Ortale, María Celina. “Algo de política lingüística en José Hernández”. Anclajes, vol. XXIX, n.° 2, mayo-agosto, 2025, pp. 149-164.

https://doi.org/10.19137/anclajes-2025-29211  


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ARTÍCULOS

Algo de política lingüística en José Hernández

Some language policy in José Hernández

Alguma política linguística em José Hernández

María Celina Ortale

Universidad Nacional de La Plata

Argentina

mcelinaortale@gmail.com 

ORCID:0009-0009-6180-2289

Fecha de recepción: 4/08/2023 | Fecha de aceptación: 03/11/2023

Resumen: Se ofrece un recorrido sobre las concepciones de política lingüística que se debaten en Argentina, más específicamente en la zona rioplatense, en la segunda mitad del siglo XIX. En el marco de las líneas sinuosas trazadas por Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento a favor o en contra de la hegemonía de la norma castiza, se analizan los aportes de José Hernández fundamentalmente en sus artículos políticos de El Río de la Plata (Buenos Aires, 1869-70) y en algunas escenas de ficcionalización de conflicto lingüístico en el Martín Fierro.

Palabras clave: Política lingüística; Americanismo; Río de la Plata; José Hernández; Argentina

Abstract: An overview is offered of the conceptions of linguistic policy that were debated in Argentina, specifically in the River Plate area, during the second half of the 19th century. Following the sinuous lines drawn by Juan Bautista Alberdi and Domingo Faustino Sarmiento for or against the hegemony of the Castilian normative variety, the article focuses on the contributions of José Hernández, mainly in his political articles in El Río de la Plata (Buenos Aires, 1869-70) and in some scenes of Martín Fierro that fictionalize linguistic conflict.

Keywords: Language policy; Americanism; Rio de la Plata; José Hernández; Argentina

Resumo: É oferecido um panorama das concepções de política linguística que se debatem na Argentina, mais especificamente na zona rioplantesa, na segunda metade do século XIX. No marco das linhas sinuosas traçadas por Juan Bautista Alberdi e Domingo Faustino Sarmiento a favor ou contra a hegemonia da norma tradicional de Castela, as contribuições de José Hernández são analisadas principalmente em seus artigos políticos do El Río de la Plata (Buenos Aires 1869-70) e em algumas cenas de ficcionalização do conflito linguístico de Martín Fierro.

Palavras-chave: Política de línguas; Americanismo; Rio de la Plata; José Hernández; Argentina

Los primeros estudios sobre política lingüística en América subrayan las diferencias entre la posición del Habsburgo Felipe II, que permitió la comunicación entre lo que llamaron las “lenguas generales” (cédula de 1586), lenguas originarias de América lo suficientemente amplias como para garantizar la comprensión de ambas partes, y la del Borbón Carlos III que, en 1770, echó a los jesuitas y sostuvo en su Cédula Real la necesidad de que “de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los nuestros dominios y solo se hable el castellano” (Moreno Fernández 170).

En su artículo sobre la historización de las políticas de enseñanza de lenguas en Argentina, Elvira Narvaja de Arnoux y Roberto Bein (13-50) explican que los estudios demográficos calcularon que, para comienzos del siglo XIX, había unos 700.000 habitantes en nuestro territorio, de los cuales solo unos 6000 serían europeos y 120.000 serían criollos con mestizaje indígena, pues la colonia había sido predominantemente masculina. Sobre la base de estos datos señalan como una gran dificultad el estimar cuándo y cómo esa masa de 500.000 hablantes indígenas pasó al empleo del castellano como “idioma del hogar”, y cómo las lenguas indígenas fueron “desplazadas a un lugar marginal” en casi todo nuestro territorio, salvo en Misiones.

Desde un enfoque cultural, apuntamos a realizar un recorrido sobre esta tensión entre el contacto lingüístico y la conformación de la variedad hegemónica en nuestro país, en la segunda mitad del siglo XIX, en la zona bonaerense. Como punto de partida se toma la posición de algunos de los intelectuales de la generación del 37 hasta llegar a José Hernández. La propuesta intenta subrayar la filiación del poeta de la gauchesca en los debates sobre la lengua en la Argentina que abrevan de la tradición hispanoamericana e iluminar, desde esta perspectiva, las estrategias lingüísticas de sus escritos periodísticos y del poema Martín Fierro.

La política lingüística en el Río de La Plata

La constitución argentina de 1853 asume a la lengua castellana como oficial sin ningún tipo de problematización. Si bien los Revolucionarios de Mayo abolieron la explotación aborigen y promulgaron los documentos de la Asamblea del Año XIII “en aymará, guaraní y quechua” (Narvaja de Arnoux y Bein 17), esta amplitud lingüística fue absolutamente ignorada y no se realizó ningún esfuerzo oficial en el sentido de incorporar las lenguas originarias del territorio argentino. Esto, según explican los autores citados, se debe a que “ya en las décadas de 1820 y 1830, la actitud favorable a otorgarles derechos había cedido paso a ´la guerra contra el indio´” (Narvaja de Arnoux y Bein 18).

