DOI: http://dx.doi.org/10.19137/els-2017-141402
ARTÍCULOS
Verónica Soledad Walker
Universidad Nacional del Sur, Argentina
veroswalker@gmail.com
El presente artículo aborda la dimensión relacional del trabajo docente universitario a partir del análisis de la bibliografía especializada y de la información recogida a través de entrevistas realizadas a profesores universitarios argentinos y españoles. Se plantea que el trabajo docente constituye una práctica social que coloca a los profesores en una trama de múltiples relaciones con otros sujetos, saberes específicos, instituciones particulares y con la sociedad en general. A lo largo del escrito, se analizan las relaciones entre colegas y las formas que adquiere la cultura del trabajo docente en la universidad; las características que asume el vínculo con estudiantes; el vínculo de los docentes con la institución universitaria y la organización de pertenencia, así como la relación con determinados saberes que exige el ejercicio del trabajo docente universitario. El reconocimiento de la red de múltiples relaciones desde la cual los/as docentes ejercen su quehacer cotidiano, habilita a pensar el trabajo docente como una práctica heterogénea atravesada por múltiples tensiones.
Palabras clave: Universidad, Trabajo docente, Instituciones, Saberes, Relaciones
This article addresses the relational dimension of university teaching work from the analysis of the literature on the subject and the information gathered through interviews with Argentine and Spanish academics. It argues that the teaching work is a social practice that puts the teachers in a web of multiple relationships with other subjects, specific knowledge, private institutions and society in general. Throughout the writing, we analyze the relations between colleagues and the forms assumed the culture of university teaching work; the characteristics that the link with students; the link teachers with university institution and organization membership, and the relationship with certain knowledge that requires the exercise of university teaching. The recognition network multiple relationships from which the teachers exercise their daily tasks, enables think the teaching work as a heterogeneous practice traversed by multiple tensions.
Keywords: University, Teaching work, Institutions, Knowledge, Relationship
El trabajo docente universitario constituye una práctica compleja, heterogénea
y específica que es vivida y percibida diferencialmente por
los docentes en función de sus particulares posiciones en el campo universitario.
En el marco de condiciones materiales y simbólicas diversas,
el desarrollo del trabajo docente en la universidad coloca a los profesores
en una red de múltiples relaciones. En primer lugar, desempeñarse como
docente universitario implica relacionarse con una organización particular
que contrata para el ejercicio de una función institucional. En segundo
lugar, supone establecer relaciones con colegas que ─ posicionados diferencialmente
y no necesariamente con la misma relación de contratación─ están convocados para el cumplimiento de determinadas funciones
institucionales. En tercer lugar, el trabajo docente conlleva relacionarse
prioritariamente con aquellos que son los destinatarios directos de la tarea
de enseñanza: los estudiantes. En cuarto lugar, desempeñarse como docente universitario comprende entablar relaciones con saberes de tipo
disciplinar, pedagógico y experiencial que se ponen en juego en el ejercicio
del quehacer cotidiano. De modo que el trabajo docente se define
como práctica relacional en tanto supone el despliegue de múltiples relaciones
sobre la base de los vínculos que la propia institución universitaria
establece con la sociedad.
El presente artículo parte de considerar que el carácter relacional del
trabajo docente constituye una dimensión no siempre visibilizada en los
estudios sobre el tema o, en ocasiones, reducida al vínculo entre profesores
y estudiantes. A lo largo del escrito, se focaliza en las distintas
relaciones que establecen los profesores y profesoras en el ejercicio del
trabajo docente en la universidad, entendiendo que los otros del trabajo
comprenden a distintos sujetos, pero también involucra la relación con la
institución universitaria y con particulares conocimientos.
El análisis realizado forma parte de un trabajo de investigación más
amplio que tuvo como objeto de estudio el trabajo docente universitario
y su evaluación en universidades de Argentina y España1. Se trató de un
estudio de casos colectivo de carácter extrínseco o instrumental (Stake,
2005) que permitió abordar la especificidad, la complejidad y la inserción
en su contexto de cuestiones relativas al trabajo docente universitario
sin la pretensión de establecer generalizaciones. Más que un estudio
comparado en sentido estricto, se emprendió un estudio cualitativo con ‘sensibilidad comparativa’ (Sieder, 2005). Esto es, se buscó reconocer las
especificidades de cada caso estudiado (para ello la reconstrucción histórica
resulta fundamental) y, a su vez, identificar aquellos actores y dinámicas
claves desde el punto de vista trasnacional. Desde esta perspectiva
comparativa, Rachel Sieder (2005) propone estudiar aquellos fenómenos
que rebasan las fronteras nacionales (por el contexto global y político en
el que se insertan), abordando situaciones concretas con una sensibilidad
comparativa interdisciplinaria.
En el marco de dicho estudio se realizaron entrevistas semi-estructuradas
a sesenta y nueve docentes de dos universidades argentinas Universidad
Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires [UNCPBA] y
Universidad Nacional de Misiones [UNaM]) y una española (Universidad de Málaga [UMA]). Se buscó recuperar y explicitar los ‘puntos de vista’ (Bourdieu, 2007) de profesores de diferentes áreas disciplinares y distintas
categoría y dedicación docente en relación con las peculiaridades del
trabajo docente universitario. El criterio de pertenencia disciplinar fue
definido a priori a partir del supuesto de la relevancia de la dimensión
disciplinaria de la universidad (Becher, 2001). En función de ello, se
decidió entrevistar a docentes de cuatro áreas de conocimiento: Ciencias
Sociales y Humanidades, Ciencias de la Salud, Ciencias Exactas y Naturales
y Arte2. Durante el trabajo de campo se incluyeron otros criterios
de selección como la categoría y dedicación docente, la antigüedad en la
docencia universitaria, el género y la situación de contratación. El análisis
de los datos se realizó a través del método de comparación constante
propio de la Teoría Fundamentada en el marco de la perspectiva metodológica
cualitativa. Con respecto al análisis cabe señalar que las universidades
seleccionadas presentan diferencias vinculadas con la historia del
sistema universitario en cada uno de sus países, las historias particulares
de cada institución, las peculiaridades del contexto político, económico
y social, así como con las regulaciones supranacionales, nacionales, regionales
e institucionales a las que están sujetas en cada caso. Desde el
punto de vista teórico, epistemológico y metodológico, reconocer tales
diferencias exigió la adopción de ciertos recaudos interpretativos. Por un
lado, no naturalizar aquello que ─ por la pertenencia a uno de los campos
universitarios ─ resultaba familiar. De este modo, resultó imprescindible
ejercer una permanente vigilancia en los escritos para no dar cuestiones
por supuestas, para tomar cierta distancia y poder objetivar determinadas
situaciones. Por otro lado, requirió indagar en aquellos sentidos, nociones
y significados que ─ al desconocer de otro mundo universitario ─ no
se alcanzaban a comprender. Además, exigió una permanente reconstrucción
histórica y contextualización de las políticas, prácticas y actores de
modo de no extrapolar lógicas y significados del ámbito conocido hacia
aquel que se desconoce y se pretende conocer3.
El texto se organiza en seis apartados. Primero, se realizan precisiones
conceptuales sobre el trabajo docente en la universidad que permiten
identificar su carácter relacional. Segundo, se focaliza en las relaciones entre colegas y las formas que adquiere la cultura del trabajo docente
en la universidad. Tercero, se abordan las características que asume la
relación del profesorado y los estudiantes. Cuarto, se presentan las cuestiones
que emergieron del análisis en lo que refiere a la relación de los
docentes con la institución universitaria. Quinto, se atiende a la relación
con determinados saberes que se establece en el ejercicio del trabajo docente
universitario. Por último, se presentan reflexiones finales a partir de
la sistematización del análisis realizado.
El trabajo docente universitario, concebido como un tipo particular
de trabajo sobre los otros (Dubet, 2006), constituye una actividad remunerada
que tiene como objetivo explícito transformar a los sujetos. A los
docentes universitarios se les paga un salario para socializar a los estudiantes
en los códigos de un campo disciplinar específico, en las prácticas
de una profesión particular y en las lógicas de la institución universitaria.
