Aprender en el bosque: educación comunitaria y aprovechamiento forestal en el sur de México. Artículo de Edgar Pérez Ríos. Praxis educativa, Vol. 29, N° 1 enero-abril 2025. E -ISSN 2313-934X. pp. 1-15. 

https://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2025-290104


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DOSSIER

Aprender en el bosque: educación comunitaria y aprovechamiento forestal en el sur de México

Learning in the forest: community education and forestry in southern Mexico

Aprendendo na floresta: educação comunitária e uso florestal no sul do México

Edgar Pérez Rios

Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, México

edgarperezrios@gmail.com

ORCID 0000-0001-6220-9609

Recibido: 2024-09-21 | Revisado: 2024-12-22 | Aceptado: 2024-12-27


Resumen

La presente contribución tiene como objetivo analizar las prácticas educativas comunitarias en torno al aprovechamiento forestal en el núcleo agrario de San Jerónimo Coatlán, Estado de Oaxaca, en el sur de México. Se trata de procesos educativos fuera del ámbito escolar, lo cual implica que los agentes educativos, tiempos y espacios estén determinados en función de las dinámicas comunitarias. Este es un estudio etnográfico, con perspectiva histórica, que recupera datos de campo recabados durante el ciclo de aprovechamiento forestal que abarcó de febrero a agosto de 2024. Los principales hallazgos muestran que, desde que la comunidad ingresó al mercado forestal, en la década de 1970, ha habido una constante transmisión intergeneracional de conocimientos que, actualmente, les permite tener una autonomía en el manejo del bosque y el territorio. También se pudieron observar diversos procesos de negociación interna, que incluyen tensiones y acuerdos. Un tercer hallazgo se relaciona con aprendizajes forestales de carácter técnico, es decir, con la forma de trabajo en la extracción de madera. Finalmente, se observó que, a partir de estos procesos, la comunidad en cuestión ha construido estrategias de autorregulación en el manejo del bosque y sus recursos maderables. Se concluye que existe un proceso de construcción de autonomía educativa y forestal encaminado hacia la preservación del bosque como espacio que permite el sostenimiento económico y social de la comunidad.

Palabras clave: aprendizaje, territorio, educación ambiental, autonomía educativa, México

Abstract

The present contribution aims at analyzing community education practices related to forestry use in the San Jeronimo Coatlan rural nucleus, state of Oaxaca, in the south of México. This is about education processes outside school settings, which implies that the education agents, times and spaces are determined according to community dynamics. This is an ethnographic study, with historical perspective, retrieving camp data which were gathered during the forestry use cycle going from February to August 2024. The main findings show that since the community entered the forest market, in the 1970 decade, there has been a continuous intergenerational transmission of knowledge, which nowadays allows them to have autonomy in the forestry and territory use. Also, a variety of internal negotiations processes, including tensions and agreements, were observed. A third finding is related to technical forest learning, that is, related to the way of working during wood extraction. Finally, it was observed that, based on these processes, the community in question has built strategies for autoregulation in the forest and wood resources management. The conclusion is that there exists a process to build education and forestry autonomy aiming at the preservation of the forest as a place that allows economic and social sustenance of the community.

Keywords: learning, territory, environmental education, educational autonomy, Mexico

Resumo

O objetivo desta contribuição é analisar as práticas educativas comunitárias em torno da exploração florestal no núcleo agrário de San Jerónimo Coatlán, estado de Oaxaca, no sul do México. São processos educativos fora do ambiente escolar, o que implica que os agentes, os tempos e os espaços educativos sejam determinados a partir da dinâmica comunitária. Trata-se de um estudo etnográfico, com perspectiva histórica, que recupera dados de campo coletados durante o ciclo de colheita florestal que durou de fevereiro a agosto de 2024. Os principais achados mostram que, desde a entrada da comunidade no mercado florestal, na década de 1970, houve tem sido uma constante transmissão intergeracional de conhecimentos que, atualmente, lhes permite ter autonomia na gestão da floresta e do território. Também puderam ser observados diversos processos de negociação interna, que incluem tensões e acordos. Uma terceira constatação está relacionada ao aprendizado técnico florestal, ou seja, à forma de trabalhar na extração de madeira. Por fim, observou-se que, a partir desses processos, a comunidade em questão construiu estratégias de autorregulação no manejo da floresta e de seus recursos madeireiros. Conclui-se que existe um processo de construção de autonomia educacional e florestal que visa preservar a floresta como espaço que permite o apoio econômico e social da comunidade.

Palavras-chave: aprendizagem; território; educação ambiental; autonomia educativa; México


Introducción

Todas las comunidades indígenas o campesinas construyen diariamente sus procesos educativos, implícitos o explícitos, que les han permitido dar continuidad a sus formas de ser y estar en el mundo. Pero, de todas esas experiencias, apenas conocemos una mínima parte. En México, por ejemplo, quizá el caso más conocido es el de la educación autónoma zapatista, que ha sido documentado por diversos investigadores (Núñez Patiño, 2013; Baronnet, 2015; Colín Huizar, 2024, entre otros). Estos casos emblemáticos han servido como bandera de la educación alternativa o de las otras educaciones y, también, permiten visibilizar los procesos educativos que se viven al margen de la escuela.

Así, las comunidades indígenas o campesinas construyen sus propios proyectos educativos a partir de las problemáticas que afrontan, que van desde el posicionamiento político hasta la defensa del territorio. En el caso que aquí me ocupa, se trata de la comunidad de San Jerónimo Coatlán, Oaxaca[1], ubicada al sur de México, cuya problemática comenzó en 1970 tras el arribo de diferentes empresas forestales que ingresaron a nuestro territorio a explotar el bosque. A partir de ese contexto, me interesa reflexionar en los procesos educativos que, de manera emergente, hemos construido para afrontar la situación y tomar el control del territorio.