Eva Bravo García ofrece un enfoque sociolingüístico según el cual “la sociedad criolla se fragua en español” por ser la variedad de mayor prestigio. Desde este nuevo punto de vista:

En la configuración de la sociedad criolla, el balance es un proceso general de castellanización, no por el abandono de las lenguas indígenas sino por la diferente valoración sociolingüística de ambas posibilidades comunicativas. El entorno urbano adopta el español y la vinculación de este ámbito con la prosperidad, el comercio y el reconocimiento social, hará que sea el idioma de mayor consideración sociolectal, mientras que las lenguas indígenas son marcas del mundo rural. El bilingüismo es aceptado, y es incluso muy útil en algunos casos, pero será el aprendizaje de la lengua española lo que verdaderamente permita la integración en la sociedad criolla, las posibilidades de movilidad social y geográfica, además de un estatus y una interacción con la que no cuenta en absoluto un individuo monolingüe autóctono. (80)

La combinación del enfoque sociolingüístico con las consideraciones histórico-políticas permite acercarnos mejor a la mirada que ofrecen los jóvenes escritores de la nueva Nación. La revolución independentista en Argentina y los intentos por ordenar el Estado nacional a partir de la batalla de Caseros tuvieron, entre la élite intelectual, una importante repercusión en el ámbito de lo cultural-lingüístico.[1] Desde los dogmas del romanticismo se planteaba que frente a la independencia política era necesaria la independencia cultural y lingüística, pero desde la perspectiva de la ciudad de Buenos Aires esta inclinación se vio atravesada por cuestiones socio-territoriales. Por un lado, la necesidad de poblar el desierto percibido culturalmente como un “vacío” pero políticamente como un territorio a conquistar y, por otro lado, la perspectiva ultramarina, la proyectada inmigración a través del océano y del flamante puerto que acompañó uno de los principales axiomas políticos de la época: “gobernar es poblar”. Detrás del océano, la norma peninsular pero también las lenguas extranjeras europeas (valorizadas y/o desvalorizadas), y en el desierto, las lenguas del poblador originario.

Esta tensión, a su vez, tuvo dos vertientes: los escritores independentistas realizaron intensos planteamientos sobre la necesidad de distinguirse culturalmente de la metrópoli colonial y de establecer una “lengua americana”, un castellano diferente del ibérico que pudiera evidenciar el avance filosófico, científico e ideológico de la ex colonia e incorporar vocabulario de las lenguas de prestigio para esa elite (el inglés y el francés), pero esta apertura lingüística dirigida a “americanizar” se diluyó ante la necesidad de dar cohesión a la nacionalidad, porque el castellano se percibía, a su vez, como norma o superestrato de las lenguas inferiores que debían suprimirse. Es decir, se pensó en una identidad lingüística americana moderna y abierta pero hegemónica, que no incluyó las lenguas originarias de América y tampoco las sublenguas de la inmigración, ambas representadas en los dos espacios geográficos amenazantes que acechaban y acotaban el crecimiento vertiginoso de Buenos Aires: el desierto y el océano simbolizado en el puerto.

El reflejo de la polémica lingüística en los intelectuales de 1837

Los artículos que Juan Bautista Alberdi escribió para La Moda en 1838, la Memoria leída en la Facultad de Humanidades de Chile de Domingo F. Sarmiento en 1843 y su debate con Andrés Bello, las Cartas de un porteño de 1875 que Juan María Gutiérrez escribió para rechazar su nombramiento como Académico de la Real Academia Española (RAE) o, un poco más tarde, los intentos por remedar la conversación americana en las Causeries de 1889-90 de Mansilla[2], siguen el derrotero por el cual se mueve la polémica sobre la lengua en la Argentina. Los intelectuales románticos reclamaron americanismo lingüístico, localía, formas originales que dieran cohesión a la americanidad con las particulares articulatorias de cada nueva nación, pero sin abjurar de la lengua madre. Inicialmente la fuerza de la revolución despertó una hispanofobia exagerada que luego debió ser moderada y, avanzado el siglo XIX, el acelerado desarrollo urbano de Buenos Aires generó otras preocupaciones culturales y lingüísticas que también influenciaron en la reflexión de los intelectuales sobre el concepto de “lengua nacional”.

Juan Bautista Alberdi y Domingo F. Sarmiento: idas y vueltas sobre la lengua

Alberdi, en “Reacción contra el españolismo” en La Moda de 1838, no habló concretamente de la lengua, sino más bien del retraso cultural y político de España, sin embargo, en “Emancipación de la lengua” fue específico; subrayó la necesidad de incorporar vocabulario extranjero, preferentemente inglés y francés, para renovar ideológicamente la cultura americana. No obstante, en “Veinte días en Génova” dijo que en España estaban “las raíces de nuestra lengua” (215) y de esta línea saldrá claramente la posición asumida por José Hernández.

En 1870, cuando España autorizó la apertura de Academias Correspondientes en América, Alberdi se manifestó en contra de esta propuesta por considerarla un nuevo avance del colonialismo en “De los destinos de la lengua castellana en América Española”. Pero luego, al correr de los años, aceptó el cargo como miembro académico de la RAE y escribió en 1876 “Evolución de la lengua castellana” en donde dio las razones de su aceptación que contradijeron la posición de Juan María Gutiérrez: “No he vacilado en aceptar el honor ofrecido por la Academia… una conquista gramatical es una conquista amorosa, puramente platónica y abstracta” (Herrero 192).

La posición de Sarmiento también se modificó con el paso del tiempo. En 1843, publicó en la Facultad de Humanidades la Memoria sobre ortografía americana que articulaba los ejes políticos, lingüísticos y pedagógicos subrayando la necesidad de simplificar la norma ortográfica para ayudar al aprendizaje de la lecto-escritura y, a su vez, para dar identidad americana a nuestra lengua. Sin embargo, posteriormente, Sarmiento abandonó este interés para acompañar el proceso de estandarización lingüística vehiculizado por el desarrollo de las escuelas primarias que tanto fomentó a lo largo de toda su vida. Este objetivo se relacionaba con el de formar ciudadanos argentinos de habla lo suficientemente normativizada como para poder asumir las líneas del progreso modernizador y luego para hacer frente a la oleada inmigratoria y a la amenaza babélica que esta significó.

