http://dx.doi.org/10.19137/perspectivas-2021-v11n1a08
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ARTÍCULOS
El rol de los modelos de capital intelectual en la contribución de las universidades al desarrollo Un estudio empírico en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNRC
The role of intellectual capital models in the analysis of the contribution of universities to development: an empirical study at the UNRC Faculty of Economic Sciences
O papel dos modelos de capital intelectual na análise da contribuição das universidades para o desenvolvimento: um estudo empírico na Faculdade de Ciências Econômicas do UNRC
Paola Belén Bersía
Universidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto, Argentina
pbersia@eco.unrc.edu.ar
Cecilia Rita Ficco
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina
cficco@fce.unrc.edu.ar
Resumen: El presente trabajo tiene como objetivo mostrar la importancia de los modelos de capital intelectual (CI) en el análisis de la contribución de las universidades al desarrollo y, en ese marco, presentar los principales resultados de la aplicación de un modelo de CI, diseñado por un grupo de investigadores pertenecientes a universidades públicas latinoamericanas, en el ámbito de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Para dar cumplimiento al objetivo planteado se realiza un estudio de tipo descriptivo, que combina el análisis documental con la aplicación de un diseño no experimental para la realización del estudio empírico propuesto. Los resultados revelan ineficiencias en la gestión del CI de esta unidad académica que alertan sobre la existencia de una parte importante de sus componentes que pueden ser potenciados para desarrollar ventajas competitivas que generen beneficios futuros para la institución y para el ámbito territorial en que se inserta, siendo esta información un importante insumo para el diseño de políticas institucionales.
Palabras clave: Universidades; Desarrollo territorial; Modelos de capital intelectual.
Abstract: The present work aims to show the importance of intellectual capital (IC) models in the analysis of the contribution of universities to development and to present the main results of the application of an IC model, designed by a group of researchers belonging to Latin American public universities, in the Faculty of Economic Sciences of the National University of Río Cuarto. To fulfill the stated objective, a descriptive study is carried out, combining documentary analysis with the application of a non-experimental design to carry out the proposed empirical study. The results reveal inefficiencies in the management of the IC of this academic unit, which warn about the existence of an important part of its components that can be enhanced to develop competitive advantages that generate future benefits for the institution and for the territory in which it is inserted. This information is an important input for the design of institutional policies.
Key words: Universities; Territorial development; Intellectual capital models.
Resumo: O presente trabalho pretende mostrar a importância dos modelos de capital intelectual (CI) na análise da contribuição das universidades para o desenvolvimento e, neste quadro, apresentar os principais resultados da aplicação de um modelo de CI, desenhado por um grupo de pesquisadores pertencentes a universidades públicas latino-americanas, no âmbito da Faculdade de Ciências Econômicas da Universidade Nacional de Río Cuarto. Para cumprir o objetivo proposto, é realizado um estudo descritivo, que combina a análise documental com a aplicação de um desenho não experimental para a realização do estudo empírico proposto. Os resultados revelam ineficiências na gestão do CI desta unidade acadêmica, que alertam para a existência de uma parte importante de seus componentes que podem ser fortalecidos para desenvolver vantagens competitivas que gerem benefícios futuros para a instituição e para o território em que está inserida Essas informações são um importante insumo para o desenho de políticas institucionais.
Palavras chave: Universidades; Desenvolvimento territorial; Modelos de capital intelectual.
En la sociedad actual, los activos del conocimiento representan la fuente de las
competencias y capacidades de una nación que se consideran esenciales para el crecimiento económico, la ventaja competitiva, el desarrollo humano y la calidad
de vida (Malhotra, 2003).
El uso, cada vez más frecuente, de términos como “capital intelectual”, “capital
del conocimiento”, “organizaciones de aprendizaje”, “era de la información”, “activos intangibles”, “gestión intangible”, “capital humano”, entre otros, sugiere –como lo establece Bontis (2002) la importancia creciente del conocimiento
en la economía global.
El capital intelectual (CI), entendido como el conjunto de inversiones en conocimiento
y en actividades que contribuyen a la creación de valor, se ha convertido
en el recurso estratégico más importan–te, no solo para las empresas y otro
tipo de organizaciones públicas y privadas, sino también para la productividad
y competitividad a nivel de los países y otros ámbitos territoriales (Edvinsson,
2002; Zambon, 2017; Azofra et al., 2017).
Así, siendo las universidades productoras de conocimiento como principal derivado
de sus funciones esenciales, sea a través de la gestión de ese conocimiento
o bien a través de la docencia y las relaciones productivas con sus grupos de
interés (Ramírez y Santos, 2013), las mismas tienen un rol muy importante en el
desarrollo de las regiones donde se ubican.