Cabe señalar que San Jerónimo Coatlán constituye un núcleo agrario, es decir, se trata de “una comunidad constituida mediante resolución Presidencial o Sentencia del Tribunal Agrario, tienen personalidad jurídica y la propiedad de las tierras reconocidas” (Procuraduría Agraria, 2015, p. 5). Sin embargo, internamente, este núcleo agrario de divide en cinco comunidades (San Jerónimo Coatlán, San Cristóbal Honduras, Soledad Piedra Larga, El Progreso y Las Palmas). Para fines prácticos, me referiré a “la comunidad” cuando haga referencia a todo el núcleo agrario y cuando me refiera a alguna de las cinco comunidades, en particular, las nombraré explícitamente.

Cuando hablamos de educación comunitaria, en realidad, estamos hablando de diversos procesos educativos que se viven en espacios diferentes, por ejemplo, en el seno de la familia, el aprendizaje de un oficio, como puede ser la partería o la música, es decir, no existe un solo proyecto educativo. Sin embargo, cuando se trata de un asunto comunal, como lo es la defensa del territorio, entonces se vuelve un asunto que incumbe a todos los miembros de la comunidad, en tanto que todos somos comuneros[2]. De este modo, en el presente texto, me centraré en este tipo de procesos, pero reconociendo que no son los únicos y que tanto los tiempos, espacios y actores son diferentes en cada caso.

Dicho lo anterior, en las siguientes páginas, se presentará, en primer lugar, el abordaje teórico y metodológico que guían este estudio. Posteriormente, se presentan los hallazgos y reflexiones recogidos a partir del trabajo de campo; se trata de tres subapartados entrelazados que dejan ver la importancia de la autonomía educativa para el manejo y conservación ambiental. Se cierra con un apartado de conclusiones que invitan no solo a explorar los proyectos educativos comunitarios, sino también a sumarse a ellos desde nuestros espacios de investigación o docencia.

La educación comunitaria con enfoque territorial

La categoría educación comunitaria nos ayuda a comprender los procesos mediante los cuales los diferentes agentes de nuestras comunidades han dado continuidad a los diversos conocimientos en torno al territorio. Estos son transmitidos, en su mayoría, intergeneracionalmente, aunque también se dan de forma intrageneracional, es decir, entre pares. Dichos procesos educativos demandan tiempos, espacios y estrategias determinadas, dependiendo del conocimiento en cuestión.

La educación comunitaria, en nuestras comunidades, tiene que ver con lo que el antropólogo maya Horacio Gómez Lara denominó educación tradicional indígena, entendida como “el medio por el cual se ha venido transmitiendo la cultura e identidad indígena de generación en generación, a través de instituciones socialmente reconocidas, como la familia y la comunidad” (2011, p. 106). En ese sentido, se reconocen diversos agentes educativos dentro de la comunidad, como las familias, autoridades, especialistas rituales, cazadores, mujeres, entre otros, quienes intervienen en la transmisión de conocimientos específicos.

Para el caso que aquí nos ocupa, la educación comunitaria recae principalmente en manos de los comuneros de mayor edad y en las autoridades comunales, quienes de forma implícita enseñan a los comuneros más jóvenes diversas prácticas territoriales relacionadas con el aprovechamiento forestal. En este tipo de educación, existen pocas instrucciones directas e, incluso, la mayoría de las veces ni siquiera se hace de manera explícita, al contrario, son prácticas que ocurren cotidianamente y solo mediante una observación sistemática se logran comprender efectivamente como procesos educativos.

Algunas investigadoras han señalado ciertas características del aprendizaje en contextos indígenas que retomo para comprender la educación comunitaria en este contexto. Paradise (1996) y Rogoff (2014) coinciden en que los niños indígenas aprenden observando a adultos y niños más grandes. Estas autoras señalan que la observación se acompaña de la participación, una característica dentro del aprendizaje en contextos de diversidad cultural, donde los aprendices se involucran activamente en las actividades de importancia social. Por otro lado, Martínez Luna (2015) señala que “la oralidad es nuestra mecánica de intercambio” (p. 106), refiriendo a que, en nuestros pueblos indígenas, se privilegia el habla más que la escritura no solo en las prácticas educativas, sino en la cotidianidad. En un trabajo más reciente, Salinas Carmona (2024) agrega que la corporeidad o “cuerpo totalizante” es fundamental en la educación comunitaria, puesto que el aprendizaje parte de la experiencia sensorial. De hecho, para conocer los parajes donde está la mejor madera, es fundamental tener la habilidad de caminar por senderos atropellados y difíciles, que demandan cierta condición física para completar la tarea.

A la noción de territorio la sitúo desde tres perspectivas, que han desarrollado Giménez (1999), Barabas (2008) y Varese (2011) y que tiene que ver con lo material (como espacio preexistente, con una orografía, hidrografía y clima determinado), instrumental (que atiende factores sociales, económicos y políticos, a través de los usos, distribución y tenencia de la tierra) y lo simbólico (relacionado con los significados construidos histórica y socialmente a través de la ritualidad). Estas subcategorías se entrelazan y permiten comprender el territorio de manera holística. Cabe mencionar que, para fines del presente texto, solo me refiero al territorio en su aspecto instrumental y, específicamente, en cuanto a los usos de la tierra, es decir, al aprovechamiento forestal del bosque.

