Bonavitta, Paola; Presman, Clara. Extensión feminista como apuesta militante: círculos de mujeres en Córdoba. Cuadernos de Extensión Universitaria de la UNLPam, Vol. 9, Nº 1, enero – junio 2025. Sección: Dossier, pp. 9-28 ISSN 2451-5930 e-ISSN 2718-7500.
DOI https://doi.org/10.19137/cuadex-2025-09-01
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DOSSIER
Extensión feminista como apuesta militante: círculos de mujeres en Córdoba
Feminist outreach as a militant commitment: Women's circles in Córdoba
A extensão feminista como compromisso militante: Círculos de Mulheres em Córdoba
Paola Bonavitta
Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, CONICET, Universidad Nacional de Córdoba
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4758-4202
Clara Presman
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS), Universidad Nacional de Córdoba
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5727-4633
Fecha recepción 12-08-2024 / Fecha de aceptación 06-11-2024
Resumen
Este trabajo surge como resultado de nuestro activismo feminista y de las investigaciones extensionistas desarrolladas con un grupo de mujeres en el barrio Ciudad Obispo Angelelli II, al sur de la ciudad de Córdoba, Argentina. El grupo, conformado por mujeres de entre 20 y 60 años, se organiza en torno a un comedor comunitario que ha servido como espacio para reflexionar críticamente, con el fin de crear mundos posibles, centrados en el concepto de Buen Vivir. Los encuentros, realizados quincenalmente, se estructuran como talleres o círculos feministas. El trabajo se enmarca en los aportes de los feminismos latinoamericanos, que promueven la idea de crear comunidad como camino hacia la despatriarcalización de la vida. En este artículo, compartimos reflexiones surgidas de dos ejes de trabajo colectivo: un taller de alimentación y otro de danza y autosostén. Defendemos una práctica extensionista crítica, feminista y militante, que cuestiona los postulados tradicionales del conocimiento neutral, objetivo y apolítico.
Palabras clave: extensión feminista; mujeres; territorios; cuidados; autocuidados.
Abstract
This work emerges as a result of our feminist activism and outreach research developed with a group of women in the Ciudad Obispo Angelelli II neighborhood, south of Cordoba city, Argentina. The group, made up of women between 20 and 60 years of age, is organized around a community kitchen, which has served as a space for critical reflection, with the aim of creating possible worlds, centered on the concept of Good Living. The meetings, held biweekly, are structured as workshops or feminist circles. The work is framed in the contributions of Latin American feminisms, which promote the idea of creating community as a path towards the depatriarchalization of life. In this article, we share reflections arising from two axes of collective work: a food workshop and a dance and self-support workshop. We defend a critical, feminist and militant outreach practice, which questions the traditional postulates of neutral, objective and apolitical knowledge.
Keywords: feminist extension; women; territories; care; self-care.
Resumo
Este trabalho surge como resultado do nosso ativismo feminista e da investigação de extensão desenvolvida com um grupo de mulheres do bairro Ciudad Obispo Angelelli II, no sul da cidade de Córdoba, Argentina. O grupo, formado por mulheres entre 20 e 60 anos, está organizado em torno de um refeitório comunitário que tem servido como espaço de reflexão crítica, com o objetivo de criar mundos possíveis, centrados no conceito de Bem Viver. Os encontros, realizados quinzenalmente, estruturam-se como oficinas ou círculos feministas. O trabalho é enquadrado pelos contributos dos feminismos latino-americanos, que promovem a ideia da criação de comunidade como um caminho para a despatriarcalização da vida. Neste artigo, partilhamos reflexões decorrentes de dois eixos de trabalho coletivo: uma oficina de alimentação e uma oficina de dança e auto-sustentação. Defendemos uma prática extensionista crítica, feminista e militante que questiona os postulados tradicionais do conhecimento neutro, objetivo e apolítico.
Palavras-chave: extensão feminista; mulheres; territórios; cuidado; autocuidado.
Introducción
Este trabajo nace como resultado de nuestro activismo feminista y de nuestras investigaciones extensionistas militantes con un grupo de mujeres en un barrio del sur de la ciudad de Córdoba (Argentina). No podemos decir que este escrito es resultado de un trabajo ya realizado, pues no tenemos certezas de cuándo comienza y cuándo acabará el proceso extensionista. Más bien, es un encuentro permanente, con altibajos, con picos de mucha actividad y otros periodos de meseta. No obstante, podemos identificar el año 2016 como inicio de este proceso que ha tenido diversas vivencias en su transitar y que continúa en la actualidad.