El obligado corte con la madre patria que impuso la Revolución de Mayo fue acompañado entonces por gestos iniciales de un furioso antiespañolismo, pero este arranque fue moderándose con el correr de los años y varios intelectuales revisaron sus posiciones. Elvira Narvaja de Arnoux y José del Valle explican la complejidad de estas reformulaciones:

El fenómeno lingüístico se constituye como tal en un contexto que, según los intereses y la aproximación del observador, puede ser definido en términos que abrazan en mayor o menor medida lo social, lo cultural o lo político. Desde esta perspectiva el lenguaje es concebido, por un lado, como una práctica social que a la vez refleja y talla los contornos de las colectividades humanas, y por otro, como un fenómeno esencialmente variable. Y al referirnos a esta característica pensamos, claro está, en el nivel micro, donde se manifiestan, por ejemplo, variables fonológicas, pero también en el nivel macro, donde hablar significa, más allá de usar una variable frente a otra, privilegiar o no el uso de una lengua sobre otra en determinado contexto. (2)

Pronunciamiento hernandiano: reflexiones metalingüísticas en el nivel macro

Los debates sobre la lengua nacional no excluyeron a la figura de José Hernández. En el concierto de voces consagradas como las de Alberdi, Gutiérrez o Sarmiento su participación pasa desapercibida, pero no deja de ser interesante recuperarla para la comprensión de lo que Graciela Salto llama los “usos literarios de la lengua” y su “ponderación como matriz articuladora de la diversidad étnica, social y cultural” (2).

En su segundo periódico propio, El Río de la Plata de 1869-70, nos encontramos con artículos en los que José Hernández reflexionó sobre la lengua y el lenguaje como medio de expresión sociocultural.

En agosto de 1869, Hernández iniciaba una nueva etapa en su desempeño como publicista y editor y, sin abandonar su actitud crítica, pero con voluntad de conciliación, fundaba El Río de la Plata, un periódico de tirada diaria que marcó una importante renovación estilística e ideológica, en el que colaboraron numerosos periodistas y políticos de reconocida jerarquía. Entre ellos, apareció la firma de Vicente G. Quesada, Carlos Guido y Spano, Carlos Pellegrini, José A. Ferry y Eusebio Ocampo, quienes junto con los restantes colaboradores se unieron con la intención de conformar una nueva fuerza política en la provincia.

Se observa en este órgano, en general, una notoria dedicación hacia aspectos culturales que ya se han tratado, pero hasta ahora no se había hecho un análisis pormenorizado de las reflexiones metalingüísticas que ofrecen algunos de estos editoriales. En estos, Hernández se enfocó en la relación entre las formas lingüísticas, su valor cultural, político y social y la tarea relevante del publicista como intermediario de la comunicación entre el pueblo y los gobernantes.  

Desde este aspecto se encuentran notas en las que Hernández se encargó de pedirle al periodismo que emplee el lenguaje popular, el “lenguaje habitual”,[3] el “lenguaje más elocuente de las ideas progresistas”:

Sustituir al idioma convencional de las diversas banderías, el lenguaje más elocuente de las ideas progresistas; ensanchar el círculo trazado a la inteligencia y a la fuerza de expansión de la República; engrandecer el debate de los intereses comunes, llevando a su discusión la templanza que no excluye la energía, el estudio que aclara, la previsión que acautela, la honradez que enaltece, el patriotismo que inspira; … he ahí cuáles serán nuestras aspiraciones, a las que nos encaminamos con la confianza de que seremos sostenidos por el concurso de nuestros conciudadanos, a quienes ofrecemos las columnas del nuevo periódico donde algunos tal vez se dignarán inscribir sus nombres en defensa de los grandes intereses públicos, y para honor de nuestra literatura naciente. (Hernández vol. 2, 17)

Pero también Hernández sostuvo que el periodismo tenía que esgrimir “el lenguaje de la convicción”[4], que no debía esconderse bajo el “lenguaje oficial”[5], que debía evitar el “lenguaje familiar de los políticos intrigantes”[6].

En algunas referencias a Mitre, su archienemigo, se burló con ironía de su lenguaje[7], al que luego calificó como “lenguaje procaz e insolente”[8], y se atrevió a declarar que las definiciones de La Nación no podían encontrarse “en diccionario alguno de nuestra lengua”[9].

Además, encontramos opiniones defensoras de la hegemonía española junto con el rechazo hacia la expresión extranjera, actitud que tres años más tarde se verificará en los versos del Martín Fierro. En uno de estos artículos, por ejemplo, se refirió a la lengua del órgano francés Le Courier y la describió en una queja amarga como un “lenguaje siempre hiriente, siempre injusto, siempre depresivo de la prensa extranjera”[10].

Definiciones sobre un lenguaje nativo, culto y americano

En la mirada que introdujo acerca de la lengua local también se evalúa el acercamiento a lo cultural, lo popular, lo nativo y lo americano. Hernández ponderó el uso del “lenguaje de la cultura” (vol. 2, 521), sostuvo que el lenguaje del pueblo es siempre “significativo” (vol. 3, 100), que es una “expresión fiel”, definió a la “lengua nativa” como la posibilidad de referir “propiamente hombres y acontecimiento” (vol. 2, 24), y celebró la unidad de una “misma lengua” en toda América (vol. 3, 85). La idea de “lengua nativa”, es de destacar, responde el concepto romántico de pensar una lengua nacional, la lengua que nace con la nueva república desde 1810, pero no alude en lo más mínimo a la posesión de uso de las lenguas originarias de América. Hernández aquí es fiel a su tradición cultural familiar, la lengua nativa es para él el español de los criollos americanos. Por otro lado, apoyó la unión americana mediante la defensa del panamericanismo lingüístico, propuesta que se estaba extendiendo en la organización de los primeros Congresos Internacionales en América Latina que eran anunciados por la prensa de la época.

Frente a esta “lengua nativa” de los criollos argentinos, Hernández también vio una “amenaza babélica” en “Las Repúblicas del Plata” (vol. 2, 24), cuando se refirió a las consecuencias de la Guerra de la Triple Alianza, a la compleja problemática política de la zona que recién salía de la guerra con el Paraguay. Con un ánimo bastante lúgubre, Hernández planteó el problema en términos de incomprensión lingüística; el caos político convirtió la situación en una “endemoniada Babel” que no nos permitió “atinar con la lengua nativa que designa propiamente hombres y acontecimientos” (vol. 2, 24).

