RESEÑAS
Timmer, Nanne (ed.). Ciudad y escritura. Imaginario de la ciudad latinoamericana a las puertas del siglo XXI. Leiden: Leiden University Press, 2013, 310 páginas.
La ciudad letrada, el
libro póstumo de Ángel Rama, vuelve a constituirse en un
punto de partida para los estudios cuyo
tema rondan “el paralelo entre la organización
espacial y el discurso”. Nanne
Timmer, en el capítulo introductorio
de Ciudad y escritura. Imaginario de la
ciudad latinoamericana a las puertas del
siglo XXI, enuncia de ese modo la problemática
sobre la cual giran los diferentes
trabajos que integran el libro. Señala
también que el ideal de orden, que
conducía la utopía urbana y que guió la construcción de las ciudades latinoamericanas
se ha fragmentado y ha dado
lugar a la ciudad caótica y múltiple de
fines del siglo XX y principios del XXI;
en consecuencia, los límites de la ciudad
letrada ya no son tales. En esos nuevos
contextos, la producción cultural también
se multiplica: existen nuevos sujetos
que escriben la ciudad posmoderna.
Con esta matriz como telón de fondo,
el libro abre en sus cuatro partes distintos
caminos de indagación que abordan
textos diversos, algunos más conocidos
y estudiados, otros menos, pero en ellos
se representa, se alude o se concibe alguna
ciudad latinoamericana: México,
Medellín, La Habana, Santo Domingo,
Managua, Lima, San Pablo, Santiago de
Chile, San Juan de Puerto Rico.
Catorce ensayos acerca de la producción
cultural de la ciudad latinoamericana
se encuentran organizados en cuatro
partes cuyos títulos, con elocuencia,
sintetizan la concreción que asume el
problema de la multiplicidad fragmentaria
de los espacios urbanos en la era
posindustrial: I. Paisajes imaginarios en
la ciudad póstuma; II. Lejos del centro:
las cloacas del grotesco; III. El cuerpo
ciudadano: la inscripción de la carne;
IV. Paisajes imaginarios: la ciudad que
viene.
Integran la primera parte, tres capítulos.
En el primero: “Releer la ciudad
de México desde el memorial del 68”, su
autor, José Ramón Ruisánchez, muestra
al lector el Memorial del 68 inaugurado
en el año 2007, en el Centro Cultural
Universitario Tlatelolco al tiempo que,
con agudeza crítica, describe el fracaso
de la museografía al intentar reproducir
o “replicar [la] textura dialógica” de La
noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska.
Además, analiza cómo Poniatowska
lleva adelante ciertas “prácticas espaciales”
con las cuales logra romper el silencio
y poner en primer plano las múltiples
voces, entre ellas, la de los presos en Lecumberri y así, re-unir la ciudad.
Esa “política de lo topológico” al no ser
retomada por el museo no inquieta, no
circula, “queda en paz” (25). El segundo
capítulo, escrito por Diana Klinger,
se titula “Fernando Vallejo: la violencia
urbana y las ruinas de la ciudad letrada”.
Aquí la autora inscribe su presente de la
enunciación en Río de Janeiro, donde
se ha desatado “la guerra” –en palabras
del Ministro de Seguridad de Brasil—
pero confinada en los morros “mientras
la vida académica transcurre como si
nada”. La virgen de los sicarios (1994)
de Fernando Vallejo y la Medellín allí
representada, de alguna manera, constituyen
paradigmas en cuanto a la clausura
del “sueño de un orden” que Rama
analizaba en la configuración de la ciudad
en América Latina: Río de Janeiro,
Medellín, Buenos Aires, México hoy
son “escenarios de violencia, miedo y
guerras entre narcos” (45). Además, esa
novela de Vallejo asume, según la autora,
una “postura cínica” frente a la mitología
creada por los autores del boom, en
tanto abandona la idea redentora de la
literatura y, en ese sentido, pone en escena
una “derrota de la literatura” (56).
En el tercer capítulo, “Habana póstuma:
pasaje y paisaje en Guillermo Cabrera
Infante”, Waldo Pérez Cino analiza
tres obras del escritor cubano: La
habana para un infante difunto (1979),
La ninfa inconstante (2008) y Cuerpos
divinos (2010). Las dos últimas obedecen
al rescate luego de la muerte del autor.