Desde 2020, los talleres y círculos feministas que organizamos se focalizan en la temática de la sostenibilidad de la vida, y contemplan los trabajos de cuidado y autocuidado. Las mujeres, estuvieron movilizadas también por la pandemia del Covid-19 y todo lo que ello implicó en la vida de estas mujeres y la nuestra. Las discusiones y dinámicas que se plantearon siempre fueron desde un abordaje feminista situado y descolonial.
Los círculos que llevamos adelante transcurren quincenalmente en el espacio del comedor comunitario; este es coordinado y puesto en marcha por mujeres, que se encargan de gestionar los alimentos, prepararlos y servirlos diariamente. No todas las mujeres que forman parte del comedor participan de los talleres feministas. Algunas no lo hacen por motivos religiosos (puesto que tienen fuerte vinculación a la iglesia evangélica, que no les permite vincularse con este tipo de espacios); otras por imposibilidad de disponer de tiempo para ellas, por fuera de sus responsabilidades de cuidados y otras no sabemos por qué no lo hacen, pero siempre son invitadas a formar parte de los encuentros. Llegamos al territorio a partir del trabajo militante previo de una de las compañeras del equipo El Telar, co-radicado en el Área de Feminismos, Género y Sexualidades del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. El haber llegado de la mano de esta compañera facilitó el proceso de conocernos y de fortalecer la confianza, algo que es fundamental en este tipo de trabajos extensionistas.
En relación con el territorio que nos nuclea se trata de un comedor que se encuentra al sur de la ciudad de Córdoba capital. Está radicado en un barrio ciudad, es decir, unidades habitacionales creadas en 2004 por el Ministerio de la Solidaridad de la provincia de Córdoba, con financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo, para que se ubicaran en un primer momento familias pobres afectadas por las inundaciones del Río Suquía (Boito y Espoz, 2009). Estos barrios se encuentran a las afueras de la ciudad capital y cuentan con una serie de servicios básicos: escuelas, dispensarios, policía y algunos comercios. Cabe aclarar que estos territorios se hallan en espacios periféricos que no tienen buenas conexiones de transporte que faciliten el acceso a la ciudad y a los puestos de trabajo, por lo que permanecen muchas veces marginados de todo tipo de posibilidades.
Desde una práctica extensionista feminista, realizamos círculos y talleres feministas, con la intención de crear conocimientos de forma colectiva, de hacer red, de reflexionar de manera conjunta y promover la transformación en común y el amortiguamiento de las condiciones de opresión. Convencidas de la importancia de abordar otra narrativa acerca de la transformación a una escala pequeña, posible, buscamos –con la práctica extensionista– construir una ontología política feminista de transformación a un nivel local.
Respecto de los círculos feministas, Francesca Gargallo explica que, a principios de la década de 1970, surge una práctica que se centra en el encuentro de pequeños grupos buscando la reflexión colectiva, la autoconciencia, el escucharse entre mujeres e ir nombrando sentimientos y experiencias individuales para, principalmente, descubrirse en la experiencia de la otra. Aparece como una suerte de método de concientización, lo cual simboliza un paso central para las mujeres en el proceso de toma de conciencia de su opresión (Gargallo, 2004). En esta misma clave, la feminista chilena Julieta Kirkwood enfatiza en la importancia de los grupos de mujeres, y los define como:
Agrupaciones que dan carne y sentido a un nuevo sujeto político- social. Un sujeto político que, los ojos en el futuro y los pies en el presente, sabe, reconoce que todos/todas contribuimos a gestar los procesos histórico-sociales; y que los gestamos por presencia o por ausencia, a conciencia o sin ella; y que, lo reconozcamos o no, las mujeres también estamos insertas en la historia y somos parte de la inmovilidad de las transformaciones o de su transformación. (Kirkwood, 1985, p. 27)
Desde una apuesta por una universidad que no sea solo en las aulas y que no se centre solamente en los saberes occidentales, hegemónicos y avalados por la ciencia moderna, generamos estos encuentros que apuestan a la recuperación de saberes populares y a la generación de otros compartidos, creados a partir del diálogo, de la reflexión, de herramientas de la comunicación popular y feminista latinoamericana.
