ARTÍCULOS
El ensayo que se repite o el Caribe como lugar-común (Antonio Benítez Rojo, Edouard Glissant, Kamau Brathwaite)
Florencia Bonfiglio
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad Nacional de La Plata
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
flobonfiglio@hotmail.com
Resumen: Como modo de contrarrestar la histórica balcanización antillana, la ensayística de Édouard Glissant, del cubano Antonio Benítez Rojo y del barbadense Kamau Brathwaite converge en la integración imaginaria del Caribe, promoviendo una religación cultural. En virtud de nociones y figuras puestas en funcionamiento en los ensayos de estos autores, reconocemos preocupaciones comunes (“lieux-communs” en la Philosophie de la relation (2009) de Glissant) tanto como la voluntaria afiliación de unos con otros a través de mutuas apropiaciones de ideas e intertextualidades. No obstante la pertenencia de los autores a diversas áreas lingüísticas, su traducción y los contactos establecidos entre sí han favorecido la elaboración de un “ensayo que se repite”: un discurso (común) antillano. Me concentro, en particular, en las continuidades que los ensayos establecen con la tradición anticolonialista caribeña y el espíritu colectivista, revolucionario, de los años 1960/1970, más allá de la posible adscripción de los autores a una “perspectiva posmoderna”.
Palabras clave: Ensayo; Caribe; Antonio Benítez Rojo; Édouard Glissant; Kamau Brathwaite
The repeating essay or the Caribbean as a common-place (Antonio Benítez Rojo, Édouard Glissant, Kamau Brathwaite)
Abstract: As a means to counter the historical balkanization of the Antilles, the essay writing of Édouard Glissant, as well as that of Cuban Antonio Benítez Rojo and Barbadian Kamau Brathwaite, elaborates an imaginary integration of the Caribbean, promoting cultural linkages. By looking into similar concepts and metaphors displayed in their essays, we distinguish common interests (“lieuxcommuns”, according to Glissant’s Philosophie de la relation (2009)) as well as the voluntary affiliation of the authors with one another by means of a mutual appropriation of ideas and various intertextual relations. Although the authors belong to different linguistic regions, the translation of their works and the contacts established among them have favored the construction of a “repeating essay”: a (common) Caribbean discourse. In particular, I focus on the continuities that the essays establish with the Caribbean anti-colonialist tradition and the collectivist revolutionary spirit of the 60s and 70s, beyond the “postmodern perspective” the authors may claim to assume.
Key Words: Essay; Caribbean; Antonio Benítez Rojo; Édouard Glissant; Kamau Brathwaite
En un trabajo reciente me he concentrado en el modo en que el
ensayo caribeño, —aquel que, emparentándose con el ensayo de
interpretación latinoamericano, intenta definir los contornos de
la “caribeñidad”— crea una región cultural como producto del deseo de religación
de sus escritores1. Refundado por los más importantes ensayistas de las
distintas áreas lingüísticas que componen las Antillas, el Caribe conforma así un territorio literario que ensambla e interconecta experiencias insulares a través
del (re)curso imaginario de una geografía marítima que figura su integración.
Explorado, diseccionado, reinventado –repetido– una y otra vez en el libre fluir
del ensayo, el Caribe deviene uno de esos “lugares-comunes” [“lieux-communs”]
en la expresión renovada del martiniqueño Édouard Glissant: “acordancias similares” [“semblables accordances”] a través de las cuales se pone en funcionamiento
una “poética de la relación” (Glissant Philosophie 35).
Al aproximarme a la obra ensayística dedicada al Caribe de tres escritores
ineludibles, como lo son el propio Glissant, el barbadense Kamau Brathwaite y
el cubano Antonio Benítez Rojo, he señalado la convergencia en sus enfoques
tanto como la voluntaria afiliación de unos con otros a través de mutuas apropiaciones
de ideas y múltiples intertextualidades2. He apuntado, por ejemplo, la
estrecha conexión que la noción de “nation language”, propuesta por Brathwaite
en su capital History of the Voice (1984) establece con la “poética forzada” (1976)
de Glissant y con su oposición entre langue y langage3 y, a su vez, el modo en que el martiniqueño anuda su Poétique de la Relation (1990) con la afirmación de
Brathwaite “The unity is sub-marine”, colocada como epígrafe junto con el verso
de Derek Walcott “Sea is History”, una afiliación ya anticipada en Le Discours
antillais (1981) cuando Glissant parafraseaba a Brathwaite afirmando: “Somos
las raíces de la Relación. Raíces submarinas: es decir derivadas, no implantadas
con un sólo mástil en un solo limo, sino prolongadas en todas las direcciones de
nuestro universo por su red de ramas” (Glissant El discurso 178).
