DOI: http://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2017-210107
RESEÑAS
El autor presenta el libro como un “ejercicio
de escritura” que reúne una serie
de fragmentos de textos publicados en
los últimos años con el propósito de evidenciar“…un pensamiento que piensa la educación y
una lengua que conversa en torno a ella, sin
menoscabar la extrañeza y el extravío que cause
su posible lectura…” (p. 13). Desde esa postura
renuncia a delinear un modelo a seguir y
enuncia a la educación como una conversación
sobre el mundo contemporáneo como el modo
posible de encontrar nuestras propias palabras
para nombrar y no repetir conceptos que solo
aseguran la perpetuación de la injusticia y la
marginación. Conversación que solo el lenguaje
del género ético puede sostener porque
implica el reconocimiento y la
escucha atenta del otro en su
condición de igual, configurando
un espacio de hospitalidad.
Las ideas esbozadas en
la Introducción se desarrollan
en los diferentes capítulos que
componen la obra.
En el capítulo 1 reflexiona
sobre la educación a la que
concibe como una conversación
capaz de desnaturalizar“el orden natural de las cosas” y provocar desórdenes en el
pensamiento para reconocer
la inexistencia de los destinos
pre-establecidos. La acción educativa que propone
apunta a generar un encuentro en el aquí y el ahora de los participantes que reniega de
la urgencia del curriculum y la evaluación del
mérito. Así denuncia que en nombre del futuro
y la “preparación para el mundo del trabajo” las instituciones educativas desvalorizan el
presente, único tiempo real, existencial, desde
el cual los sujetos dotan de sentido al mundo
y la vida.
Pensar la educación lo conmina a pensar
en la necesidad de una formación docente capaz
de impeler en los maestros una pasión que
incite a la conversación “… para no dejar a los
otros librados a su propia suerte… y que la fatalidad
no gane la partida…” (p. 44). En una
posición que asume como contraria a muchos “decires pedagógicos” Skliar sostiene que el
enseñar, que debe ser antes que nada provocación
del pensamiento, es responsabilidad del
docente, pero es al otro al que le cabe la responsabilidad
de aprender, aceptando por ello
múltiples construcciones de signos y sentidos
y en diferentes momentos de la vida. La pasión
por educar de un modo que haga posible la
inclusión genuina de los otros demanda el esfuerzo
de “… idear una experiencia educativa
que de sentido no solo a una presencia sino a
una existencia común.”. (p.46)
En el cap. 2 aborda el tema de la infancia,
a la que considera un tiempo sin urgencias“… instante de la detención, de la invención,
de la atención desatenta y la
percepción extrema” (p.53). El
autor considera que matamos la
infancia cuando la esclavizamos
al orden y a la regularidad de la
secuencia, obligando a los niños
a olvidar el lenguaje materno de
metáfora y narración interpretar
ver el mundo y la vida desde el
lenguaje paterno constructo de
ley y orden impuesto. Recuperar
la infancia remite a la metáfora
de una acción educativa capaz
de renunciar a la urgencia y recuperar
la imaginación para dar
inicio a una aventura que desnaturalice“los únicos destinos posibles” encuadrada
en el marco de una conversación hospitalaria.
Pensar la infancia lo convoca a pensar
la diferencia, asunto que aborda en el capítulo
3. En el análisis de los alcances de su significado,
se concentra en la narrativa escolar imperante
que ve la diferencia como un obstáculo
al trabajo de enseñar y aprender. Su visión, en
contrario a los significados instituidos, asevera
que el encuentro con los diferentes debe ser pensado como un punto de partida para “hacer
cosas juntos”, donde la pluralidad de las formas
de vida habilite una conversación fraterna que
valore la multiplicidad de lo singular. La permanente
alusión al concepto de inclusión en
las instituciones educativas da cuenta, a su criterio,
de la ausencia de lo enunciado.
Por efecto de las regulaciones legales y
los diagnósticos que condicionan el modo y
la posibilidad de estar con otros, la obsesiva
identificación de la “carencia” de esos “otros” desdeña el valor de su palabra, su experiencia
y su deseo. El autor ilustra su pensamiento con
una cita de Bárcena: “… no es la facilidad en
el aprender… la que justifica un pensamiento
sobre educación, sino la experiencia de su dificultad” (Barcena, 2012: 93)
El capítulo 4 concierne al Leer y la lectura
en el marco de la práctica pedagógica. Leer en
el ámbito del aula debería implicar, a criterio
del autor, una oportunidad para conversar sobre
lo escrito y “…y una práctica relacionada
con la ficción, la invención y la narración”.
(p.100). Una práctica que sostenida en el lenguaje
materno, fecundo, pragmático y creativo,
se aparte de la normalización de la palabra
que supone el lenguaje paterno hecho de ley
amparada en la gramática dominante. Así, “abuelizar las prácticas de lectura” emerge en
el texto como una propuesta para recuperar
el arte de contar capaz de restar “gravedad y
rectitud a la lectura”. (p101). El contar impulsa
desde su mirada “… el deseo de alteridad, de
ser otros, más allá de los que ya somos “(p.
102) y aventurarse más allá del tiempo propio
para com-prender otras vidas, otras experiencias,
otras singularidades que nos permitan
olvidar “… el yo autorreferencial como única
medida para comprender el mundo”. (p.109).
El capítulo 5 se detiene en la escritura para
proponernos “escribir con la lengua que se
escucha no con la que ya se habló”. (p.132).