En este sentido, y para que el conocimiento que las universidades generan
trascienda a la sociedad, enriqueciendo el tejido económico y social del entorno,
resulta imprescindible que en el diseño organizativo de los sistemas
de información universitarios se facilite el seguimiento de la adquisición, producción
y transmisión del conocimiento que permita alcanzar su utilización
eficiente (Borrás y Prieto Moreno, 2019). Esto implica poner el acento, dentro
del ámbito universitario, en la gestión del conocimiento, lo que involucra –tal
y como señalan Marr et al. (2003)– un conjunto de procesos y prácticas que
tendrían como finalidad mejorar la eficiencia en la generación, crecimiento
y sostenimiento del CI dentro de las organizaciones. Así, de acuerdo a
esta perspectiva, para apoyar la gestión del conocimiento los sistemas de
información universitarios podrían diseñarse bajo la forma de modelos de CI
que permitan la identificación y medición de los diferentes elementos que lo
componen.
En lo que respecta específicamente al diseño de estos modelos, se han
desarrollado diferentes iniciativas –principalmente en Europa– tendientes
a producir información sobre los distintos elementos que contribuyen al CI
de las instituciones universitarias (Bueno et al., 2002; Leitner, 2004; Fazlagic,
2005; Sánchez y Elena, 2006; Ramírez et al., 2007; Ramírez y Santos,
2013, entre otras). Sin embargo, estos modelos no tienen una aplicación
generalizada y tampoco existe consenso acerca de las características qu
deberían tener.
En el caso particular de Latinoamérica, el CI creado por las universidades públicas,
en general, no se identifica, no se mide, ni tampoco se informa de manera
sistémica. Sin embargo, en los últimos años, y en el marco de un proyecto
colaborativo llevado a cabo por investigadores de nueve universidades, localizadas
en Argentina, Bolivia, Cuba y México,(1) se viene trabajando en el diseño
y aplicación de un modelo de CI para el ámbito universitario (MCIU), el cual
permite no solo el análisis del CI de cada institución participante, sino también
la comparación entre las mismas y la generación de propuestas para mejorar
su gestión.
Este es, precisamente, el marco problemático en el que se inserta esta investigación,
la cual tiene como objetivo mostrar la importancia de los modelos de
CI en el análisis de la contribución de las universidades al desarrollo y, en ese
marco, presentar los principales resultados de la aplicación del modelo de CI
antes referido en el ámbito de la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la
Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC).
Para dar cumplimiento al objetivo planteado se realiza un estudio de tipo
descriptivo que combina el análisis documental, concretado a través de la
revisión de la literatura más relevante en el tema que nos ocupa, con la aplicación
de un diseño no experimental para la realización del estudio empírico
propuesto. En esta línea, la investigación se propone especificar propiedades
relevantes del fenómeno sometido a análisis (Hernández, Fernández y Baptista,
2010): el CI creado por la FCE de la UNRC y la eficiencia en su gestión,
para lo cual se evalúan distintos aspectos del mismo, empleando una serie de
variables e indicadores referidos a sus distintas dimensiones o componentes
y unos criterios de medidas vinculados a medias sectoriales que surgen del
MCIU aplicado.
En este marco, tras esta introducción, el desarrollo del artículo se presenta dividido
en cuatro partes. En la primera se aborda el concepto de desarrollo y
las diferentes teorías que lo explican. En la segunda se analiza el vínculo entre
universidad, desarrollo y CI. La tercera parte expone las principales características
del MCIU aplicado. Y la cuarta sección refleja los principales resultados
obtenidos en su aplicación a la FCE de la UNRC. Finalmente, se exponen las
principales conclusiones y algunas reflexiones en relación con la importancia
de la gestión del CI en el análisis de la potencialidad de las universidades para
contribuir al desarrollo de su territorio.
El abordaje de la definición de “desarrollo” es una tarea compleja, ya que no
existe una única conceptualización del mismo de aceptación generalizada. Sí es posible advertir que el concepto de desarrollo ha ido evolucionando junto
a la sociedad, desde sus orígenes, luego de la Segunda Guerra Mundial, hasta
nuestros días.
En los primeros años, durante la década de los 50 y 60 del siglo pasado, el
concepto de “desarrollo económico” fue vinculado al de “crecimiento”, utilizándose
generalmente ambos como sinónimos, lo que implicó, además, el uso de
indicadores cuantitativos para realizar su medición (Producto Interno Bruto o
Producto Interno Bruto per cápita). Esto dio lugar a que los economistas tuvieran
un dominio profesional sobre los temas atinentes al desarrollo, siendo ese
reduccionismo económico el que ha impedido entender la verdadera complejidad
del mismo.
Con el transcurso del tiempo, el concepto de “desarrollo” se enriqueció con aportes
que han modificado su contenido, las teorías que lo explican y las estrategias
para promoverlo (Iturralde, 2019; Méndez, 2002), surgiendo, a partir de la década
del 80 del siglo pasado, nuevas maneras de entenderlo. Estos nuevos abordajes
destacan sus componentes sociales (bienestar), ambientales (sostenibilidad),
políticos (gobernabilidad y participación local), culturales (defensa de la identidad
y el patrimonio) y geográficos (ordenación del territorio), con el objetivo
de lograr mejoras en los niveles de calidad de vida que disfrutan las sociedades.