Aspectos metodológicos

El texto parte de un trabajo etnográfico con perspectiva histórica (Rockwell, 2009), que vengo realizando en la comunidad de estudio desde el año 2018, aunque, para esta contribución, empleo datos de campo recogidos durante el período de aprovechamiento forestal que comprendió los meses de febrero a agosto de 2024. Durante esos meses, se realizaron diversas observaciones en campo, que van desde la primera asamblea para repartir las áreas de corte de madera hasta el último día de trabajo, que consistió en la entrega de rodales, es decir, en la entrega del área que se trabajó durante el ciclo de aprovechamiento forestal.

Como mencioné, asistí a diversas actividades dentro del ciclo de aprovechamiento y la forma en la que recogí la información fue mediante observación y “charlas etnográficas” (Pérez Ríos, 2022), lo que significa que no se hicieron entrevistas. Las charlas etnográficas resultan muy prácticas cuando se realiza trabajo de campo en el bosque, sobre todo tomando en consideración la orografía del territorio de nuestras comunidades, cuyas elevaciones van desde los 850 msnm hasta los 2800 msnm. Es decir, se caracteriza por ser un territorio agreste, con pendientes muy pronunciadas, peñascos y riachuelos. Llevar un cuaderno de notas resulta de lo más incómodo, así que la memoria es la principal herramienta para almacenar la información del día y, por la noche, se tiene el tiempo y espacio suficiente para hacer los registros correspondientes en el diario de campo.

Aunque haré énfasis en los registros de campo que realicé en el año 2024, también me sirvo de otros datos e información que poseo como comunero del núcleo agrario. Incluso, en el año 2021, estuve trabajando en el área de aprovechamiento forestal, lo cual me permitió observar y vivenciar los procesos de aprendizaje en torno a la forma del manejo de la madera. Así, también he asistido de manera ininterrumpida a las asambleas generales de comuneros desde el 2018 a la fecha, por tanto, he podido observar de manera sistemática los procesos y dinámicas educativas que se producen en ese sentido.

El núcleo agrario de San Jerónimo Coatlán: el comienzo en el mercado forestal

San Jerónimo Coatlán es un núcleo agrario rico en materia forestal, con sus más de 3.000 hectáreas de bosques se posiciona entre los que mayor extensión territorial tienen en el Estado de Oaxaca. Sus bosques de pino y encino fueron descritos por los encomenderos españoles durante las primeras décadas de la conquista, en las relaciones geográficas del siglo XVI (Acuña, 1984). De hecho, los ancianos de la comunidad cuentan que, hasta la década de 1960, el bosque permaneció prácticamente virgen, solo se cortaban algunos árboles para uso doméstico y para leña.

Siguiendo los datos recabados por Pérez Ríos (2019), en 1974, ingresó la primera empresa maderera paraestatal: Fábrica de Papel Tuxtepec (Fapatux), seguido de otras durante los siguientes 30 años. Según los registros del mismo autor, durante los primeros 10 años de explotación del bosque, en manos de las empresas, se extraían anualmente aproximadamente 120.000 metros cúbicos de madera en rollo[3]. En la actualidad, los ancianos recuerdan con nostalgia los inmensos pinos que fueron talados, pinos de más de 500 años de antigüedad, tomando en cuenta que ya existían en la época de la conquista.

Para la década de 1970, los ancianos coinciden en que ninguna persona de la comunidad tenía conocimientos sobre el trabajo forestal. Por esta razón, al principio, las empresas trajeron su propia mano de obra. Posteriormente, los comuneros de San Jerónimo Coatlán comenzaron a aprender diferentes tareas y oficios dentro del ámbito forestal y, así, empezaron a emplearse como motosierristas, cableros, choferes, etcétera. En la década de 1990, la comunidad había adquirido experiencia no solo en los oficios manuales del trabajo, sino también en el funcionamiento del mercado forestal y en el uso de la maquinaria, pues recientemente habían recibido un apoyo gubernamental para instalar su propio aserradero, incluyendo las capacitaciones para su uso.

A finales de la década de 1990 y principios del 2000, diversas problemáticas sociales y el descontento hacia las empresas privadas y paraestatales, debido al mal manejo financiero, la cooptación de líderes comunales y el incumplimiento de promesas de mejora social y de infraestructura para la comunidad, conllevó a que las empresas fueran expulsadas definitivamente del territorio comunal. De esta manera, la comunidad pasó a tener el control del manejo forestal de sus bosques a través de dos agentes importantes: la asamblea general de comuneros, que la integramos todos los ciudadanos de la comunidad, hombres y mujeres, mayores de 18 años y el comisariado de bienes comunales y consejo de vigilancia, quienes son nombrados en la asamblea general cada tres años.

En un principio, el manejo forestal estaba centralizado en San Jerónimo Coatlán, que también es cabecera municipal, pero, en la misma década del 2000, la asamblea general de comuneros optó por descentralizarlo y que cada una de las cinco comunidades que conforma el núcleo agrario se hiciera cargo, por cuenta propia, de cierta área de aprovechamiento forestal. Actualmente, se sigue trabajando de esa manera, cada comunidad (San Jerónimo Coatlán, San Cristóbal Honduras, Soledad Piedra Larga, El Progreso y Las Palmas) trabaja su área de manera independiente, aunque apegados a los acuerdos que se toman de manera general en la asamblea.