La esperanza de establecer una conversación
con los otros se desvanece cuando impera la
palabra ya hablada, palabra acorralada por
la gramática de un tiempo pasado, que solo
nombra, describe y repite creyendo saber. Es
la palabra de un mundo de prisa, que ata a la
novedad para informarse. La palabra “ya hablada” que considera al conocimiento como
mercancía, inhibe la conversación que permitiría
escuchar la rebeldía de los otros. Escribir
con la lengua que se escucha entiende el escribir
como un ejercicio de filosofar, para evocar
y “provocar rebelión” frente a un mundo que
cada vez nos envejece más de prisa en la repetición
de lo ya dicho.
En el capítulo 6 piensa el Aprender y pone
en entredicho las definiciones técnicas que
emergen de la “lengua ya hablada” y que consideran
posible determinar lo “verdaderamente
aprendido” por los otros a través de exámenes
estandarizados. Su permanente interrogación
sobre el significado lo lleva a nombrar el
aprender como un “darse cuenta”. “El “darse
cuenta” está inscripto en nuestras biografías,
no en un concepto rígido y enjaulado. Si algo
aprendemos, sobre todo cuando se trata de las
cosas más importantes de la vida, por ejemplo
el aprender el silencio, la muerte, el amor, la
amistad, la lectura, el paso del tiempo, la belleza,
la miseria, es cuando “nos damos cuenta” de ello, y para darnos cuenta necesitamos
tiempo, espacio, soledad”. (p.151). El “darse
cuenta” no puede ser forzado bajo amenaza
de reprobación, ni incitado por humillación
o indiferencia, porque la esencia del aprender
necesita del abrigo y el acompañamiento que
emergen de la decidida voluntad de escuchar
en el seno de una conversación fértil.
El capítulo 7 se enfoca en la Alteridad,
que si bien se perfila a lo largo de todo el libro,
aquí su pensamiento la aborda en profundidad.
El autor sostiene que la alteridad solo
sobrevive en la conversación compleja, amorosa
con aquel otro que nos ofrece su verdad,
y ello supone la responsabilidad de tensionar
los a priori de normalidad que nos impone un
mundo regularizado por el hábito y lo “natural”.
Reconocer la presencia del otro demanda
renunciar a su normalización, impuesta como
condición de felicidad prometida para incluirse
en el mundo útil, mientras se lo despoja de
vida. La presencia del otro, como materialidad
que contradice y desafía, tiene que provocar
nuevos modos de enseñar, modos que renuncien
a la lógica de “dar” y “medir”, y asuman
que esos otros diferentes son iguales frente a
lo que se enseña pero distintos frente a lo que
se aprende. El cuidado del otro no puede ser
entendido como una fabricación que lo anula
simbólica y materialmente, que lo aliena y lo
incapacita para participar en una conversación
genuina que augure el encuentro con los otros.
Las etiquetas y descripciones técnicas que confunden
alteridad con relaciones de alteridad, propician la configuración de identidades rígidas
en espacios de hostilidad.
Investida de negatividad, la alteridad invoca
al diálogo, espacio de palabra bajo la condición
de quien convoca. El diálogo, como
camino transitado y por ello conocido, deviene
en contrario del conversar como aventura
esperanzada en generar un encuentro en la
mismidad del andar. “La educación se resuelve
en todo aquello que hemos llamado los gestos
mínimos… contacto entre los cuerpos, la cotidianeidad
de los encuentros, conversación,
pausa, desacuerdo, escucha… dar paso a las
voces que habitan lo escolar…”. (p178).
Frente a la aseveración indubitada “… no
estamos preparados para la diversidad” que
suena y resuena en las instituciones educativas,
Skliar sostiene que nuca vamos a estar preparados
para lo que está por- venir, pero si debemos“estar disponibles”, lo que implica una
posición ética que tensiona la idea de alumno
normal, porque solo el “estar disponibles” puede
habilitar esa conversación con los otros en
un espacio de hospitalidad. La obra incluye un
Final, que bajo el título de Percibir, pensar y
sentir las pedagogías de las diferencias, ilustra
lo dicho compartiendo con el lector un intercambio
epistolar entre el autor y Fernando
Bárcena. Ilustra el acto conversacional, acto de
palabra viva, de pensamientos que asumen su
incertidumbre, sin por ello renunciar a pensar
palabras nuevas que posibiliten la reconciliación
de lo humano.
El libro Pedagogías de las diferencias cumple
con su propósito de renunciar a la construcción
de un modelo a seguir, a instituir una
forma, un camino con dirección preestablecida.
Abunda por el contrario en cuestionamientos
que nos cuestionan, que invocan el
pensamiento para provocar el inicio de una
conversación fundante, hospitalaria, en el
marco de la irrenunciable lucha por instaurar
vida y posibilidad donde los enunciados del
poder pretenden fijar destino. Cada capítulo
de la obra de Carlos Skliar es como un cristal
de color vivo en el interior de un caleidoscopio
donde las ideas se articulan en un espacio que
nunca deja de sorprender por la belleza de la
multiplicidad inagotable de formas posibles.
Cristina Nosei
Profesora en Historia. Magíster en Evaluación.
UNLPam.
Especialista en Análisis
Institucional y Animación Socio Cultural
de
la Universidad Nacional de Salta.
Profesora
Adjunta de las Cátedras de Didáctica y
Práctica Educativa,
Facultad de Ciencias
Humanas, UNLPam.
cnosei@cpenet.com.ar
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