ARTÍCULOS
José Joaquín Borda: manifestaciones de una vocación intelectual en el siglo XIX
Ana María Agudelo Ochoa
Universidad de Antioquia
ana.agudelo@gmail.com
RESUMEN: El estudio de la trayectoria del intelectual conservador José Joaquín Borda posibilita el análisis de algunos aspectos claves de las dinámicas propias de la vida literaria decimonónica colombiana. El nexo de este hombre de letras con publicaciones periódicas y tertulias, espacios de sociabilidad fundamentales en el siglo XIX colombiano, es primordial a la hora de examinar los ámbitos en que se forja y consolida un discurso sobre lo literario, en el marco de un proceso de construcción de referentes de identidad nacional desde la óptica conservadora. Así, el estudio de casos concretos permite adentrarse y reconstruir las redes de sociabilidad que movilizaron la vida cultural de la época estudiada.
PALABRAS CLAVE: José Joaquín Borda; Literatura colombiana; Prensa y literatura; Tertulias; Siglo XIX.
José Joaquín Borda: Manifestations of an intellectual vocation in the 19th century
ABSTRACT: The study of the intellectual and conservative José Joaquín Borda´s poetic development enables the analysis of some key aspects of the Colombian literary dynamics in the nineteenth century. Borda´s close relation with periodical publications and his recurrent attendance to social gatherings —fundamental places for sociability in the Colombian 19th century—, are crucial when examining the particular contexts in which the literary discourse was forged and empowered, during the process of constructing a national identity with certain conservative traits. All in all the analysis of some specific cases will allow the deepening and rebuilding of the social nets that consolidated the cultural life of the studied period.
KEYWORDS: José Joaquín Borda; Colombian literature; Press and Literature; Social gatherings; XIX century.
Introducción1
Repensar desde la contemporaneidad la historia de la literatura colombiana
exige trascender los estudios orientados hacia el autor
o la obra literaria como figuras centrales —enfoque propio de la
historiografía tradicional de corte decimonónico— y precisa concebir lo literario
como un sistema complejo que comprende diversidad de aspectos propios de la vida
literaria, cuya red de relaciones ha de ser objeto de examen detenido2. Al abordar el
caso concreto del siglo XIX colombiano, se hace necesario reconsiderar las fuentes
a partir de las cuales se reconstruye el campo literario de la época; en este sentido,
acudir a la prensa de ese entonces, considerándola como un material primordial
de investigación, posibilita el examen de los diversos aspectos del sistema literario,
además del estudio de las condiciones de producción y difusión del pensamiento intelectual.
Asimismo, resulta necesario revisar la dinámica de espacios de sociabilidad
como las tertulias, lugares de encuentro donde se agrupan personajes en torno de
ideales y preocupaciones comunes, donde surgen, precisamente, iniciativas como la
fundación de publicaciones periódicas, cuyo fin es propagar las reflexiones y polémicas
que tienen lugar en el seno de tales círculos de letrados.
Hasta el momento, en Colombia, pocos investigadores se han detenido en la
prensa como fuente primaria para un estudio histórico sobre la literatura colombiana3,
pese a que ya hacia mediados del siglo XIX circulaba una importante
cantidad de periódicos en el país, en muchos de los cuales se estimulaba la
creación literaria vernácula, se publicaban obras literarias y se construía y divulgaba
un discurso acerca de lo literario. El papel de las tertulias decimonónicas
y demás espacios similares en el sistema literario colombiano tampoco ha sido objeto de estudios en extenso4. El examen de las publicaciones periódicas y de
espacios como las tertulias es perentorio debido a su potencia en tanto centros
idóneos para la propagación y realización del quehacer cultural decimonónico
colombiano, donde se compartía un sistema de valores, creencias y representaciones,
es decir, ámbitos de sociabilidad que afectaron el devenir del sistema
literario.
En su “Prefacio” a Hombres de ideas, Lewis Coser define a los intelectuales
como aquellos personajes que “sienten la necesidad de ir más allá de la tarea
concreta e inmediata y de penetrar en un reino más general de significados y valores,
[que] muestran en sus actividades una pronunciada preocupación por los
valores básicos de la sociedad” (10). Asimismo, Coser propone dos condiciones
de aparición de la vocación intelectual, a saber, la existencia de un auditorio al
cual dirigirse y el contacto y comunicación con sus congéneres (19). Tanto los
periódicos como las tertulias constituyen espacios de asociación, divulgación
de discursos y legitimación de estos y de sus emisores. Tales ámbitos pueden
ser abordados como espacios de sociabilidad, entendida esta en los términos
de Maurice Agulhon, quien los define como los sistemas de relaciones interindividuales
que surgen de manera relativamente natural, restrictiva y estable.
Específicamente, las actividades de carácter asociativo resultan interesantes; este
tipo de asociaciones reúne a los individuos en torno de intereses comunes —políticos,
filantrópicos, literarios, científicos, entre otros.
Los rasgos y condiciones de existencia de la vocación intelectual que propone
Coser, sumados al concepto de sociabilidad de Agulhon, permiten fundamentar
el abordaje de una figura como la de José Joaquín Borda, individuo
profundamente preocupado por la función social de la literatura en su tiempo
y quien encontró en la tribuna periodística el espacio estratégico desde el cual
expresar sus ideas, formar un público al cual dirigir sus reflexiones sobre la literatura
y constituir un dispositivo legitimador de lo literario.
