http://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2732
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González, Ana Davis. “Los libros de viaje a la URSS de Castelnuovo, Varela, Kordon y González Tuñón (1932-1959)”. Anclajes, vol. XXVII, n.° 3, septiembre-diciembre 2023, pp. 11-27.
DOSSIER
Los libros de viaje a la URSS de Castelnuovo, Varela, Kordon y González Tuñón (1932-1959)[1]
Travel books to the URSS by Castelnuovo, Varela, Kordon and González Tuñón (1932-1959)
Livros de viagem para a URSS de Castelnuovo, Varela, Kordon e González Tuñón (1932-1959)
Ana Davis González
Escuela de Estudios Hispano-Americanos/Instituto de Historia, CSIC
España
ORCID: 0000-0002-9638-3987
Resumen: La Revolución rusa reforzó las relaciones de escritores entre países socialistas y espacios que aún no habían tenido ningún contacto hasta el momento, por ejemplo, Latinoamérica, lo cual creó un nuevo espacio geocultural de diálogo entre sí. Este contexto genera, para la crítica latinoamericanista, un especial interés por la figura del intelectual latinoamericano que proyecta sus impresiones en libros de viaje a la Unión Soviética, en un recorrido de ida y vuelta a su lugar de origen. Ello ha motivado el presente análisis diacrónico de cuatro textos de escritores que visitaron países socialistas durante el período de 1932 y 1959, libros de viaje publicados en Buenos Aires. En concreto, se examinan las siguientes obras: Yo ví…! En Rusia (Castelnuovo, 1932); Un periodista argentino en la Unión Soviética (Varela, 1950); Todos los hombres del mundo son hermanos (González Tuñón, 1954) y 600 millones y uno (Kordon, 1958).
Palabras clave: Literatura Latinoamericana; viajes; Cono Sur; URSS; siglo XX
Abstract: The Russian Revolution strengthened the relations of writers between socialist countries and spaces that had not yet had any contact until then, for example, Latin America, generating a new geocultural space for dialogue with each other. This context generates, for critics, a special interest in the Latin American intellectual figures who projects their impressions in travel books to the Soviet Union, on a round trip to his place of origin. From this can be deduced the diachronic analysis of four texts by writers who visited socialist countries between 1932 and 1959, travel books published in Buenos Aires. Specifically, the following works are analyzed: Yo ví…! En Rusia (Castelnuovo, 1932); Un periodista argentino en la Unión Soviética (Varela, 1950); Todos los hombres del mundo son hermanos (González Tuñón, 1954) y 600 millones y uno (Kordon, 1958).
Keywords: Latin-American literature; trips; Southern Cone; URSS; 20º century
Resumo: A Revolução Russa fortaleceu as relações dos escritores entre países socialistas e espaços que até então não tinham contato, como por exemplo, a América Latina, gerando um novo espaço geocultural de diálogo entre eles. Esse contexto gera, para a crítica latino-americana, um interesse especial pela figura do intelectual latino-americano que projeta suas impressões em livros de viagem à União Soviética, numa viagem de ida e volta ao seu lugar de origem. Disso se deduz a análise diacrônica de quatro textos de escritores que visitaram países socialistas entre 1932 e 1959, livros de viagens publicados em Buenos Aires. Especificamente, são examinadas as seguintes obras: Yo ví…! En Rusia (Castelnuovo, 1932); Un periodista argentino en la Unión Soviética (Varela, 1950); Todos los hombres del mundo son hermanos (González Tuñón, 1954) y 600 millones y uno (Kordon, 1958).
Palavras-chave: Literatura Latino-americana; viagens; Cone Sul; URSS; Século XX
Fecha de recepción: 24/03/2023 | Fecha de aceptación: 05/06/2023
Introducción
El punto de inflexión generado por la Revolución rusa en el panorama histórico, ideológico y político del siglo XX se tradujo inevitablemente al ámbito cultural, reestructurando las fuerzas y los agentes de los distintos campos. En el literario, la polarización ideológica suscitada por la Revolución significó, para algunos, una toma de posición política en sus textos literarios y no literarios. Otros, en cambio, se posicionaron en una actitud neutral que, en realidad, no dejaba de traslucir una postura ideológica. Posteriormente, la Guerra Fría reforzaría aún más dichas polarizaciones, e impulsaría las relaciones de escritores-intelectuales entre países socialistas y lugares con que no habían tenido ningún contacto hasta el momento, por ejemplo, Latinoamérica, generando un nuevo espacio geocultural de diálogo entre sí. De ahí que, en La trinchera letrada (2011), Germán Alburquerque sugiera la figura del “intelectual latinoamericano en viaje” como objeto de estudio imprescindible para la crítica latinoamericanista:
Es así como se puede avanzar en la constitución de un nuevo objeto de estudio, que sería el intelectual latinoamericano en viaje: peregrinos políticos que por esta época extendieron su radio de acción mucho más allá de las fronteras del continente, de la Europa Occidental y de Estados Unidos: llegaron ahora de Praga a Vladivostok y de Moscú a Hanoi. […] porque se sintieron empujados a ello al saberse involucrados en el conflicto global de la Guerra Fría. Cumplieron un rol de intérpretes para el latinoamericano común y corriente, que no contaba con los medios para viajar por el orbe ni para informarse de forma certera y equilibrada de la situación internacional. […] es una figura que patentiza bien el proceso de globalización no tanto ya de la política y de las relaciones internacionales como de la cultura, del arte y del pensamiento de América Latina al circuito mundial. (80)