Hablar de extensión universitaria implica discutir un concepto controversial, con múltiples interpretaciones y sentidos. Desde la creación de la educación superior, a lo largo del proceso histórico universitario, se ha debatido en torno a las funciones de la universidad y cuál es su papel dentro de la sociedad, en este marco, sostenemos que la importancia de salir del ámbito académico hacia los territorios es una parte fundamental en el rol docente e investigador. En este sentido, siguiendo a Paulo Freire (1973), entendemos la práctica extensionista como aquella en la cual se pone en diálogo la comunidad y la universidad en torno a una problemática, para, a través de estas acciones, transformarse mutuamente. En cada acción de extensión el contenido del conocimiento puesto en juego se origina en un espacio social común donde interactúan todos los actores que participan en esa relación. Así, cada persona se constituye como sujeto de conocimiento y no como un mero receptor. Desde este punto de vista, afirmamos que la relación dialéctica entre universidad-sociedad es un proceso de constante transformación.
Tomamos como marco los aportes de los feminismos latinoamericanos que colocan en el centro la idea de “crear comunidad” para la despatriarcalización de la vida, expresión que cobra sentido político como re-existencia colectiva, es decir, “cómo podemos existir y responder a través de otras formas de existencia” (Segato, 2017, p. 27) ante el arbitrio del sistema dominante (Bonavitta y Gastiazoro, 2020). Es por ello que el trabajo que aquí presentamos nos recuerda la potencia del conocimiento situado, de dar cuenta de un proceso que tiene lugar en un territorio determinado pero que también nos atraviesa el cuerpo, las emociones, las vivencias, la experiencia, el registro y la narración de quienes somos y quienes fuimos.
La vinculación entre feminismos y extensión universitaria es clave para incorporar el cuerpo y habitarlo en diversas formas. Como sostienen Mattio y Pereyra (2020):
¿Qué le hace la extensión a los feminismos? En principio, los saberes feministas que se vean interpelados por la práctica extensionista no podrán menos que conectarse con narraciones, experiencias y prácticas que desde el territorio invitarán a coser y descoser las convicciones ideológicas y las respuestas afectivas que sostienen nuestros activismos. (p. 14)
La extensión feminista tiene una potencialidad clave: “sus dinámicas de entrecruzamientos inevitables, sus estrategias de bordes confusos, su cuota de incertidumbre la hacen especialmente abierta, la aproximan al gesto feminista que se permite cuestionarlo todo” (Mattio y Pereyra, 2020, p. 14). Asimismo, es la práctica extensionista y feminista un espacio de trabajo colectivo, compartido y sustancial: nos vincula con lo experiencial, con lo vivido a través del cuerpo, y es un puente directo a las emociones como materia prima, entendiendo por experiencia “algo que se atraviesa y a partir de lo cual no se puede seguir teniendo la misma relación con las cosas y lxs otrxs” (Gago, 2019, p. 12).
En este trabajo presentamos parte del proceso extensionista que realizamos en territorio con un grupo de mujeres que tienen entre 20 y 60 años, a partir de círculos y talleres feministas. Si bien a lo largo de los años en los cuales llevamos a cabo talleres en territorio hemos abordado diferentes temáticas vinculadas con el cuidado y el autocuidado, en el presente artículo nos centraremos en dos ejes de trabajo que fueron los núcleos centrales que desarrollamos desde 2023: la alimentación y la danza como autosostén. Ambos ejes estuvieron atravesados por la centralidad del cuerpo en el territorio, en el bien-estar y buen-vivir, lejos de toda actitud restrictiva o moralizante en torno a las corporalidades, y cerca de la búsqueda de reconexión con el registro de lo que nos sucede, nos atraviesa, nos conecta con el placer, el disfrute y el bienestar. Asimismo, contrariamente a las lógicas propias del sistema neoliberal que abonan por modos de alimentarnos y movernos ligados al bienestar individual, en los talleres nos enfocamos en entender estas prácticas de manera colectiva, siguiendo lo que plantea la vicepresidenta colombiana Francia Márquez (2023): “Soy porque somos”. Siguiendo este planteo, centramos la mirada en una apuesta por reflexionar en torno a la sostenibilidad de la vida, los cuidados y el buen vivir.