Sin embargo, el término “póstuma”
no hace referencia tanto a lo que ocurre
luego de la muerte, sino que es utilizado
como categoría analítica, como algo
que tiene lugar de manera “vicaria o
retrospectiva” (64). Encuentra en esas
obras una representación de una ciudad
que ya no es, una ciudad que obedece
a un tiempo “mesiánico” o “imposible”,
“contraído e inoperante”; por lo tanto,
la ciudad deviene ficción. Se detiene en
analizar cómo esa construcción textual
en las obras de Cabrera Infante se logra
mediante la descripción topográfica del
paisaje (66).
La segunda parte se conforma de
cuatro capítulos. El primero es “‘Parquecito’
de la escritora dominicana Aurora
Arias, una cronotopía subversiva”.
Su autora, Rita De Maeseneer, realiza
una somera revisión de lo que denomina
“establishment literario” dominicano,
esencialmente masculino y ligado, desde
el punto de vista temático, al autoritarismo
(trujillismo y neotrujillismo).
A ello opone la obra de dos mujeres:
Rita Indiana Hernández y Aurora Arias
quienes “practican una escritura urbana
centrada en jóvenes a la deriva”, que
“atacan las cartografías tradicionales” y
“dialogan con el pasado de una manera
original” (79). En particular, se detiene
en “Parquecito”, un cuento de Arias integrado
en la colección de relatos Emoticons (2007). El título se refiere a un lugar
emblemático de la ciudad de Santo
Domingo –Parque Duarte— representado
con asiduidad por la narrativa tradicional.
En ese cuento, según la lectura
propuesta, la autora deconstruye la ciudad
monumental, símbolo del discurso
de la identidad nacional a través de una
mirada sobre “nómadas, vagabundos y
jóvenes” (91). El capítulo siguiente se
titula “Ciudad, escritura y violencia en
la narrativa de Francisco Font Acevedo”
y su autor es Salvador Mercado Rodríguez.
La mirada analítica se centra en La belleza bruta (2008) un volumen de
cuentos. Proporciona una descripción
de los aspectos paratextuales del libro,
como las fotografías, tanto de su portada
como en su interior, integradas a la
escritura. La lectura desplegada muestra
una mirada política acusatoria de Font
Acevedo respecto de las formas autoritarias
de ejercicio del poder en Puerto Rico, al tiempo que se evidencia la producción
de significados más allá de la
ciudad letrada, como, por ejemplo, los
grafitis, protagonistas de uno de los
textos analizados. “Distopía social con
fondo de Ciudad: Managua, salsa city
(¡Devórame otra vez) de Franz Galich”
es el título del tercer capítulo, a cargo de
Magdalena Perkowska. La autora analiza
la segunda novela, publicada en 2001
por este escritor guatemalteco, residente
en Nicaragua, y la incluye en la categoría
“costumbrismo de globalización”
acuñada por Jean Franco y señala, además,
que comparte algunos rasgos del
denominado “realismo sucio”. Ubica a
la novela en la narrativa de la posguerra
centroamericana, cuya dominante es la
desilusión, el desencanto y la amargura.
“Los ideales de la lucha revolucionaria y
los grandes valores éticos del momento
utópico desaparecen de las páginas de
las novelas, en cambio [aparecen] la pérdida
de referentes ideológicos, la indiferencia,
el hedonismo, el escepticismo, la
resignación, […] el derrotismo” (120).
También como rasgo de esta narrativa
de posguerra la autora señala un nuevo
tipo de violencia: centrada en la ciudad. Managua, salsa city es “una de esas novelas
que ilustran y configuran esta violencia
post-bélica en el ámbito urbano,
dominado por la falta de perspectivas y
el desamparo laboral” (121). Según esta
lectura, novelas como la de Galich cuestionan
la noción de ciudad construida
por el imaginario liberal: la ciudad luz
de la modernización y el progreso es reemplazada
por la ciudad como espacio
de transgresión y alteridad. El último
capítulo de la segunda parte se titula:
“El guachimán, la epopeya chicha de la
gran Lima”, escrito por Adriana Churrampi
Ramírez. Aquí la autora analiza
“El guachimán” de Luis Nieto Degregori
(1955), un relato que da título a una
trilogía de cuentos, publicada en 2008.