En el presente estudio partimos de su propuesta con el fin de analizar libros de viajes que manifiesten las impresiones de algunos escritores que publicaron en el contexto porteño tras su visita a países socialistas, en un recorrido de ida y vuelta a su lugar de origen. Nuestro corpus se ha delimitado siguiendo tres criterios: la vinculación entre Argentina y los países socialistas (corte topográfico); período de 1932 a 1959 (corte cronológico); y libros de viaje (corte genérico). Con respecto al primero, adviértase que, si bien aludimos a escritores no argentinos, el espacio físico es la ciudad de Buenos Aires, al ser el centro de circulación cultural e intelectual donde estos autores desarrollaron la mayor parte de su profesión y publicaron los textos que nos ocupan. En relación con el corte cronológico nos hemos decantado por incluir los años antecedentes de la Guerra Fría porque la polarización ideológico-política comienza a germinar a partir de la Revolución rusa:
Este punto de vista quiere remarcar que el origen de la Guerra Fría radica en una rivalidad histórica que tarde o temprano iba a estallar y que se fundaba en la incompatibilidad de dos sistemas ideológicos de aspiraciones universales y, por tanto, excluyentes. (Alburquerque 14)
El año de 1917 genera una serie de debates que se proyectan en redes de intercambio y diálogo entre intelectuales que, en el caso latinoamericano, dan como resultado las prácticas discursivas que analizaremos aquí: escrituras del yo que describen una experiencia de viaje a países soviéticos, dirigidas a su sociedad de origen, con un fin ideológico-político. Así, si Alburquerque afirma que desde 1945 se creó un espacio, inédito hasta la fecha, que obligó a los intelectuales latinoamericanos a posicionarse en un conflicto de carácter internacional, podríamos afirmar que ese proceso se iniciaría antes porque, como demuestra Sylvia Saítta, los libros de viajes a la URSS comienzan a divulgarse en el Río de la Plata a partir de 1921 (“Moscú” 85). No obstante, nuestro interés reside en el primer libro de viajes publicado de manera íntegra y autónoma –es decir, que no es un artículo periodístico–, cuyo autor es un escritor-creador en sentido estricto, es decir, quien busca alcanzar una profesionalización con su producción lírica o de ficción –en términos de Petra (2017), un “intelectual-creador”–; en este caso, Yo ví…! En Rusia (1932) del exboedista Elías Castelnuovo. El final de la cronología se fijó en 1959, año en que finaliza la etapa de “la Guerra Fría como conflicto bipolar” y se inicia el proceso de “latinoamericanización” de la Guerra (Alburquerque 289), es decir, un sentimiento de unión panlatinoamericanista que anteriormente seguía categorías de corte más bien nacionales.
Nuestro objetivo es presentar una mirada diacrónica que dé cuenta de cómo, a pesar de las distancias temporales de sus contextos de publicación, los textos escogidos comparten una especificidad retórica que se mantiene durante más de veinte años. Tal interés se dirige a mostrar la particularidad de un subgénero literario que se mantiene inmutable en términos formales y de contenido, por razones político-ideológicas, algo que contrasta con la transformación evidente de la literatura hegemónica que domina el bando liberal –desde los colaboradores de Sur hasta la narrativa fantástica que emerge en los cuarenta y cincuenta–. En concreto, nos centraremos en las siguientes obras: Yo ví…! En Rusia: impresiones de un viaje a través de la tierra de los trabajadores (Castelnuovo, ed. Actualidad, 1932), Un periodista argentino en la Unión Soviética (Varela, Ed. Viento, 1950), Todos los hombres del mundo son hermanos (González Tuñón, Ed. Poemas, 1954) y 600 millones y uno (Kordon, Ed. Leviatán, 1958). El primero, Castelnuovo (1893-1982) fue periodista, escritor y ensayista uruguayo que residió en Buenos Aires prácticamente toda su vida. Destacó sobre todo por su narrativa y dramaturgia cercana al Grupo de Boedo, y por cultivar una literatura explícitamente política e ideológica, como demuestra en Vidas proletarias (1934). En los cuarenta, simpatiza con el peronismo y colabora en Mundo Peronista, bajo el pseudónimo de Elicás. Alfredo Varela (Buenos Aires, 1914-1984), fue escritor, ensayista y colaborador de diversas revistas afiliadas al comunismo. Durante los años cincuenta, trabajó en el Consejo Mundial de la Paz en Checoslovaquia, donde también se dedicó a traducir escritores checos del francés, como Nezval, Otcenasek o Uhlír –este último trasladó al checo la novela de Varela El río oscuro– (Zourek 73). Raúl González Tuñón (1905-1974), poeta y ensayista, cuya incursión lírica se inició con la vanguardia martinfierrista, pero en los treinta deja atrás esa estética, y cultiva poesía o prosa breve en periódicos comunistas como Orientación, una escritura marcadamente política “en tránsito hacia la revolución” (Alle 10). Posteriormente, viaja a la URSS en 1953 junto con el político Emilio Troise, ambos invitados por la VOKS. Finalmente, Bernardo Kordon (1915-2003) fue un escritor que, a pesar de su origen chileno, desarrolló su profesión en Buenos Aires donde, por ejemplo, dirigió la revista Capricornio (1954-1955) y publicó la obra que nos ocupa, 600 millones y uno. Su producción ficcional consta de narrativa de corte realista y social.