Al hablar de Buen Vivir queremos hacer una ruptura radical con una lógica productivista y de crecimiento, para sustituirla por una lógica de sostenibilidad multidimensional (ambiental, social, reproductiva): ‘Suma Qamaña es una expresión aymara que no significa vivir mejor que hoy, ni mejor que los demás, tampoco es una preocupación constante por mejorar la vida, sino simplemente una vida buena. Expresa también un Vivir Bien en sentido comunitario, una sociedad buena para todos. (Pérez Orozco, 2014, p. 243)
Todas las mujeres con las que trabajamos (incluidas las investigadoras) somos cuidadoras, es parte de la identidad personal, y entendemos a este trabajo como un derecho humano y como parte esencial de la sostenibilidad de la vida. Nos atraviesa nuestro proceso vital y sin los cuidados comprendemos que es imposible la supervivencia:
Las necesidades humanas tienen lo que podríamos llamar una dimensión más objetiva –que respondería más a necesidades biológicas– y otra más subjetiva que incluiría los afectos, el cuidado, la seguridad psicológica, la creación de relaciones y lazos humanos, etc., aspectos tan esenciales para la vida como el alimento más básico. (Carrasco, 2003, p. 6)
No obstante, aquí el foco está puesto en la idea de autocuidado feminista, entendiéndolo como una política de resistencia que sucede a nivel micro, pero que permite desafiar a un sistema capitalista y patriarcal que oprime los cuerpos-territorios de las mujeres en general y de las pertenecientes a sectores populares en particular. Desde esta apuesta por una extensión universitaria militante y feminista, presentamos algunos de los recorridos, los sentipensares que fueron surgiendo a lo largo del tiempo y también las dificultades que emergen en el camino de un trabajo que involucra el cuerpo y las emociones de manera consciente.
Metodología
El trabajo que realizamos se gesta a partir del encuentro con un grupo de alrededor de 15 mujeres de entre 20 y 60 años, las que se autodefinieron como: amas de casa, desocupadas y empleadas con trabajos remunerados fuera de la casa, principalmente abocadas al trabajo doméstico y de cuidados remunerado. También se identificaron como trabajadoras de la economía popular, ámbito en el cual la participación de las mujeres es importante. La mayoría de ellas cuenta con una triple jornada laboral porque trabaja en los merenderos y comedores del barrio, lo que se suma al trabajo no remunerado que realizan en el hogar. Todas ellas son madres y algunas abuelas. Muchas se encontraban viviendo en familia junto a su pareja (o nueva pareja), hijos e hijas, algunas incluso con sus nietos y nietas; otras eran jefas de familia, ya que se habían separado luego de haber convivido muchos años y estaban a cargo del hogar. Todas se identificaron como mujeres cisgénero y la mayoría estaba en relaciones heterosexuales o se definía como heterosexual. También formamos parte del trabajo académicas e investigadoras formadas y en formación que provenimos de diferentes disciplinas: comunicación social, derecho, trabajo social, psicología y sociología. Tenemos entre 22 y 45 años, algunas somos estudiantes y otras docentes e investigadoras.
Nuestro trabajo es una investigación acción participativa, que aborda una metodología feminista, situada y centrada en las emociones. Es decir que, si bien sabemos que existe el rol de “investigadoras”, o que ocupamos otras posiciones por el hecho de pertenecer al ámbito académico, centros de saberes legitimados, formamos parte activa de nuestros trabajos. La premisa principal es que en los talleres participamos todas: las que provenimos de la universidad y las que viven en el territorio. Es una apuesta política y militante, por lo que se traduce en una metodología que no solo es feminista, participante y extensionista, sino que también es militante. El compromiso trasciende los tiempos o recursos académicos, ya que hacemos una apuesta concreta convencidas de que estos espacios permiten transformar porciones de mundo. Asumimos que la escala de la transformación debe ser una medida alcanzable y local. Siguiendo a Lucía Linsalata y Raquel Gutiérrez (2017), “lo comunitario es tanto más potente cuanto más se logra consolidar y densificar las relaciones de obligación mutua a nivel local” (p. 5).
La extensión universitaria, feminista y militante es, en esencia, crítica. Y obliga, a su vez, a un conocimiento situado y una reflexión profunda sobre las condiciones en las que vivimos, las experiencias que tenemos y las opresiones que nos atraviesan, sobre todo cuando esa lectura se realiza en clave interseccional.
En los talleres y círculos feministas utilizamos diferentes técnicas de trabajo que abarcaron el mapeo y la cartografía feminista, el movimiento del cuerpo con registro de la respiración y el estado general, meditaciones, construcción de un recetario colectivo que apele a la memoria emotiva, reconocimiento de la otra en el espacio cercano, entre otras técnicas que ponen en el centro al cuerpo y las emociones. Es importante aclarar que las temáticas a trabajar fueron decididas de manera colectiva, a partir de las demandas del grupo, de sus necesidades específicas, aunque siempre centradas en la idea del Buen Vivir y del autocuidado feminista. Por ello, el diseño de las propuestas fue flexible, modificado de acuerdo con lo que se requería por la comunidad.