Entre los principales acuerdos que se tienen, es que existen áreas de corte de madera específicas por cada anualidad o ciclo de aprovechamiento forestal, las cuales están reguladas por instancias gubernamentales. Esto significa que solo se puede aprovechar el volumen de madera autorizado para cada año y, para ello, se cuentan con los permisos necesarios. El área de aprovechamiento forestal se divide en rodales, es decir, unidades de manejo forestal con características similares en cuanto a la calidad de la madera. La extensión de cada rodal se determina en función del número de comuneros de cada comunidad, de modo que el rodal más grande es para San Jerónimo Coatlán, que cuenta con más de mil comuneros y el más pequeño para Las Palmas, que cuenta con poco más de 500.

Lo que nos deja este breve relato es que todo el manejo forestal comunitario implicó un largo proceso de aprendizaje. Un aprendizaje, hasta cierto punto, forzado y urgente. Los aprendices fueron nuestros abuelos, aprendieron en la práctica, mediante mucha observación y participación, empleando la corporeidad para soportar el duro trabajo en los bosques, arrastrando grandes trozos de madera. Algunos fallecieron por falta de experiencia, a causa de algún golpe o de algún accidente manejando los camiones de madera. Luego, vinieron nuevas generaciones a aprender los diferentes oficios; ahora, los abuelos fungiendo como guías. Hoy en día, la mayoría conocemos algo de trabajo forestal, pues se trata de la actividad económica más importante para nuestras comunidades.

No resulta vano recordar que las diversas dinámicas socioculturales que vivimos en nuestras comunidades no están exentas de conflictos y tensiones, tal es el caso de la tala clandestina que nos aqueja desde la década del 2000. Sin embargo, el hecho de que no figuren de manera preponderante en los análisis que ofrecemos hacia el exterior de la comunidad tiene que ver con un locus de enunciación explícito, en el cual hay un posicionamiento político en relación con nuestras propias dinámicas. Esto significa que no todo lo que sucede en el interior de nuestras comunidades tiene que ser expuesto hacia afuera. Lo que sí me interesa resaltar es que, como cualquier sociedad, negociamos los conflictos y, dicha negociación, se convierte en aprendizaje.

Aprendizajes en torno al manejo forestal

Son muchos y de diversa índole los aprendizajes que se desarrollan en el manejo forestal. Estos aprendizajes, como vimos en el apartado anterior, de manera general, se han dado mediante una transmisión intergeneracional de conocimientos. Pero, en realidad, los conocimientos a los que me refiero son diversos: van desde el manejo de la maquinaria, dominio de las motosierras, técnicas para derribar un pino y para aserrarlo, búsqueda de mercado o compradores de madera, manejo financiero de los recursos, reportes técnicos, manejo de personal de mano de obra, redacción de actas, dirigir una asamblea, entre muchos otros.

Es necesario señalar que los aprendizajes en torno al ámbito forestal están precedidos por aprendizajes más generales sobre el territorio material en el que vivimos. Estos permitirán el desarrollo de aquellos. Así, las personas que nacimos y vivimos en el municipio de San Jerónimo Coatlán vemos con mucha naturalidad el vivir entre cerros, como si fuera algo natural, innato, adherido a nosotros. Por eso, cuando recibimos visitas de personas de otros contextos, nos asombramos o reímos porque se les dificulta cruzar el río, se cansan al caminar, no identifican las yerbas que producen comezón o no saben cuáles son comestibles y cuáles no.

Sin embargo, todos esos conocimientos los hemos ido construyendo a través del tiempo; nos hemos educado en torno a nuestro territorio. Parafraseando a Gómez Lara (2013), hemos aprendido a ser gente del cerro y a vivir en los cerros, máxime que algunas comunidades de nuestro municipio, como Las Palmas, se encuentra más bien en un llano, aunque rodeado de cerros en donde ocurre la mayor parte de las actividades productivas de la localidad. Desde esta perspectiva, el cerro como esfera territorial “es un recurso tal que se convierte en oportunidades de aprendizaje, al igual que la huerta, la milpa, el bosque o la laguna entre muchos otros espacios” (Nigh y Bertely, 2018, p. 7). En diversos pueblos indígenas, el aprendizaje situado en sus territorios, traducido como conocimiento cultural, comienza a ocurrir desde edades muy tempranas y se da tanto entre pares e intergeneracionalmente.

En nuestras comunidades, los conocimientos en torno al territorio material comienzan desde temprana edad, cuando el niño aprende a caminar descalzo sin lastimarse los pies, imitando el caminar descalzo de la mamá, que va de un lado a otro en su cocina, mientras prende el fuego. Años después, bajo la advertencia de sus padres, aprende a identificar animales peligrosos e inofensivos, como gusanos que pican y los que no pican; esto será vital porque, en su andar en los cerros, irá lidiando con diversos insectos y animales cuyas picaduras son hasta letales. Durante la niñez, tanto niñas como niños, siempre guiados por la expertiz de un familiar adulto, van conociendo la flora y fauna que los rodean, pues también hay plantas venenosas. Identifican los caminos, hacia dónde lleva cada cuál, también conocen qué leña es mejor, cuál arde más rápido. Aprenden a caminar cuesta arriba, pues la orografía así lo marca. Nadar en el río también será casi indispensable, pues siempre hay uno que cruzar.

Durante la juventud, se profundizan los conocimientos antes señalados y se adquieren nuevos, entre ellos, los nombres y ubicación de los cerros, ríos, arroyos, cuevas, ojos de agua, puesto que dichos lugares no solo forman parte de la geografía, sino que son puntos de referencia para la caza, siembra, recolección y, por supuesto, para las actividades forestales. En palabras de Prada (2019), constituyen mapas territoriales naturales que se van reproduciendo de generación en generación, en este caso, mediante la participación directa, es decir, yendo a esos lugares, siempre en compañía de un adulto, pues, de otro modo, quedaría en una experiencia de caminata.