Pero, antes de detenernos en dichos textos, cabe señalar la importancia del libro de viajes de ida y vuelta a la URSS como subgénero internacional que, como explica Derrida, nace y finaliza en el siglo XX porque es en esta centuria cuando se crean las condiciones políticas para su desarrollo, de ahí su especificidad. El filósofo se decanta por clasificarlos como “relatos de peregrinaje” similares a los viajes a Jerusalén porque proyectan la imagen de un “espacio mítico escatológico y mesiánico” a una tierra cargada de futuro esperanzador (Derrida 66) con el fin de importar la Revolución a sus países de origen –de ahí la necesidad del retorno–. Rusia emerge en estos textos como un espacio literario situado en la periferia de la República Mundial de las Letras, frente a la capital central y hegemónica de París. El contexto español peninsular no fue ajeno a dichas prácticas ya que algunos viajeros, como María Teresa León, Fernando de los Ríos, Rafael Alberti, Josep Pla y Max Aub, publicaron textos que Sánchez Zapatero compara con las crónicas al Nuevo Mundo, “en las que los navegantes y los soldados españoles intentaban relatar las características de las nuevas sociedades descubiertas allende los mares” (273).
Hasta la fecha, no se han llevado a cabo muchos estudios acerca de estos escritores de manera colectiva, ya que abundan, más bien, las investigaciones autorales individuales, sobre todo, de González Tuñón y de Castelnuovo. A este respecto, destacan la monografía Una poética de la convocatoria de Fernanda Alle (2019) sobre la literatura comunista del primero, y el reciente artículo de Esteban Da Ré, “Las crónicas de viaje a la URSS de Elías Castelnuovo” (2019), quien se centra concretamente en las estrategias humorísticas de Yo ví…! En Rusia. Con respecto a investigaciones panorámicas, destacan los trabajos de Saítta, Adriana Petra, Horacio Tarcus, Laura Prado Acosta y Michal Zourek quienes supieron acercarse a algunos de los textos mencionados en conjunto. La primera, en su volumen Hacia la revolución (2007), edita varias obras de las mencionadas, junto con una introducción crítica acerca de lo que significó el viaje a la URSS por parte de estos escritores. Aunque, cabe apuntar, el texto de Kordon se presenta parcialmente, es decir, solo su relato de viaje a China, relegando el capítulo sobre Rusia, que sí nos interesa aquí.
La labor de los historiadores es especialmente relevante, por ejemplo, Intelectuales y cultura comunista (2017) de Petra, cuyo capítulo “Vanguardistas, reformistas y antifascistas” hace alusión al panorama hemerográfico de los años veinte, treinta y cuarenta en Argentina y, por tanto, a los escritores comunistas, socialistas y anarquistas del campo cultural del país. A ello podemos añadir el breve trabajo de Neme Tauil y Ricardo Martín “Relatos de viajeros argentinos de izquierda sobre la Unión Soviética” (2013), conferencia donde se definen los relatos de viajeros argentinos de izquierda a la URSS como “construcción de un dispositivo cultural, de una ficción en la cual se describe un paraíso terrenal que no es ni más ni menos que el modelo en función del cual se quiere transformar la sociedad argentina” (5). Por su parte, en Primeros viajeros al país de los soviets (2017), Tarcus presenta una antología de textos publicados entre 1920 y 1934, por viajeros –no necesariamente escritores– con el fin de dar muestra de ese discurso de época que tenía como objetivo ofrecer al público popular, “por pocos centavos, la teoría política de la nueva revolución” (10). También Prado Acosta dedicó diversas investigaciones sobre redes entre intelectuales latinoamericanos comunistas, por ejemplo, “Obrerismo y antiguerrerismo, otros nexos entre intelectuales, artistas y partidos comunistas en el Cono Sur en la década de 1930” (2018), que pone el foco en las estrategias y tensiones en el seno del campo intelectual comunista, y donde describe la actividad política de Castelnuovo, González Tuñón y Varela durante los años treinta. Y, de más reciente aparición, es el estudio de Zourek, Praga y los intelectuales latinoamericanos (1947-1959) (2019) que, como su título indica, se centra en la ciudad de Praga como puente simbólico entre Europa Occidental y Moscú, y recoge una antología de autores latinoamericanos que escriben sobre su experiencia –entre ellos, González Tuñón y Varela–. Partiremos de esta crítica precedente con el fin de analizar la discursividad de los libros de viajes elegidos, dilucidar sus estrategias retóricas y examinar la manera en que la imagen de lo soviético se transforma o mantiene a lo largo del período escogido.
El campo intelectual argentino de izquierdas en diacronía (1932-1959)
El primer recorte en que dividimos el período escogido (1932-1959) se iniciaría en 1930, año umbral porque en Argentina es el inicio de una nueva época –denominada posteriormente Década Infame– de tensiones ideológicas debido a la dictadura de Uriburu, una reacción política que se alza contra el liberalismo, impulsada por la emergencia de los nacionalismos y el fascismo. El campo literario estaba dominado paradójicamente por el ala liberal a través de la revista de Victoria Ocampo, Sur, mientras que la posición periférica de la izquierda cultural se mantiene en los años treinta, cuarenta y cincuenta, un dato que revela el lugar de enunciación del corpus escogido, una posición antihegemónica que no se queda en el mero discurso, sino que se traslada también a la violencia de toda dictadura. Por ejemplo, Castelnuovo recuerda en Memorias (1974) cómo en época de Uriburu, tras publicar algunos artículos sobre el mundo soviético a su vuelta de la URSS, casi es trasladado al presidio de Ushuaia (173).