Consideramos que cualquier propuesta de investigación feminista debe partir de la idea del encuerpamiento ya que buscamos rebatir la tradición científica “desencarnada” y visibilizar el hecho de que hacemos investigación con y desde unos cuerpos concretos. (García y Díaz, 2022, p. 5)
Utilizamos la categoría de cuerpo-territorio como apuesta política y como la manera hallada para no desviarnos de un conocimiento que sea situado y comunitario. Asimismo, en el territorio-barrio en el que trabajamos, los encuentros se realizaron en el comedor de la comunidad, aunque es difícil pensar en delimitarlo como espacio público, puesto que se cruzan lo doméstico-privado con lo comunitario-barrial. Muchas de las mujeres que asisten al salón lo hacen como contraprestación del salario que cobran en el marco del programa “Potenciar trabajo”, una iniciativa creada en 2020 en la Argentina con el propósito de contribuir a mejorar el empleo y generar nuevas propuestas productivas y, de esa manera, promover la inclusión social para personas en situación de vulnerabilidad social y económica. Este programa establece la implementación de una prestación económica individual, que representa la mitad de un salario mínimo, vital y móvil, conocida como Salario Social Complementario, que, para el cobro de este, las personas destinatarias deben realizar una contraprestación de media jornada laboral en proyectos socio-productivos, socio-comunitarios, socio-laborales o terminar sus estudios primarios o secundarios (Lihué Ledda, 2023). Asimismo, otras participan como parte de un trabajo voluntario, por los lazos afectivos que se tejen en este espacio y movidas por el deseo de aportar solidariamente en su territorio-barrio. Los límites entre lo que se considera un trabajo y una participación voluntaria, así como entre lo público y lo privado, en el salón se vuelven difusos:
Los espacios domésticos, cocinas, dormitorios, rincones de la casa se invaden y lo inmediato parece ser parte de una construcción colectiva que empieza a formar parte de nuestra cultura, con fluidez y velocidad. La convivencia interfiere el tiempo de trabajo y el trabajo interfiere la convivencia, así como el cuidado de niña/os, de adulta/os o las tareas del hogar. (Arito y Rígoli, 2021, p. 232)
Así, las fronteras se disipan, se cruzan, existen umbrales que se entretejen entre la casa, el barrio, el comedor, lo privado, lo doméstico y lo público. Transversal a ello, todo espacio se vuelve político. De la misma forma, la apuesta metodológica implementada entrecruza lo político y militante, con lo científico, poniendo en el centro las emociones y los afectos y disputando la hegemonía de la ciencia positivista.
El estudio del afecto en investigaciones feministas es crucial para analizar las rutas afectivas de poder patriarcal y mapear las dimensiones afectivas de estas estructuras con el objetivo de entender cómo los afectos/emociones/sentimientos nos abren a negociaciones de resistencia feminista. (Pedwell y Whitehead, 2012, p. 24)
Por su parte, Nancy Naples (2003) sostiene que una metodología reflexiva feminista nos permite ser conscientes y disminuir las relaciones desiguales de poder que se reproducen durante el curso de las investigaciones, pero ello no significa que sea posible erradicarlas. A sabiendas, decidimos apostar por poner en el centro cuerpo y emociones en el proceso de trabajo, proponiendo tareas y dinámicas que nos atravesaran a todas nosotras en conjunto.
Discusiones
Como adelantamos, durante los años 2023 y 2024 proyectamos organizar los talleres en torno a diferentes ejes, definidos juntamente con las mujeres que participan del taller. En el presente artículo, nos enfocaremos en dos de los ejes que se trabajaron ambos años: 1) alimentación y saberes nutricionales como autocuidado, y 2) la danza y el movimiento corporal de autosostén.