En realidad, los conocimientos que se aprenden en torno al territorio material son vastos, de hecho, los párrafos previos son ilustrativos para mostrar que dichos aprendizajes son graduales, requieren tiempos y espacios delimitados para su puesta en práctica, además de incluir diversos agentes que fungen como enseñantes: madres y padres de familia, hermanos mayores, tíos, cazadores, entre otros. Además, cada persona vive estos procesos educativos comunitarios de distinta manera, a pesar de pertenecer a la misma familia. Así, hay quienes aprenden a nadar a los cinco años y quienes a los ocho o diez; algunos comienzan la cacería a los doce o trece y otros prefieren no cazar o quienes van a la milpa desde niños y quienes lo hacen a partir de la juventud. En suma, no existe un modelo homogéneo en la educación comunitaria sobre el territorio.

También los espacios de aprendizaje son diversos y depende de qué prácticas se está aprendiendo. Si hablamos de un aprendiz en el manejo de la motosierra, su lugar de aprendizaje está en el bosque, pero, si se trata de una persona con cierto grado de escolarización que fungirá como secretario en la mesa de los debates[4] de una asamblea general de comuneros, su aprendizaje estará más situado en un escritorio, aunque también debe conocer las dinámicas de trabajo en el bosque. A continuación, me referiré a algunos casos específicos, haciendo alusión a cuatro elementos: 1) el objeto de aprendizaje, 2) los agentes educativos, 3) los tiempos y espacios del aprendizaje y 4) las estrategias de aprendizaje.

El oficio de motosierrista

En nuestras comunidades, varias personas han aprendido a manejar la motosierra, algunos con mayor destreza que otros. Se trata de un aprendizaje que suele ocurrir entre varones mayores de quince años; por lo regular, durante la niñez, no se permite maniobrar con las motosierras debido al peligro que implican. Como en otros contextos de aprendizaje indígena, en este caso, el aprendiz observa con atención los movimientos que realiza el motosierrista experimentado, quien suele ser algún pariente o conocido de la misma comunidad. Es común que incluso al día siguiente se invite al aprendiz a que encienda la motosierra o que, en algún momento de descanso, no solo se anime a encenderla, sino también a cortar cualquier tronco, a modo de ensayo.

Cabe comentar que, por lo general, el motosierrista experimentado en ningún momento se asume como el que enseña, simplemente realiza sus actividades y, en algunos casos, da una explicación al aprendiz. Por ejemplo, cuando hay alguna dificultad en el corte, ya sea porque el tronco tiene muchas ramas o está muy verde, entonces verbalmente explica esa situación. También hay que tener en cuenta que durante el aserramiento hay mucho ruido producido por el sonido de la herramienta, razón que dificulta la comunicación, misma que se da en los espacios de la comida o cuando se marca la madera que se va a aserrar. Se puede decir, entonces, que las estrategias que usa el aprendiz es la observación y la participación directa en la actividad que está aprendiendo.

Limpiadores del área de corte

Cada ciclo de aprovechamiento forestal se hace en distintas zonas del territorio comunal. Comienza con la repartición de los rodales, que corresponde a cada comunidad y, posteriormente, los motosierristas se encargan de derribar los árboles marcados y de dividirlos en trozos para que puedan ser transportados. Esto implica que tiene que cortar las ramas, las cuales quedan regadas en torno a los troncos. Una vez que los troncos fueron trasladados y transportados hacia el aserradero, solo quedan las ramas esparcidas por todos lados y es ahí donde entran los trabajadores que se encargarán de hacer la limpieza de esa zona.

En la comunidad de Las Palmas, cada año, se emplean entre 10 y 20 personas para realizar esa tarea, de hecho, en el 2021, tuve la oportunidad de trabajar en la limpieza del bosque. El trabajo consiste en despejar el área, removiendo las ramas que quedaron esparcidas. Esta actividad es muy importante porque permite el nacimiento de nuevos árboles y que el suelo obtenga la luz del sol y pueda absorber las aguas de las lluvias. Así también, el acomodo de las ramas debe hacerse de tal manera que sirva como barreras para que no haya deslaves y también como guarida de la fauna que habita en el bosque.

Cada comunidad cuenta con un jefe de monte, que es la persona encargada de dirigir a los demás trabajadores. El jefe de monte recibe previamente una capacitación brindada por los técnicos forestales, en donde le explican la manera en que debe acomodarse el desperdicio para que pueda cumplir con las funciones que antes expliqué. Así, el jefe de monte se encarga de replicar esas indicaciones a los trabajadores de limpieza. Esto lo hace de manera verbal y realizando él mismo la actividad; posteriormente, se encarga de supervisar que el trabajo se esté haciendo de manera adecuada.

La mayoría de las personas, mujeres y hombres, que se emplean como limpiadores son personas mayores de 18 años, lo cual es un acuerdo que se tiene entre las comunidades. La mayoría cuenta con experiencia realizando dichas labores y quienes, como fue mi caso, asisten por primera vez no tienen una capacitación, sino que en el transcurso de la actividad van aprendiendo la forma de hacerlo. Normalmente, se observa qué hacen los demás y luego se imita la acción. A veces existen algunas recomendaciones verbales que da algún trabajador más experimentado a algún novato, con la intención ya sea de mejorar el trabajo o de evitar algún accidente.