José Joaquín Borda, ¿un intelectual conservador?
José Joaquín Borda (Tunja 1835- Bogotá 1878) se mantiene íntimamente
relacionado con espacios que Coser destaca como escenarios institucionales
para la actividad intelectual: las publicaciones periódicas, las sociedades literarias
y el mercado literario (Coser 20). A lo largo de su vida, ejerce diversos
oficios que revelan una marcada vocación intelectual: poeta, narrador costumbrista,
periodista, editor, pedagogo, historiógrafo, político y traductor. Al igual
que buena parte de los letrados de su época, viaja a Europa, donde se establece
entre 1850 y 1853 con el fin de perfeccionar su educación (Pereira Gamba IV)
y, como los contemporáneos de su condición, se lanza a los ruedos poético y político. A los 22 años, Borda inicia su carrera política, la cual va de 1857 a
1860, carrera que alterna con las colaboraciones en varios periódicos políticos
(El Porvenir y El Heraldo), religiosos (El Catolicismo) y literarios (El Mosaico, El Álbum, El Iris y La Semana) (IV). En palabras de Próspero Pereira Gamba, es
en las publicaciones periódicas literarias donde “se puede juzgar la verdadera
vocación de Borda: el espíritu de partido es un tósigo para su corazón noble” (V)5. Esa “verdadera vocación” a la que se refiere Pereira Gamba son las letras:
su cultivo, su enseñanza y el estímulo de jóvenes talentos.
Borda abandona supuestamente la arena política con el objeto de concentrarse
en discusiones y reflexiones que le son más caras: la educación, la literatura
y la historia. Es así como incursiona en el mundo de la escritura literaria
a través de la poesía. En 1862, publica Colección de poesías6 y, en 1867, Poesías;
cabe señalar que ambos tomos son editados en el exterior (Lima y La Habana,
respectivamente). Su faceta como narrador queda contemplada en la cantidad
de cuadros de costumbres que publica en El Mosaico, asimismo en las novelas
que publica por entregas en periódicos: Koralia —El Mosaico (1871)— y Morgan
el pirata —El Pasatiempo (1878). La obra historiográfica de Borda aparece
en la década de los años 1870, posiblemente asociada a sus intereses educativos.
Llama la atención que a lo largo de 1872 aparezcan al menos 3 libros de historia
de su autoría: Historia de Colombia contada a los niños, Historia de la Compañía
de Jesús en la Nueva Granada, La República en Colombia: segunda parte de la historia
de Colombia. También es autor del Compendio de la historia de Colombia7.
El interés historiográfico aunado al pedagógico queda patente en el carácter de
una obra como Historia de Colombia contada a los niños, que alcanzó un importante
número de ediciones, una de las cuales (la 4ta, 1878) se adaptó como texto
escolar para los colegios de la República (Rodríguez Arenas Bibliografía 161).
No menos importante es su rol de traductor. La temprana educación europea
le permitió dominar el francés y el inglés, de allí que emprendiera proyectos de
traducción de obras de Lamartine, Lord Bryon, Juan Duboys, Alfonso Karr,
Paul Feval, entre otros. La mayor parte de su producción como traductor se encuentra disgregada en los periódicos que circulaban en la época, especialmente
en El Mosaico8. La faceta de antólogo de este letrado se evidencia en compilaciones
como La lira granadina (1860) y Cuadros de costumbres y descripciones
locales de Colombia, artículos escogidos y publicados por José Joaquín Borda (1878).
No obstante, pese al supuesto abandono de su carrera política, sería necio
desconocer la adscripción de Borda a una apuesta de partido. Su carrera intelectual
coincide con el periodo de oficialización y consolidación de los partidos
políticos tradicionales colombianos —el liberal y el conservador— a finales de
la década de los años cuarenta e inicios de la década de los cincuenta; asimismo,
coincide con la instauración de un orden federal liderado por los liberales.
Borda forma parte del sector conservador de escritores que reacciona frente a
los aires de victoria del proyecto liberal y defiende el legado cultural católico.
Entre estos escritores se cuentan, además del mismo Borda, José María Vergara
y Vergara, Manuel María Madiedo, José Manuel Groot, Sergio Arboleda, José
Manuel Marroquín. Todos ellos tienen en común su activa participación en la
fundación de periódicos, publicación de artículos y libros y demás actividades
relativas a la producción, circulación y recepción del impreso (Loaiza “Los escritores”
96). Tal actividad intelectual por parte del sector conservador responde,
en buena parte, a la necesidad de contrarrestar la fuerza del proyecto liberal
por medio de una de las libertades defendidas por el liberalismo: la libertad de
imprenta (Vallejo “La literatura colombiana”). Borda, en concreto, es cercano
a publicaciones marcadamente conservadoras como El Porvenir y El Catolicismo,
el cual dirige entre 1857 y 1858 (Loaiza “Los escritores” 97). Este grupo
de escritores conservadores defiende, en sus escritos, las bondades de la acción
civilizadora católica sobre la sociedad colombiana como respuesta a la propuesta
liberal de laicización de la educación pública primaria en el país (98) y, asimismo,
emprende una defensa del legado cultural hispánico (Martínez 188-189).