La década del treinta se abre con la proliferación del relato de viajes a la URSS, tanto en formato libro como breves crónicas periodísticas.[2] No obstante, una de las obras que alcanzó verdadero éxito editorial fue El imperio soviético del sacerdote Dionisio Napal, cuya perspectiva de la URSS era completamente negativa. Publicado en 1932, en 1933 ya tenía cinco ediciones de 20 000 ejemplares cada una. La masiva popularidad del libro generaría probablemente un clima de pavor hacia lo soviético, atmósfera que evitaría que el escritor Horacio Quiroga acompañara a Castelnuovo en su viaje a Rusia, como este último recuerda en Memorias (150). Castelnuovo sí viaja a la URSS junto al médico Lelio Zeno y publica Yo ví…! En Rusia en la editorial comunista Actualidad, probablemente para contrarrestar esa imagen negativa dominante de la URSS. Con un título sugerente de obra testimonial –«yo vi»-, relata su viaje en tren, su paso por la frontera y se detiene en el papel de la mujer en la sociedad soviética. Es posible que su insistencia en este último aspecto estuviera dirigida a señalar el abismo que, en términos de libertades, había entre la URSS y la nación argentina.
El panorama descrito finalizaría alrededor de 1938, fecha significativa porque se acentúan las tensiones ideológico-políticas por dos razones de índole internacional: la victoria franquista y el estallido de la II Guerra Mundial. Cierra esta segunda etapa el significativo año de 1945 cuando finaliza la II Guerra, estalla la Guerra Fría y se inicia el gobierno peronista en Argentina. 1945 es un año clave para el PC argentino en términos editoriales, pues se funda la editorial Problemas y la Distribuidora Rioplatense de Libros Extranjeros (DIRPLE), que difunde revistas comunistas foráneas (Petra, “Intelectuales” 30). Entre los periódicos de izquierda de este período destacan Orientación (1936-1949), La hora (1940-1943; 1945-1949), no solo por su mayor duración sino también por dedicarle un espacio central a la imagen que se divulga de la URSS ya que retrasmiten las noticias políticas y culturales del país. Como libro de viaje, un caso excepcional es la obra del intelectual Augusto Bunge, cuya publicación, El milagro soviético (Problemas 1942), se celebra en La Hora.
En esta etapa, el año de 1943 es un nódulo temporal de la historia argentina al estallar la Revolución de junio, cuando las masas populares seguidoras de Perón preludian su inminente gobierno. Ello genera inquietudes entre los comunistas contrarios al peronismo y provoca diferencias ideológicas internas que son irreconciliables. La más evidente es la afinidad de Castelnuovo con esta doctrina, un acercamiento que será especialmente condenado por sus excamaradas, por ejemplo, el propio González Tuñón, quien alude con enfático desprecio al “oficialista Elías Castelnuovo” (102).
El tercer recorte cronológico abarca el período de 1946-1955, es decir, entre el inicio de la Guerra Fría y del gobierno de Perón, hasta el comienzo de la Revolución Libertadora que derroca al peronismo y la denominada “época de Deshielo” de la URSS. Cabe señalar que la polarización indiscutible de la Guerra Fría no se extrapola a Argentina como tal debido al esfuerzo exitoso del peronismo por situarse en una tercera posición, enfrentándose al bando liberal y al comunista en la misma medida, y erigiéndose como la representación de la clase obrera, lo cual le otorga una especificidad a la Guerra Fría y al comunismo en el país –y distancia a Argentina de sus países vecinos, Chile y Uruguay–. Dicha etapa se abre con una “prolífica actividad editorial comunista que decayó estrepitosamente” durante el peronismo (Petra, “Intelectuales” 30). Pero, en contraste, se publican los siguientes libros de viajes: Rusia por dentro (Cruz Goyenola, 1946), Mi viaje a la URSS (Josualdo Sosa, 1952), Notas de viaje a la URSS (Troise, 1953), Crónica de un viaje a la URSS y a Checoslovaquia (Gravina, 1955). El primero es el único que proyecta una imagen desfavorable de la URSS y por ello recibe una negativa reseña desde Orientación (Thenon [s.p.]). El género del libro de viajes a la URSS estaba ya institucionalizado como una moda local arraigada en el Río de la Plata y, en este contexto, Varela y González Tuñón publican sus libros respectivos, cuyas miradas son muy similares en su optimismo sobre lo soviético, perspectivas quizá determinadas por el contraste que quieren destacar entre la URSS y el gobierno peronista.
El último lapso, más breve, comprende únicamente los años de 1956 a 1959, es decir, entre la Revolución Libertadora y la época del Deshielo, hasta la Revolución Cubana. La censura y la violencia en Argentina se mantienen y/o agudizan debido a la Libertadora, lo cual confirma la posición contrahegemónica del comunismo a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX –a excepción de aquellos que se adhieren al peronismo aunque no reniegan completamente del comunismo–. De ahí que no sorprenda la escasa publicación de libros de viajes a excepción del médico Ernesto Malbec, Cómo se vive en Rusia (1959), una mirada negativa, como no podía ser de otra manera por parte de un liberal en un período en que, desde la propia URSS, se denuncia el proceder de Stalin. En un espacio intermedio se mantienen escritores como Varela, Jorge Amado o la propia María Rosa Oliver.[3] quienes se desengañan del estalinismo pero no del comunismo –recordemos que la escritora recibe el Premio Lenin de la Paz en 1957–. En el lado extremo se halla la figura de Kordon quien relata tanto su viaje a la URSS y a China, pasando por Siberia, y quien se muestra obnubilado por las maravillas que encuentra allí, una hiperbólica visión dirigida posiblemente a contrarrestar las recientes denuncias al estalinismo.