Del mismo modo que Perkowska en el
capítulo anterior ofrece una mirada de
la literatura centroamericana, esta autora
ubica la narrativa de este autor cuzqueño
en el viejo debate entre literatura
andina y criolla; caracteriza la temática
de la literatura andina como cada vez
más urbana al tiempo que expone, también
de modo panorámico, los discursos
hegemónicos sobre el lugar de los
inmigrantes provincianos, en el circuito
productivo y económico limeño. Esta
lectura del relato permite percibir con
claridad el problema del racismo, cuya
internalización llega a expresarse como
violencia excluyente, por un lado respecto
de valores considerados negativos
como la delincuencia, la ociosidad, la
pobreza y por otro, respecto del ideal
de belleza que no contiene los rasgos
del cholo: piel cobriza, estatura mediana,
cabello negro, lacio y rebelde. A ello
se suman las preferencias culturales correspondientes
al imaginario “chicha”
identificadas con los colores estridentes,
la combinación de comidas, la flexibilidad
en normas y valores, lo informal,
la religiosidad popular, etc. Todos esos
elementos socialmente funcionan como
muros de segregación a pesar de los discursos
exitistas que reemplazan la noción
de “trabajador migrante” por la de
“emprendedor migrante”. Este enfoque
socio-cultural aparece condensado en el
cuento de Nito Dgegori, según Churrampi
Ramírez.
La tercera parte, “El cuerpo ciudadano:
la inscripción de la carne” contiene
cuatro capítulos. El objeto de estudio
de los dos primeros es la poesía y
todos tienen en común la focalización
en el cuerpo, representado o en acción.
El primero de ellos, escrito por Mario
Cámara, se titula “En los bordes internos
de San Pablo: una relectura de Paranoia de Roberto Piva. Esa relectura
de un poemario de 1962, que reinstala la expectativa modernista de Oswald
y de Mario de Andrade al tiempo que
recupera formas deudoras del surrealismo
y del dadaísmo europeos como el
procedimiento de máxima extensión de
Lautréamont, permite considerar, en el
contexto de este libro, la presencia temprana
de ciertos temas vinculados con
la ciudad y el cuerpo que tienen gran
vigencia en la literatura contemporánea.
Roberto Piva, según Mario Cámara, en
dos de sus obras concibe “el cuerpo y
la sexualidad [como] los investimentos
centrales contra la ideología del trabajo,
la institución familiar y un modo ascético
y bel-letrista de pensar y practicar
la poesía” (161). En el segundo trabajo
“Los ritmos de la megalópolis: la poesía
en voz alta en la Ciudad de México y
en Spanish Harlem, Nueva York”, Cornelia
Grabner estudia la poesía en voz
alta, la poesía escrita para ser expresada
en las performance de poesía. El corpus
elegido se integra por la performance del poema “Teté”, del grupo chilango
La Lengua y Rodrigo Solís y del poema
“De dónde soy” del escritor nuyoriqueño
Willie Perdomo. Entre los aportes
de este trabajo, se destacan la distinción
entre performance y recital y la conceptualización
sobre los tópicos y las formas
mediante los cuales se construyen estos
poemas. La autora, para ello, utiliza las
categorías de Michel De Certeau de lugar
y espacio con lo cual establece un
vínculo con el enfoque que atraviesa
todo el libro. A su vez, con la incorporación
de este corpus, habilita el análisis
literario a formas de la poesía popular
que no tienen una presencia frecuente
en el canon académico. El tercer capítulo,
escrito por Ángeles Mateo del Pino,
se titula “Mariconaje guerrero. Ciudad,
cuerpo y performatividad en Las Yeguas
del Apocalipsis”. La autora ofrece
una lista completa y una descripción
excelente de las diferentes performances realizadas a fines de la década de 1980,
en Chile, por el colectivo artístico “Las
Yeguas del Apocalipsis” integrado por
Pedro Lemebel –en ese momento, Pedro
Mardones— y Francisco Casas. Esas acciones
de arte corporal se ejercían como
modo de resistencia al contexto de dictadura
y al SIDA, enfermedad letal en
ese momento. Se describe el contexto de
(des)conocimiento de la enfermedad y
el consecuente ataque moral a la comunidad gay y a su demonización, aspectos
que se ponen en juego en las acciones
de intervención. La autora vincula las
intervenciones corporales artísticas con
la lectura que, de modo retrospectivo,
realiza Lemebel en Loco afán. Crónicas
del sidario en sus dos ediciones, la de
1996 y la de 2000. El último capítulo
de la tercera parte se titula “Ficciones
de ciudad: Diamela Eltit o el territorio
del desviacionismo”. Lizabel Mónica, su
autora, focaliza en la obra de la escritora
chilena, en particular en “el binomio
ciudad/ciudadano” (226). El estudio se
asienta en el carácter de performance de
gran parte de la obra de Eltit, en zonas
marginales de Santiago de Chile y, en
ese marco, analiza la noción de ciudad
que surge de la obra y la concepción
de ciudadano inscripta en el lenguaje.