En este contexto se comprende el interés pedagógico de Borda, que aunado a su
quehacer como publicista, responde a un compromiso con el conservadurismo
y, más específicamente, con la religión católica. Por la vía de la educación, la literatura
y la historia, Borda se compromete y aporta a una apuesta conservadora
de nación. Es un defensor del orden republicano, del derecho al voto, del derecho
a expresar la propia opinión, de la libertad de imprenta y, al mismo tiempo,
defiende férreamente el catolicismo y el sistema centralista de administración
del Estado (Borda “Miscelánea”). Resultan ilustradoras al respecto las palabras
de Borda como respuesta a los señalamientos de Nicolás Tanco, quien lo acusa
de pretender fundar una teocracia: “Según lo que se entienda por teocracia; si se
entiende esa palabra en su acepción ordinaria, si se cree que yo deseo un gobierno
como el de los Estados Pontificios, lo niego. Si se cree que deseo el triunfo
definitivo de los principios católicos, i que el clero se revista de esplendor i ocupe el puesto que le toca entre el pueblo, concedo” (Borda “Miscelánea” 11)9.
El Liceo y El Mosaico: el cenáculo como ámbito de institucionalización de lo literario
El trasegar de José Joaquín Borda por los rumbos de la literatura, la pedagogía,
la historia, indudablemente converge con su faceta de hombre de tertulia y
líder de empresas periodísticas. Sus vínculos con espacios como El Liceo Granadino
y El Mosaico constituyen una apuesta a favor de la institucionalización del
orden literario. Estos cenáculos, o tertulias, forman parte de las sociabilidades
que aparecen con los nuevos actores de la escena política, una joven generación
que toma las riendas de la administración del Estado (Martínez 68).
El Liceo Granadino se funda en 1856, ante el interés por promover un espacio
para la literatura. En palabras de Juan Francisco Ortiz, en sus Reminiscencias:
Conversando con José Joaquín [Ortiz] acerca de la necesidad que se sentía entre nosotros de una corporación que reuniendo en su seno a las personas más notables por sus luces, con absoluta prescindencia de partidos políticos, se ocupara de trabajos literarios, resultó que convendría fundar un liceo; donde la juventud se ensayara, y los aficionados a la literatura tuviesen un auditorio selecto que juzgase de sus producciones, persuadidos como estábamos de que la concurrencia presentaría algún estímulo, de que carecen absolutamente en este país los que se consagran al cultivo de las letras (244-245).
Los hermanos Juan Francisco y José Joaquín Ortiz, integrantes del grupo de
escritores de la nación católica colombiana (Loaiza “Los escritores” 97), lideran
la fundación del Liceo. José Joaquín Borda integra el grupo de letrados invitados
por los hermanos a participar en la iniciativa; también son congregados
Ricardo Carrasquilla, Manuel Pombo, Lázaro María Pérez y José María Samper
(Ortiz 245). La adhesión a algún partido político no constituye un obstáculo
para pertenecer al Liceo, pues este espacio se establece alejado de toda rencilla
facciosa o discusión de carácter religioso (Reglamento art.52).
El Liceo Granadino alcanzó a contar con un reglamento firmado, en
Bogotá, el 7 de agosto de 1856, por José Joaquín Ortiz, Lázaro María Pérez y
Leopoldo Arias Vargas, presidente el primero y secretarios los otros dos (Reglamento 7). En este texto, de tan solo siete páginas, se señala la literatura como
una de las áreas en cuyo desarrollo intervendría el Liceo (al lado de las ciencias
morales y políticas; las ciencias físicas y matemáticas; los estudios industriales;
la música; pintura, grabado, escultura y arquitectura y la declamación). En
el documento queda establecido como principal interés estimular el estudio
y divulgación de obras fruto del estudio de las áreas mencionadas, es decir,
los integrantes del Liceo se comprometen a trabajar en pro del desarrollo del conocimiento. Los artículos segundo y tercero así lo establecen:
“2º Consagrar sus esfuerzos a la propagación i desarrollo dé las ciencias, la literatura, los trabajos industriales i las bellas artes, procurando especialmente regularizar el idioma i complementar la creacion de la historia nacional.
3° Brindar estímulo a todos los talentos, abriendo campo a sus manifestaciones, premiando en lo posible sus esfuerzos, i dando publicidad a sus obras en todos los jéneros a que el Liceo se consagra (Reglamento 3).
Es importante anotar que, en los artículos sexto y séptimo del Reglamento,
se propone editar dos publicaciones asociadas al Liceo: los Anales del Liceo y un
periódico mensual, en donde se registrarían los sucesos y descubrimientos acaecidos
en el seno del Liceo y donde, además, se registrarían eventos ejemplares
dignos de mención (Reglamento 4-5). Queda evidenciado el vínculo fundamental
establecido entre espacios como el Liceo y publicaciones que concreten, divulguen
y guarden para la posteridad los discursos emanados de ellos. En efecto,
pese a que el Liceo acaso logró llegar al año de existencia, alcanzó a ver la luz el
tomo Liceo Granadino. Colección de los trabajos de este Instituto (1856), que muy
posiblemente haya sido la concreción de los Anales del Liceo propuestos en el
Reglamento10.