1) Alimentación y saberes nutricionales como autocuidado
La alimentación es un tema central para las mujeres con las que trabajamos, pues el espacio que las nuclea es, justamente, un comedor, en el cual se encuentran diariamente para preparar la comida para más de 200 personas que asisten a buscar el almuerzo y la merienda. ¿Qué comemos y cómo lo preparamos?; ¿Cómo nos sentimos cuando comemos?; ¿Nos gusta cocinar? fueron algunas de las preguntas que guiaron la realización de los talleres. Durante los años 2023 y 2024 nos ocupamos de estos temas, pero no solo desde el saber nutricional –que las mujeres solicitaron que profundicemos–, sino que también nos centramos en abordar todo aquello que sucede en torno a la comida, atravesado por la emoción, el sentir y la experiencia corporal. El primer año exploramos cómo la alimentación y la comensalidad entrelazan prácticas significativas en la construcción de vínculos de apoyo y el sostenimiento de la vida en la comunidad. La palabra “comensalidad” emergió como un concepto clave para anudar las diferentes prácticas, saberes y experiencias alimentarias, esta noción hace referencia a comer con otrxs (Aguirre, 2018). La comensalidad es así una categoría política y simbólica que nos invita a reflexionar sobre los modos de compartir (o no) la comida según género, edad, clase social, etnia, entre otras intersecciones (Solans y Piaggio, 2018) que materializan las prácticas culturales construidas alrededor del alimento y los rituales que acompañan el modo de cocinarlo y consumirlo.
El territorio desde y en el cual pensar estos talleres fue la cocina comunitaria, para indagar en lo que se produce, en lo que se conversa, y en el poder transformador de estas actividades en el territorio y en quienes lo habitan. El objetivo del primer año fue terminar los talleres con un recetario colectivo y para llegar a ese producto comenzamos recuperando todo aquello que se pone en juego en la cocina y al cocinar. Unas de las actividades más movilizantes que realizamos fue traer una foto de alguna comida o un momento vinculado al cocinar o comer. A partir de este disparador surgieron historias, anécdotas familiares, momentos compartidos en torno a la comida vinculados al goce, al encuentro, al compartir. Cocinar es cuidar y siempre lo hemos aprendido de alguien. En la mayoría de los recuerdos que evocaban las fotos aparecían madres, abuelas, tías: mujeres que cuidaron/cuidan mediante el alimento. A raíz de esta actividad disparadora, emergieron debates en torno a lo que implica encontrarse en el espacio del comedor comunitario y cocinar. “Yo vengo al salón a cocinar y se me pasa la locura” cuenta Rosa cuando relata un día de trabajo con sus compañeras. La cocina se vuelve trinchera. Lugar de encuentro, en donde se cocina mucho más que alimentos. Dolores, sentires, miedos y también proyectos y alegrías. Las mujeres reconocen que en sus propias biografías la cocina ha estado ocupada por mujeres que cuidaron y sostuvieron, al igual que lo hacen ahora ellas en sus propias familias y de manera comunitaria en el salón, ese espacio que significa mucho más que una cocina popular. A partir de estos encuentros reconocimos que en la alimentación se pone en juego un proceso de organización social y colectiva atravesado por la clase que condiciona los modos en que producimos y consumimos alimentos (Ruiz Paz, Del Papa et al., 2023). Así, para la construcción del recetario colectivo revisamos juntas diferentes recetas de materiales realizados por comedores populares y con la ayuda de una nutricionista que participó de los encuentros elaboramos el material propio del salón, cada receta estaba acompañada de alguna referencia afectiva.
Un año después, nos encontramos en una situación política y económica crítica que claramente afectó el quehacer de las mujeres en el salón y, por tanto, nuestra participación extensionista allí. El 2024 lleva la marca del avance de un gobierno neoliberal de extrema derecha, en el cual las políticas públicas de cuidados –entre otras– corren riesgo. Argentina ha sufrido y continúa sufriendo reformas estatales que desmontan conquistas de derechos fundamentales, entre otros, aquellos conseguidos por y para mujeres. El gobierno de Javier Milei ha asumido la presidencia el 10 de diciembre de 2023 y en poco más de 140 días de gobierno realizó un ajuste de al menos el 40% del gasto público, sumado a una devaluación del 118% y una inflación de 68% (CELS, 2024). Esto repercutió en todos los hogares del país, añadiendo además despidos masivos que incrementaron la desocupación y reducción de programas sociales que asistían a poblaciones vulnerables. En un contexto de profunda crisis, caracterizado por la reducción del gasto público, la retracción de la actividad económica, el aumento de la pobreza, la caída del salario real, el deterioro de las jubilaciones y otras prestaciones sociales, la pérdida de empleos y la disminución del poder adquisitivo frente a la inflación, las cifras son especialmente preocupantes y afectan de manera particular a las mujeres.