Según esta lectura, Eltit elabora “una
ciudad otra, cuyos códigos se muestran
diferentes a las ficciones de orden, aquellas
que protegen/ controlan/ organizan
[…] una ciudad narrada por voces de
quienes se hallan ‘fuera de la mediciones
urbanas’” (229).
La cuarta y última parte, integrada
por tres capítulos, se titula: “Paisajes
imaginarios: la ciudad que viene”. Cada
uno de estos trabajos dialoga con el resto
del libro desde algún lugar: enfoque,
problema o tópico (la virtualidad y la
violencia parecen constituir una entrada
en el futuro) pero son bien diferentes
entre sí. El primero de los tres capítulos, “Al borde de las imágenes. Imaginación
virtual en Bioy Casares y Juan Carlos
Onetti”, convoca a la relectura de un
corpus de otra época: La invención de
Morel, una novela escrita en 1940 y el
relato de Onetti, “Un sueño realizado”,
publicado en La Nación de Buenos Aires,
en 1941. Aunque alejadas ambas
obras de la problemática que surge a
partir de la existencia de la red virtual,
la lectura propuesta resulta muy elocuente
en relación con esa circunstancia
contemporánea: “Son narraciones cuyos
puntos de inflexión son precisamente
operaciones espaciales que implican
dramáticos cruces de fronteras y figuraciones
virtuales” (248). Ambas se inscriben
en la doble problemática de lo virtual:
la relación con la imagen y con el
espacio. Por un lado, la novela de Bioy
Casares se presenta como una propuesta
mediatizada entre la vida y la muerte;
constituye una anticipación tecnológica
dado que, como señala el autor del
artículo, Gabriel Inzaurralde, “los primeros
experimentos con hologramas se
hicieron casi una década después de la
publicación de la novela” (251) y “evoca
las aproximaciones de Baudrillard al
tema de la sustitución de la realidad por
el simulacro o mejor por la hiperrealidad”
(254). Por otro, el autor analiza la
virtualidad –tema no ajeno en la narrativa
del escritor uruguayo– en el cuento
de Onetti, “Un sueño realizado”, en el
cual lo virtual aparece como un espacio
teatral. El autor concluye que estos textos
formarían parte de una “prehistoria”
de la virtualidad y que esta literatura nos
interpela como lectores actuales en el
contexto contemporáneo de la realidad
mediática, en que lo virtual no es necesariamente
lo irreal. El segundo capítulo,
escrito por Gabriel Giorgi, se titula
“Cadáveres ‘fuera de lugar’: anonimia y
comunidad” y analiza dos obras pertenecientes
a autores distantes, que se han
movido en mundos literarios disímiles:
el poema “Cadáveres” del argentino
Néstor Perlongher y 2666 de Roberto
Bolaño. Los une precisamente el hecho
de que ambos “ponen cadáveres en el
centro de su trabajo de escritura” (267).
El poema de Perlongher, publicado en
1987, pero escrito durante la dictadura
militar, expone el drama de la desaparición
de personas y “La parte de los crímenes”
de la novela póstuma de Bolaño
enumera la aparición de cadáveres de
mujeres en una ciudad ficcional, Santa
Teresa, localizada en la frontera entre
Estados Unidos y México. El autor enlaza
ambos textos con otra premisa común:
“exhiben cadáveres fuera de lugar,
sin tumbas, sin cementerios…” (268).