Este trabajo, tendiente a facilitar la afiliación cognitiva e institucional de
los estudiantes en la vida universitaria (Coulon, 1997) y contribuir a su
preparación para la vida profesional futura, no se reduce al desempeño de
actividades de enseñanza. En el ejercicio del trabajo docente se entraman
actividades específicas (consideradas sustantivas del trabajo docente) y
actividades de carácter estratégico (tendientes a preservar la cualidad de
profesor en el sistema). Actividades todas que se encuentran atravesadas
por la tensión entre lo prescrito y lo real del trabajo (Dejours, 2001,
2012). Múltiples actividades involucradas en el ejercicio de la función
docente del profesorado, realizadas por los mismos sujetos que también
desarrollan tareas de investigación, extensión y gestión. Por ello puede
decirse que el profesorado universitario se encuentra en una compleja
situación laboral, en un contexto de trabajo que aumenta cada día el nivel
de sus demandas. Hace unos años Sancho Gil (2001) se refirió a los ‘dos
mundos’ como una forma de expresar las actividades primordiales del
trabajo en la universidad (docencia e investigación). Pasado un tiempo, y dado el creciente lugar que fueron ocupando las actividades de gestión
en el tiempo de trabajo de los profesores y profesoras, Sancho Gil, Creus
y Padilla Petry (2010) prefieren hablar de “una profesión, tres mundos”,
haciendo alusión a la triple situación laboral del profesorado (docencia,
investigación y gestión). Si se tiene en cuenta, especialmente en las universidades
argentinas, la prioridad que se les está otorgando a las actividades
de extensión, es que se puede agregar un nuevo mundo a aquella
división tripartita.
El trabajo docente constituye una práctica social, históricamente situada
que coloca a los profesores en una trama de múltiples dependencias
recíprocas. Una red de relaciones con otros, con diferentes saberes, con
instituciones particulares y con la sociedad en general. Relaciones atravesadas
por configuraciones presentes y pasadas, por condiciones materiales
y simbólicas, por representaciones sociales e intereses específicos.
Abordar el carácter relacional del trabajo docente supone reconocer
la relevancia de esta dimensión que, por lo general, permanece secreta y
poco reconocida (Dubet, 2006). Se señalan a continuación, las distintas‘relaciones con otros’ que establecen los profesores y profesoras en el
ejercicio del trabajo docente en la universidad. Esos otros del trabajo
docente comprenden a distintos sujetos -aquí se focalizará en la relación
con los estudiantes y con colegas- pero también en la relación con la
institución universitaria y con el conocimiento.
Una mirada a la literatura especializada permite afirmar que en los estudios sobre el ejercicio de la práctica docente se priorizan las peculiaridades de un tipo de vínculo particular: la de los docentes con los alumnos. Sin embargo, no puede desconocerse que el ejercicio del trabajo docente supone múltiples relaciones, entre ellas las que se dan en el interior del profesorado: entre profesores diferencialmente posicionados en el espacio universitario. En este apartado se abordarán los aspectos de la relación entre colegas señalados por los profesores de los casos estudiados y que dan cuenta de formas particulares que adopta la cultura de trabajo docente universitario. Se recupera aquí la distinción realizada por Hargreaves (1996) entre ‘contenido’ y ‘forma’ de la cultura. Para el autor, existen dos dimensiones constitutivas de cualquier cultura: el contenido y la forma. La primera de ellas consiste en las actitudes, valores, creencias, hábitos, supuestos y formas de hacer las cosas fundamentales y compartidas por un determinado grupo. La segunda se refiere a los modelos de relación y formas de asociación características entre los partícipes de la cultura a través de las cuales se realiza, reproduce y redefine su contenido. Del análisis realizado emergen las siguientes formas que adopta la cultura del trabajo docente en la universidad: el individualismo y la balcanización como formas de asociación, la competitividad como clima de trabajo y la creciente virtualización como forma de comunicación.
Los profesores entrevistados plantean que el ejercicio del trabajo
docente universitario requiere de cierta coordinación entre profesores─hacia el interior de las asignaturas, las áreas, las titulaciones, los
departamentos, etc.─ que permita la concurrencia de esfuerzos en pos de
los propósitos institucionales perseguidos. En este sentido, dicen valorar
las fórmulas de trabajo colectivo y los intercambios entre los equipos
docentes. Sin embargo, reconocen que en las instituciones universitarias
no prevalecen las formas de trabajo colaborativo por distintas razones:
a) la escasez de tiempo; b) el poco reconocimiento de este tipo de
actividades; c) la falta de espacios comunes de trabajo; d) la inestabilidad
laboral de los docentes.
La cuestión del tiempo resulta crucial en el análisis de la configuración
del trabajo docente. Una profesora novel del área de Ciencias
Sociales y Humanidades de la universidad española sostiene: “trabajar
coordinadamente es muy difícil (…) [exige] muchísimo tiempo por encima
del tiempo que tenemos disponible” (UMA, Profesora novel CSH,
Entrevista 5, Pág. 5). Por su parte, un profesor argentino con veinticinco
años de antigüedad en el área de Ciencias Exactas y Naturales afirma: “no te reconocen esa labor, parece que eso no es trabajar y eso por lo
pronto es injusto” (UNCPBA, Profesor CExN, Entrevista 12, Pág. 4).
Las expresiones de los/as docentes permiten advertir la representación
del tiempo como ‘un bien escaso’. La concepción del tiempo humano
apreciado “como un capital que se gasta deprisa y con el que nos vamos
también nosotros, (…). Lo cual nos lleva a apelar a no malgastarlo ni dilapidarlo.
El tiempo físico fluye y sigue; el nuestro se agota” (Sacristán,
2008, p. 19).
A partir de esa percepción del tiempo como un capital finito, y en
función de las situaciones particulares, los docentes deciden emplearlo
de distintos modos. Por un lado, trabajar con otros profesores, implica
la decisión de invertir tiempo en ello. Por el otro, precisamente por la
inversión de tiempo que supone y en relación a los réditos que genera
se puede optar por el trabajo individual. Si bien se reconoce la coordinación
docente como una práctica relevante y necesaria, se la considera
como “tiempo perdido” ya que no es un trabajo reconocido ni valorado.
Muchas veces, los logros alcanzados a través del trabajo en equipo no
logran compensar los esfuerzos personales (en términos de tiempo y
energía dedicada) por lo que el trabajo individual se convierte en una
estrategia adaptativa. Esto es, ante las crecientes demandas, las variadas
actividades y la presión por los plazos a cumplir que experimentan
cotidianamente los profesores y profesoras, el individualismo como forma
de trabajo es el resultado de un cálculo estratégico de la inversión
eficaz del tiempo y la energía (Hargreaves, 1996). Pero también sucede
que las formas de trabajo individualista surgen de las limitaciones que
imponen las condiciones en las que el mismo se desarrolla. En los tres
casos estudiados se mencionó la falta de espacios comunes de trabajo y
la inexistencia de una sala de profesores que opere como posibilitador de
encuentros. Otro elemento que obstaculiza el trabajo colectivo, y que fue
más recurrente en el caso de la universidad española, deviene de la forma
de contratación del profesorado. Especialmente, a través de la ‘bolsa de
interinos’4 por períodos breves (por curso académico o por la duración
de la asignatura a impartir). Esto provoca que no se llegue a conocer
a los nuevos profesores no sólo por la brevedad e inestabilidad de su experiencia en la universidad sino también porque las condiciones físicas
(la falta de espacios comunes) dificultan los encuentros. Se configura así un ‘individualismo restringido’ que no obedece a un cálculo estratégico,
sino que es el resultado de las limitaciones en las condiciones de trabajo.
En estos casos se genera una dinámica institucional en la que el colectivo
docente constituye una ficción. En este contexto, los proyectos departamentales,
los programas de las asignaturas y los propósitos perseguidos
por un plan de estudios no trascienden el nivel de lo formal, de lo declarativo.
En la práctica, se suele asistir a un conglomerado de prácticas que
se superponen, desconocen y hasta llegan a contradecirse. Docentes de
las universidades argentinas sostienen que la docencia “…es una profesión
muy solitaria dentro de la universidad, vos dictás tus clases y no
sabés lo que está pasando en la otra materia” (UNaM, Jefe de Trabajos
Prácticos CSH, Entrevista 5, Pág. 3). Además, y en lo que se refiere específicamente
a la práctica de enseñanza, suele existir cierta resistencia
al trabajo colectivo: “El aula sigue siendo la intimidad docente. El aula
sigue siendo un espacio reservado al docente, difícil de compartir, difícil
de abrir, difícil de construir con otros” (UNaM, Profesor CSH, Entrevista
4, Pág. 6). Dichas expresiones dan cuenta del carácter solitario que,
en ocasiones, adopta el trabajo docente universitario que lleva a ignorar
el trabajo de aquellos colegas con los que supuestamente se comparte un
propósito institucional.