La génesis de este cambio puede encontrarse en la década de los 70 del siglo
pasado, cuando se produce uno de los cambios más importantes en el concepto
de “desarrollo”, por cuanto deja de tener como objetivo la acumulación de riqueza
para enfocarse en la satisfacción de las necesidades básicas del hombre.
Este cambio dio inicio al nacimiento de un enfoque distinto sobre el desarrollo
e implicó el surgimiento de un pensamiento alternativo. Este enfoque alternativo,
tal y como lo indica Hidalgo (1998), tiene su antecedente en el llamado“relatorio de Uppsala” (publicado en 1997), siendo los elementos definitorios
del desarrollo alternativo los siguientes: el desarrollo igualitario (satisfacción
de las necesidades humanas básicas); el desarrollo endógeno (que surge de
cada sociedad, siendo esta la que define sus valores y visión de futuro); el desarrollo
autónomo (confianza de cada sociedad en sus recursos y fortalezas);
el desarrollo ecológico (utilización racional de los recursos) y el desarrollo con
transformación estructural (creación de condiciones para la autogestión y participación
en las decisiones).
En este marco, resulta importante remarcar la noción de “endodesarrollo”, la cual
se vincula a aquella dimensión del desarrollo que resalta el rol que en dicho proceso
cumple la comunidad involucrada, así como la idea de que el desarrollo
depende de los recursos materiales y humanos de esa comunidad y, así también,
de su cultura. En este sentido, pueden distinguirse dos aportes significativos de la teoría alternativa del desarrollo. Por un lado, la consideración del territorio como
un elemento fundamental de cualquier política o estrategia de desarrollo, lo que
se vincula a la idea del desarrollo endógeno o local. Por otro lado, el énfasis en
los valores culturales y étnicos de la comunidad en cuestión, lo que se asocia al
concepto de “etnodesarrollo”.
Puede observarse, de este modo, que existe una verdadera polisemia en torno
al desarrollo, que le otorga al concepto una multiplicidad de significados, los
que derivan de la variada gama de adjetivos que se han usado para acompañar
a este sustantivo (Boisier, 2001). En lo que respecta, particularmente, a las
denominaciones que han proliferado en el marco de las teorías alternativas del
desarrollo, se destacan las siguientes: desarrollo territorial, desarrollo regional,
desarrollo local y desarrollo endógeno. Si bien se trata de conceptos estrechamente
vinculados, consideramos necesario clarificarlos, en tanto todas estas
acepciones aportan a la caracterización del desarrollo. Para ello hemos elaborado el Cuadro 1 que desarrollamos a continuación.
Cuadro 1. Conceptos de desarrollo
Fuente: Boisier (2001); Rodríguez (2002); Alburquerque y Pérez (2013); Alburquerque (2015).
Las ideas presentadas en el Cuadro 1 permiten advertir que, más allá de las diferentes conceptualizaciones existentes en torno al desarrollo, hay una serie de elementos comunes que permiten caracterizar a la variedad de conceptos que se enmarcan dentro de las teorías alternativas, a saber:
• el enfoque territorial, donde el territorio refiere tanto a un espacio geográfico, entendido como un recorte de la superficie terrestre, como al conjunto de actores y agentes que lo habitan, con su organización social y política, su cultura e instituciones;
• la idea de desarrollo como cambio estructural asociado a un proceso permanente de progreso en el nivel de vida, tanto de la comunidad habitante del territorio como de cada uno de los integrantes de la misma;
• la visión sistémica, que implica considerar las distintas dimensiones posibles para el desarrollo: la social y humana; la institucional, política y cultural; la económica, tecnológica y financiera y la ambiental;
• la endogeneidad, que implica concebir al desarrollo como un proceso de innovación producido desde el propio territorio, aprovechando sus propios recursos y ventajas competitivas para generar estrategias propias, que son las que tienen incidencia en la dinámica de ese ámbito territorial específico y las que favorecen su desarrollo;
• el énfasis puesto en los recursos humanos y, en especial, en los valores culturales y étnicos de la comunidad que habita el territorio en cuestión, lo que se vincula al etnodesarrollo;
• la concepción del desarrollo como proceso de participación colectiva, en el que se dan los acuerdos de colaboración entre los principales actores públicos y privados del territorio que posibilitan el diseño y la puesta en marcha de las estrategias propias de desarrollo común.
El estrecho vínculo entre las universidades y el desarrollo ha sido reconocido
por numerosos autores. Algunos de ellos incluyen a las universidades dentro
de lo que se considera agentes de desarrollo, asumiendo un importante papel
junto a otros agentes, como son las administraciones públicas territoriales, las
agencias de desarrollo local, las empresas locales, las organizaciones no gubernamentales,
entre otros (Alburquerque, 2019; Rivera Bajaña y Alfaro Sifontes,
2019). De este modo, la universidad, como institución del territorio, puede desempeñar
un rol clave en la formación y generación de capacidades endógenas.