Sin embargo, unos meses más adelante, en “El periodismo”, ya se encuentra en la labor del publicista la opción para salir de esta confusión generalizada:

 

La Tribuna ha contestado ayer a las observaciones que le dirigimos con motivo del proyecto que inició hace algunos días de formar un congreso de periodistas para abolir en la prensa los ataques personales, dignificar su misión y mantener en el lenguaje la cultura debida a la sociedad. (vol. 2, 521)

Pero también Hernández sostuvo que el pueblo detenta poder lingüístico, pues maneja un “lenguaje siempre significativo” (vol. 3, 98). Y, además, en “Política Internacional. La emancipación de Cuba”, retomó su inclinación panamericanista con una cita del primer presidente de Venezuela que expresa que el pueblo detenta un lenguaje fraterno que hermana las repúblicas hispanoamericanas que comparten “el mismo origen, hablando la misma lengua, y teniendo los mismos vicios y virtudes, se unían siempre para estimularse en toda idea civilizadora”. (vol. 3, 85)

La figura modélica de Cervantes y la RAE

En este marco de reflexión general sobre la lengua nativa y americana José Hernández opinó específicamente sobre el idioma y destacó el hispanismo de América en “Política internacional. América y España”, un artículo publicado el 18 de enero de 1870.

Aquí se dedicó a analizar las relaciones que nos unían con la península, la historia y la cultura común y las ideas políticas que nos dividían. Entre los vínculos de unión fundamentales, Hernández señaló el idioma heredado pero todavía compartido con los españoles y toda América hispánica y eligió la figura de Cervantes como símbolo de hispanismo lingüístico:

Nosotros no podemos olvidar que el idioma de Cervantes es nuestro idioma, que nuestro origen es español, y que todo eso nos acercaría a la España, el día en que esta Nación hidalga y caballeresca, comprendiendo que su gloria no está encerrada en el cóncavo de una corona y que la abdicación de la libertad es siempre una ignominia y marca la condición más infeliz de los pueblos; si comprendiendo todo eso, repetimos, proclamara la democracia, manifestación de la unidad y única solución posible del problema de la organización política. (vol. 3, 85)

Esta reflexión de Hernández es muy significativa en el contexto de la época; a fines de 1870 España intentaba retomar relaciones con América al estrechar sus vínculos lingüísticos a través de la creación de sedes de la Real Academia de la Lengua. Esto generó la sonada reacción de Alberdi. Posteriormente, en 1875, Juan María Gutiérrez rechazaba su nombramiento de académico, lo cual volvió a generar una importante polémica, en este caso, con Juan Martínez Villergas, un antiguo detractor de Sarmiento[11].

En El Bicho Colorado, la publicación satírica atribuida a Hernández, se retomó este conflicto con una burla hacia Gutiérrez.[12] En páginas 4 y 5 de este semanario se ve caricaturizada la polémica entre Antón Perulero (publicación desde donde Juan Martínez Villergas critica la decisión de Gutiérrez) y el escritor argentino. Antón es el maestro de clase, se ve al alumno Sarmiento arrodillado y con orejas de burro, mientras Juan María Gutiérrez, que ha rechazado el nombramiento de académico de la RAE, está en una esquina y recibe una reprimenda del maestro que lo amenaza con ponerle también orejas de burro, como explica el epígrafe, por haber rechazado el nombramiento.

         

-Es Ud. un burro…! Es Ud. un asno, un precavido, un… un… un argentino por fin! ¡Rehusar el diploma que lo nombra miembro de la academia española….! ¡ah es demasiado desdeño y le voy a meter también las orejas de burro! ¡A ver sus obras!

Pero las críticas a Martínez Villergas habían comenzado en la página anterior, donde se lee un apartado titulado “Antón Perulero en viaje al desierto” que parodia una avanzada de Antón sobre la frontera para conquistar el territorio salvaje, pero sin armas de fuego, sino munido de la gramática castellana: “Atrás las ametralladoras! Atrás el exterminio! Antón utilizaría otra arma más inocente y al mismo tiempo más eficaz: La gramática castellana…”. Y dirigiéndose hacia los indios, según continúa el artículo, Antón les diría: “Vengo a enseñaros la gramática. Cuando sepáis escribir una carta con todas las reglas de analogía, sintaxis, prosodia y ortografía, seréis dichosos”. Y más adelante agrega Antón, también conversando con los indios ya alfabetizados: “… me podréis ayudar en la cruzada regeneradora que he emprendido contra la prensa argentina, con el loable fin de enseñarles a hablar el español puro, correcto, castizo, como el que yo hablo” (s/p).

Basta señalar que el uso revelador de las cursivas es del editor de El bicho colorado.

El nivel micro: la fonética en el Martín Fierro y los límites de la comunicación

Hernández reveló en la composición del Martín Fierro una capacidad auditiva muy sutil que le permitió captar las marcas que distinguían al poblador rural del urbano y especular, en sus reediciones, fundamentalmente en la 9na, para ampliar la recepción del campo letrado.

Desde las investigaciones de Élida Lois respecto de las reescrituras de El Gaucho sabemos que Hernández fue un habilísimo versificador, de oído muy fino. Ya comprobó Lois que ningún verso escapa a la perfecta medida octosilábica, propia únicamente de su experticia en el proceso de cambio lingüístico que va configurando la variedad rioplatense. La tendencia antihiática, las síncopas de consonantes sonoras en posición intervocálica, las velarizaciones de wé (güeso) y de f inicial (jogón) y otras marcas fonéticas ya las había trabajado Eleuterio Tiscornia en La lengua del Martín Fierro y así quedaba posicionado el poema como mojón lingüístico.