En función de lo expuesto puede decirse que el individualismo como
forma que adopta la cultura del trabajo docente en la universidad puede
constituir una respuesta restringida o estratégica a las exigencias y
contingencias laborales (la falta de tiempos y espacios, la inestabilidad
del cuerpo docente) pero también puede obedecer a la opción de cada
profesor de trabajar en solitario. El individualismo puede constituir la
manera preferida de estar y ejercer el trabajo docente y en este sentido
sería electivo (Hargreaves, 1996).
Ya sea por elección, estrategia o restricción, el individualismo como
forma de trabajo docente genera aislamiento, dificulta el encuentro con
otros (pares) y limita las posibilidades de construcción colectiva de proyectos
institucionales. La cultura balcanizada, expresada en el desarrollo del trabajo en pequeños grupos, se caracteriza por los límites fuertes y
duraderos que se establecen entre las distintas partes de la organización,
por la identificación personal con los campos que definen esos límites y
por las diferencias de poder entre unos campos y otros. Se configura así una ‘colegialidad artificial’ (Hargreaves, 1996) que, aunque constituye
un obstáculo para una colaboración duradera, también puede convertirse
en una oportunidad para ésta (Montero, 2011).
La experiencia de trabajo en la cultura del nuevo capitalismo se ha
convertido en una permanente situación de competencia de todos contra
todos (Sennett, 2006). En el ámbito de la universidad, no sólo se compite
para alcanzar mayor prestigio dentro de una comunidad académica, sino
también por la obtención de plazas y de variadas formas de financiamiento
(subsidios, becas, etc.). La competitividad (entendida como la capacidad
para disputar un capital, la rivalidad por la consecución de un fin) se
ha convertido en una eficaz forma de regulación de los sistemas, las
instituciones y los sujetos. En un contexto de reducción de la inversión
estatal en las universidades públicas y de globalización mercantil de
la universidad (Santos, 2005), la competencia aparece como discurso
legitimador de las políticas de asignación diferenciada de presupuesto.
A nivel estructural, se genera la competencia entre instituciones y en el
interior de ellas para la obtención de recursos financieros. A nivel de
los sujetos, la competencia entre los docentes se torna propicia para la
flexibilidad y la adaptabilidad a las crecientes demandas de trabajo y
para la emergencia de estrategias individuales (el ‘sálvese quien pueda’)
que permiten la supervivencia en el ámbito del trabajo. Al respecto, un
profesor de Ciencias Sociales y Humanidades de una de las universidades
argentinas expresó que el ‘clima de trabajo’ en su facultad le provoca “dolor de estómago” (UNCPBA, Profesor CSH, Entrevista 5, Pág. 7).
Por su parte, un profesor de la universidad española de la misma área
disciplinar sostuvo: “A mí me sorprende que hables con profesores de
universidad y el 90% esté harto pero del clima, del ambiente” (UMA, Profesor CSH, Entrevista 3, Pág. 5), mientras que otros colegas de la
misma institución sostienen: “Te metes en la universidad y no vez
más que trampas, en los departamentos estamos peleándonos por las
plazas y yo te voy a hacer la zancadilla aquí” (UMA, Profesor CS,
Entrevista 21, Pág. 4), “muchas veces en esta universidad y en todas las
envidias son tremendas. Y hay grupos que se hacen daños mutuamente
(…) Las relaciones humanas entre el profesorado no son tan buenas
como deberían ser” (UMA, Profesor CExN, Entrevista 13, Pág. 5).
Las referencias a “trampas”, “zancadillas”, “peleas por plazas” y “envidias” pueden explicarse por la intensificación de la competencia
que lleva a una lucha predatoria y desleal entre colegas. Pero también,
es preciso analizar la incidencia de transformaciones de la dimensión
temporal en la experiencia del trabajo docente.
Como se planteó en el apartado anterior, la vivencia del tiempo como
un bien escaso que no debe malgastarse, atenta contra las formas de trabajo
colectivo que requieren una importante inversión de él y que, por
lo general, no resulta una actividad suficientemente reconocida. Pero
la incidencia de la dimensión temporal no se restringe a las formas de
asociación de los docentes, a la decisión de invertir tiempo o no en el
trabajo con otros. Las mutaciones de la dimensión temporal en la cultura
del nuevo capitalismo también afectan la calidad de los vínculos con los
otros. Como sostiene Sennett (2000), el principio del ‘nada a largo plazo’ que atraviesa en la actualidad a las instituciones, “corroe la confianza, la
lealtad y el compromiso mutuos” (p. 22). El cortoplacismo imperante en
las nuevas formas de organización del trabajo, con sus formas fugaces
de asociación, limita la posibilidad de que madure la confianza informal
y se construyan vínculos sólidos y compromisos con los demás. Como
sostiene Montero (2011), una cultura de colaboración implica unas relaciones
de confianza entre el profesorado, de apoyo mutuo, auto-revisión
y aprendizaje profesional compartido. Pero, “para hacer frente a las realidades
actuales, el desapego y la cooperación superficial son una armadura
mejor que el compromiso basado en los valores de lealtad y servicio” (Sennett, 2000, p. 24). Como señala Sennett (2000) la dimensión
temporal del nuevo capitalismo es lo que más afecta la vida emocional de las personas; el capitalismo del corto plazo amenaza con corroer aquellos
aspectos del carácter que unen a los sujetos entre sí y brindan a cada uno
de ellos una sensación de un yo sostenible.
A nivel institucional, las dinámicas individualistas y competitivas
ponen en evidencia la dificultad para construir proyectos colectivos. Si
se entiende que el trabajo cotidiano de los docentes ha de enmarcarse en
un proyecto colectivo ya definido (institucional o a nivel de titulaciones/
departamentos), lo que evidencian la prevalencia del trabajo aislado, el
desconocimiento entre colegas y del trabajo que desarrollan y la ausencia
de encuentros para articular contenidos u objetivos a nivel horizontal,
vertical y transversal; es que tal proyecto no existe. Pero si a la inversa,
se considera que ese proyecto colectivo es el resultado del conjunto articulado
de las prácticas docentes y tal como plantea Clark (1983) los objetivos
institucionales surgen del contacto diario de los pequeños grupos,
puede afirmarse que de ese no encuentro entre docentes, de este estado
de balcanización en el que trabajan a diario los docentes es poco probable
que se puedan construir criterios institucionales compartidos que guíen
las acciones. En definitiva, parece tratarse de un círculo vicioso en el que
los docentes trabajan individualmente (por razones materiales, estratégicas
o electivas y por la debilidad de los vínculos con sus colegas) ya que
no perciben “puntos de encuentro” con otros, “sentidos compartidos”.
Pero, a su vez, la construcción de esos sentidos, de estos intereses colectivos
requiere de la posibilidad de encuentros con otros.
El análisis de los discursos de los profesores de los tres casos estudiados,
permite reconocer la centralidad que cobran las actividades virtuales
en la configuración del trabajo docente universitario. La tendencia creciente
a la virtualización de las actividades involucra no sólo las referidas
a la enseñanza (y que forman parte del trabajo prescrito) y las que constituyen
el trabajo estratégico (rellenar formularios, cumplimentar aplicaciones
informáticas, realizar informes, etc.), la virtualización del trabajo
cotidiano atraviesa la relación con los colegas.
Algunos docentes han señalado que por falta de espacios o por los requerimientos
de la tarea (atender el campus virtual) una parte importante
de su trabajo lo realizan desde su hogar. El análisis realizado permite
advertir que el trabajo docente hoy, más allá de la exigencia del cumplimiento
de determinadas horas presenciales, requiere en gran medida del
uso permanente del ordenador. La planificación, preparación de trabajos,
búsqueda de material, escritura de apuntes, el diseño de un proyecto,
la comunicación con los estudiantes, la notificación de calificaciones, el
cumplimiento de exigencias burocráticas, etc., requieren el empleo de dicha
herramienta. De modo que ‘poner el cuerpo’ puede resultar necesario
sólo en las instancias presenciales: clases, tutorías y acompañamiento a
otras instituciones en aquellos espacios que los requieran (prácticas profesionales,
prácticas docentes, etc.). El resto de las actividades pueden
realizarse desde el propio hogar a través del ordenador en lugar de hacerlo
en el despacho de la facultad (si es que se dispone de él). A esto se
refirieron varios profesores que manifestaron trabajar fundamentalmente
en sus casas por no disponer de espacios en la institución, por contar con
mejor conectividad a internet que en la universidad (tal como plantearon
docentes de la UNCPBA) y porque en el ámbito doméstico cuentan
con los recursos necesario para realizar el trabajo (fundamentalmente en áreas como la de Ciencias Sociales y Humanidades). Ante esta situación,
resulta interesante aquello que planteara una profesora argentina: “El
modelo de universidad va a que cada uno trabaje de forma virtual (…)
nos convierte en autómatas, individualistas, con anteojeras cada uno en
su casa” (UNCPBA, Profesora CSH, Entrevista 7, Pág. 5).