En este escenario, abordar la temática de la alimentación supuso un desafío aún mayor. ¿Cómo hablar de alimentación saludable cuando no podemos acceder a ella? Los recursos del salón se redujeron casi a la mitad y, por tanto, los alimentos con los que las mujeres cuentan son menos y de peor calidad. Aquí, nuevamente, la tarea extensionista se cruza con la militante, y ante la urgencia de obtener recursos nos comprometimos en realizar colectas, venta de panes y gestionar donaciones, entre otras acciones. Las fronteras se vuelven difusas y el escenario político y económico de fuerte crisis lo exacerba aún más. Pese al contexto, el interés por continuar trabajando cuestiones vinculadas a la alimentación continuaba entonces, antes de volver a convocar a la nutricionista, desarrollamos talleres en los cuales nos centramos en poner en valor la enorme organización social y política que llevan a cabo las mujeres para sostener el comedor. Así, abordamos los vínculos, el trato, los acuerdos que se generan entre las compañeras para hacer posible la tarea cotidiana, reivindicando el sentido político del encuentro y de la gestión de lo comunitario.
Luego, una vez más, con el soporte de una compañera nutricionista, volvimos a enfocarnos en cuestiones vinculadas a la calidad y valor de los alimentos y esta vez, centradas en cómo hacer para comer lo mejor posible en un contexto de crisis y hambre. Gestionar la precariedad e intentar mantener nuestros cuerpos sanos como estrategia de resistencia, de cuidado y autocuidado colectivo. Se pone en valor a los alimentos y se destaca la importancia de alcanzar la soberanía alimentaria como una lucha feminista. Discutimos así los discursos dominantes actuales que proponen la alimentación como bienestar individual new age, la cultural del “wellness”[1] y, en contraposición, propusimos pensar la resistencia en red, en comunidad, con el alimento como medicina y como derecho colectivo.
2) La danza y el movimiento corporal de autosostén
Siguiendo con la premisa de abordar la experiencia en el cuerpo, otro de los ejes fue el de danza y movimiento. En encuentros previos, el cuerpo aparecía como molestia: no son cuerpos hegemónicos, son cuerpos para otras personas (para cuidar, para acompañar, para servir, para dar placer a otros… rara vez es un cuerpo que pertenece). Además, parecían ajenos: sin saber específicamente qué sentían, qué les gustaba o, incluso, qué les dolía o qué les permitía esa corporalidad. Por tanto, pensamos en una propuesta de danza que trabajara la confianza en el cuerpo, por ello surge la idea de autosostén (en contraposición a la idea de autoestima, tan centrada en forzar un amor propio). El autosostén facilitaba el pensar el cuerpo como el hogar que nos sostiene, como el territorio que nos permite crear, cuidar, abrazar, vivir.
La primera vez que danzamos hubo una resistencia inicial: yo no puedo, no me sale, no sé bailar, no me gusta. Sin embargo, media hora después estábamos todas con otro semblante: el cuerpo se estiraba, los huesos sonaban, descubrimos partes olvidadas, y la respiración ocupaba el centro de la escena. Ese taller, que parecía el más lejano de todos los propuestos, se convirtió en el más disfrutable. Las mujeres volvieron –y volvimos– al centro de ese cuerpo-territorio que habitamos sin reconocer, que disociamos de nuestro pensar y hacer. Y, cuando volvemos al cuerpo, todo se hace más liviano: confiamos, sentimos la presencia, nos potenciamos.
Esos talleres nos permitieron comprender que los cuerpos nos sostienen nuestra vida, independientemente de los modelos hegemónicos y patriarcales de belleza, desafiar la mirada y correrla de un deber ser estético dominante, nos permite hallar la fortaleza de lo que somos en verdad. De ese envase que nos sostiene y nos permite andar la vida y sostener la de otros. Danzar, danzarnos, implicaba placer, disfrute y reconexión con lo que somos de una forma amorosa, nutricia. Sin dudas, autocuidado feminista. La danza se convirtió también en un espacio que puso en el centro a las emociones y la afectividad. Habilitó la confianza de una manera novedosa: parecía que vernos allí, danzando sin saber hacerlo, perdiendo la timidez, nos obligaba a una intimidad nueva en la que no mediaba la palabra sino las miradas, el cuerpo, los dolores compartidos. Entonces, las emociones afloraron en cada encuentro: las risas, las lágrimas, la fuerza al expandir el pecho al cielo, y el cansancio que flotaba en el espacio compartido. Hacer comunidad desde la mirada, el desafío de guardar las palabras y transitar desde el movimiento.