De este modo el Martín Fierro, el texto literario, resultó vehículo para recortar los límites de la legitimidad del habla rioplantense rural como si se tratase del grabador de un sociolingüista, y partió aguas con la variedad urbana, en los albores de la estandarización que Ma. Beatriz Fontanella sitúa en 1880. Por esta razón, los críticos de la época resistieron inicialmente el texto y, por esta misma razón, ya en 1913, en la primera encuesta sobre el poema realizada por la revista Nosotros, se continuó expresando cierta resistencia a aceptarlo como referente nacional, entre otros aspectos, por la cuestión idiomática que tensiona.

El poema Martín Fierro exhibe el proceso de cambio y configuración de una variedad lingüística en rebeldía y los distintos espacios albergan diferentes conflictos lingüísticos que denuncian las dificultades de inteligibilidad de mundos opuestos.

Por un lado, el desierto muestra la incomprensión lingüística total y los perjuicios que ocasiona la falta de comunicación con la insistente figura de los “lengüeteos”. El indio de Hernández no tiene lengua propia, solo grita (Ioká, ioká), y cuando asume la lengua hegemónica castellana le da un uso violento pues la emplea únicamente para amenazar, tanto en la Ida como en La Vuelta, como sucede en los casos de la escena del malón (Acabau cristiano, metau el lanza hasta el pluma -EGMF verso 580) y la de la cautiva (Confechando no querés -LVMF verso 1100).

Por otro lado, el fortín puede verse como una prefiguración del conventillo de la literatura sainetera. En este espacio de frontera se encuentra subalternizada la voz del otro lingüístico y se verifica un comienzo de tensión entre la monoglosia y el polilingüismo (Carricaburo 5). En EGMF, la figura del pa-po-litano a cargo de la guardia del cuartel ofrece un anticipo de la variedad del cocoliche que se escuchará con tanta fuerza en Buenos Aires unos años más tarde, la lengua despreciada del “puro italianaje mirón”, como lo califica Jorge Luis Borges. Esta sublengua conduce a un enredo lingüístico que genera la gracia de la escena; el gringo no entiende ni se hace entender y Martín Fierro parodia su lenguaje en un recorrido de traducción que tiene que hacer el lector desde la lengua del extranjero a la lengua estándar y de ahí a la lengua gaucha. “Quién vívore?” debe traducirse por “quién vive?”, pero Martín Fierro, burlón, lo deforma en “qué víboras” e inmediatamente acentúa esta incomprensión en el intento, también infructuoso, de traducir el grito “Ha garto” por “haga alto”. De este modo los versos enseñan el incipiente conflicto lingüístico que le cuesta al criollo una “estaquiada”:

Era un gringo tan bozal

que nada se le entendía

Quién sabe de ande sería!

850        Tal vez no juera cristiano

Pues lo único que decía

era que era pa-po-litano

 

Cuando me vido acercar:

860        “Quién vívore… preguntó

                “Qué víboras” –dije yo-

                “Ha garto” –me pegó el grito:

                Y yo dije despacito

                “Más lagarto serás vos”.

Ahi nomás– ¡Cristo me valga!

                Rastrillar el jusil siento

                Me agaché, y en el momento

                El bruto me largó un chumbo

                Mamao, me tiró sin rumbo

870        Que sinó, no cuento el cuento.

                Por de contao, con el tiro

                Se alborotó el avispero

                Los Oficiales salieron

                Y se empezó la junción

875        Quedó en su puesto el nación

                Y yo fi al estaquiadero. (vol. 4, 153-4)

        

Desde este mismo ángulo, se enfoca el espacio de la pulpería, otra frontera de sulbalternización lingüística en donde aparece el inglés zanjiador de Inca-la-perra que tampoco puede hacerse entender y debe huir para no ser enlistado, o el gaucho que viene a payar y es corregido por un auditor que maneja una variedad de habla más culta. Este último episodio se versifica en seis estrofas de LVMF,[13] y ofrece una primera escenificación del proceso de estandarización del espacio rural; el hijo menor está contando las agonías del Viejo Vizcacha y le sale un “güey corneta” a corregirle sus errores de expresión. Este “entremetido liberato” desacredita su habla a la que considera llena de “bolazos”, y lo llama “bruto”, por no tener la competencia lingüística que ya se impone en las zonas estandarizadas más urbanas. Le aplica el calificativo de “bruto” en el sentido de ignorante de la nueva norma lingüística:

2440        Cuando el viejo cayó enfermo

                Viendo yo que se empioraba,

                Y que esperanzas no daba

                De mejorarse siquiera

                Le truje una culandrera

2445        A ver si lo mejoraba

                En cuanto lo vio me dijo:

                “Este no aguanta el sogazo

                Muy poco le doy de plazo,

                Nos va a dar un espetáculo,

                Porque debajo del brazo

2450        Le ha salido un tabernáculo”.

        

                Dice el refrán que en la tropa

                Nunca falta un güey corneta

                Uno que estaba en la puerta

                Le pegó el grito ahi no más:

2455        “Tabernáculo…. qué bruto,

                Un tubérculo dirás”.

                Al verse ansí interrumpido

                Al punto dijo el cantor:

                “No me parece ocasión

2460        De meterse los de ajuera,

                Tabernáculo, señor,

                Le decia la culandrera”.

                El de ajuera repitió

                Dandolé otro chaguarazo

2465        “Allá va un nuevo bolazo

                Copo y se la gano en puerta:

                A las mujeres que curan

                Se les llama curanderas”.