Lo mencionado permite, por un lado, pensar la forma de trabajo virtual
en el marco de un determinado modelo de universidad hegemónico. Si
bien la inclusión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación
(TICs) en el campo educativo puede entenderse como fuente de
democratización (de la información, del acceso a los estudios superiores,
etc.) no pueden desconocerse las condiciones de desigualdad ─entre
sistemas nacionales, universidades, facultades y sujetos─ en que se las
incorpora, así como su vinculación con la ‘globalización mercantil de la
universidad’ (Santos, 2005). Por otro lado, y en el marco de la discusión por las formas de trabajo, las TICs pueden facilitar los intercambios y la
conformación de redes académicas (disciplinarias e interdisciplinarias)
más allá de los límites de las propias instituciones, pero también al ir
sustituyendo paulatinamente los encuentros cara a cara en el interior de
las universidades, pueden contribuir a la atomización del profesorado,
dificultando formas de organización colectiva.
En la cotidianeidad del trabajo docente, la virtualización como
forma de comunicación entre colegas constituye una práctica habitual.
Los mensajes dirigidos a un compañero de cátedra, las propuestas de
trabajos prácticos que un ayudante comparte con el profesor titular,
las calificaciones que el profesor informa al auxiliar para que se las
comunique a los alumnos, las sugerencias de algún material de lectura,
los informes solicitados por el centro o facultad y que requiere de una
elaboración conjunta entre equipos docentes; son discursos y formatos
que circulan a través de la red. Es cada vez más frecuente, en el trabajo
docente universitario, este tipo de actividades mediadas por la virtualidad
por lo que resulta necesario indagar en sus peculiaridades y efectos a
nivel de los sujetos particulares y del colectivo docente. ¿Qué es lo que
se pierde/cambia/gana con las actuales formas de ‘teletrabajo’? Una
pista para pensar esta cuestión puede encontrarse en las características
de la comunicación escrita que es la que predomina en las formas de
intercambio virtual (correos electrónicos, plataformas virtuales)5. La
forma de comunicación escrita, en general, requiere más tiempo y
mayor detenimiento para la formulación de una idea que la forma de
comunicación oral que dispone de otros recursos (ademanes, posturas,
etc.). De modo que por una cuestión de economía lingüística se suele
restringir a lo imprescindible aquello que se escribe. Dado el mayor
esfuerzo que requiere producir un texto escrito, y en el marco de las
crecientes demandas de las que son objeto los docentes, escribir o responder
un correo electrónico se puede volver una tarea fatigosa (cuantas veces se
deja para otro momento y se marca como no leído un e-mail -para tenerlo
presente- porque responderlo insume más tiempo del que se dispone en
ese momento o porque se decide ya no estar más frente al monitor).
Retrasar y esperar el momento oportuno para comunicarse por escrito con un colega puede tener sus ventajas. Esa forma de comunicación
exige ser más reflexivo ante aquello que se está escribiendo y por eso
se busca la mayor coherencia, se intenta encontrar las palabras más
ajustadas a aquello que se quiere transmitir, se aspira a ser lo más claros
posible. En fin, se objetiva aquello que se quiere comunicar en el sentido
de que se lo hace más consciente, se lo revisa (cuantas veces se relee lo
escrito antes de enviar un e-mail). Y como es trabajoso, por lo general,
se busca ─de manera voluntaria o no─ ser concisos, centrarse en aquello
que constituye el motivo de la comunicación. En general, los ‘asuntos’ de los correos electrónicos que circulan entre los docentes universitarios
refieren a cuestiones vinculadas con lo académico: planificaciones,
bibliografías, contenidos a revisar, entrega de notas, informes para
cumplimentar, etc. A lo sumo ─si existe la confianza suficient─ suele
realizarse algún comentario personal, un saludo, pero no mucho más.
Detrás de la pantalla, invisibilizados en ese e-mail, quedan los estados
de ánimo (el sentir que el trabajo nunca acaba), sensaciones (respecto
del sentido del trabajo que se está realizando) anécdotas y situaciones
imprevistas (lo que sucedió en una clase, por ejemplo), intuiciones (que
se decide no plasmarlas en lo escrito hasta que estén más elaboradas/
pensadas) y sentimientos (el enojo o la alegría por alguna situación
vivida en la facultad, en una reunión, etc.; el temor por algo que se está emprendiendo, los nervios por una resolución o notificación que no llega).
Se trata de cuestiones vinculadas a la experiencia del trabajo docente
que quedan por fuera de un correo electrónico pero que seguramente en
una conversación cara a cara, son manifestadas, compartidas ya que esos
sentimientos y sensaciones se tornan visibles en la corporeidad. El enojo
o la alegría se expresan a través del rostro; el cuerpo da muestras del
cansancio, del nerviosismo; los gestos expresan mucho más de lo que se
prefiere decir. El cuerpo evidencia aquello que en un correo electrónico
se decide no mencionar. Y ese encuentro cara a cara o cuerpo a cuerpo
no requiere de un laborioso escrito -que incluya signos de diálogo y
comillas- para describir la situación que tanto indignó en una reunión,
o para expresar el asombro por una discusión generada entre un grupo
de alumnos. El comentario verbal ‘al pasar’, la opinión sobre ‘algo’ a un colega, el compartir cara a cara una intuición que no constituye una
idea fundada, exime de la forma de expresión más elaborada que exige
su explicación por escrito. Precisamente lo que acontece en lo cotidiano
del trabajo docente, lo imprevisto, lo que se intuye más que aquello
sobre lo que se tiene certeza, lo que se siente, lo que resulta importante
y operó como fuente de movilización interior, interpelación pero que no
se lo considera tan relevante como para ser escrito en un e-mail; todo
eso es lo que queda por fuera de la pantalla, por fuera de la virtualidad.
Y no son cuestiones menores ya que se trata de asuntos que atraviesan
a los profesores y profesoras como personas, docentes y trabajadores y
que al quedar excluidas de las nuevas formas de comunicación quedan
invisibilizadas y naturalizadas.
Los enunciados anteriores, lejos de pretender atribuir un carácter maléfico
a las tecnologías per se, pretenden pensar la incidencia de la virtualización
del trabajo docente en el marco de una trama relacional en la
que se conjugan las lógicas del campo, las dinámicas institucionales, las
formas de regulación del trabajo docente y las prácticas y percepciones
de los sujetos. Es decir, comprender las posibilidades y las dificultades
de la virtualización del trabajo docente de manera contextualizada, en
relación al conjunto de condiciones, lógicas y prácticas en las que se
enmarca. De esta manera, “hay que entender el desarrollo de las nuevas
tecnologías fundamentalmente como una profundización en la lógica
económico-industrial del capitalismo” (Marrero Acosta, 2004, p. 20).
En función de esto, en un escenario signado por la descapitalización de
la universidad pública donde los docentes son llamados a competir por
la obtención de retribuciones económicas, becas, subsidios, etc., donde
las nuevas formas de organización del trabajo generan intensificación de
tareas, flexibilidad e inestabilidad laboral, donde los programas institucionales
se han debilitado (Dubet, 2006), etc. cabe interrogarse en qué medida la virtualización del trabajo docente propicia prácticas y lógicas
de trabajo individualistas que atentan contra la organización colectiva
del profesorado6.
Los/as docentes, desde su posición particular en el espacio universitario
y en la cotidianeidad de sus interacciones, se relacionan directamente
con los estudiantes y van construyendo el rapport pedagógico (Gramsci,
1976)7. En el marco de estas interacciones se ponen en juego prácticas
y percepciones que van configurando modos singulares de relación.
Cada docente y cada estudiante se encuentra con ‘el otro de la relación’ a
partir de un conjunto de esquemas de pensamiento, acción y percepción
(Bourdieu, 2002) que le permiten interpretar las situaciones en las que
participan al tiempo que las orientan y condicionan.