Las áreas de corte suelen estar muy distantes de los núcleos de población, por lo que normalmente se acostumbra a estar toda la semana completa en el lugar de trabajo y los fines de semana regresan a la población. Cada comunidad tiene su campamento en donde los trabajadores duermen y preparan sus comidas. Por las noches, mientras se comparte la cena, suele hablarse sobre el trabajo y se convierte en un espacio de retroalimentación de los aprendizajes desarrollados de manera práctica. En este caso, se trata de un aprendizaje entre pares, es decir, entre adultos de edades similares, aunque con trayectorias diferentes en cuanto a la experiencia de trabajo en el bosque.

Los directivos de las unidades de aprovechamiento forestal

Cada comunidad del núcleo agrario (San Jerónimo Coatlán, San Cristóbal Honduras, Soledad Piedra Larga, El Progreso y Las Palmas) cuenta con su propia unidad de aprovechamiento forestal, es decir, con un área de corte, maquinaria (grúas y motosierras), medios de transporte, recursos financieros para gastos de operación y administración, así como con la infraestructura necesaria para poder llevar a cabo las actividades. Estas unidades de aprovechamiento forestal están a cargo de una mesa directiva, compuesta por tres personas: un coordinador, un financiero y un jefe de monte. Cada comunidad establece los mecanismos para nombrar a la mesa directiva, pero, en todos los casos, es mediante asamblea y se trata de cargos o puestos de trabajo remunerados.

Los directivos de las unidades de aprovechamiento forestal son mujeres y hombres con cierto conocimiento en el manejo forestal y cuentan con experiencia desempeñando trabajos anteriores, como puede ser limpiadores del bosque. Se privilegia que tengan algún grado de escolarización y, en el caso del financiero, se requiere que tenga habilidad en el manejo y control de los recursos económicos. Deben saber elaborar informes, pues una de sus funciones es rendir cuentas a la comunidad sobre los ingresos y egresos realizados durante el año.

Quienes se desempeñan como directivos de la unidad suelen ser adultos jóvenes de entre 30 y 40 años y son personas activas en las dinámicas forestales, lo cual les permite comprender el cargo y actividades que desempeñan. Cuando necesitan saber algo específico, se acercan a otras personas que anteriormente han pasado por el mismo cargo para plantearles sus dudas. Cuando se trata de tomar decisiones de mayor relevancia, por ejemplo, cuando se requiere la compra de algún vehículo o cierta maquinaria costosa, llevan el asunto a una asamblea de comuneros para que entre todos tomen las decisiones.

El jefe de monte es el encargado de vigilar que los trabajos se lleven a cabo de manera adecuada en el área de corte, para ello, toman una capacitación que les brindan los técnicos forestales. Los jefes de monte son personas con bastante experiencia en el bosque, conocen los diferentes parajes y caminos. Además, a nivel de la corporeidad, son personas acostumbradas a recorrer largas distancias por caminos sinuosos, lo cual es indispensable para poder supervisar toda el área y los distintos trabajos que se realizan. Como señalé antes, caminar de esa manera es algo que muchas personas aprenden desde niños, ya que sus propias familias los llevan desde temprana edad a sus parcelas, que se encuentran a varios kilómetros de los centros poblacionales.

Los valores son esenciales para desempeñarse como coordinador y financiero, pues anualmente manejan recursos que van desde los 300.000 hasta los 600.000 USD. Así que la honradez y la responsabilidad son valores que se aprenden o se refuerzan cuando se tiene un cargo de esta naturaleza. En el caso del jefe de monte, aunque no maneja dinero en efectivo, también requiere ser una persona responsable, ya que tienen a su cargo hasta 40 trabajadores y necesita estar al pendiente de cualquier necesidad o situación que surja entre ellos.

Las autoridades comunales

El comisariado de bienes comunales y el consejo de vigilancia son las dos figuras sobre las cuales recaen las mayores responsabilidades del manejo forestal. Cada una de ellas se compone de un presidente, secretario y tesorero, con sus respectivos suplentes. El presidente del comisariado de bienes comunales es el mayor cargo que se tiene dentro de la estructura comunal. Se trata de la persona que representa de manera legal a todo el núcleo agrario y su nombramiento es cada tres años, mediante una asamblea general de comuneros, donde también se nombra al presidente del consejo de vigilancia.

El cargo de comisariado es prestigioso en la comunidad y, por tanto, se nombra a una persona con reconocida trayectoria en otros cargos comunitarios. Se privilegia el conocimiento que tienen sobre las leyes agrarias y sobre las dinámicas forestales, así como la facilidad para exponer sus ideas ante el público. Con frecuencia, los presidentes del comisariado de bienes comunales han fungido como presidentes municipales o viceversa y cuentan con buen grado de aceptación entre los comuneros de las cinco comunidades, quienes le brindan su respaldo durante los tres años de gestión.

Es interesante señalar que, desde los propios puntos de vista de algunas personas que se han desempeñado como comisariados, el desempeño del cargo se aprende en la práctica. Esto quiere decir que no hay una formación ad hoc para desempeñarse como tal, por eso es común que, en sus discursos, mencionen frases como “nadie nació sabiendo”, “aquí vamos aprendiendo día a día” o “entre todos vamos aprendiendo”, haciendo referencia a que, justamente, se trata de un aprendizaje que se construye en la práctica, pero a partir de otros aprendizajes que se tienen como comunero y desempeñando otros cargos de carácter comunitario.