El yo itinerante soviético de Castelnuovo, Varela, González Tuñón y Kordon
La bibliografía en torno a las escrituras del yo es amplia porque la expresión alude a cualquier tipo de discursividad en que el narrador en primera persona se identifica con un individuo real.[4] Álvaro Luque Amo señala que la literatura del yo posee dos campos de referencia simultáneamente, uno interno y otro externo, es decir, se sitúa en un continuum entre uno y otro (145-146). En nuestra opinión, dichos polos no serían exactamente de referencia externa o interna porque definir el “dentro” y el “fuera” de un texto es un umbral difícil de delimitar –los paratextos (prólogos y epílogos) son un ejemplo de espacios intermedios–. Podría hablarse, más bien, de un continuum entre dos extremos, desde la autonomía a la dependencia referencial, donde las escrituras del yo se situarían más cerca de la segunda. Dentro de las escrituras del yo, habría también un abanico de modalidades, desde el diario a la autoficción, y cada una se ubicaría a más o menos distancia de ambos polos, según sus propias particularidades. Es esa dependencia referencial del “yo” con su experiencia vivencial –en nuestro caso, el viaje a Rusia– lo que nos interesa examinar a continuación, un “yo” escritural que evoca un pasado inmediato y lo aplica en su texto determinado por tres parámetros: “la imagen que el autobiógrafo tiene de sí, la que desea proyectar o la que el público le exige” (Molloy 19).
El tema principal de los libros que conforman nuestro corpus es la descripción del espacio soviético con el fin de que sea leído por un receptor ajeno a dicho mundo, es decir, en parte, como un libro de viajes tradicional. Su finalidad de convencer y su retórica panfletaria hace que el lector ideal sea aquel rioplatense que se contrapone, o sencillamente, no es afín a la política soviética. No obstante, es probable que el receptor real, factual, fueran lectores ya previamente convencidos, debido a su escasa difusión pues estos libros se divulgaban en círculos muy reducidos por la condición periférica de sus editoriales frente a la masividad de otras contra las que no podían competir, como Espasa o Losada[5]. En el caso de Yo ví…! En Rusia, lo dicho se une a la estrecha vinculación de la editorial Actualidad con el PC, lo cual perfila a un lector todavía más específico, afín al comunismo. Por otra parte, como veremos en el siguiente apartado, el discurso de los textos era tan hiperbólico que a cualquier lector contrario al pensamiento soviético le resultaría artificioso y poco convincente. En otras palabras, el pacto de lectura de estos libros es referencial e ideológico, al hacer alusión a un viaje real, cuya veracidad depende directamente de la legitimidad que, en términos políticos, el lector le otorga al yo autoral.
Como todo libro de viajes, en estas obras hay una evidente primacía de la descripción en detrimento de lo narrativo. No obstante, explica Carrizo Rueda, en este “friso descriptivo” del libro de viajes, deben producirse picos o núcleos de clímax que generen una intriga como motor de lectura, de lo contrario, se pierde interés con facilidad (122-123). Sin embargo, aquí hallamos una característica específica de los libros de viaje de ida y vuelta a la URSS, donde la presencia de sucesos conflictivos es escasa o totalmente nula debido a su propósito de describir un espacio libre de los problemas que afligen a la sociedad occidental[6]. Frente a ello, los objetivos de estas obras, al igual que en los libros de viajes tradicionales, se dividen en dos: el fin “espiritual o intelectual”, que emerge al describir las costumbres de un espacio, y que pone de manifiesto su modus vivendi; y el objetivo material, que incluye tanto descripciones de la naturaleza como urbanísticas (Ortega Román 229). La necesidad de viajar para ver la URSS con sus propios ojos es sin duda una especificidad de estos libros de viajes porque el viajero prosoviético que visita la URSS desconfía de la propaganda capitalista y va allí dispuesto a desacreditarla. Y, a este respecto, cabe indicar que este “yo” itinerante y trasatlántico tiene la condición del retorno a su espacio de origen para que su testimonio sirva de contrapeso a la imagen negativa de lo soviético en su propio contexto.
Por ello debemos advertir que, en algunos momentos, haremos mención a las Memorias ya mencionadas de Castelnuovo cuya instancia narrativa evidentemente se aleja del “yo itinerante” aquí descrito. No obstante, consideramos pertinente su inclusión en tanto relata ese mismo viaje y cobra cierta relevancia comparar ambas perspectivas para examinar la diferencia entre las impresiones desde dos momentos de enunciación tan distantes entre sí. Como explica Tarcus, “Castelnuovo no podía relatar en 1932 aquello que se sintió libre de contar cuatro décadas después” (20). De hecho, el “yo” que habla desde las Memorias no basa su autoridad escritural en la experiencia de viaje sino en su origen humilde y de bajo estatus socioeconómico; así, inicia su testimonio con el significativo capítulo titulado “El barrio donde nacía era un barrio de ratas”, un modo de captatio benevolentae para atribuirse un conocimiento experiencial e ideológico sobre la lucha de clases.
Una de las diferencias principales a destacar entre las Memorias y Yo ví…! En Rusia es el tono paródico y humorístico del segundo, ya señalado por Da Ré, frente al tono más mesurado del primero. La perspectiva satírica de su primer texto genera un fuerte rechazo entre la recepción inmediata del libro, precisamente entre intelectuales comunistas. La reseña más negativa no se hace esperar y se publica en Actualidad (1932) bajo la pluma de Carlos Delheye, quien lo acusa de emplear un lenguaje artificioso así como de la ausencia del “problema de la dominación colonial y la lucha comunista” (45). A él responde Félix Molina en defensa de Castelnuovo, en el único número de la revista Ahora, para quien Delheye caería en prejuicios burgueses al no admirar la originalidad e importancia del texto; recordemos que el de Castelnuovo es el primer libro íntegro y autónomo de la pluma de escritor profesional publicado en Buenos Aires, de ahí también la euforia de Molina. Pasado el tiempo, Castelnuovo no se desengaña radicalmente de la URSS, pero Tarcus apunta cómo sí admitió ciertos “problemas” en la “construcción del socialismo” (18). A ello habría que añadir que su afinidad al peronismo así como el desengaño que produjo la denuncia al estalinismo por parte de Jrushchov acentúan ese alejamiento.