En el caso de los docentes entrevistados, fueron recurrentes las
referencias a los estudiantes en términos de falencias. Salvo algunas
excepciones, las representaciones de los docentes respecto de sus
estudiantes se construyen a partir de ciertos parámetros sobre cómo
deberían ser y se manifiestan en términos de carencias. La falta de
conocimientos previos, estrategias de estudio, interés y compromiso
político que se atribuye a los estudiantes supone una imagen idealizada─e implícita─ de lo que debe ser un estudiante universitario. Tales
expresiones encuentran su sustento en representaciones históricas
que se han construido sobre estos actores a lo largo del siglo XX y
de las que diferentes teorías sociales dan cuenta: el estudiante como
representante de una posición privilegiada en la estructura social,
portador de autoridad cultural y comprometido políticamente8. Si bien
tales representaciones persisten como signos de identidad para sectores
de la población estudiantil, lo hacen hibridadas por diferentes fenómenos
(transnacionalización de las economías, crisis de las ideologías,
transformaciones culturales, etc.) que hacen que en la actualidad se
asista a una experiencia estudiantil atravesada por la heterogeneidad y
la fragmentación (Carli, 2012). De modo que, en las representaciones
presentes sobre los estudiantes universitarios se entraman elementos
de las experiencias actuales con figuras construidas en determinados
momentos históricos. En los discursos de los profesores entrevistados,
las referencias a sus estudiantes en términos de carencias (no les interesa, no saben y no se comprometen) parecen construirse en función de
determinadas imágenes de lo que es un estudiante universitario: ‘joven
innovador’, ‘heredero’ y ‘militante’.
Los nuevos estudiantes que habitan la universidad, repartiendo su
tiempo entre el trabajo y el estudio, que no necesariamente son jóvenes
(en el sentido tradicional de corresponder a determinada franja etaria),
que establecen relaciones con el conocimiento y prácticas de lectura
diferentes a las de sus profesores y cuyos intereses intelectuales y políticos
no se circunscriben al ámbito universitario, ponen en jaque las
representaciones sobre el estudiante ideal y el estudiante real. Se trata, en
términos de Corea y Lewkowicz (2004), del desacople entre el alumno
supuesto y el alumno real que efectivamente habita la universidad. Y, por
otra parte, implica una tensión entre el horizonte de expectativas de los
docentes respecto de la formación universitaria y las representaciones
que construyen sobre los estudiantes en sus experiencias de trabajo en el
terreno de la enseñanza (Carli, 2012).
En el interjuego entre lo que se espera de los estudiantes y de cómo
son percibidos, los docentes se encuentran ejerciendo actividades que
no forman parte de su trabajo prescrito pero que resultan sustantivas
para el aprendizaje de los estudiantes. Por ejemplo, la enseñanza de
conocimientos que se requieren para el abordaje de los contenidos
específicos de la asignatura impartida. Al considerar que los estudiantes
no poseen estos saberes previos, los docentes entrevistados manifestaron
tener que dedicar tiempo a este tipo de contenidos ya que resultan
necesarios para el aprendizaje de lo que curricularmente deben aprender
en las asignaturas que dictan. Lo mismo se señaló en relación con
las estrategias de estudio; los docentes manifiestan dedicar tiempo y
energías a la orientación de los estudiantes en lo referido a búsquedas
bibliográficas, lectura e interpretación de textos y el uso de diferentes
técnicas que les permitan identificar información relevante. Asimismo,
sostienen que el desarrollo de debates y situaciones de argumentación
demanda mucho acompañamiento de su parte. En este sentido, lo
disciplinar no siempre ocupa el centro de atención en las prácticas de
enseñanzas. Y desde un punto de vista más general, sin restringir las interacciones de los docentes con los estudiantes a los espacios y tiempos
del aula y a los contenidos prescritos curricularmente, los profesores y
profesoras acompañan y orientan a sus alumnos en aspectos organizativos
y administrativos de la institución universitaria. Brindar información
acerca de los procedimientos para realizar determinado trámite, indicar
a quiénes deben dirigir ciertas consultas, incluso escuchar y aconsejar
a los alumnos en cuestiones que exceden lo académico son algunas de
las actividades mencionadas. De modo que las relaciones entre docentes
y estudiantes no están mediadas únicamente por el contenido, por la
cuestión disciplinar. El reconocimiento de las identidades más allá de los
roles institucionales desempeñados ─el de docentes o el de estudiantes─ y de los sujetos como sujetos sociales, adultos y jóvenes históricamente
situados y sujetos de deseo, permite advertir que lo que fluye, circula en
las relaciones pedagógicas no se circunscribe a lo académico. Deseos,
sentimientos, sensaciones y expectativas las atraviesan y configuran.
El tránsito de los estudiantes por la universidad supone no sólo el
encuentro ─o desencuentro─ con un campo disciplinar específico sino
también con una cultura institucional que requieren del aprendizaje de
sus lenguajes, sus saberes y sus costumbres. Durante su experiencia
estudiantil, que más que la expresión lineal de una racionalidad consciente,
constituye el producto recursivo de dudas, temores, equivocaciones
y pasiones (Malinowski, 2008), los estudiantes emprenden un doble
aprendizaje. Por un lado, un aprendizaje específico, propio de la cultura
disciplinar a la que se está ingresando y por otro un aprendizaje general
que involucra las características de la universidad como institución
y que implica construir el oficio de estudiante universitario. De esta
manera, en este ‘aprender a ser estudiante’ parece que cada alumno va
transitando una serie de momentos que ─con tiempos diferentes y sin
significar una suerte de evolución natural─ le permiten paulatinamente
ir apropiándose de las reglas de juego de la propia universidad9. Afiliarse
consiste en apropiarse de las características multidimensionales ─tanto
administrativas como cognitivas─ de la institución universitaria y en
edificar un conjunto de referentes en el seno del mundo universitario. Se
trata, en términos de Bourdieu (2007), de la construcción del sentido del juego. En este arduo proceso de construcción del oficio de estudiante,
la fase de afiliación juega un papel importante ya que a medida que los
estudiantes van conociendo las reglas de juego del mundo universitario,
ellos mismos se van reconociendo como parte de ese nuevo universo,
incorporando sus prácticas y forjándose un ‘habitus de estudiante’ que
se constituirá en principio orientador de sus acciones. En este sentido,
el habitus, entendido como una disposición a actuar, percibir, pensar
y sentir de determinada manera (Bourdieu, 2008), se irá construyendo
paulatinamente en las interacciones que el alumno establezca en el marco
de la institución, en general; y de un campo de conocimiento específico,
en particular.
Una cuestión relevante que merece ser tenida en cuenta en el análisis
de las relaciones de los docentes con los estudiantes tiene que ver con
la simultaneidad del proceso de afiliación de los estudiantes y el que
emprenden los profesores noveles en su acceso a una posición particular
como docente. Es decir, si ingresar a la universidad significa comenzar a
transitar un ambiente cultural específico, resulta necesario un proceso de
socialización en el que los futuros miembros de una comunidad académica
(sean estudiantes o docentes) vayan construyendo progresivamente su
sentimiento de pertenencia, de identidad y compromiso personal con la
misma. Si se recuperan las categorías de Coulon (1997) y se las emplea
para analizar la situación de los docentes universitarios noveles puede
decirse que tales actores se encuentran en un momento de su carrera
académica en el que, entre otras cosas, necesitan aprender las reglas de
juego de ese nuevo mundo al que se están incorporando. Porque a pesar
haber transitado por varios años la universidad en carácter de estudiantes,
la nueva posición ocupada como docentes los ubica en un lugar
diferenciado respecto del conocimiento (que ahora debe ser enseñado),
de los estudiantes (que antes eran pares), de los docentes (que ahora son
colegas) y de la institución (con la que existe un vínculo contractual
y funciones que cumplir). De modo que cuando los docentes noveles
acompañan a los estudiantes ─fundamentalmente de los primeros años─ en la etapa de extrañamiento y los orientan en su inserción y aprendizaje
de ese mundo cultural específico que es la universidad para que alcancen la afiliación, ellos mismos están atravesando un proceso de aprendizaje
de las nuevas reglas del juego, ellos mismos están intentando afiliarse
como docentes a la institución universitaria.