El recurso común, señalado por varios críticos, a una “metaforización marítima”
(DeLoughrey 2007; Dalleo 2004; Dash 2001) y la construcción de un
discurso que se inunda de tropos lábiles, móviles e inestables (la “marealéctica”
en Brathwaite, los “pueblos del Mar” en Benítez Rojo, el pensamiento “archipiélico”
en Glissant, entre muchos otros), figuraciones que sirven a la inscripción
de una marca regionalista en el discurso teórico contemporáneo, están en
función tanto de una religación simbólico-cultural como de una actualización
del pensamiento caribeño a los paradigmas posesencialistas de identidad, apropiados
creativamente en una típica operación transculturadora. Es primordial,
en estos autores, la voluntad de autorizar un discurso teórico antillano como
forma de resistencia a la hegemonía de los paradigmas centrales, aunque quizá
sea Kamau Brathwaite quien más explicite tal vocación de independencia intelectual.
De hecho, su noción de nation language, como categoría estética, desde
el inicio atendía a la demanda claramente enunciada por el escritor en la década
de 1970 de “crear nuestras propias Autoridades”, pues, como lamentaba:
en lo que respecta a lo que escribimos, a nuestros modelos perceptuales, somos más conscientes (en términos de sensibilidad) de la caída de la nieve, por ejemplo —los modelos están todos allí para la caída de la nieve— que de la fuerza de los huracanes que ocurren cada año. En otras palabras, no tenemos las sílabas, la inteligencia silábica, para describir el huracán, que es nuestra propia experiencia, mientras que podemos describir la experiencia ajena importada de la caída de la nieve (Brathwaite “Historia” 121).
En La isla que se repite (1989), la reflexión de Benítez Rojo en torno del polirritmo caribeño, deudora de teorizaciones de Fernando Ortiz y del africanista alemán Janheinz Jahn, se relaciona con la lúcida postura descolonizadora de Brathwaite respecto de la inadecuación de los metros ingleses en las Antillas, donde, según su aclamado dictum, “el huracán no ruge en pentámetros” (Brathwaite “Historia” 123). Apropiándose críticamente de nociones posmodernas provenientes de la academia euro-estadounidense –de la teoría del Caos (vía James Gleick, entre otros) al pensamiento francés de Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari (filósofos que también Glissant asimila)–, Benítez Rojo intenta también ensayar un discurso antillano autónomo. No sólo afilia su postura ecléctica con aquella de Fernando Ortiz: “su posición típicamente caribeña ante el pensamiento científico-social moderno” (Benítez Rojo La isla 54), también su ambigua expresión “de cierta manera”, que pretende dar cuenta de la especificidad diferencial de la cultura caribeña, se traduce a su propia escritura ensayística que, como la de Brathwaite y Glissant, explota el imaginario geográfico de las Antillas. Así, a partir de la observación de Père Labat (“No es accidental que el mar que separa vuestras tierras no establece diferencias en el ritmo de vuestros cuerpos”) propondrá que el Caribe es, además de una “societal area” –según el planteo de Sidney Mintz4–, una “rhythmical area” (Benítez Rojo La isla 99) bañada por el mismo mar, donde:
dentro de la fluidez sociocultural que presenta el archipiélago Caribe, dentro de su turbulencia historiográfica y su ruido etnológico y lingüístico, dentro de su generalizada inestabilidad de vértigo y huracán, pueden percibirse los contornos de una isla que se “repite” a sí misma, desplegándose y bifurcándose hasta alcanzar todos los mares y tierras del globo (Benítez Rojo La isla 17).
También el “pensamiento archipiélico” [“la pensée archipélique”] de Glissant, definido en su Philosophie de la relation (2009) como un “pensamiento del ensayo, de la tentación intuitiva, que podríamos agregar a los pensamientos continentales, los cuales serían ante todo de sistema” (45) imprime su marca en la filosofía posmoderna al proponerse como un pensamiento no sistemático, abierto a la infinita relación (el juego de las diferencias) aunque siempre localizado, dado que, como subraya Glissant, “el lugar es insoslayable” [“Le lieu est incontournable”] (46)5. En la figuración del martiniqueño:
El imaginario de mi lugar se religa a la realidad imaginable de los lugares del mundo, y a la inversa. El archipiélago es la realidad fuente, no única, de la cual esos imaginarios se desprenden: el esquema de la pertenencia y de la relación, al mismo tiempo. El archipiélago es difractado, avanzaremos hasta repetir, al modo de los practicantes de las ciencias del caos, que es fractal (le damos sentidos no autorizados al término), necesario en su totalidad, frágil o eventual en su unidad, pasando y permaneciendo, es un estado del mundo. Las aguas que suben lo recubren primero (47)6.
Se trata de la dialéctica entre la totalidad y el detalle (archipiélico), en defensa de la diversidad siempre amenazada por el “pensamiento continental”. En virtud del pensamiento archipiélico, por el contrario:
Conocemos las rocas del río, seguramente las rocas y los ríos más pequeños, contemplamos los huecos de sombra que abren y recubren, donde los zabitans (de agua dulce, se trata de esos cangrejos azules y grises, amenazados por la contaminación), en la Martinica, y que en la Guadalupe llaman ouassous (nombres de fondo, nombres de pertenencia), (los designo por decidido placer, cada uno conoce su suculencia), todavía se resguardan (45, cursivas en el original)7.