Escritores rioplatenses en viaje a la URSS (1932-1959)
En “Sus impresiones sobre la URSS” (Bandera Roja, 1932) afirma Castelnuovo:
En viaje que hice a Rusia (…) adquirí un sentido de conjunto que antes no poseía y llegué a percibir la revolución social, no como un hecho catastrófico (…) sino como un fenómeno histórico que realizará el proletariado cuando llegue a su madurez. (3)
Rusia, y el mundo soviético en general, es definida por nuestros escritores como la tierra del “sol” (González Tuñón); “tierra del proletariado” o sinónimo de “fábrica” (Castelnuovo, Yo ví…! 96-97); y “abuela rejuvenecida” o “primavera del hombre” (Varela 174). Al ser un espacio donde la revolución ya ha triunfado, Moscú emerge como la capital del progreso y, por ello, la fábrica y la grúa sirven como elementos metonímicos para representarla. Veamos la descripción personificada, y casi divinizada, de las grúas por parte de Kordon:
Se recorta en el cielo el espigado brazo de una grúa, después otra grúa, y otra más. Y surge un ejército de grúas y la gran muralla de los nuevos edificios que avanzan sobre las oscuras lomas boscosas. Y comprendo que esta avanzada de grúas en construcción señala el latir cada día más poderoso del corazón de la Unión Soviética. (12)
Todos calificativos diluyen la pretendida objetividad que cree profesar la mayoría de estos autores, objetividad que Castelnuovo recalca explícitamente: “Yo no he venido a Rusia a hacerme bolchevique […]. He venido a ver, nada más” (Yo ví…! 104). El caso de Tuñón es particular porque, además de narrar su experiencia de viaje, inserta en su obra un conjunto de poemas donde se elogia, a modo de prosopopeya, una serie de ciudades rusas. Cualquier tipo de objetividad es deliberadamente diluida por el propio poeta, ya desde la máxima sentenciosa y categórica con que se titula el libro, que no alude a ningún viaje sino a una verdad utópica como lema. Su narración destila así una retórica paradisíaca que se hace evidente en confesiones como la siguiente: “Tengo la sensación de haber dado cuatro pasos en las nubes” (12). Tuñón es el único que aclara, desde el principio, que él no requería de la experiencia de viaje para convencerse de la superioridad de la URSS sobre el mundo occidental y destaca cómo su admiración aumentó tras su visita: “y mi fe en el mundo decididamente libre, digno y pacífico del futuro se ha fortalecido” (15). Frente a él, Castelnuovo señala la “disparidad que existe entre lo que se dice fuera y lo que se realiza dentro” de la URSS como prueba irrefutable para autoconvencerse a sí mismo y al pueblo (Yo ví…! 86). Ese mismo contraste puntualiza Varela en el siguiente diálogo “¡–Y en el extranjero se dice que aquí se mueren de hambre!– observo. […] –Son las calumnias de siempre– me responden” (160). Los tres, entonces, viajan y escriben con el fin de desacreditar, con experiencia empírica, los rumores negativos hacia la URSS.
La estrategia retórica común a todos estos escritores consiste en una doble antítesis: entre lo que se dice y lo que es, y entre dos mundos cuyas diferencias no descansan en el espacio, sino en el tiempo, porque el progreso socialista es, para todos ellos, la evidencia de su superioridad sobre Occidente. Dice Castelnuovo: “Yo ya sé cómo es la realidad del otro mundo. Me interesa, ahora, conocer la realidad de este. […] Lo que se ve, se ve y es innegable, porque es un hecho” (Yo ví…! 105) (cursiva nuestra). Su declaración hace hincapié en cómo, en estos textos, “prevalece la comparación entre aquello que ya sabían de Rusia por haberlo leído en novelas, en otros libros de viajeros o en crónicas periodísticas, y su propia existencia” (Saítta, “Elías Castelnuovo” 24). Así lo vemos en la siguiente comparación de Kordon al llegar al aeropuerto de Moscú: “Y se me ocurre que esos peones que cargan mis valijas en las vagonetas mecánicas […] son los mismos mozos de cordel que he visto en un grabado de las diligencias moscovitas de hace dos siglos” (10). En términos bajtinianos, el cronotopo de los relatos aquí analizados privilegia el tiempo en detrimento del espacio porque, aunque su tema central sea cómo dos espacios que existen en un mismo período histórico –países soviéticos frente a capitalistas–, el tratamiento del espacio es temporal en tanto los primeros viven en un progreso evidentemente mayor que los segundos. En palabras de Tarcus, la Revolución rusa significa que la utopía soñada en el siglo XIX es ya una realidad, pero no es un aquí y ahora sino un allí y ahora (9), como proyecta el título del intelectual Aníbal Ponce Visita al hombre futuro (1935): “Se impone entonces como una verdad de evidencia la certidumbre de que vivimos sobre el filo que separa dos edades: una, la prehistoria de que hablaba Engels; otra, la historia que para Rusia ha comenzado ya” (Ponce 139) (cursiva nuestra). Por ello, Varela afirma que, en Rusia, “…el progreso se cuenta por horas, por segundos. El tiempo queda atrás, vencido. […] Se marcha rápidamente hacia la abundancia” (161). Por su parte, confiesa Kordon: “No encontré otro lugar en el mundo que exprese con tanta fuerza la evocación y el futuro” (15). De ahí la conclusión de Schlögel para quien existe un cronotopo soviético que incluye la utopía y la ucronía al mismo tiempo: “La ucronía soviética era decididamente futurológica: el comunismo estaba por construir” (541).