Boisier (2005) también considera fundamental el papel de las universidades
para apoyar el desarrollo de su entorno territorial, destacando que las mismas
pueden contribuir a dicho desarrollo de muchas maneras:
• en formación de recursos, mejorando el capital humano y la inserción laboral de egresados;
• en investigación y desarrollo, reforzando la investigación y la conexión entre la innovación y las empresas;
• con relación al cambio estructural de la economía, apoyando la creación de empresas y el mejoramiento tecnológico de las existentes;
• con relación al desarrollo regional, contribuyendo a las estrategias de desarrollo locales y regionales.
En el mismo sentido, Biceglia (2014) ha destacado el importante papel que
pueden asumir las universidades en el desarrollo social y económico de sus regiones,
no solo como instituciones de anclaje en las economías locales, al actuar
como principales empleadores de diversas ocupaciones y como compradores
de bienes y servicios locales, sino también por su participación en la vida cultural
y en el entorno construido de las ciudades. Así, la universidad trasciende los
límites físicos de los recintos académicos, contribuyendo al progreso y al avance
de su territorio de referencia (Vázquez, 2010) y puede considerarse un factor
potenciador del desarrollo al aportar espacios, recursos y personas necesarios
para los procesos de construcción de conocimientos, como así también para los
de cambio (Costamagna y Menardi, 2019).
Las universidades se deberían concebir como entidades no solo comprometidas
con las tareas de formación y educación, sino como un «activo» crítico de
las regiones (Biceglia, 2014), principalmente por su potencialidad para fortalecer
la formación de los recursos humanos y favorecer la innovación y el desarrollo
tecnológico. Estas ideas se apoyan en la teoría del desarrollo endógeno, en
cuyo marco se interpreta que es precisamente esa potencialidad lo que facilita
el crecimiento sostenido de la productividad y el progreso económico y social.
Según Vázquez (2007), el desarrollo de cualquier espacio territorial (localidad,
región o país) es un proceso de transformaciones y cambios endógenos, impulsados por la creatividad y capacidad emprendedora que posee un territorio.
Afirma el autor que las teorías del desarrollo endógeno consideran al
territorio como un agente que puede incidir en la dinámica económica local,
que la competitividad territorial depende de la capacidad de integrar de manera
flexible los recursos empresariales y del territorio; y que en este proceso
de desarrollo es relevante identificar los mecanismos y factores que favorecen
el crecimiento y cambio estructural.
Dentro de los diferentes enfoques sobre el desarrollo endógeno, es la visión
evolutiva del mismo la que analiza la transformación de los territorios y su progreso
económico en función de los procesos de acumulación de capital y de la
competitividad de las localidades o regiones, considerando que los mecanismos
o fuerzas endógenas al propio funcionamiento del proceso de acumulación
son, entre otras, la organización de los sistemas productivos, la difusión de
las innovaciones, la dinámica territorial y el desarrollo de las instituciones. Este
enfoque considera al conocimiento como un recurso estratégico que, junto al
cambio tecnológico y la incorporación de innovaciones, constituye un mecanismo
esencial para estimular el crecimiento en la productividad, ya que promueve
la evolución de nuevas maneras de organización de los sistemas de producción.
Así también, y tal como postula Vázquez (2007), la visión del desarrollo humano
coloca al hombre en el centro del desarrollo, debido a que a través de sus
capacidades, en especial su capacidad creadora, produce las transformaciones
y los cambios en la economía y la sociedad. El considerar a las capacidades de
la población de un territorio como un factor crítico en los procesos de desarrollo
es considerar que la formación de la población, la calidad de la misma y su
fortalecimiento son indispensables para lograr el progreso de las sociedades y
los territorios.
De este modo, si se tiene en cuenta que las universidades son esencialmente
productoras de conocimiento, como resultado del cumplimiento de sus funciones
sustantivas, a través de la docencia, la investigación y el desenvolvimiento
de relaciones productivas con diferentes grupos de interés del entorno en el
que se insertan, y que es precisamente el conocimiento, en sus distintas formas,
lo que le otorga a las universidades un rol clave en el desarrollo, el concepto de
CI adquiere especial relevancia en el análisis de la relación entre universidad y
desarrollo (Figura 1).
En efecto, conocimiento y CI son conceptos estrechamente vinculados. En
este sentido, la literatura aporta diferentes definiciones de CI asociándolo al
concepto de “conocimiento”. Nahapiet y Ghoshal (1998) lo han definido como
conocimiento y capacidad de comprensión de una colectividad social, tal
como una organización, comunidad intelectual o práctica profesional. Ross G.,
Roos J., Dragonetti y Edvinsson (2001) consideran que es la suma del conocimiento
de los miembros de la organización y de la interpretación práctica de
este conocimiento, es decir, de sus patentes, procesos, rutinas. Viedma (2007) define al CI como el conocimiento y otros intangibles que crean o producen
valor en el presente, y aquellos conocimientos y otros intangibles que pueden
crearlo o producirlo en el futuro. Carlucci y Schiuma (2007) lo consideran
como un concepto holístico que involucra las diferentes categorías de activos
de conocimiento organizacionales. Bueno, Salmador y Merino (2008) definen
al CI como acumulación de conocimiento que crea valor o riqueza cognitiva
poseída por una organización, mientras que Sardo y Serrasqueiro (2018) indican
que representa las actividades y procesos basados en el conocimiento
que contribuyen a la innovación, a la creación de valor y al logro de ventajas
competitivas y beneficios futuros para las organizaciones, al agregar valor
para todos sus stakeholders. Por su parte, Martín, Navas, López y Delgado
(2010) lo definen como el “conjunto de recursos intangibles y capacidades,
basados en información y conocimiento, de carácter tanto individual, como
colectivo/social, que la organización posee o controla en un determinado momento
del tiempo, y que puede ser fuente del logro y sostenimiento de la
ventaja competitiva” (p. 378).