Los textos investigan, desde el cadáver
“las lógicas políticas por las cuales un
cuerpo tiene lugar o no en el espacio
social” (269). El autor asume en este
análisis un enfoque proveniente de las
investigaciones agrupadas bajo el rótulo
de “biopolítica”. Ello le permite interrogar
los textos desde el tópico de la violencia
que constituye un eje articulador
de todo el libro y ubicar ese fenómeno
en una probable explicación social: el
fin de lo estatal moderno. Los cadáveres
constituyen una materia para la cual ya
no hay espacio; “ya no puede ser confinada
a los espacios que la modernidad
había reservado para ella” (286). Esta
conclusión le permite al autor mencionar
la producción de la artista plástica
mexicana Teresa Margolles, quien trabaja
con cadáveres como materia principal
de sus investigaciones estéticas: con
los cadáveres que llegaban a la morgue
de la ciudad de México, con los de las
víctimas de la narcoviolencia y de feminicidio.
El autor lee en articulación las
tres propuestas estéticas que –concluye—
piensan el cadáver “como materia
política” porque “inscribe y condensa la
violencia” y también porque se expresan “como memoria del cuerpo” (287). El
último capítulo del libro se titula “La
Habana virtual: internet y la transformación
espacial de la ciudad letrada”,
cuya autoría corresponde a Nanne Timmer,
a su vez editora del libro. La autora
explora la apropiación del ciberespacio
por parte de iniciativas culturales y, en
particular, literarias. Realiza una genealogía
que parte de los inicios de la
década del noventa hasta el presente y
contempla los procedimientos o lógicas
que siguen las revistas digitales: el archivo,
la selección y el canon. Este último
concepto le permite ubicar su mirada en
el marco analítico propuesto por Ángel
Rama, en La ciudad letrada, ya que el
canon crítico opera desde determinados
criterios de valor que definen qué ha de
leerse, qué ha de perdurar y también, en
cierto sentido, cómo escribir. El trabajo
constituye un gran aporte en tanto
condensa la información sobre iniciativas
culturales y literarias materializadas
en blogs, revistas virtuales y sitios web
que contienen una gran producción, en
momentos en que la difusión a través
del soporte papel se hace cada vez más
difícil.
Si bien cualquier libro colectivo
que, como este, incluya una cantidad
considerable de capítulos –catorce en
este caso— suele contener aportes dispares
y problemáticas diversas, Ciudad
y escritura se caracteriza por mantener
algunos ejes que le otorgan una organicidad
digna de consideración. Uno
de esos ejes lo otorga el libro póstumo
de Rama, que como se anticipa en la
introducción constituye un punto de
partida. Puede constarse con la lectura
completa que, en efecto, La ciudad letrada continúa siendo una construcción
explicativa muy potente. Algunas de las
líneas que atraviesan el conjunto de los
aportes se derivan de allí. Una de ellas
podría sintetizarse como “los poros de la
ciudad letrada” que se manifiesta en que
la marginación se evidencia, en algunas
obras, a través de la lengua: La virgen
de los sicarios de Fernando Vallejo, Managua,
salsa city (¡Devórame otra vez!) de Franz Galich parecen ser los ejemplos
más paradigmáticos. Otra podría
enunciarse como “la fragmentación de
la ciudad”: el mundo de la clase media,
la vida académica en tanto micromundo
de la clase media, por ejemplo, se halla
separado, escindido del mundo de las
favelas, las comunas o las villas. Este eje
constituye un enfoque analítico, una
mirada con la cual se lee, dado que gran
parte del corpus elegido permite mirar
al inframundo donde tienen lugar el
caos, la violencia urbana, el poder en
el mercado narco, la criminalidad y el
desamparo. Tales tópicos atraviesan un
conjunto de obras producidas en un período
que se podría caracterizar, a partir
de categorías desarrolladas en este mismo
libro, como post Estado moderno.
El Estado moderno que tenía el afán de
ordenar y controlar ya no lo hace, no
puede hacerlo. Esa conclusión explicativa
a la que llegan algunos de los autores
de este libro se construye a partir de la
lectura de un conjunto de textos literarios;
por lo tanto esta mirada se transforma
en una pauta crítica categorial en
relación con los textos que analiza.
Diana Moro
Universidad Nacional de La Pampa