Por último, cabe mencionar respecto de la configuración de la relación
entre los estudiantes y los profesores universitarios, que en losúltimos años el trabajo docente universitario ha ido asumiendo la forma
de un trabajo “a demanda”. Más allá del ideal pansófico comeniano, los/
as docentes responden diferencialmente a las crecientes consultas individualizadas
que los estudiantes realizan en los espacios y tiempos de
tutorías o a través del correo electrónico. Esto último, constituye una
de las expresiones de la mediatización del trabajo docente por el uso de
las TICs. Sostienen los docentes: “yo me encuentro que un sábado se
me ocurre abrir el correo electrónico, me puedo encontrar diez correos
de alumnos que están estudiando en sus casas (…) pues ‘profesor tengo
tal duda’” (UMA, Profesor CExN, Entrevista 12, Pág. 2); “muchas
veces que en casa ya es tarde y te pones a mirar cosas y resulta que
hay alumnos que están conectados, que es el momento que están estudiando.
Y bueno, si en ese momento puedo resolver una duda” (UMA,
Profesor CExN, Entrevista 14, Pág. 6). No puede desconocerse en este
punto la centralidad otorgada a los estudiantes en los procesos de enseñanza
y aprendizaje que, en el marco de la lógica mercantil que atraviesa
al campo universitario, parece responder a la concepción del estudiante
como cliente. En el marco del nuevo espíritu del capitalismo en el que
el ‘cliente es el rey’ (Boltanski y Chiapello, 2002), para algunos docentes
la virtualización de la enseñanza abre canales de comunicación que
permiten un mayor acompañamiento a los estudiantes. Para otros, dicha
tendencia configura un modo de relación en el que falta lo esencial, ‘el
factor humano’. Como se advierte, al igual que en las relaciones entre
colegas, las TICs ocupan un papel importante en la configuración de la
dimensión relacional del trabajo docente.
Ser docente universitario supone establecer ciertas relaciones con la institución universitaria y la organización de pertenencia. Una de ellas, es
la que deviene de las particulares formas de contratación. Cabe señalar que
en el mundo del trabajo general y en el campo universitario en particular,
han aflorado formas de contratación por períodos determinados, a
tiempo parcial y sin garantía de continuidad. De los casos estudiados
estas situaciones se tornan más patentes en la universidad española. Las
actuales formas de contratación llevan a los docentes universitarios,
fundamentalmente a los que recién comienzan, a experimentar una
permanente situación de inestabilidad laboral que repercute, no sólo en su
vida personal y en el tipo de vínculo que se establece con los estudiantes
y los colegas, sino en la relación que se establece con la institución. En
Argentina, la periodicidad de los concursos atenta contra la permanencia
en un cargo y las posibilidades de promoción en la carrera docente se ven
amenazadas por la falta de financiamiento para la sustanciación de los
concursos docentes10. Una profesora plantea: “Al final el propio sistema
termina desmotivándote porque uno dice: yo me voy a comer la cabeza,
voy a estar dándole vueltas, perdiendo mi tiempo, no dedicándole a mi
familia, mis hijos, para qué” (UMA, Profesora novel CExN, Entrevista
16, Pág. 6). En un contexto en el que se suele exigir a los docentes
mayor compromiso con la institución, cabe preguntarse “¿Cómo habría
alguien de comprometerse con una institución que no se compromete
con uno?” (Sennett, 2006, p. 167). Y es que, en el actual escenario
de trabajo, signado por la inestabilidad y la flexibilidad laboral, el no
comprometerse puede entenderse como una forma de sentido del juego
(Bourdieu, 2007); como la respuesta estratégica que permite cumplir,
al menos mínimamente, con el compromiso intermitente exigido por
la institución intentando permanecer en ella el mayor tiempo posible.
Y es que no resulta redituable (en términos de inversión de tiempos y
energías) ni beneficioso para la salud mental comprometerse y construir
vínculos de confianza en un espacio incierto que deja a los sujetos a la
deriva (Sennett, 2000, 2006). Lo novedoso de esta situación, “lo que hoy
tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un
desastre histórico; y en cambio está integrada en las prácticas cotidianas
de un capitalismo vigoroso” (Sennett, 2000, p. 30). La experiencia de la inestabilidad laboral que debilita los vínculos con otros y el compromiso
con la universidad, dificulta ─sobre todo para los que recién comienzan─ su afiliación institucional (Coulon, 1997).
Otro tipo de relación que se establece con la organización universitaria
tiene que ver con las disposiciones de los mecanismos de regulación.
En el caso de la universidad española, que lleva más de una década de
experiencia en la implementación de las directrices emanadas del denominado
Proceso de Bolonia, la mayoría de los profesores y profesoras
vienen transitando un conjunto de cambios que afectan su trabajo docente
cotidiano: incremento de las evaluaciones formales de su labor,
mayores exigencias en cuanto al cumplimiento con formatos específicos
de planificación de la enseñanza, requerimientos de desarrollo de
determinadas metodologías y prácticas consideradas innovadoras, etc.
Realizados estos esfuerzos y, pasado un tiempo, viendo incumplidos ─ total o parcialmente ─ muchos de los propósitos que fueron baluarte
del Espacio Europeo de Educación Superior (disminución de la relación
profesor─alumnos para posibilitar una enseñanza centrada en el estudiante,
acompañamiento personalizado, evaluaciones procesuales, etc.)
los docentes manifiestan que aquellas intenciones “quedaron en papel
mojado”. Ante la creciente demanda de actividades (especialmente de
tipo burocráticas) que restan tiempo y energías para aquello que se considera
sustantivo del trabajo docente, lo que surge es la superficialidad
del trabajo como estrategia que permite cumplir con las obligaciones sin
mayores compromisos. En este sentido, las prescripciones y la rendición
de cuentas otorgan una particular configuración a la relación del profesorado
y la organización universitaria en el ejercicio de la función docente.
Por último, en cuanto a las formas que adquiere la relación de los
docentes con la institución, cabe señalar la relevancia de un proyecto
institucional que permita a los profesores dotar de sentido y orientación
su trabajo cotidiano. Los/as docentes de las tres universidades estudiadas
señalaron la necesidad de contar con proyectos institucionales que
integren los esfuerzos y los orienten en pos de la consecución de
determinados objetivos. A ambos lados del Atlántico, los docentes dicen
percibir la falta de propuestas político-académico-pedagógicas que orienten “hacia dónde caminar”, que “integren y articulen esfuerzos y
permitan planificar a largo plazo” y, de esta manera, responder a los
requerimientos de la sociedad. En este contexto, fueron varios los que
manifestaron sentirse desconcertados, sin saber muy bien lo que se espera
de ellos. En esas expresiones emerge la imagen de la ‘deriva’ señalada
por Sennett (2000), de la incertidumbre, del debilitamiento de los
proyectos institucionales como obstáculo para otorgar sentido al trabajo
docente. Esta falta de sentido, la opción por no comprometerse, incluso la
sensación de agotamiento ante un trabajo que ve amenazadas sus fuentes
de satisfacción pueden comprenderse en el marco del debilitamiento del
programa institucional de la universidad. Señala Dubet (2006) que todo lo
que el programa institucional estaba en condiciones de ligar y confundir
se separa paulatinamente, haciendo aparecer las lógicas de acción
cada vez más autónomas. Los actores ya no entran en las instituciones
armados de sólidas motivaciones tradicionales; el desencantamiento del
mundo priva a las instituciones de los consuelos que hacían soportable
la experiencia de los actores, la autoridad dejó de ser natural y sagrada
para requerir de un trabajo de justificación permanente. De esta manera,
las sensaciones de desorientación de los profesores y la dificultad que
dicen encontrar para otorgarle sentido a su trabajo pueden entenderse
en el marco del debilitamiento del programa institucional que generó la
descomposición de elementos y representaciones que antes se percibían
como integrados. El debilitamiento del programa institucional hace que
los valores orientadores de las prácticas pierdan unidad, que la vocación
choque contra los requerimientos de eficacia profesional, contra los
constreñimientos de organizaciones más lábiles y complejas, y que la
creencia en una continuidad entre socialización y subjetividad ya no
resulte evidente (Dubet, 2006). En este sentido resulta significativo
pensar los actuales cambios en las experiencias y relaciones del trabajo
docente universitario en el marco de las mutaciones internas de los
programas institucionales y de las modalidades de socialización.