Una de las mayores demandas que se tiene como comisariado de bienes comunales es la negociación, tanto con agentes internos como externos a la comunidad. Hay decisiones que se toman con carácter de inmediato, situación que demanda mucha responsabilidad por parte de las autoridades, ya que un mal acuerdo podría perjudicar a todo el núcleo agrario. Otras decisiones, más a largo plazo, permiten que el comisariado consulte a la comunidad para escuchar sus puntos de vista y, de ahí, la aceptación o negativa de lo que se está consultando. Por ejemplo, en junio de 2023, una empresa proveedora de internet expuso ante la asamblea su interés en colocar una antena en uno de los cerros sagrados del lugar, a lo que la comunidad hizo saber su negativa ante tal petición.

En suma, las autoridades comunales son personas que cuentan con una vasta experiencia como servidores públicos en el ámbito comunitario, lo cual les ha permitido aprender a negociar con diversos agentes gubernamentales, empresas, particulares y con los propios comuneros. Estos conocimientos les sirven como base para poder administrar los bienes comunales, organizar las asambleas generales de comuneros y dirigir los ciclos anuales de aprovechamiento forestal. Sin embargo, como ellos mismos mencionan, en la práctica, surgen algunos conflictos o tensiones que les demandan nuevas rutas de aprendizaje para lograr darles solución.

El papel de los jóvenes o profesionistas

A partir de una suerte de sumatoria de diversos aprendizajes, la comunidad ha logrado construir una perspectiva de manejo forestal sustentable, sobre todo para intentar frenar la llamada tala clandestina. En las comunidades de este estudio, jóvenes y profesionistas han organizado distintas actividades en pro de la defensa del bosque mediante la educación: pinta de murales en Las Palmas, taller de educación ambiental en San Jerónimo Coatlán, recorridos territoriales (donde participan todas las comunidades del municipio) y, sobre todo, una amplia producción de publicaciones en redes sociales, donde se hace un llamado a parar la tala clandestina.

Cabe resaltar que, en estas actividades, donde intervienen jóvenes y profesionistas como agentes de la educación comunitaria en torno al territorio, se aprecia una variación en cuanto a la forma de transmisión, la cual es intra e intergeneracional, pero de jóvenes hacia los adultos. Y, más que la oralidad, se emplea la escritura y el dibujo, así como el uso de las redes sociales, como Facebook. Además, la educación ambiental va dirigida a generaciones adultas, quienes constituyen el sector más amplio dedicado a las actividades forestales.

El ejemplo de nuestras comunidades dialoga con muchas otras iniciativas de educación gestadas desde los propios pueblos indígenas, como el proyecto de educación para la defensa del campo en una finca cafetalera, recuperada en la Sierra Sur y Costa de Oaxaca. Así como otras iniciativas para la defensa del territorio, entre los zoques de Chiapas o los propios zapatistas (Baronnet, 2017), en aras de hacer frente a las políticas neoliberales impuestas por el Estado y que han impactado gravemente a nivel socioambiental, cultural y lingüístico. Situación que, en palabras de Rockwell (2012), permite hablar de actores educativos emergentes y nuevas maneras de educar.

De hecho, el papel de los profesionistas indígenas como activistas en la defensa del territorio, las lenguas originarias, el agua, etcétera, data de hace varias décadas. Desde los años 70 del siglo pasado, Jaime Martínez Luna, zapoteco de la Sierra Norte, junto con organizaciones indígenas, se posicionó en defensa del bosque (Martínez Luna, 2015). Lo mismo se puede decir de Yásnaya Aguilar, defensora del agua y de la lengua ayuuk en la Sierra Mixe (Aguilar, 2019) y de tantos otros que, inclusive, han perdido la vida luchando para defender sus tierras, sus derechos y la vida de sus pueblos, así pues:

Ser un intelectual indígena es una cuestión necesariamente ligada a la participación comunitaria, es decir, no se entiende dicha intelectualidad si ésta no se ve reflejada en una praxis real que demuestre que los conocimientos adquiridos vía la profesionalización se ponen al servicio de los intereses de los pueblos indígenas. (Santana, 2018, p. 99)

Otros aprendizajes a raíz del aprovechamiento forestal: el cuidado del agua

A raíz del cambio climático presenciado a nivel local, el cual, a opinión de algunos de los habitantes de las comunidades, se debe a la deforestación, se ha observado una disminución de los mantos acuíferos y ojos de agua, situación que ha generado alarma, pues la inusitada escasez de agua para consumo humano ya se comienza a evidenciar. De ahí que la Asamblea de Las Palmas prohibió la pesca en el río rana durante el período 2019-2021, con la intención de sanar las aguas y la fauna que la habita; también se ha demarcado, mediante acuerdo en asamblea general, a partir del 2019, un área de reserva natural que comprende 5,000 hectáreas en la zona del Cerro del Encanto, entre los 2000 y 2800 msnm, pues es ahí de donde provienen las corrientes de agua que abastecen a las comunidades.

En el caso de la demarcación del área de reserva, se trata de una actividad promovida por adultos, quienes, ante la latente escasez de agua, decidieron emprender dicha labor. A esta actividad acudimos tanto adultos como jóvenes, estos últimos, mediante la observación y la escucha in situ, iban reconociendo los lugares que los adultos indicaban. Cuando se tomaba algún acuerdo, los adultos más experimentados y autoridades comunales se colocaban en un círculo principal, pequeño; en un segundo círculo, más grande, estaban otros adultos de menor experiencia, mientras que los jóvenes hacia un tercer círculo más alejado, pero siempre pendientes de lo que se decía en el principal. Esta jerarquía demuestra la importancia que tienen los abuelos y autoridades comunales en cuestiones territoriales, así como la disposición de los jóvenes en aprender sobre el tema.