Figura 1. Relación entre universidad, desarrollo y capital intelectual
Fuente: Elaboración propia.
De este modo, en las definiciones antes recogidas aparecen elementos comunes
que evidencian que el CI está integrado por un conjunto de elementos intangibles,
entre los que destacan distintas formas de conocimiento disponible
en la organización, que son fuente de creación de valor o riqueza y del logro
de ventajas competitivas sostenibles. Y es en este rasgo común, que asocia al
CI con distintas formas de conocimiento, donde descansa su contribución a la
construcción de una posición competitiva ventajosa (Ochoa et al., 2010). Su
intensidad en conocimiento le otorga a los elementos que componen al CI una
serie de condiciones idóneas para convertirlos en recursos escasos, valiosos y difícilmente imitables por terceros, lo que facilita la generación de rentas de
diferenciación (Barney, 1991; Grant, 1991).
En este marco, se puede apreciar que el concepto de CI adquiere especial relevancia
dentro de las universidades por ser el conocimiento el principal resultado
e insumo en estas instituciones (Cañibano y Sánchez, 2008), siendo habitualmente
usado para designar al conjunto de recursos no tangibles o no físicos
de la institución, lo que incluye, tal y como lo indican Ramírez y Santos (2013),
sus procesos, su capacidad de innovación, sus patentes, el conocimiento tácito
de sus miembros, sus capacidades, talentos y destrezas, el reconocimiento de
la sociedad, su red de colaboradores y contactos, entre otros.
Bueno et al. (2002) realiza una conceptualización de los tres componentes o dimensiones
del CI en las universidades, a saber: capital humano, capital estructural
y capital relacional (Figura 2). De acuerdo a ella, el primer componente recoge
los conocimientos y capacidades de los miembros de las universidades (es decir,
profesores, investigadores y resto del personal), que son adquiridos mediante
los procesos de educación formal e informal, la socialización y la actualización
propios de su actividad. El capital estructural, en cambio, está conformado por el
conocimiento que la institución universitaria ha logrado incorporar, internalizar,
sistematizar y procesar a través de sus actividades, comprendiendo los sistemas
y procesos de la estructura organizativa. Por último, el capital relacional se encuentra
vinculado a la capacidad que posee la universidad para integrarse a su
entorno e incluye el conjunto de relaciones económicas, políticas e institucionales
que mantiene con diferentes agentes que configuran su ámbito de actuación.
Figura 2. Componentes del capital intelectual de las universidades
Fuente: Elaboración propia.
Es importante mencionar que algunos autores (Bueno et al., 2008; Nahapiet
y Ghoshal, 1998; Ruso, 2014), al abordar la temática de las relaciones de la organización,
han destacado la relevancia del capital social, considerándolo –en
algunos casos– como un componente autónomo del CI. En particular, refiere a
la red de relaciones entre los miembros de la organización, o las que esta posee como unidad social, incluyendo también los recursos que se originan en esas
relaciones (Nahapiet y Ghoshal, 1998), siendo un componente que muestra la
vinculación de la organización con el desarrollo social (Ruso, 2014).
En este marco de ideas, y teniendo en cuenta lo antes expresado respecto de
las diversas maneras en las que las universidades pueden contribuir al desarrollo
del territorio a través del cumplimiento de sus funciones centrales –docencia,
investigación y extensión–, resulta imprescindible que en el diseño organizativo
de los sistemas de información universitarios se facilite la adquisición
y transmisión constante del conocimiento que permita alcanzar su utilización
eficiente, favoreciendo la llegada del mismo a quienes tienen poder de decisión,
como así también el control de la decisión y la vinculación a sistemas
de incentivos (Azofra y Prieto, 1996). En este sentido, los sistemas de información
universitarios podrían diseñarse bajo la forma de modelos de CI, “los
cuales están diseñados para mejorar la eficiencia a través del incremento del
conocimiento, principal fuente de creación de valor y riqueza social” (Borrás y
Prieto Moreno, 2019, p. 13).
Los modelos de CI, en el ámbito universitario, permiten la identificación y medición
de los diferentes componentes del CI y, de esta forma, aportan información
relevante para conocer la potencialidad de su contribución al desarrollo territorial.