                No es bueno, dijo el cantor,

2470        Muchas manos en un plato,

                Y diré al que ese barato

                Ha tomao de entremetido,

                Que no creia haber venido

                A hablar entre liberatos. (v. 4, 285-6)

En una operatoria antagónica trabajada por Julio Schvartzman se analiza otro episodio de La Vuelta en el que el acceso al mundo letrado del nuevo Martín Fierro, atravesado por la pretensión pedagógica, marca una diferencia que no había aparecido en la Ida. Se trata de la payada final en la que Fierro desafía al Moreno a cantar sobre los meses que traen erre. Schvartzman (459-69) explica que el texto “nos presenta a Fierro -que venía siendo el cantor no letrado por excelencia- como poseedor de la letra, y de la letra como arma para derrotar a sus rivales en los combates del cuerpo y de la palabra”. Esta diferencia de posesión es la que signa el final tan impropio del género, y tan discutido, que viene a patentizar la reorientación educativa que le dio Hernández. La suspensión del duelo sin que haya sucedido ninguna “desgracia” traiciona la esencia de la gauchesca tramada entre voces de desafío y de lamento (Ludmer) y expone el “tránsito problemático” hacia una nueva voz: el gaucho que conoce el alfabeto no puede matar más que simbólicamente[14].

La encuesta de la revista Nosotros y el poder de la lengua

En 1913, como desborde de los festejos del primer centenario de la patria, la revista Nosotros lanzó una encuesta sobre los valores del poema en búsqueda de opiniones que verificaran o refutaran los esfuerzos de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones para entronizarlo. Salió en los números 50, 51, 52 y 54, y cosechó 14 respuestas (y 1 más sintetizada por los redactores).

Las preguntas de la Encuesta de Nosotros apuntaron a discutir sobre los argumentos esgrimidos por Lugones en sus conferencias del Teatro Odeón: ¿Poseemos en efecto un poema nacional en cuyas estrofas resuena la voz de la raza? ¿Es el poema de Hernández una obra genial, de las que desafían los siglos, o estamos por ventura creando una bella ficción para satisfacción de nuestro patriotismo? Según Ángel Battistessa, de la lectura de estas respuestas se lee en la mayoría de los casos cierta “reticencia valorativa”. Lo que observamos en este sentido, es que esta resistencia a asumir la cualidad “nacional” del poema se encuentra fundamentalmente relacionada con la mirada sobre el lenguaje que el texto articula, sobre esa “voz de la raza”.

Entre las respuestas “reticentes” encontramos cierta coincidencia en subrayar las distancias lingüísticas y etnográficas que el poema expone. Por ejemplo, Rodolfo Rivarola hace un enfoque sociológico y sostiene que el Martín Fierro no puede ser poema nacional porque la “raza criolla” para la que fue escrito “ya no está más” (n.º 50, 429). Juan Mas y Pi califica de “exagerado prurito patriótico” (n.º 50, 431) el compararlo con los grandes poemas épicos clásicos esgrimiendo un argumento parecido al de Rivarola; se trata solo de un poema “regional” y no puede ser “nacional” (n.º 50, 432) porque el gauchismo ha desaparecido frente al aluvión inmigratorio.

El maestro Palmeta (seudónimo de un supuesto “grave académico de la UBA”, Carlos Octavio Bunge) da una extensa respuesta en código irónico: “se diría la obra de un dios y no de un hombre” (n.º 51, 75) y compara a su autor con todos los grandes escritores desde los griegos hasta Alighieri, Cervantes, Goethe. Cita muchos de sus versos y dice que su lengua “gauchidiablesca” es “la base del idioma nacional” (n.º 51, 79). Propone luego en clave de sorna edificar una estatua de Hernández en la plaza del Congreso, que el gobierno edite un millón de ejemplares ilustrados por los más grandes artistas, que se haga traducir a todos los idiomas, que se adopte como lectura escolar, que haya cátedras en la Universidad dedicadas a Hernández y que se funde una revista de “Estudios Hernandezcos”, además de publicar una gramática y un diccionario del idioma nacional según el poema y que se multe a los funcionarios del Estado que no usen esta lengua.

Por su parte, Hugo de Achaval confiesa lisa y llanamente no haber leído el poema ni estar dispuesto a leerlo, pero aclara que no necesita hacerlo para asegurar que “las literaturas dialectales no han producido nunca verdaderas epopeyas” (n.º 51, 83).  

Lascano Tegui descalifica su lenguaje, lo cataloga de “anticuado” y “deforme por la mala expresión” (n.º 51, 88), “especie de dialecto muerto” que “no puede influir en lo más mínimo sobre el castellano” (n.º 51, 89).

La respuesta de Alejandro Korn es ambigua, pareciera elogiar las raíces nacionales y costumbristas del poema, pero luego advierte sobre el riesgo de que la poesía gauchesca acriolle y abrume a todos.[15] Edmundo Montagne lo pondera como un poema sabio pero de “inorgánica construcción” (n.º 51, 85) y Carlos Baires se opone de modo contundente a las alabanzas de Lugones y dice que el Martín Fierro “no sintetiza el alma nacional” (n.º 52, 186) porque la sociedad ha progresado y el gaucho ya no existe.

En esta misma línea, se presenta como última respuesta la de Antonio De Tomaso quien sentencia que no tenemos un poema nacional, “ni podemos tenerlo” (n.º 52, 188) porque el poema ya no se aviene a la situación actual del país modernizado, donde no hay “una tradición, una continuidad de raza”, ni “la formación lenta y colectiva de un idioma propio y peculiar” (nº. 52, 190).

Conclusión


Podemos observar que tanto las reflexiones periodísticas de José Hernández como las escenas ficcionalizadas del Martín Fierro revelan el interés genuino por analizar el modo en que circuló, se compartió y se recortó el tesoro de la lengua (Bourdieu) a fines del siglo XIX y cómo Hernández se adelantó en percibir los procesos de cambio lingüístico en los que se articularon las voces originarias y extranjeras con la criolla rioplatense en una búsqueda de inclusión, exclusión y dominio.