Otras de las acciones que se han implementado en las tres localidades es el suministro de agua potable para una mejor administración del agua, ya que el manguereo personal implicaba su desperdicio, al no haber control sobre su uso. Las comunidades cuentan con tanques de almacenamiento, con capacidad de aproximadamente 250.000 litros. La forma de suministrar el agua demanda de un acto educativo comunitario en donde los jóvenes que recién comienzan el sistema de cargos como topiles[5] son instruidos por las autoridades, quienes le muestran la ubicación y funcionamiento del agua. Aunque también existe un comité del agua potable, que se nombra anualmente. En ese caso, los integrantes del comité entrante fungen como aprendices del comité saliente.

Conclusiones

Si bien es cierto que todas las sociedades —indígenas y no indígenas— estamos en constante cambio, también es cierto que muchos de los cambios en nuestras comunidades no son producto de las dinámicas comunitarias internas, sino de imposiciones externas que afectan las organizaciones internas y las formas de comprender el mundo. Tal es el caso de la inserción del mercado forestal que ingresó al núcleo agrario de San Jerónimo Coatlán en la década de 1970. En ese sentido, las comunidades han tenido que construir, a veces de prisa, las estrategias que les permita dar continuidad a sus conocimientos, prácticas culturales, lenguas y, en general, sus formas de ser y estar en el mundo.

En este estudio, se hace patente la capacidad de agencia indígena que tienen nuestras comunidades para redefinir sus agendas territoriales cuando estas han sido intervenidas por intereses económicos y políticos externos. En primer lugar, desde 1990, lograron concretar la fundación de una empresa forestal comunal que operó de manera paralela a las empresas privadas y, en la década del 2000, lograron la expulsión definitiva de esas empresas tras una serie de irregularidades, promesas incumplidas y otras afectaciones sociales, culturales y ambientales que trajeron consigo.

Sobre la marcha, nuestras autoridades y comuneros fueron aprendiendo el negocio del corte y venta de madera, hasta tomar el control de estas actividades. Se descentralizó la empresa forestal comunal, con sede en la cabecera municipal, hacia finales de la década de 1990, de manera que, a partir del 2000, cada comunidad tuvo su propio comité de aprovechamiento forestal, el cual se nombra anualmente. Este comité, en coordinación con la asamblea, se encarga también de limpiar y sanar las áreas forestales que así lo requieren, brindando empleo temporal a los mismos miembros de la comunidad. Estas actividades han redituado en fortalecer la cohesión social, evitando la migración y aportando recursos económicos para la fiesta patronal, la realización de obras públicas y otras actividades de índole comunal.

El actual contexto socioeconómico y ambiental ha espoleado a nuestras comunidades a organizarse para afrontar diversas problemáticas relacionadas con el manejo del bosque. En ese plano, casi todas nuestras comunidades han gestionado el servicio de agua potable, el aprovechamiento forestal comunal sustentable y la demarcación de áreas de reserva natural, lo cual ha suscitado que la propia educación comunitaria en torno al territorio se amplíe hacia dichos ámbitos. De manera que, actualmente, la educación comunitaria en torno al bosque atiende elementos tradicionales, como el ciclo agrícola, caza, pesca, etcétera, pero también nuevas aristas, como la gestión y manejo del agua potable y del aprovechamiento forestal. De esta forma, las personas con experiencia en ese rubro transmiten a los demás sus conocimientos.

A partir de esto, se puede afirmar que las comunidades han desarrollado su capacidad de agencia frente a las dinámicas territoriales que se han diversificado, a partir de un contexto de disputa por los recursos naturales frente a las empresas o intereses particulares. De particular interés es que no han recurrido a organismos intermediadores, como podrían ser las organizaciones no gubernamentales, organizaciones civiles, académicos o cualquier otro agente externo, sino que las mismas comunidades, a través, sobre todo, de la asamblea general de comuneros, han dado respuesta a las distintas problemáticas que se han presentado. Así, también, la educación comunitaria ha sido la estrategia para fortalecer los procesos relacionados con el manejo forestal.

Esta situación resulta aleccionadora y de interés para los estudios de la educación indígena o educación comunitaria, ya que muestra, mediante un caso particular, cómo las comunidades tienen capacidad de agencia en su devenir histórico y en sus procesos educativos, haciendo uso de tiempos, espacios y agentes definidos a partir de las propias interacciones comunitarias. Esto también permite hablar de procesos de autonomía, resistencia y configuración de identidades dentro de un contexto hostil, de disputa y negociaciones con una cultura global cuya amenaza está siempre latente.

En el taller, acrílico. Maria José Pérez

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Notas


[1] El autor es miembro del núcleo agrario de San Jerónimo Coatlán y pertenece a la comunidad de Las Palmas; a lo largo del texto, se incluye como partícipe de los procesos que se documentan.

[2] En la comunidad de San Jerónimo Coatlán, los comuneros son aquellas personas, mujeres y hombres, mayores de 18 años. Al ser comuneros, adquieren derechos y obligaciones, sobre todo en relación con los usos del territorio y el sistema de cargos.

[3] La madera en rollo son literalmente los trozos en los que se dividen los árboles derribados, es madera que aún no pasa por un proceso industrial.

[4] La mesa de los debates está conformada por un presidente, un secretario y tres escrutadores. El presidente dirige la asamblea, el secretario redacta el acta de acuerdos y los escrutadores fungen como interlocutores entre los asambleístas y la mesa de los debates.

[5] Los topiles son, en el orden jerárquico del sistema de cargos de las comunidades indígenas, el cargo más básico y se les otorga a los jóvenes que hayan cumplido 18 años.