La relación de José Joaquín Borda con el Liceo Granadino se establece ya
desde la aparición de este espacio de estudios. Entre las páginas de El Álbum— una de las publicaciones periódicas dirigidas por Borda, que circuló entre 1856
y 1857— aparecen varios artículos periodísticos que reseñan las actividades del
Liceo. Cuando Borda hace eco de la convocatoria para la fundación del Liceo en
el número 7 de El Álbum, señala la importancia de espacios que congreguen a la
juventud neogranadina en torno a las letras en aras de fundar una “literatura nacional,
propia i esencialmente americana” (Liceo granadino 58)11. En el artículo“El liceo granadino” publicado en el número 9, el redactor hace una minuciosa
descripción del carácter del Liceo y enaltece su misión:
¿I bien, a qué se reduce el Liceo Granadino? Lo diremos en pocas palabras. El Liceo Granadino es una reunión de hombres amantes de la ciencia i de las artes, que abandonando las mezquinas discordias de nuestros partidos políticos, van a cultivar con empeño aquellas materias, unidos por una fraternidad verdaderamente republicana (J.J.B. 72).
Pero la vinculación de Borda al Liceo no se reduce a ser el difusor de algunas
de sus actividades. Al parecer, es un integrante activo de este espacio de sociabilidad
literaria, lo cual se constata en algunos elementos de su obra Colección de
poesías (1862). El poema “Las lágrimas”, como señala Borda junto al título, surge
a partir de un “tema dado a la suerte en el Liceo granadino” (Colección 75).
Sobre el poema “Les trois proscrits” (escrito originalmente en francés) informa
Borda en un pie de página que fue leído en el Liceo granadino “corporación
literaria de aquella ciudad [Bogotá]” (101) y a renglón seguido deja sentado que
lo une una relación de amistad con José María Samper (liberal radical en ese
entonces, mientras Borda es cercano al conservadurismo), quien precisamente
traduce la composición de Borda: “La publico de nuevo sin pretenciones ningunas,
como un ensayo en la poesía francesa i como un recuerdo á mi estimado
compatriota i amigo el Sr. Samper que también sabe estimular los esfuerzos de
los que aman las letras” (Borda Colección 101). Además, la dedicatoria de un
poema a su contertulio Ricardo Carrasquilla y el prólogo de Colección de poesías a cargo de Próspero Pereira Gamba —quien señala las diferencias políticas que
los separan, al tiempo que destaca que el amor por la letras los une— dan cuenta
asimismo de su entramado de relaciones intelectuales y afectivas en el seno
del Liceo. Así, la inscripción de Borda, en este círculo, da luces acerca de su interés
en un proyecto de estudio, generación de conocimiento y su divulgación,
en un espacio que trascienda los intereses de partido.
El Liceo granadino funcionó entre 1856 y 1857; su corta vida es un ejemplo
de las condiciones poco favorables para el desarrollo de iniciativas culturales en
la época12. El mismo Juan Francisco Ortiz anota en sus Reminiscencias: “lo que
raya en milagro es que subsistiera entre nosotros, por un año, una corporación
literaria bien organizada y en vía de progreso, sin recibir el más pequeño auxilio
del gobierno ni de los particulares” (253). Con todo, es necesario destacar la
aparición de esta iniciativa liderada por el sector conservador de la intelectualidad
nacional, pues, si bien nace como un espacio que pretende trascender los
intereses de partido, no es el único proyecto de su tipo liderado por el grupo de
escritores de la nación católica. Tal es el caso del periódico El Mosaico, como lo
mostraremos más adelante.
El impulso que dio origen al Liceo Granadino es el mismo que inició la
tertulia El Mosaico. Al año siguiente de la desaparición del Liceo se fundó la
tertulia. Incluso la mayoría de sus integrantes había participado en el Liceo.
Gordillo señala:
de allí salieron hacia El Mosaico liberales como Salvador Camacho Roldán, Próspero Pereira Gamba y Aníbal Galindo. Y también un grupo de conservadores que, encabezados por José María Vergara y Vergara, asumieron la creación y dirección de la revista. Ellos fueron José Manuel Marroquín, José David Guarín, José Joaquín Borda y Ricardo Carrasquilla (28).
Tanto El Liceo como El Mosaico se yerguen como escenarios de estímulo y
divulgación de las letras, lejos supuestamente de las rencillas facciosas. Borda se
encarga junto con José María Vergara y Vergara de iniciar la publicación asociada
a la tertulia, también denominada El Mosaico, la cual comienza a circular en
diciembre de 1858.
Del carácter de la tertulia y de la participación de Borda en ella da cuenta
Luciano Rivera y Garrido en sus Impresiones y Recuerdos:
Los mosaicos, como es ya de constancia histórica en los fastos literarios del país, eran reuniones más o menos intermitentes que se efectuaban sin obedecer a reglamentos ni estatutos determinados, en casas de algunos literatos notables; ya en la del señor Samper como en la noche a que me refiero; ya en la del señor Vergara; en la de D. Ricardo Silva, en aquella época nido perfumado por el aroma de la felicidad; o en la del señor Marroquín, la del señor Borda, del señor Fallan o D. José María Quijano O. En los mosaicos se trataba mucho de literatura, de artes, de intimidades concernientes a los circunstantes, de crónica, de todo. ¡Hasta de política! Se bromeaba un poco, se reía, se tocaba piano; se leían lindas composiciones originales en prosa y en verso; se tomaba té, café o chocolate, según que los contertulios fuesen más o menos adictos a las cosas modernas o a las antiguallas (113-4).
Tanto el Liceo Granadino como El Mosaico se conforman como espacios
de cultivo intelectual que pretenden trascender los credos políticos. El historiador
Frédéric Martínez interpreta la aparición de estas nuevas sociabilidades
como parte de una corriente cuestionadora de las dinámicas partidistas, de las
ambigüedades en la formulación de las bases políticas de uno y otro partido por
motivos clientelistas (156-7).