Las referencias citadas nos muestran expresamente que Hernández no fue ajeno a las reflexiones sobre la lengua nacional, la unidad de la lengua americana, la hegemonía de la lengua de Cervantes por encima de las de la inmigración, y que, de este modo, participó de los debates sobre la identidad lingüística argentina.

Sus reflexiones en los artículos de El Río de la Plata, la ficcionalización literaria en su obra gauchesca y la parodia satírica del semanario son intervenciones que evidencian una mente lúcida y permeable hacia los debates sobre la lengua.

Sin embargo, como hemos visto, el segundo parnaso crítico que testimonia la recepción culta del poema en la revista Nosotros se hace eco de los mismos prejuicios que sostuvieron los lectores contemporáneos de José Hernández quienes coincidieron en criticar su empleo de “barbarismos”.[16] Los encuestados no terminaron de comprender la operación que vehiculiza el texto; el esquema de registros, variedades y prejuicios lingüísticos de los distintos actores sociales.

Esta destreza hernandiana en desplegar la red de sistematizaciones idiomáticas que se trama a fines del siglo XIX, lo encumbra como un perspicaz intérprete del proceso de reorganización lingüística de su época.

Referencias bibliográficas

  1. Alberdi, Juan Bautista. “Reacción contra el españolismo”. La Moda, Año I, n.º 22, 14 de abril de 1838, pp.1-2.
  2. Alberdi, Juan Bautista. “Emancipación de la lengua”. El Iniciador, Montevideo, n.º 10, 1 de septiembre de 1838, en Escritos satíricos y de crítica literaria. Prólogo y notas de José A. Oría, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, pp. 224-31.
  3. Alberdi, Juan Bautista. “Veinte días en Génova”, Obras completas, Tomo 2, 1886, p. 215.
  4. Alberdi, Juan Bautista. “De los destinos de la lengua castellana en América Española”. Escritos póstumos, Tomo 6, 1998, p. 165.
  5. Alberdi, Juan Bautista. “Evolución de la lengua castellana”. Obras selectas, Tomo II, 1920, p. 319.
  6. Alfón, Fernando. La querella de la lengua en Argentina: ensayo biográfico. 2013, Biblioteca Nacional.
  7. Battistessa, Ángel. “José Hernández y Martín Fierro en la perspectiva del tiempo”. Boletín de la Academia Argentina de Letras, Tomo XXXVII, 1972, pp. 297-319.
  8. Borello, Rodolfo. Hernández, poesía y política. Plus Ultra, 1973.
  9. Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Akal, 1985.
  10. Bravo García, Eva. “La construcción lingüística de la identidad americana”. Boletín de Filología v.45 n.º 1 , 2010, pp. 75- 101.
  11. Carricaburo, Norma. “El español de Buenos Aires y la inmigración aluvional”. IX Jornadas Nacionales sobre Normativa del Idioma Español “El español para el mundo”. Fundación Litterae-Universidad del Salvador, Buenos Aires, 2005.
  12. www.fundlitterae.org.ar/images/archivos/CARRICABURO.doc
  13. De Mendonça, Inés. “Escribir en argentino: la lengua políglota de Lucio V. Mansilla”. XXVIII Jornadas de Investigadores del Instituto de Literatura Hispanoamericana Facultad de Filosofía y Letras (UBA), Buenos Aires, 2016.
  14. Fontanella, M. Beatriz. El español bonaerense: cuatro siglos de evolución lingüística. Hachette, 1987.
  15. Gutiérrez, Juan María. Cartas de un porteño. Taurus, 2003.
  16. Hernández, José. Obras Completas, editado por María Celina Ortale en 7 volúmenes, EDUVIM, 2018.
  17. Herrero, Alejandro. “La imagen de España en Alberdi”. Cuadernos Hispanoamericanos, n.° 500, 1992, pp. 189-200.
  18. Lois, Élida. “Estudio filológico preliminar del Martín Fierro". El gaucho Martín Fierro / La vuelta de Martín Fierro.  Colección Archivos, 2001, pp. XXXIII-CVI.
  19. Ludmer, Josefina. El género gauchesco, un tratado sobre la patria. Eterna Cadencia, 2010.
  20. Moreno Fernández, Francisco. Historia social de las lenguas de España. Ariel, 2005. 
  21. Narvaja de Arnoux, Elvira y Roberto Bein. “Hacia una historización de la política de enseñanza de lenguas”. Política lingüística y enseñanza de lenguas. Biblos, 2015, pp. 13-50.
  22. Narvaja de Arnoux, Elvira y José Del Valle. “Las representaciones ideológicas del lenguaje. Discurso glotopolítico y panhispanismo”. Spanish in context Vol, 7, nº 1, 2010, pp. 1-24. DOI:10.1075/sic.7.1.01nar  
  23. Mansilla, Lucio V. Entre-nos. Causeries de los jueves. Eudeba, 1963.
  24. Nosotros. “Segunda encuesta. ¿Cuál es el valor del Martín Fierro? Buenos Aires, Año VII, junio de 1913, n.º 50, pp. 425-33.
  25. Nosotros. “Segunda encuesta. ¿Cuál es el valor del Martín Fierro?”. Buenos Aires, Año VII, Julio de 1913, n.º 51, pp. 74-89.
  26. Nosotros. “Segunda encuesta. ¿Cuál es el valor del Martín Fierro?”. Buenos Aires, Año VII, agosto de 1913, n.º. 52, pp. 186-99.
  27. Salto, Graciela N. “La lengua literaria americana en la crítica de entresiglos”. Orbis Tertius, vol. 11, n.º 12, septiembre de 2006, pp. 1-11. https://www.orbistertius.unlp.edu.ar/article/view/OTv11n12a20.
  28. Sarmiento, Domingo F. Memoria leída a la Facultad de Humanidades, Imprenta de La Opinión, 1843.
  29. Schvartzman, Julio. Letras gauchas. Eterna Cadencia, 2013.
  30. Tiscornia, Eleuterio. La lengua del Martín Fierro. Facultad de Filosofía y Letras, 1930.

