas. Sin embargo, como indica Frigerio (2018), la “identificación social legítima”, no remite necesariamente a “identificación colectiva” –conformar un “nosotros”- ni lealtades identitarias a nivel personal. Así, mucha gente que antes se hubiese autoadscripto como católica, hoy puede reconocerse como “sin religión” (aun manteniendo prácticas que podríamos llamar religiosas).
Conclusión
En este trabajo nos propusimos contribuir a una discusión extensa en el campo de las ciencias sociales de la religión sobre la pertinencia de los estudios cuantitativos que miden identificación religiosa. En este sentido nos interesa reflexionar sobre la importancia de traer a encuestas no específicas la pregunta por lo religioso.
Consideramos que las investigaciones cuantitativas permiten acercarnos a fenómenos de identificación complejos, presentando paisajes de pertenencia a creencias a las que muchas veces les atribuimos otras características subyacentes, como opiniones políticas o roles en la vida social que exceden a lo que sucede en los espacios de culto. En este sentido, datos numéricos imprecisos pueden llevar a sobredimensionar ciertas presencias religiosas, o extrapolar experiencias que están sucediendo en otros países al contexto local. La falta de datos estadísticos estatales, fundamentales en la medida en que es el Estado el único organismo capaz de relevar al total de la población, termina indirectamente reforzando imaginarios de mayorías religiosas e invisibilizando minorías que encuestas con universos más acotados no llegan a captar. Esto vale tanto para la pérdida de centralidad de la Iglesia Católica como para algunas iglesias evangélicas, que en los últimos años han hecho uso del imaginario del crecimiento territorial como un valor a ser intercambiado políticamente.
Si bien podemos ver las dificultades teóricas y metodológicas de hacer estudios cuantitativos de la identificación religiosa, hay algunos elementos a tener en cuenta, que tienen que ver con el nivel de validez científica, política y social del “número”. Lo cuantitativo configura ciertos imaginarios que impactan en la forma de invertir o intervenir políticamente con determinados grupos. Esto no invalida las políticas para las minorías (como las que hace años lleva adelante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) con grupos afro religiosos), pero genera algunas discusiones interesantes.
En este sentido, se ha utilizado la imagen de minorías religiosas en crecimiento como un activo político a ser disputado (lo que ha ido perdiendo fuerza los últimos años); también se ha presenciado la disputa de grupos muy minoritarios por ser visibilizados en las estadísticas, lo que ha devenido en estrategias que disputan números, apelando a identificaciones subterráneas. Aquí es donde consideramos necesario incorporar estrategias de investigación cualitativa que nutran lo abordado cuantitativamente, y que permitan reconocer formas de identificación nativas para replicar luego en las encuestas.
Finalmente, querríamos destacar la importancia de contar con una batería -así fuese mínima- de preguntas sobre identificación religiosa en los censos nacionales. Este dato en una escala imposible de abordar en otro tipo de encuestas permitiría acercarnos a la diversidad religiosa realmente existente, lo que a su vez posibilitaría concentrar los esfuerzos de encuestas específicas en explorar esas áreas difusas de las que hemos hablado en el texto, generando una imagen lo más plural posible del campo religioso-espiritual argentino.
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