Específicamente, constituyen una herramienta fundamental para la gestión
eficiente de los componentes humano, estructural y relacional del CI, lo que
posibilita la asignación de recursos, el establecimiento de estrategias y prioridades
de actuación y la facilitación en la toma de decisiones con el objetivo de
mejorar la contribución de la universidad al desarrollo de su entorno, a través
de sus funciones esenciales.
En concreto, la identificación y medición del componente humano del CI permitirá,
a través de su gestión, mejorar la potencialidad que tienen las universidades
para contribuir al desarrollo mediante las actividades de docencia e investigación
(formación de recursos, mejoramiento del capital humano, innovaciones,
entre otras). Mientras que saber con qué capital relacional se cuenta permitirá mejorar esa potencialidad a través de la función de extensión (vinculación con
los diferentes actores territoriales: empresas, gobernantes, organizaciones y comunidad
en general). Y, por último, la identificación, medición y gestión del capital
estructural resultan también esenciales en tanto esta dimensión constituye
un soporte potenciador de las otras dos dimensiones, especialmente del componente
humano (Bontis, 1998; Edvinsson y Malone, 1997; Molodchik et al., 2014).
Los modelos de CI constituyen, de este modo, la alternativa estratégica para
mejorar el desenvolvimiento de las funciones sustantivas de la universidad y
poder orientar sus actividades para lograr mejorar y maximizar su aporte a la
sociedad.
En lo que respecta específicamente al diseño de estos modelos, tal como señalábamos
en la introducción, las diferentes iniciativas desarrolladas (Bueno
et al., 2002; Leitner, 2004; Fazlagic, 2005; Sánchez y Elena, 2006; Ramírez
et al., 2007; Ramírez y Santos, 2013, entre otras), aunque ponen de manifiesto
la importancia del CI para las universidades y la necesidad de contar
con instrumentos para medirlo, no permitan visualizar un consenso general
respecto de ellos (Gómez y Moreno, 2018). Y, en el caso particular del contexto
latinoamericano, no se ha constatado la utilización de modelos de CI en
el ámbito universitario, aunque, en los últimos años, emerge una propuesta
desarrollada a partir de la ejecución de un proyecto colaborativo llevado a
cabo por investigadores de nueve universidades de Argentina, Bolivia, Cuba
y México, que vienen trabajando en el diseño y aplicación de un modelo de
esta naturaleza.
Este modelo de CI universitario, en adelante MCIU, fue desarrollado a partir de
un modelo previo de Borrás y Ruso (2015) y se estructura en torno a cuatro dimensiones
del CI: capital humano, capital estructural, capital relacional y capital
social, siendo 15 las variables consideradas como inductores de valor para esas
dimensiones y 43 los indicadores correspondientes a esas variables.
La medición de los indicadores se realiza sobre la base de datos obtenidos a
partir de la realización de análisis documental y/o de la aplicación de cuestionarios
a docentes, estudiantes, autoridades, directores de proyectos y programas
institucionales y actores económicos y sociales del entorno; mientras que los
criterios de medida surgen de la aplicación de la escala de Likert y de valores
estadísticos.
El MCIU permite no solo la identificación y medición de los distintos elementos
intangibles que conforman el CI de las universidades, sino también la valoración
de la eficiencia en su gestión. Por ello, el modelo permite obtener dos
tipos de medidas para cada indicador, sobre cuya base se determinan las medidas
para cada variable y para cada dimensión. Así, por un lado, el modelo
aporta una medida que refleja el comportamiento del indicador en la organización
estudiada y, además, brinda otra medida que surge de la comparación de
la anterior con la media sectorial, la cual representa un coeficiente que permite
valorar la eficiencia en la utilización de los intangibles que conforman el CI de
cada institución.
La presentación completa de las variables, indicadores y técnicas de medición
que configuran este modelo puede encontrarse en Borrás y Prieto Moreno
(2019). En el Cuadro 2 se muestran, a modo de ejemplo ilustrativo, los
instrumentos/técnicas para la recolección de datos y la unidad de medida
definidos para la medición del comportamiento de los dos indicadores que
tributan a una de las seis variables que permiten evaluar la dimensión humana
del CI, particularmente, la variable “sentido de pertenencia y compromiso de
docentes”.
Cuadro 2. Concepto, indicadores y técnicas de medición de la variable “Sentido de pertenencia y compromiso de docentes” en el MCIU
Fuente: Borrás y Prieto Moreno (2019), Ficco y Bersía (2019) y elaboración propia
Es importante destacar que el nivel de importancia de los indicadores, variables y dimensiones dentro del MCIU puede ser diferente. Por ello, la relevancia asignada a cada uno de esos elementos se refleja mediante una ponderación de los indicadores en cada variable, de cada variable en la dimensión y, por último, de cada dimensión dentro del modelo.
El MCIU antes descrito se aplicó, durante el año 2018, en las facultades de Ciencias
Económicas de las nueve universidades latinoamericanas participantes del
proyecto, utilizando las fuentes de datos referidas anteriormente e idénticos
instrumentos de recolección en cada institución.