Notas

[1] Según Fernando Alfón, los primeros debates sobre lengua nacional están en los escritos de Juan Cruz Varela de 1828, que habla del mal uso del español que se hace en América. Se avanza en este artículo a los planteamientos emancipatorios de Juan Bautista Alberdi en La Moda.

[2] Inés de Mendonça, en Escribir en argentino: la lengua políglota de Lucio V. Mansilla (2016), explica que Mansilla hace muchas aclaraciones para indicar que su expresión es típicamente argentina o americana. “Pero como mi secretario me merece mucha consideración, aprecio y cariño, siendo hombre leído y escribido, que sabe cuasi tanto como yo, tengo que atenderlo, que contestarle y que satisfacerlo, o me expongo a que, como alguna otra vez, se me rebele y me diga con énfasis autoritario: eso no lo escribo yo, no es castizo, no es gramatical, no es un americanismo, no es un neologismo, no es un modismo, es sencillamente (vean ustedes qué hombre mi secretario) un barbarismo; una cosa que no tiene pies ni cabeza” (Mansilla 454)

[3]  “De todas esas formas, el periodismo ha penetrado más hondamente en los hábitos, en las necesidades del pueblo. Él habla su lenguaje habitual, participa de sus pasiones, de su entusiasmo, penetra en el fondo del revuelto mar de la política, discute los hombres y las cosas con mesurada discreción o con febril elocuencia; ríe o se enfurece según el estado de la temperatura social; se asimila al movimiento de las masas, les imprime su ímpetu, y les devuelve sus ideas embrionarias lujosamente revestidas, para aplicarlas luego en beneficio de la comunidad” (Hernández vol. 2, 17).

[4] “Plácenos de todos modos que los gobiernos se aparten de una senda extraviada y sustituyan al sistema absoluto y despótico de una ejecución muda, el lenguaje de la convicción y las templadas armas del raciocinio” (Hernández, vol. 2, 357).  

[5] “Y aunque ha añadido también que no vemos actualmente ninguna de esas cantidades que arrastran séquito y son una amenaza contra la normalidad de una situación. Estamos persuadidos de que el Presidente abriga interiormente otra convicción que aquella que acaba de expresar en su lenguaje oficial” (Hernández, vol. 2, 376).

[6] “Nosotros, los hombres del pueblo, los hombres nuevos sobre quienes no pesa el remordimiento de ningún crimen político, tampoco vamos a buscar las mentidas frases del lenguaje familiar de los políticos intrigantes. Nuestra aspiración está bien definida y clara. Hombres del pueblo, queremos el triunfo y la gloria del pueblo” (Hernández, vol. 2, 524).

[7] “Esto se llama previsión en el lenguaje del general Mitre, pero no es otra cosa que un atentado al derecho de gentes y una contradicción a la vez, porque si el propósito no era intervenir el Paraguay, el derrocamiento de López, que podría ser sustituido con otro López, no llenaría la aspiración de los aliados y haría nula las cláusulas del tratado. O el general Mitre pretende engañar al pueblo acerca del espíritu del tratado, o él mismo ha sido víctima de un engaño grosero, según se desprende de esa sencilla observación” (Hernández, vol. 2, 676).

[8]“¡Y llevó tan adelante ese sistema audaz de fingida indignación que se indignó hasta cuando le presentaron las cartas de un comandante de la Marina argentina, que tenía su buque al servicio de la invasión! Nada se ha visto tan impudente como ese lenguaje procaz e insolente del que ha jugado con la suerte de los pueblos a su capricho” (Hernández, vol. 2, 724).

[9] “Para hacer política trascendental, la Nación Argentina se convirtió en Nación, y el General Mitre, ascendiendo un grado más en su prodigiosa carrera, se elevó a la categoría de Gerente. Teníamos suma curiosidad por conocer eso que la Nación Argentina llamaba política trascendental, y cuya definición satisfactoria no habíamos podido encontrar en diccionario alguno de nuestra lengua” (Hernández, vol. 3, 36).

[10] “De lo que la Europa se asombraría si lo supiera, es del silencio y la tolerancia de la prensa argentina, en presencia del lenguaje siempre hiriente, siempre injusto, siempre depresivo de la prensa extranjera” (Hernández, vol. 3, 186).

[11] Villergas publica el folleto “Sarmienticidio, o a mal sarmiento buena podadera” en 1853 y, rápidamente, se hizo muy conocido y fue tomado en repetidas oportunidades por los detractores del sanjuanino.

[12] El original, de un único número del 1° de febrero de 1876, se encuentra en la Sala Tesoro de la Biblioteca Nacional.

[13] No es casual que esta escena de corrección lingüística se desarrolle en La Vuelta, poema que encarna la claudicación de Hernández hacia un programa civilizatorio del gaucho: Debe el gaucho tener casa/Escuela, Iglesia y derechos (vol. 4, 360).

[14] Schvartzman (467) ilumina la diferencia de la mención del signo “S” del facón en La Ida tomada de Lois (156) con la mención oral de la letra “erre” en La Vuelta: “el paso del ícono a la letra como tal emblematiza, junto con otros trazos más gruesos y más finos, el tránsito problemático entre el texto de 1872 y el de 1879”.

[15] “Pues bien, conviene que no nos molesten en tan plácida tarea, que al fin es inofensiva. Lugones no ha hecho obra buena al evocar el poema anacrónico de Martín Fierro que hasta la fecha era el secreto de unos pocos y ahora corre el peligro de ser la última novedad. Todo el gremio es capaz de acriollarse y abrumarnos con un desborde de poesía gauchesca” (n.º 51, 83).

[16] Para ampliar ver la carta que le envía Mitre a José Hernández luego de la lectura del poema. (vol. 4, 398-399)