Vale la pena cerrar este apartado señalando que Borda participa no solo en
el Liceo y en el Mosaico; en 1872 funda y preside la Sociedad Literaria, el que
sería otro espacio de sociabilidad tipo tertulia al cual se vincularía, con mayor
protagonismo. La creación de la Sociedad literaria, cuyo objeto es acercar a los
jóvenes a los estudios literarios, queda registrada en El Mosaico, publicación que
es nombrada como su órgano oficial de difusión (“La sociedad literaria” 201).
La prensa literaria como vehículo de instrucción: José Joaquín Borda y El Mosaico (1871-1872)
“La República es el gobierno de todos; es el gobierno de la opinión. Por eso
la prensa, que la representa, admite las opiniones de todos e iguala en derecho
al potentado i al infeliz” (Borda “Miscelánea” 4). Con estas palabras queda claramente
establecido el gran poder político que, para Borda, reside en las publicaciones
periódicas, poder al que acude a lo largo de toda su vida. El interés de
Borda por la prensa no surge con El Mosaico. Antes se había vinculado a los periódicos
políticos El Porvenir y El Heraldo, al periódico religioso El Catolicismo (1849) y al periódico literario El Álbum, periódico literario, científico y noticioso (1856-1857) (Pontón; Otero Muñoz). En El Álbum y en El Mosaico logra concentrarse
en un asunto que realmente lo apasiona: la literatura. Así, a lo largo de
su vida, se destacaría ya como director, ya como redactor o colaborador de las
publicaciones mencionadas y de otras como La Biblioteca de Señoritas (1858-1859), El Iris, periódico literario dedicado al bello sexo (1866), El Eco Literario (1873), El Pasatiempo: periódico noticioso, industrial, científico y literario (1877-1884), entre otras13.
Borda funda, en compañía de otros integrantes del ala conservadora de la
tertulia, el periódico El Mosaico (Gordillo 28). La publicación experimentaría
interrupciones, cambios de nombre, de intereses y de tendencia política entre
1858 y 1872. Es importante subrayar que Borda lideró la que suele considerarse
la última etapa del semanario (1871-1872). Curiosamente esta es la única época
de El Mosaico donde se declara abiertamente a cargo de quien está la redacción:
“Se publica los sábados. Se canjea con todos los periódicos nacionales y extranjeros
que no sean oficiales. Redactor y editor José Joaquín Borda” [las itálicas
no constan en el original], reza un aviso en la esquina superior izquierda de la
primera plana del número 1 (s.t. 1871a 1).
Borda asumió tareas tan diversas como la redacción del editorial y de la
columna “Revista de ciudad”; la selección y publicación de obras literarias; la
sección de avisos y la correspondencia con los agentes. Así, desde las más trascendentes
reflexiones hasta las transacciones más prosaicas asociadas al manejo
de la publicación fueron enfrentadas por el letrado. Son de destacar la importancia
que otorga a la publicación de traducciones de obras literarias y de literatura
escrita por mujeres. Así, en las páginas del semanario tienen cabida obra
de las españolas Ángela Grassi, Faustina Sáez de Melgar, Victorina Ferrer, María
del Pilar Sinués de Marco y de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Esta última mantiene una columna en El Mosaico en 1872, gracias a la gestión de
José María Samper. Cabe anotar que también aparecen poemas de la escritora colombiana Agripina Montes del Valle.
Esta última época del periódico (1871-1872) fue concebida por su director,
José Joaquín Borda, como una publicación diferente, pero de espíritu cercano a
la fundada en 1858. Ello porque la dirigida por Borda entre 1871 y 1872 no es
la misma que había visto la luz en diciembre de 1858 y que circuló hasta 1865
con una interrupción14. Lo señala él mismo en el texto “Advertencia” que hace
las veces de prospecto de la publicación que comenzó a aparecer en 1871:
Hace algunos años fundé un periódico literario [1858], al cual di el nombre de El Mosaico y cuya redacción puse después en manos del señor José María Vergara y V. Aquel periódico terminó, dejando gratos recuerdos y conservando en sus páginas muchos escritos de mérito. Me animan hoy los mismos sentimientos que entonces al fundar este periódico con el mismo título y con las mismas aspiraciones (1).
Tal distanciamiento encuentra una posible explicación en dos hechos: la interrupción
que sufrió El Mosaico fue bastante larga (de 1865 a 1871) y la dirección
de Felipe Pérez (entre 1864 y 1865) le dio un sesgo diferente al semanario
(basta comparar los subtítulos de la publicación que circuló entre 1864 y 1865
y la que circuló entre 1871 y 1872).