Allí el feminismo jugó un papel clave: no se trataba de danzar de forma “correcta” o de favorecer una técnica determinada. Se puso el foco en darnos cuenta cuán poderoso es nuestro cuerpo y cuán hermoso es al sostenernos, así como también sentir plenitud al danzar, al conectar con el cuerpo-territorio, al registrar cómo estamos. Las mujeres generalmente no tenemos ese espacio para prestar atención a cómo estamos, cómo nos sentimos. Las dobles y triples jornadas de trabajo, los cuidados a hijos, hijas y familiares, la mirada puesta siempre en las demandas de las demás personas, hacen que desfocalicemos de nuestros sentires: “Yo me di cuenta de que me dolía todo, de que estaba re cansada cuando nos pusimos a bailar”, nos comentó una de las compañeras. Y es que la danza pone en el centro ese sentir: emocional y físico. “Cuando yo vengo a los talleres, me doy cuenta de que las cosas no me pasan sólo a mí, que las compañeras capaz que están viviendo cosas parecidas y eso no me hace sentir sola”. Esta es una reflexión permanente: la comunidad que se gesta y nos resiste.
Conclusiones
Como expresamos anteriormente, estamos atravesando en Argentina un contexto de mucha incertidumbre, con un marcado retroceso en materia de derechos humanos y de políticas públicas con perspectiva de género. En este escenario, la universidad pública no ha sido la excepción y también se ha visto afectada por el recorte presupuestario acompañado de un desprestigio simbólico por ser esferas de gestión estatal. Más que nunca se trata de ocupar las trincheras y defender los espacios de educación, de formación, de pensamiento crítico. En ese marco, la extensión universitaria es un área clave, que permite acceder a territorios que están por fuera de la institución superior e incluso del ámbito educativo. Permite crear puentes y desdibujar fronteras históricas entre las casas del saber y los territorios populares. Además, cuando esa extensión se concreta en clave feminista y militante, las potencias son aún mayores. Se crean redes, se fortalece una mirada que involucra la reflexión sobre el sistema patriarcal, capitalista y colonial, se apuesta a la construcción de un buen vivir y, no menos importante, se indaga sobre otras formas de creación del saber científico.
Cuando la extensión se realiza desde una propuesta feminista, se disputan los modos hegemónicos de acceder a los territorios, se cuestiona al paradigma positivista tradicional y se apuesta por otra apropiación y creación de saberes, por una ampliación de los mismos y por la promoción de la construcción de nuevas formas de vida posibles. Eso, en sí mismo, ya constituye una práctica feminista, con compromiso político y militante, otra forma de construir mundos. Movilizadas con la intención real y concreta de generar espacios más habitables, libres de violencias y de despatriarcalizar nuestros mundos, la extensión se vuelve praxis colectiva, comunitaria, sin desconocer las desiguales relaciones de poder que existen allí. Y para ello es clave dar cuenta de una apuesta que también es afectiva. Reconocer los afectos y emociones que se ponen en juego en el encuentro con las otras es fundamental también para lograr un conocimiento que sea más real y fidedigno, sin ignorar las subjetividades que nos conforman y atraviesan y las experiencias que compartimos creando, de algún modo, un nosotras colectivo. Nuestra experiencia extensionista nos atraviesa como investigadoras, docentes, estudiantes y también transforma el territorio y las mujeres que allí habitan. Nos permite también poner en valor que el trabajo de las mujeres en el comedor posibilita la reproducción y la sostenibilidad de la vida, incluyendo dentro esta categoría a los cuidados (Rodríguez, 2005), autocuidados (Bonavitta y Presman, 2022), el derecho a una vida sin violencias (Malacalza, 2020), el cuidado de la salud de los cuerpos-territorios y la soberanía alimentaria.
En el contexto sociopolítico actual, y frente a los avatares que enfrentan las universidades públicas, la extensión se convierte en un frente que debe resistir y ser cuidada. Este espacio de cercanía y de puente, de reflexión colectiva y comunitaria, se presenta como un ámbito de tensiones. En principio, frente al recorte económico y la falta de apoyo estatal; pero también en lo que hace a la vulnerabilidad de las personas y los territorios con los que trabajamos y sobre quienes recrudecen las crisis y violencias capitalistas actuales. Y es por ello, justamente, que creemos necesario seguir apostando a crear comunidad y a gestar resistencias, disputando al capital aquello que intenta y no puede acabar: las redes, la afectividad, los encuentros y el tiempo de autocuidado.
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Notas
[1] Término en inglés que alude a un equilibrio saludable entre los niveles mental, físico y emocional, obteniendo como resultado un estado de bienestar general.