Enders y Kaulisch (2006) señalan el proceso de transformación al
que han asistido las universidades desde la década de 1980 y que las han
acercado como organización a un modelo empresarial. En ese contexto, argumentan que las tendencias hacia la mercantilización, el gerencialismo
y la internacionalización generan una combinación de rasgos viejos y
nuevos, a partir de la cual las carreras académicas ‘se entrelazan con’ y
a la vez ‘se separan de’ la institución. Por un lado, el crecimiento de la
actividad intersectorial, la movilidad internacional de los profesores, el
aumento del personal auxiliar y de tiempo parcial y la erosión de conceptos
tradicionales como el de tenure (profesorado permanente) constituyen
condiciones que desvinculan a los profesores del ámbito organizacional
de trabajo. Por el otro, la introducción de nuevas formas de gestión de las
universidades tiende a alinear las actividades del profesorado en función
de las necesidades e intereses organizacionales y crea mercados internos
de trabajo vinculando a los profesores con la institución. De ahí que se
dé un doble movimiento entre tendencias que contribuyen a configurar
carreras nómadas, sin fronteras y agenciadas por los propios sujetos y
políticas y prácticas universitarias que instituyen regulaciones tendientes
a vincular a los académicos a la institución.
Como ya se ha venido planteando, el mundo universitario no constituye
un espacio homogéneo. En la construcción de la heterogeneidad que lo
caracteriza, la dimensión disciplinaria ocupa un papel relevante. Clark
afirma que “la materia del conocimiento ─más aún, la de tipo avanzado─ es la médula de los propósitos y la esencia de cualquier sistema de
educación superior” (Clark, 1983, p. 35). El conocimiento es la materia
prima en función de la cual se estructuran las dinámicas institucionales y
las prácticas académicas. Y es precisamente el personal académico el que
lo manipula de diversos modos para descubrirlo, conservarlo, depurarlo,
transmitirlo o aplicarlo. En este sentido, el autor afirma que lo que hace
un profesor universitario es circular con un paquete de conocimiento,
general o específico, en busca de la manera de aumentarlo o enseñarlo a
los demás. De esta sustancia crecientemente especializada y autónoma
se derivan ciertos aspectos de forma, agrupándose las tareas y los
trabajadores de acuerdo con diversos paquetes de conocimiento.
Becher (2001, p. 13) se interesó en “trazar un mapa del multicolor
territorio del conocimiento académico y por explorar las diversas
características de quienes lo habitan y lo cultivan”. El autor afirma que en
el campo universitario coexisten tribus ligadas a determinados territorios
(territorios cognitivos) que operan con una determinada tradición
cognitiva (categorías de pensamiento) y códigos de comportamiento
(Clark, 1983). Cada una de esas tribus posee sus propias tradiciones,
costumbres y prácticas; conocimientos, creencias y principios morales;
formas lingüísticas y simbólicas de comunicación y significados que
unifican a quienes forman parte de ella y que deben ser adquiridas por
quienes pretenden pertenecer a la tribu (Araujo, 2008). Ingresar a la
universidad en carácter de estudiante o de docente supone socializarse
en una cultura institucional peculiar y en una determinada cultura
académica. Aunque se hayan transitado varios años como alumno en una
determinada carrera universitaria que brinda las herramientas necesarias
para la apropiación de los saberes de la cultura disciplinar de pertenencia,
el pasaje a la categoría de docente implica nuevos aprendizajes en
relación a la lógica de la disciplina. Ser profesor de determinada área
disciplinar no constituye una extensión de las prácticas ejercidas y de
las identidades construidas durante la experiencia estudiantil. Los
procesos de aprendizaje y afiliación, tanto cognitiva como institucional
(Coulon, 1997), que sirvieron para la incorporación de los estudiantes a
ese nuevo mundo que es la universidad necesitan ser puestos en marcha
nuevamente para habitar el mundo universitario desde otra posición:
la de profesor o profesora. Ser docente universitario implica nuevas y
diferentes relaciones con la institución, con los estudiantes, con aquellos
que de maestros pasan a ser colegas y con un conocimiento que ahora
debe ser enseñado.
Las prácticas de enseñanza adquieren particulares configuraciones
según los campos disciplinares y las herramientas metodológicas de
que se dispone para llevarlas adelante. Además de los conocimientos
disciplinares, requiere ciertos saberes didácticos y pedagógicos (en
lo relativo a la organización de las actividades en clases, el uso de
recursos didácticos, la motivación de los estudiantes, el fomento de la participación, etc.) que no todos los docentes universitarios han
construido. Al respecto, un profesor del área de Ciencias Exactas y
Naturales plantea: “un docente tiene que saber explicar, tiene que saber
algo de pedagogía o saber manejar una clase, pero ¿Cómo le exigís
eso a una persona que no tiene formación en ese sentido?” (UNCPBA,
Profesor novel CExN, Entrevista 15, Pág. 2). Un colega del área artística
afirma que “hay muchas carreras que no le da la formación necesaria
al docente para poder llevar adelante bien sus clases” (UNCPBA,
Profesor ART, Entrevista 22, Pág. 2). Por su parte, una profesora de
Ciencias Sociales y Humanidades critica la ausencia de formación
pedagógica en su formación de grado y considera un absurdo que no se
exija en el nivel universitario la capacitación docente que sí se requiere
en otros niveles (UNCPBA, Ayudante de docencia CSH, Entrevista 3,
Pág. 3). Los docentes ponen en evidencia que el sistema los habilita para
desempeñar una función ─ la función docente─ para lo cual no todos
fueron preparados. De modo que puede afirmarse que, en relación a la
formación pedagógica, los/as docentes universitarios se encuentran en
desigualdad de condiciones. En muchas áreas, los profesores cuentan
fundamentalmente con la solvencia en el conocimiento de su disciplina.
Son más bien intuiciones las que tienen acerca de las características de
sus estudiantes y las peculiaridades de los procesos de aprendizaje, así como de las limitaciones y potencialidades de determinadas estrategias
de enseñanza. En otras áreas disciplinares, sin embargo, se considera
indispensable poseer esos conocimientos para poder llevar adelante la
práctica de enseñanza. Éstas son fundamentalmente áreas en las que
el sujeto de aprendizaje o la práctica de enseñanza forman parte de su
objeto de estudio. De esta manera, ocurre que profesores universitarios
en el ejercicio de su función docente deben llevar adelante una tarea
cuya formación no se encuentra previamente garantizada ya que en
su mayoría fueron preparados para desempeñarse como biólogos,
ingenieros, médicos, contadores, etc. Estas tensiones en las relaciones
con el conocimiento (disciplinar y pedagógico) que se establece en el
ejercicio del trabajo docente, remite a la cuestión de la identidad de los
profesores y profesoras universitarios (Zabalza, 2009; Lucarelli, 2004) y a las marcas de la profesión de origen que hacen de la docencia una ‘categoría residual’ (Chiroleu, 2002). Y es que la profesión académica
nuclea a graduados que, una vez obtenidas sus titulaciones, no ejercen la
profesión para la que fueron formados más allá del espacio universitario,
sino que desarrollan su trayectoria profesional y laboral en cargos
docentes en las propias universidades (Edelstein, 2012).
Otra cuestión a señalar respecto de la relación con el conocimiento
que supone el ejercicio del trabajo docente, emerge de la vinculación de
la necesidad de formación permanente y la lógica de mercado que impera
en el capo universitario. Sostiene un profesor: “Vos hiciste un grado,
pero después hiciste un máster, después hiciste un doctorado, después
vendrá un pos doc y estás corriendo siempre” (UNCPBA, Profesora
CSH, Entrevista 7, Pág. 7). Los docentes se refirieron a la tendencia a “correr detrás de los títulos”, “ir detrás de la zanahoria”. Así, si bien
la titulación académica constituye un requisito para el ingreso a un cargo
docente, en los últimos años se ha configurado un mercado universitario
de posgrados, congresos, cursos, seminarios, etc. que, al igual que
plantea Collins (1989) en su análisis de la sociedad credencialista, no
garantizan per se conocimientos y habilidades. Como manifestaron los
profesores y profesoras entrevistados, muchas veces la decisión de realizar
un posgrado, asistir a un congreso o cursar un seminario obedece
más a una estrategia por la obtención de esa moneda de cambio que es la
credencial, que a una necesidad o interés formativos.
Por último, cabe señalar que la pertenencia a un campo disciplinar,
entendiendo la disciplina como una construcción socio-histórica- ubica
diferencialmente a sus integrantes en el espacio universitario, generando
condiciones de desigualdad en términos de reconocimiento y prestigio.
Socialmente, no es lo mismo ejercer el trabajo docente siendo médico
que pedagogo. No goza del mismo prestigio un profesor del área de
Ciencias Exactas y Naturales o Medicina que otro de Ciencias Sociales,
Humanidades o Arte. En este sentido, la relación con el conocimiento en
el ejercicio del trabajo docente está atravesada por dinámicas de legitimación
de la estratificación ocupacional y la reproducción social. Los
mecanismos de cierre social de determinadas comunidades profesionales y su auto-legitimación mediante la ideología técnico-funcionalista que
argumenta la necesidad de una larga y selectiva formación especializada
se erigen como estrategias de protección del gremio (Collins, 1989) que
generan representaciones sociales sobre tales comunidades.