Con respecto al espacio, explica Saítta que el cruce de la frontera, al llegar a Rusia, consiste en el pasaje fundacional de su viaje, un umbral de paso a otro mundo: “En la Unión Soviética, el cruce de la frontera es literalmente un rito de pasaje entre dos mundos y dos tiempos; cruzar la frontera es enfrentarse con lo radicalmente diferente” (Hacia la revolución 21-22). En este aspecto, probablemente los narradores de Tuñón y de Kordon sean los que más emoción proyecten al traspasar la frontera y entrar en Moscú:
Pienso desde ese instante que la Unión Soviética deja de ser para mí una idea o una información, vale decir abstracta, para convertirse en un hecho concreto. Piso la tierra rusa por primera vez y me saludan estos aviones soviéticos. […]. El aeropuerto de Moscú me sorprende como un contraste de poderío técnico y sencillez humana. (Kordon 11)
Un éxtasis hiperbólico similar manifiesta Tuñón:
El corazón late con ritmo agitado pero gozoso cuando pisamos tierra soviética, tierra nevada del país de la revolución y el socialismo (…). Estamos ya en Moscú, juntando ya recuerdos que serán grata memoria, documento inolvidable de un viaje soñado. (20-21)
La cursiva es nuestra para destacar, no solo la carga de afectividad de sus palabras, también el empleo del plural con el fin de acentuar el sentimiento de colectividad entre los compañeros de viaje a quienes une la misma sensibilidad. El mismo apunte hace Varela: “…ya no me siento solo. Me parece como si la juventud soviética me hubiera dado esta noche la bienvenida al país del socialismo” (148). Así, el yo itinerante, común a todos los narradores tiene un matiz colectivo: si bien cuentan su experiencia individual, todos van acompañados de compatriotas y/o son acogidos allí por habitantes autóctonos de la región a quienes los une una afinidad ideológica fundamental. Esto último se observa, sobre todo, cuando el yo itinerante adquiere el perfil de la figura del flâneur que recorre las calles soviéticas con admiración y respeto, intentando mantener una perspectiva objetiva que se disuelve inevitablemente. Leemos en Varela:
¿Qué hacer esta noche?[…] decido irme a vagabundear por la ciudad.[7] Hace mucho frío pero la gente hormiguea en las calles. […] Recorro anchas calles jalonadas de altos edificios. […] De pronto, doblo. Ahora voy por una gran avenida –imposible saber el nombre–. Largas cercas de madera contornean a lo largo de muchas cuadras un gran terreno baldío. […]. Así, de golpe, me sacude el agrio recuerdo de la guerra. (147)
A medida que vagabundea, el flâneur siente revivir experiencias pasadas vinculadas a la II Guerra Mundial, como el narrador de Tuñón. En su caso, se describe una atmósfera más cercana a la novela negra mediante un léxico que parece aludir a una investigación policial:
La bruma […] empieza a cubrirlo todo, penetrándolo implacablemente, haciendo más patético el lugar del drama histórico y como si quisiera estar a tono con la amarga tristeza del recuerdo que también nos penetra. Vamos por la huella del crimen. […] La bruma acentúa más mi pena y mi viejo odio despierta. (130) (cursiva nuestra)[8]
El empleo de la figura del flâneur no es evidentemente una novedad en tanto ya era un arquetipo decimonónico que heredan los narradores de principios de siglo XX[9], pero su tratamiento en los libros de viajes a la URSS sí se torna particular. Si el flâneur representaba, durante la anterior centuria, al individuo oprimido entre la multitud alienada y cosificada de las ciudades capitalistas,[10] en estos textos la muchedumbre deviene un personaje colectivo positivo, que alegra las calles urbanas soviéticas o que, sencillamente, no las invade, permitiendo al flâneur vagabundear con verdadero placer. Así lo expresa Kordon: “A mi lado pasa una impresionante multitud. Es el pueblo de Moscú: avanza con todo el aspecto de saber a dónde va” (12-16). Consiste, de alguna manera, en una doble respuesta implícita: en primer lugar, al individualismo romántico, que ensalzaba esta figura en detrimento de las grandes masas alienadas, frente a las comunistas alejadas de toda alienación y que, en consecuencia, no deambulan sino que saben a dónde van. En segundo lugar, es una contraposición a las ciudades capitalistas que el propio Engels criticaba de Londres, sirviéndose también del flâneur, en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).[11]
Por lo expuesto, se puede afirmar que, a pesar de las diferencias cronológicas de los cuatro libros escogidos, observamos estrategias retóricas similares y el mismo esquema discursivo y argumentativo: un “yo” que traspasa la frontera temporal, más que espacial, a otro mundo, y que recorre las calles de Moscú y otras ciudades soviéticas, con el fin de agenciar la mayor cantidad de evidencias plausibles que demuestren la superioridad del socialismo frente al sistema capitalista, mensaje universalista que se pretende difundir en el Cono Sur. En todos los casos, es probable que la situación política de Argentina y la posición periférica del comunismo condicionaran la necesidad de exagerar las bondades de la URSS: la dictadura de Uriburu, en el caso de Castelnuovo; el peronismo, en Tuñón y Varela; y la Revolución Libertadora, en el libro de Kordon. A partir de 1959, el subgénero de libros de viajes se hará esperar en el contexto rioplatense, pero se relanza en los sesenta, de la pluma de nombres como Luis Franco (Prometeo ante la URSS, 1964) o Agustín Cuzzani (Milagro al Este, 1967), testimonios que rebasan nuestros límites cronológicos.