En este apartado se presentan los principales resultados obtenidos a partir de
la aplicación del MCIU en la FCE de la UNRC, los que se exponen en las Tablas 1,
2 y 3. Específicamente, la Tabla 1 presenta resultados para la dimensión humana
del CI, la Tabla 2 para la estructural y la Tabla 3 para la relacional y la social.
Estos resultados muestran los coeficientes de eficiencia obtenidos para las
15 variables y las 4 dimensiones que configuran el MCIU aplicado. Los coeficientes
de eficiencia para las variables se obtienen a partir de la suma de los
coeficientes de eficiencia de los indicadores de cada variable,(2) ponderados
en función de la importancia que se asigna, en el marco del MCIU, a cada uno de ellos dentro de la variable que permiten medir (estos valores se exponen en
la cuarta columna de cada una de las tablas). Los coeficientes de eficiencia de
cada variable se multiplican por el nivel de importancia que tienen dentro de la
dimensión y se obtienen los coeficientes de eficiencia de cada dimensión del CI,
los que se presentan en la segunda columna de las tablas 1, 2 y 3.
Estos coeficientes de eficiencia, que muestran resultados comparados con las
medias del sector, están medidos en base a 1 y, de este modo, permiten determinar
si la FCE de la UNRC posee o no ventajas competitivas en relación con
las demás instituciones estudiadas. Así, los coeficientes de eficiencia superiores
a 1 reflejan valores superiores a la media, denotando posibles ventajas competitivas
para la FCE de la UNRC, mientras que los valores iguales o menores a la
media indican que la organización no se encuentra frente a un elemento distintivo
que podría generar futuros beneficios para la misma.
Tabla 1. Coeficientes de eficiencia del capital humano de la FCE de la UNRC
Fuente: elaboración propia.
En lo que respecta al capital humano (Tabla 1), en la FCE de la UNRC, las variables “sentido de pertenencia y compromiso de docentes” y “trabajo en equipo” evidencian aspectos distintivos de la institución, que suponen ventajas competitivas en relación con las demás facultades de Ciencias Económicas que conforman el sector de referencia de esta investigación. Las restantes cuatro variables relativas al capital humano exhiben, en cambio, coeficientes de eficiencia menores a 1. En particular, destaca la variable “formación y experiencia profesional y científica especializada¨ por ser la que posee el nivel de eficiencia más bajo, siendo este un aspecto que la institución debería considerar especialmente en el diseño de sus políticas, para fomentar los estudios de posgrado del plantel docente, especialmente de doctorados. Esto último podría impactar significativamente en la calidad de conocimientos y habilidades profesionales y científicas de los docentes en el área en que desarrollan la actividad académica e investigativa.
Tabla 2. Coeficientes de eficiencia del capital estructural de la FCE de la UNRC
Fuente: elaboración propia.
La Tabla 2, que recoge información relativa al capital estructural, muestra un coeficiente de eficiencia superior a 1 para la variable “tecnologías de la información y comunicación”, lo que representa una ventaja competitiva para la FCE en cuanto a la efectividad en la utilización de las TIC en los procesos docentes y científicos y en los procesos de formación académica de los estudiantes. La variable con menor eficiencia es “pertinencia y relevancia de los resultados de la investigación científica del claustro”, lo que se atribuye al menor impacto de los resultados de las investigaciones científicas de los docentes de la FCE de la en función del número de premios obtenidos por docentes y estudiantes por sus resultados científicos y de innovación, y del de patentes u otro tipo de registros de propiedad intelectual.
Tabla 3. Coeficientes de eficiencia del capital relacional y social de la FCE de la UNRC
Fuente: elaboración propia.
En lo que respecta al capital relacional (Tabla 3), las dos variables de esta dimensión
poseen coeficientes de eficiencia menores a la media sectorial. Esto revela
un bajo grado de colaboración de la FCE de la UNRC con instituciones académicas
internacionales, instituciones científicas y profesionales, instituciones gubernamentales,
empresariales, como así también con las instituciones empleadoras
de los egresados. Del mismo modo se comportan las variables que permiten medir
el capital social, siendo los valores levemente inferiores a la unidad en dos de
ellas: “transferencia de conocimientos científico técnicos” y “extensión universitaria”,
lo que exhibe un aceptable grado de contribución de la institución a la
solución de problemas científicos y profesionales de su entorno y de efectividad e impacto social de los proyectos de extensión universitaria vinculados a actividades
educativas, culturales y sociales.
Ambas dimensiones, la relacional y la social, presentan un importante desafío
para la FCE de la UNRC, ya que mediante futuras líneas de acción a nivel institucional
se podrían mejorar los indicadores de cada variable, para así incidir
positivamente en la eficiencia de las mismas y acercarse a los valores de la
media sectorial.