Entre las páginas de El Mosaico (1871-1872) se revelan diversas estrategias
discursivas y posturas de Borda sobre lo literario; nos interesa llamar la atención
sobre su postura acerca de la educación literaria. La educación fue una de
las grandes preocupaciones y compromisos asumidos por Borda a lo largo de
su vida: ejerció como profesor en los colegios San Bartolomé, El Rosario, El
Seminario y la Independencia; dirigió el Colegio Nacional de San Vicente del
Guayas (Ecuador) y fundó, en Bogotá, el Colegió del Salvador. La relación de
Borda con la educación trascendió las aulas: su compromiso con el magisterio
y sus conocimientos de literatura e historia convergieron en sus obras y se encuentran
en buena parte de los artículos que compuso para El Mosaico (1871-1872). Los intereses que animan a José Joaquín Borda a emprender de nuevo en
1871 el proyecto periodístico de El Mosaico quedan claramente enunciados en
el subtítulo de la publicación: Periódico de la juventud, destinado exclusivamente
a la literatura15. Borda encuentra en la prensa un medio potente para emprender
su labor magisterial. A lo largo de los dos años de dirección de El Mosaico, se
vale de diversos recursos para divulgar las letras nacionales, animar a los jóvenes
a cultivar las bellas letras, formar el gusto literario de los lectores y ampliar
sus conocimientos sobre literatura nacional y foránea. Entre las estrategias que utiliza El Mosaico se cuentan la publicación de obras literarias extranjeras, la
traducción de obras literarias, la difusión de noticias relativas a la vida literaria
(publicación de obras de autores nacionales, fundación de cenáculos —como
la “Sociedad literaria” —, circulación de obras nacionales en otros países, aparición
de otras publicaciones periódicas centradas en lo literario).
La estrecha relación que establece Borda entre prensa literaria e instrucción
se ve claramente expresada en el hecho de que la columna que abre el número
2 de El Mosaico (1871-1872) sea precisamente la intitulada “La instrucción de
los colombianos”. El director del semanario reflexiona, a partir de su experiencia
como viajero, acerca del nivel de educación de otros pueblos y enumera los
aspectos que, según él, sustentan el desarrollo nacional en materia de educación
(“La instrucción de los colombianos” 9). En el artículo “La prensa literaria”
señala el estado de las bellas letras y el nivel alcanzado por los periódicos como
índices de dicho desarrollo: “Las dimensiones de los periódicos se han triplicado
y la belleza en las formas nada deja que desear […] un pueblo ilustrado y libre
como Colombia, no puede perder la esperanza” (2).
Borda asumió la tarea de estimular a los jóvenes talentos literarios, en buena
parte, a través de la enseñanza de la literatura misma. De hecho, a lo largo de
los dos años de publicación de El Mosaico, el redactor es consecuente con el
objetivo que se propone desde el primer número y que explicita en el texto que
inaugura el semanario en 1871 “Advertencia”: “La patria y la juventud! Por ellas
he trabajado en mi humilde esfera, sin descanso, desde mis primeros años (1).
Además de la “Advertencia”, hace las veces de prospecto de El Mosaico un
texto titulado “La prensa literaria”, fundamental en tanto, en este, Borda sienta
su posición acerca de la prensa como medio al servicio de la formación en
literatura:
La prensa literaria ha venido a ser de una necesidad, casi tan apremiosa como la prensa política […] llena una necesidad general dando expresión al espíritu […], lleva alguna enseñanza en cada página […] Una prensa literaria y moral purifica desde luego el gusto, ese gusto que se muestra en todos los juicios que formamos y que en vano se buscaría en un hombre ignorante y abandonado (1).
Para el autor, es prueba del proceso de civilización de un pueblo el desarrollo
que haya alcanzado su prensa literaria, en la medida en que esta constituye
el medio privilegiado de circulación del pensamiento y de divulgación de la
literatura nacional: “hoy la instrucción está más esparcida, los espíritus más
despiertos” (“La prensa literaria” 2). Es necesario llamar la atención, en este
punto, sobre un paralelo que establece Borda al señalar: “La prensa literaria, si
se nos permite la comparación, es en el mundo, respecto de la prensa política, lo
que es en el hogar doméstico la mujer respecto del hombre: el uno es la fuerza,
el otro la gracia” (2). Tal afirmación no solo feminiza la prensa literaria sino
que revela una postura a tono con las disposiciones sociales de mediados del
XIX, que reclaman para la mujer una formación alejada de la tribuna pública —política— y acorde a su función de deleitar y a su vez formar en el ámbito
hogareño. De allí que cuando Borda lance el siguiente cuestionamiento sea posible
relacionarlo tanto con la prensa literaria como con las mujeres: “¿No es
verdad que es bien honrosa esa misión de suavizar las pasiones, de pulir el gusto,
de deleitar, de llevar hasta los últimos rincones las luminosas producciones del
genio?” (2).
En este orden de ideas, es posible comprender por qué Borda sostiene a lo
largo de los dos años de El Mosaico una suerte de cursillo de historia literaria, solapado
en el intercambio epistolar con una mujer llamada Angelina —posiblemente
un personaje ficticio16. No es gratuito que después de los textos “Advertencia”
y “La prensa literaria”, que abren el n. 1, el redactor presente la sección
“Cartas sobre literatura”, donde inicia el mencionado intercambio de cartas.
Así, una vez establecido su interés por la literatura nacional y presentada su
defensa feminizadora de la prensa literaria, comienza su aporte a la formación
de un público lector femenino a través de la enseñanza de la historia literaria.
El redactor abre “Cartas sobre literatura” evocando un supuesto episodio
pastoril que compartió con Angelina y que detona toda una reflexión acerca
de la importancia de la poesía en tiempos de materialismo e impulso modernizador:
“Contemplándote bella, espiritual, fresca y risueña, como la naturaleza
que nos rodeaba con sus tesoros de perfumes, de colores de vida, me parecías
la imagen de la poesía, mejor dicho la poesía viva, palpitante inspiradora” (2).