Referencias bibliográficas
[1] Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (PID2020-113994GB-I00), financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/ y por las Ayudas Juan de la Cierva (FJC2021-046739-I) (Unión Europea – NextGenerationEU).
[2] Algunos libros de figuras ajenas al campo literario son: El imperio soviético (Napal, 1932), Visita al hombre futuro (Ponce, 1935), Tres semanas en Rusia (Tedeschi, 1936), y Roma y Moscú. Impresiones de un cirujano argentino (Zeno, 1937).
[3] Cabe aclarar que hemos marginado la figura de Oliver porque sus apuntes de viaje a la URSS en 1959 no se publican de manera íntegra hasta 1981 en Mi fe es el hombre.
[4] Recordemos que fue Philippe Lejeune (1994) quien indica que la única diferencia entre la novela autobiográfica y la autobiografía no radica en algo inmanente al texto sino en el interés explícito del “yo” por contar sucesos vinculados a una verdad empírica extratextual.
[5] Para un mayor desarrollo de la circulación editorial, consultar Editores y Políticas Editoriales en Argentina (1880-2010) de José Luis de Diego (2014), concretamente el capítulo “1938-1955. La «época de oro» de la industria editorial”, donde se enfatiza la masividad de Espasa y Losada, frente al espacio periférico que ocupaban Poesía, Viento y Leviatán, donde publican a González Tuñón, Varela y Kordon respectivamente.
[6] Una excepción significativa la hallamos en el texto de Castelnuovo, cuyo narrador relata un encuentro con una mujer rusa quien se le insinúa sexualmente, creando un pasaje de tensión similar a las novelas por entregas, con el fin de generar intriga. Consiste, claro está, en un intento por romper con la linealidad descriptiva de la narración. Veremos luego la reacción negativa que este fragmento suscitara entre los propios intelectuales comunistas.
[7] Más adelante, Varela se refiere al “apasionante deporte de vagar por las calles” (156), como su actividad principal.
[8] Nótese la similitud de esta descripción con el tratamiento del espacio de Kordon al describir su viaje a Leningrado, aunque, en su caso, se acerca más bien a un relato fantástico o legendario: “En la mañana atravesamos un paisaje nórdico que parece diluirse en la bruma otoñal. Entre la lechosa neblina surgen los bellos troncos blancos de los abedules. Parecen novias del bosque vestidas para la boda. Este paisaje fantasmagórico es el más adecuado para entrar en un territorio de leyendas. Falta una hora para llegar y trato de descubrir entre la bruma los primeros indicios de la legendaria Leningrado […]. Leningrado se ha fijado en mi memoria como una mágica aparición entre la bruma nórdica. Equilibrada ciudad de piedra y bronce, bañada por el mar y coronada de bosques” (29-33).
[9] La prosa del siglo XX, ya sea cuentos o novelas, se sirvió con frecuencia de esta figura, idónea para cartografiar la ciudad, el espacio preponderante para resaltar la modernidad. En el campo literario argentino el ejemplo más evidente se halla en las novelas de Roberto Arlt, como ya apuntó Beatriz Sarlo (1992), escritor afín a los círculos de izquierda y a quien Castelnuovo leyó, como es sabido.
[10] Así lo caracteriza Walter Benjamin cuando, en Charles Baudelaire, señala que el flâneur es resultado de la nueva mirada que se opera en el escritor durante la era de gran eclosión capitalista, de ahí el subtítulo de su ensayo “A Lyric Poet in the Era of High Capitalism”. Dice el filósofo: “Once a writer had entered the marketplace, he looked around as in a diorama. A special literary genre has preserved his first attempts at orienting himself” (35). Por ello, Benjamin emplea la terminología marxista para aludir a las lentes estrechas por las cuales el ciudadano descubre la ciudad circundante: “They constituted, so to speak, the blinkers of the «narrow-minded city animal» which Marx wrote about” (38).
[11] Engels: “Cuando uno ha andado durante algunos días por las calles principales, cuando se ha abierto paso penosamente a través de la muchedumbre, las filas interminables de vehículos, cuando se ha visitado los «barrios malos» de esta metrópoli, es entonces solamente cuando se empieza a notar que estos londinenses han debido sacrificar la mejor parte de su cualidad de hombres para lograr todos los milagros de la civilización de los cuales rebosa la ciudad, que cien fuerzas, que dormitaban en ellos, han permanecido inactivas y han sido ahogadas a fin de que sólo algunas puedan desarrollarse más ampliamente y ser multiplicadas uniéndose con aquellas de las demás. La muchedumbre de las calles tiene ya, por sí misma, algo de repugnante, que subleva la naturaleza humana. Estos centenares de millares de personas, de todas las condiciones y clases, que se comprimen y se atropellan, ¿no son todos hombres que poseen las mismas cualidades y capacidades y el mismo interés en la búsqueda de la felicidad? ¿Y no deben esas personas finalmente buscar la felicidad por los mismos medios y procedimientos? Y, sin embargo, esas personas se cruzan corriendo, como si no tuviesen nada en común, nada que hacer juntas” (67).