Finalmente, cabe mencionar que, aunque la FCE de la UNRC tiene fortalezas
en algunos aspectos de su capital humano y estructural cuando se la compara
con los criterios medios del sector, la mayor parte de las variables de esas dimensiones
y todas las correspondientes a su capital relacional y social exhiben
coeficientes de eficiencia menores a 1. Esto se ve reflejado en los coeficientes
de eficiencia de las distintas dimensiones de su CI, ya que todos ellos son, también,
menores a la unidad. Así, el coeficiente de eficiencia del capital humano es
0,89, el del capital estructural es 0,75, el del relacional 0,72 y el del capital social
es 0,85, siendo estos valores los que reflejan los niveles de utilización de cada
componente. Estos niveles de utilización evidencian que la FCE de la UNRC
está destruyendo valor al no estar utilizando eficientemente la totalidad de sus
recursos intangibles relacionados con su CI.
Las universidades ocupan un lugar central en el desarrollo de sus regiones, en
tanto, como instituciones del territorio, pueden desempeñar un rol clave en la
formación y generación de capacidades endógenas, principalmente por su potencialidad
para fortalecer la formación de los recursos humanos y favorecer la
innovación y el desarrollo tecnológico.
Este rol clave deriva, fundamentalmente, del hecho de que las universidades
son esencialmente productoras de conocimiento, en sus distintas formas, como
resultado del cumplimiento de sus funciones sustantivas, a través de la docencia,
la investigación y el desarrollo de relaciones productivas con diferentes grupos
de interés de su entorno.
Esta posición central que adquiere el conocimiento, no solo como insumo sino
también como el principal resultado que deriva de las actividades de estas instituciones,
ubica al CI de las mismas como un elemento central en el análisis de la
potencialidad que tienen para contribuir al desarrollo, lo que deriva del estrecho
vínculo entre conocimiento y CI.
En efecto, el CI refiere a las distintas formas de conocimiento disponibles en la
organización, que son fuente de creación de valor o riqueza y del logro de ventaja
competitiva sostenible, involucrando: el conocimiento tácito de sus miembros;
sus capacidades y destrezas; sus rutinas organizativas, procesos y sistemas;
su capacidad de innovación; sus patentes; el reconocimiento social; su red
de colaboradores y contactos, entre otros elementos intangibles.
En este marco, la implantación de modelos de CI en el contexto universitario,
que permitan la identificación y medición de la variada gama de elementos que
lo componen, resulta clave para la gestión del conocimiento en ese ámbito,
comprendiendo el conjunto de procesos y prácticas que tendrían como finalidad
mejorar la eficiencia en la generación, crecimiento y sostenimiento del CI
dentro de estas organizaciones.
En esta línea, la producción de información sobre los distintos elementos que
contribuyen al CI de las instituciones universitarias resulta imprescindible para
valorar la eficiencia de los procesos de gestión del conocimiento, lo que permite
identificar cuáles son los elementos intangibles que representan factores generadores
de valor y cuáles se pueden potenciar, a través de su gestión, para el
desarrollo de ventajas competitivas sostenibles. De este modo, la identificación,
medición y gestión del CI de las universidades se convierte en una importante
herramienta para conocer la potencialidad que tienen estas instituciones para
contribuir al desarrollo de su territorio y para mejorar esa contribución.
Los resultados de la investigación empírica realizada para la FCE de la UNRC
revelan ciertos aspectos que pueden considerarse distintivos de la institución y
que suponen ventajas competitivas para la misma, los cuales surgen a partir de
la comparación con los criterios medios del sector. No obstante, la mayor parte
de los indicadores del CI de esta Facultad dan cuenta de ineficiencias en su gestión,
que alertan sobre cuestiones muy trascendentes para la institución. Estas
evidencias permiten advertir que posee una parte importante de sus elementos
intangibles que pueden ser potenciados para desarrollar ventajas competitivas
que generen beneficios futuros para la institución y para el entorno en el que
se desenvuelve.
En este sentido, los resultados de la investigación empírica realizada constituyen
una base de información que puede ser de utilidad para las autoridades
universitarias en el diseño de políticas que puedan traducirse en un conjunto de
procesos y prácticas concretas que permitan mejorar la gestión del CI de la FCE
de la UNRC y, con ello, la eficiencia en la producción y transmisión del conocimiento,
principal derivado de sus funciones esenciales y fuente fundamental
de creación de valor y riqueza para el ámbito territorial en el que se inserta.
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Notas
(1) El referido proyecto es dirigido por el Dr. Francisco Borrás Atiénzar de la Universidad de La Habana (Cuba), y en él participan 28 investigadores, pertenecientes a nueve facultades de Ciencias Económicas de universidades públicas de Argentina, Bolivia, Cuba y México. En el caso particular de Argentina, la única unidad académica participante es la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Río Cuarto, siendo las autoras de este trabajo quienes integran el grupo de investigadores en representación de dicha Facultad.
(2) Los coeficientes de eficiencia para cada indicador surgen de la comparación de las medidas obtenidas para el indicador, en la FCE de la UNRC, con las medias sectoriales. La media sectorial se obtiene sobre la base de la media de los valores de los indicadores correspondientes a las nueve facultades de Ciencias Económicas que participan del proyecto en el cual se enmarca esta investigación.
Fecha de recepción: 23/06/2020
Fecha de aceptación: 29/07/20