Angelina cifra el público (¿femenino?) al que aspira Borda: joven, ansioso por
aprender, interesado en las bellas letras, dócil y dispuesto a ser formado como
lector. El primer par de cartas intercambiado por Borda y Angelina sella un pacto
de formación e instrucción, proceso de educación literario abierto a todos los
lectores. Borda comienza el intercambio con “Cartas sobre literatura”, donde se
compromete a cumplir una promesa a Angelina, cual es mantener viva la llama
de la “poesía” en los jóvenes corazones colombianos:
¿no es Blasfemia, Angelina, [cuestiona Borda] acusar a la poesía y a la literatura de frívolas e inútiles? ¿No es un deber de toda alma generosa trabajar porque no se apague ese fuego sagrado, esa luz que alumbra a Colombia y la presenta vigorosa y poética entre sus bellas hermanas del continente Hispano-americano? (3).
Angelina como respuesta, en la única carta que dirige, se compromete a
emprender los estudios que le propone Borda: “acepto, señor Redactor, las indicaciones
que habéis tenido a bien ofrecerme. No dudo que ellas me inspirarán
entusiasmo por el estudio de las obras poéticas, estudio que complementará mi
educación y será para mí, fuente de inagotables delicias” (11). El hecho de que
Angelina dirija una única carta a Borda se interpreta de dos maneras: Angelina
es un ser ficticio y Borda lo instala como mero artificio retórico para abrir su cursillo de historia de la literatura, o bien, quiere insistir en un modelo de lectora
pasiva y dócil que no replica ni interviene.
Es así como el redactor asume el rol de historiógrafo y publica una serie de “lecciones” sobre literatura cubana (núm. 3), oriental (núm. 6), bíblica (núm.
9), griega (núm. 11, 12, 14, 17, 28), romana (núm. 29, 31, 32, 33, 41)17,
medieval (núm. 43) e inglesa (Año 2, núm. 21-22). En efecto, lo que en un comienzo
se plantea como un intercambio epistolar funciona simplemente como
estrategia retórica por parte de Borda para mantener un monólogo de carácter
histórico, con fines educativos, sobre literatura.
Algunas conclusiones
El examen detenido de la prensa literaria y de los espacios de sociabilidad
como las tertulias es perentorio si se pretende ahondar en el estudio del sistema
literario decimonónico colombiano. Si bien este artículo centró su atención en
la figura de José Joaquín Borda, es importante reconstruir las redes de relaciones
entre letrados y de esta forma poner en evidencia que la vocación intelectual de
no pocos individuos estuvo íntimamente ligada al devenir literario nacional.
Así, este artículo es un aporte al establecimiento de tales redes y en virtud de
ello, estudiar el caso de José Joaquín Borda permitió abrir el espectro hacia
espacios como el Liceo Granadino y El Mosaico, y a publicaciones periódicas
como El Álbum y El Mosaico.
Los lazos de José Joaquín Borda con los espacios de sociabilidad literaria
y sus nexos con un programa conservador apuntan a un papel activo de este
letrado en los procesos de institucionalización de lo literario, en el marco de un
sistema literario en proceso de transición de un repertorio colonial a un repertorio
nacional18. Entre los dispositivos de institucionalización que Borda integra
figuran las tertulias y las publicaciones periódicas.
Los artículos periodísticos de Borda a propósito de la literatura evidencian
las consideradas problemáticas vigentes por el sector intelectual, tales como la
necesidad de cultivar una literatura nacional con unas funciones específicas, la
importancia de convocar a la juventud como creadora de esta literatura, asimismo
de fundar espacios rectores de lo literario. Este interés por el conocimiento
forma parte de un horizonte más amplio en tanto la acción discursiva de los escritores
de la nación católica durante las décadas de los años cincuenta y sesenta
constituye, a la vez, una suerte de reacción ante la hegemonía liberal y antecede
del proyecto conservador concretado por Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez
un par de décadas más tarde, cuyos pilares serían la República unitaria, el castellano
y la religión católica (Arango 125).
Los avances presentados en este artículo solo abordan algunos aspectos de la
carrera intelectual de José Joaquín Borda. Queda pendiente revisar su apuesta
en un proyecto periodístico literario como El Albúm (1856-1857), asimismo
centrarse en su faceta de creador como poeta y narrador y avanzar en sus aportes
como traductor. Igualmente importante y merecedor de examen riguroso es su
papel como pedagogo. Para cerrar, por qué no traer a colación unas líneas que
dan cuenta de la conciencia de Borda acerca del movimiento intelectual que se
está gestando en su momento:
El movimiento intelectual crece de dia en dia en nuestro pais y á la sombra de esta dulce paz que nos ha cobijado unos pocos años, la patria está desplegando las grandes fuerzas que en su seno se agitan. ¡Cuánto no podrá hacer la juventud de Colombia si la paz se cimienta de véras! Cada colombiano en su esfera tiene amplios horizontes y mucho campo que cultivar (s.t. 1871b 266).
Notas
1 Este artículo se deriva de la investigación “Formas históricas del intelectual colombiano. Una reconstrucción a partir de la prensa literaria (1850-1900)” ejecutado con recursos de la Convocatoria de Proyectos de Investigación de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes 2012 financiada por el Comité para el Desarrollo de la Investigación (CODI) de la Universidad de Antioquia; se inscribe en el marco de la Estrategia de Sostenibilidad para Grupos de Investigación CODI 2013-2014. Una primera formulación de las ideas expuestas en este artículo fueron presentadas en el VIII Encuentro Internacional de Historiadores de la Prensa: El papel de la prensa en la configuración del estado. Universidad Autónoma de Aguascalientes (México), 29 al 31 de octubre del 2012.