La trama de múltiples relaciones en que los profesores universitarios
desarrollan su quehacer diario, impide hablar del trabajo docente como
una categoría homogénea. Su multidimensionalidad y especificidad, las
condiciones diversas en las que se desarrolla, así como su carácter relacional,
hacen del trabajo docente universitario un dominio diverso (Scott,
2008), una práctica compleja (Morín, 1994) de límites difusos (Sancho
Gil, 2001). Las relaciones que en el ejercicio de trabajo docente se establece
con la institución, colegas, estudiantes, conocimientos y saberes
están permeadas por el tipo de relación que la universidad mantiene con
la sociedad.
El análisis realizado permite advertir que el carácter relacional del
trabajo da lugar a la configuración de una serie de tensiones. En primer
lugar, puede decirse que el trabajo docente es considerado por los sujetos
como una práctica social de carácter colectivo, que requiere del trabajo
conjunto y de criterios compartidos. Sin embargo, se reconoce que las
condiciones y regulaciones que configuran el trabajo cotidiano, propician
prácticas y dinámicas que atentan contra la conformación de vínculos de
confianza, solidaridad y compromiso con otros. Es en este sentido, que
se puede afirmar que el trabajo docente en la universidad está atravesado
por la tensión entre lo individual y lo colectivo.
En segundo lugar, se reconocen tendencias que tienden a centralizar
a los docentes en torno a la universidad como organización y fuerzas que
fragmentan las identidades en torno a campos disciplinares específicos.
El análisis desde la perspectiva organizacional y la recuperación de
la dimensión disciplinaria permite comprender el trabajo docente en
el marco del interjuego entre lo general y lo particular propio de ese
universo simbólico organizacional que reconoce a todos los integrantes
como miembros de la universidad, y aquel universo simbólico disciplinar que fragmenta la construcción de identidades alrededor de matrices
disciplinarias y campos profesionales con prácticas idiosincrásicas
(Araujo, 2008). En este punto, el trabajo docente en la universidad está atravesado por la tensión entre la pertenencia disciplinar y la pertenencia
a una organización.
En tercer lugar, se reconoce una doble tendencia en relación a las
carreras académicas de los docentes. Por un lado, se ancla a los docentes
a las universidades a través de formas de gestión de las universidades
que buscan orientar las actividades de los profesores en función de sus
intereses. Por el otro, la internacionalización, la movilidad y el aumento
del tiempo parcial como forma de contratación los desvinculan de las
instituciones fomentando las carreras nómadas. En este sentido, el
trabajo docente está atravesado por la tensión entre fuerzas que lo anclan
a una organización y fuerzas que los desvinculan de ellas propiciando
carreras sin fronteras. De modo que a la tensión ─desde un punto de vista
sincrónico─ entre las fuerzas disciplinares que tienden a la fragmentación
del trabajo docente universitario y las fuerzas organizacionales que
tienden a su integración, se le puede agregar ─desde un punto de vista
diacrónico─ la tensión entre fuerzas que desvinculan las trayectorias
de los docentes de la propia institución y las que las pretenden ligarlas
orientándolas en función de sus finalidades e intereses.
Por último, cabe señalar que el análisis del carácter relacional de la
docencia universitaria desde la categoría de trabajo permitió abordar
múltiples dimensiones que configuran dicha práctica y reconocer tensiones
que la atraviesan. Cuestiones éstas que hacen a la complejidad,
heterogeneidad y especificidad del trabajo docente en la universidad y
que no siempre son reconocidas. Y esto porque “el trabajo como tal ha
sido y aún es, escaso tema de análisis y reflexión en la vida universitaria” (Martínez, 2013, p. 48). En este sentido, el abordaje que aquí se propuso
del trabajo docente como práctica relacional buscó visibilizar el entramado
de vínculos que lo van configurando y que coloca a los profesores
y profesoras universitarios en una red de múltiples relaciones con otros
sujetos, saberes e instituciones.
Notas
1 La investigación fue financiada por la Unión Europea a través de una Beca Full del Programa Erasmus Mundus ‘Move on Education’, Action 2, EACEA/29/09 Lote 13b.
2 A continuación de cada cita textual, se consignarán los siguientes datos de las entrevistas: Institución de pertenencia (UMA, UNCPBA o UNaM), Cargo (Profesor o Auxiliar de docencia), Área disciplinar de pertenencia -Ciencias Sociales y Humanidades (CSH), Ciencias Exactas y Naturales (CExN), Arte (ART) y Ciencias de la Salud (CS), número de entrevista y página de la entrevista en la que se encuentra la cita. Las entrevistas fueron realizadas durante el período febrero 2012-abril 2013.
3 El acompañamiento durante el proceso de investigación de un director español y una co-directora argentina resultó fundamental. Pertenecientes ambos al mundo académico de sus respectivos países, sus observaciones permanentes permitieron ir zanjando las dificultades provenientes de la familiarización con determinados espacios, prácticas y denominaciones y el desconocimiento de otros. En este punto cobra especial sentido el señalamiento que hace Bourdieu acerca del obstáculo que representa para el conocimiento científico tanto el exceso de proximidad como el exceso de distancia.
4 La bolsa de interinos es la expresión que se utiliza para nombrar el listado de titulados acreditados para ejercer la docencia en las universidades españolas. Se trata de una nómina, construida en función de los antecedentes de los candidatos, a la que se recurre para cubrir las plazas vacantes por períodos de tiempo breves.
5 Más allá que los docentes usen otros recursos como vídeos (que se valen más de la imagen que de la palabra), generalmente la comunicación entre colegas se realiza a través del correo electrónico.
6 No se desconoce en este punto que, en contextos de crisis, las tecnologías han sido la plataforma de comunicación de docentes de distintas universidades (muestra de ello son los foros de académicos españoles que se crearon en losúltimos años en el contexto de la crisis política y económica que atraviesa el país). Allí, en la red, profesoras y profesores comparten sus experiencias y sus reivindicaciones. Ameritaría una investigación específica el análisis de las potencialidades de estos dispositivos como espacios de organización colectiva del profesorado.
7 El concepto de rapport pedagógico que aquí se utiliza para dar cuenta de las relaciones entre docentes y estudiantes, no se limita a las relaciones específicamente ‘escolares’. Gramsci entiende dicho concepto como aquel vínculo activo, de relaciones recíprocas que se da en toda la sociedad en su totalidad y en cada individuo respecto a los demás.
8 En relación a la construcción histórica de tales representaciones, en el contexto europeo, pueden reconocerse referencias al ‘estudiante medio’, al ‘estudiante normal’ o a los ‘verdaderos jóvenes’ en textos de principios del siglo pasado de filósofos españoles como Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno. En Francia, en la tradición sociológica de la década de 1960, surge la figura del estudiante como‘heredero’, representante de una posición privilegiada en la estructura social y, en tanto producto de la enseñanza universitaria, depositario de variados mecanismos de desigualdad social invisibilizados bajo la ideología del don y del mérito. En América Latina, la producción historiográfica y ensayística, “construyó también un conjunto de representaciones sobre el estudiante universitario que recorren el aristocratismo del Ariel de Rodó, la tradición del reformismo latinoamericano y la politización de los años ‘70” (Carli, 2006, p. 3).
9 Coulon (1997) señala tres etapas que prosiguen a la entrada a la universidad: 1) un tiempo de extrañamiento, que supone la inserción a un ámbito desconocido y la ruptura con las normas y costumbres anteriores, propias del mundo que se acaba de abandonar; 2) un tiempo de aprendizaje, que implica un proceso de adaptación a las nuevas pautas institucionales y el descubrimiento de las ambigüedades entre las antiguas y las nuevas reglas; y 3) un tiempo de afiliación, en el que el estudiante logra dominar las nuevas reglas de juego e interpretar los significados institucionales.
10 El recientemente aprobado Convenio Colectivo de Trabajo (CCT) genera modificaciones en las condiciones de trabajo de los docentes universitarios, fundamentalmente en aquellas vinculadas a la estabilidad laboral. El convenio plantea que cada universidad diseñará su mecanismo institucional de evaluación periódica individual del cual estará sujeta la permanencia en el cargo que cada docente ordinario o regular hubiere alcanzado.
Bibliografía
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Fecha de recepción:
15/02/2016
Fecha de aceptación:
30/12/2016