2 A partir de la década de los años setenta del siglo XX comienzan a aparecer estudios que ponen en crisis la tradición historiográfica colombiana, caso de Rafael Gutiérrez Girardot. Estudios recientes han cuestionado con especial ahínco las formas tradicionales que han prolongado esquemas decimonónicos a la hora de proponer historias de la literatura, bien sea nacional o regional, al tiempo que enfatizan en la necesidad de emprender nuevos estudios históricos de la literatura producida en Colombia, véase Bedoya (2010), Laverde (2009), Vallejo (2009), D’Allemand (2012).
3 Vale la pena destacar los trabajos de Flor María Rodríguez Arenas (1996, 2001, 2003, 2005, 2007) y Carmen Elisa Acosta Peñaloza (2009).
4 Pueden mencionarse un par de trabajos que sí han abordado el asunto de la tertulia: Loaiza Cano (2005) y Gordillo (2003) han estudiado El Mosaico como publicación periódica y la tertulia del mismo nombre.
5 Si bien Borda prefirió el terreno literario a las lides políticas, queda constancia de la vehemencia con la que defiende sus principios políticos en el texto dirigido a Nicolás Tanco, titulado Miscelánea política al señor Nicolás Tanco Armero (1860). En este texto, no solo queda establecida la filiación de Borda al partido conservador, sino su convencimiento sobre la importancia de la libertad de expresión: “no hay necesidad de que lo provoquen a uno para hablar cuando se trata de interesantes cuestiones sociales o políticas: es un deber, o por lo menos un derecho de los ciudadanos, luchar por la causa que creen justa y combatir las ideas que se creen injustas o erróneas” (Borda Miscelánea 5).
6 En el volumen Colección de poesías, recoge cerca de 60 composiciones, algunas de ellas imitaciones de Byron, Lamartine y Ossian, que confirman el cuño romántico de la faceta poética de Borda; lo confirman asimismo los temas a que acude: la naturaleza, la patria, la religión, la amada, el viaje.
7 No ha sido posible ubicar el dato de la primera edición, sin embargo se conocen ediciones de 1890 (5ta) y de 1892 (6ta).
8 A propósito del ejercicio de traductor de Borda, véase Agudelo. Para un listado detallado de las obras traducidas y publicadas como libro o en publicaciones periódicas, ver Rodríguez Arenas (Bibliografía 152, 167).
9 En todas las citas documentales se mantiene la ortografía original.
10 En cuanto a la publicación periódica, Raúl Jiménez Arango refiere la publicación de un único número de El Liceo Granadino, pero no hemos ubicado tal material.
11 Si bien el artículo aparece sin firma del autor, lo cual es corriente en los periódicos del XIX, se ha establecido que Borda es el redactor de estas columnas a propósito de El Liceo granadino, pues algunas de ellas están firmadas con sus iniciales J.J.B. Lo mismo sucede para casi todos los artículos periodísticos que asociamos a Borda en este artículo. Son textos sin firma pero que se vinculan a este hombre debido a que hemos comprobado que era el redactor de los periódicos y, por ende, autor de las editoriales. En las referencias bibliográficas, hemos incluido los artículos siguiendo las normas de citación, por ello no van bajo la entrada Borda.
12 Al respecto afirma Gordillo: “Aún en la segunda mitad del siglo, y ya no siempre bajo la tutela de un Estado que se reduce a su mínima expresión con el federalismo, la viabilidad de las asociaciones de carácter cultural sigue siendo mínima. Esto lo confirma por ejemplo el caso del Liceo Granadino, una asociación semipública, financiada por las donaciones de los asistentes o socios, según el modelo del Liceo Artístico y Literario Español, que no logró funcionar en Bogotá sino poco más de un año” (25).
13 Borda, además, durante su estancia en Guayaquil (Ecuador) como director del colegio San Vicente colabora con publicaciones del Cono Sur del continente americano: El Iris de Quito (Ecuador), La revista del Pacífico (Chile), El progreso católico (Lima). Asimismo fue colaborador de El Americano y La gaceta oficial (Costa Rica) (Pontón).
14 Hasta el día de hoy, investigadores, bibliotecas y archivos han considerado que El Mosaico que circuló entre 1858 y 1865 es el mismo que circuló entre 1871 y 1872. Las pesquisas realizadas nos han permitido establecer que, aunque comparten el título, son dos publicaciones diferentes. De hecho, El Mosaico de 1871 inicia en el número 1 y no retoma la numeración anterior. Ambas publicaciones cuentan con José Joaquín Borda como parte del equipo de redactores.
15 El Mosaico se suspende en 1860 y reinicia en 1864.
16 No es una novedad que Borda se ocultara tras el seudónimo femenino, uno de sus seudónimos conocidos es Sophie Gautier.
17 Para ser exactos, los textos centrados en la literatura romana son dirigidos al señor Federico Jaramillo C. Borda incluso se disculpa con Angelina por no dirigir a ella esta lección.
18 Entiendo institución y repertorio según lo establece Even-Zohar.
Referencias bibliográficas
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Fecha de recepción: 19/07/2013
Fecha de aceptación: 18/02/2014