A partir de aquí (del resguardo de los zabitans/ouassous), me interesa destacar
que en las propuestas “posmodernas” que tanto Benítez Rojo como Glissant ensayan
en torno de la cultura caribeña –en el caso del cubano, ésta era explícita en el
subtítulo de la primera edición de La isla que se repite: El Caribe en la perspectiva
posmoderna (1989)–, la marca “regionalista”, de resistencia de lo local, no escapa fácilmente
a las sistematizaciones totalizadoras de los discursos modernos, esa lógica
dicotómica que, en el caso de Brathwaite –siempre reacio a las modas teóricas centrales–,
es asumida, por el contrario, combativamente. Tal postura anticolonialista,
visible desde sus inicios8, se vuelve patente en textos como “Caribbean Culture: Two
Paradigms” (1983), donde Brathwaite se explaya sobre las nociones contrapuestas
de cultura “misil” vs. “cultura circular/cápsula”, además de proponer el neologismo
de “marealéctica” [“tidalectics”] ya citado, superador de la dialéctica occidental: “Pues la dialéctica es otra arma de fuego: un misil: un modo de progreso: / hacia
adelante [“farward”]/ pero en la cultura del círculo, el ‘éxito’ se mueve hacia afuera,
desde el centro a la circunferencia, para luego volver: una dialéctica-marea” (42)9.
Quisiera, pues, detenerme en las continuidades que las operaciones caribeñistas
de Benítez Rojo, Glissant y Brathwaite establecen con la tradición discursiva y
el imaginario anticolonial antillano, afiliaciones que Brathwaite no reniega aun a
riesgo de ser tildado de “esencialista” por la crítica posmoderna y que, en el caso de Benítez Rojo y de Glissant, son observables más allá de sus desvíos caóticos y de
sus más resueltas derivas “post”.
En el último gran ensayo ya citado de Glissant, Philosophie de la relation (2009), el propio autor parece revisar el legado de la Negritud de posguerra y su
desvío fundacional de Aimé Césaire, por lo menos del modo en que su lectura
crítica de la Negritud era afirmada en Le Discours antillais (1981)10. Sin anular
su bien conocida distinción entre “identidad raíz” e “identidad rizoma”, puede
verse, tanto en el ensayo en que evoca el Primer Congreso de Escritores y Artistas
Negros celebrado en París en 1956, como en el siguiente dedicado a Aimé Césaire
con motivo de su muerte, una decidida afiliación con la tradición africanista y el
movimiento de la Negritud, que ahora adquieren un lugar preponderante en la
propia formación de Glissant y, según expresa, en la historia (y el encuentro) de
las ideas en el mundo. Las alianzas y coaliciones (intelectuales/ políticas) de la Negritud
devienen, en efecto, precursoras de la conciencia regional y anti-esencialista
que determina su poética de la relación. De ese primer Congreso de Escritores y
Artistas Negros que presagió la luchas de descolonización, derivó para el autor “una
entrada en conciencia en la totalidad mundo” y “ese lugar común que sería pronto
famoso además de, quizá, demasiado usado: la unidad en la diversidad” (Glissant
Philosophie 122, 124)11.
De la misma manera en que la poética de Césaire estuvo atravesada por el
“marxismo negro” panafricanista y el afán internacionalista del Comunismo (el
“¡Proletarios del mundo, uníos!” que atrajo particularmente a Frantz Fanon y sus
“condenados de la tierra”), la obra de Glissant, como se ve más nítidamente en sus
últimos textos, porta –al igual que la de Brathwaite y la de Benítez Rojo–, el sello
de los “largos 60”: en especial, el espíritu anticolonialista creado por los movimientos
de descolonización y luego por la Revolución cubana. Como afirmará Benítez
Rojo en “Carnaval”, uno de los capítulos que añadirá a la segunda edición en inglés
(1996) de La isla que se repite12:
Por muy posmodernos o posideológicos que nos sintamos, ¿cómo podríamos dejar de admirar obras como Los jacobinos negros de C.L.R. James, Los condenados de la tierra de Franz Fanon, o El ingenio de Manuel Moreno Fraginals, eso sin hablar de los magníficos libros escritos por Aimé Césaire y muchos otros autores que tomaron el camino de la confrontación? Y, sin embargo, todo caribeño sabe, al menos intuitivamente, que el Caribe es mucho más que un sistema de oposiciones binarias (350).
En su aproximación a La isla que se repite, el puertorriqueño Arcadio Díaz
Quiñones se sorprende precisamente de “la ausencia de referencias a Frantz
Fanon y a su influyente reflexión sobre el sujeto colonial y la violencia” (3). Tal
ausencia, sin embargo, se debe sin duda a la declarada “perspectiva posmoderna” asumida por Benítez Rojo en la primera edición de su ensayo. El subtítulo,
de modo significativo, es suprimido de la Edición Definitiva de 1998, donde
las modificaciones (supresiones, adiciones) se relacionan con el abandono de
tal perspectiva “ajena”, según desliza el autor al final13. De hecho, la intención
de despegarse de su propia deriva “post” es ya notoria en la segunda edición
del libro en inglés de 1996, pues de allí Benítez Rojo extrae la “Noticia bibliográfica
sobre Caos” antes colocada como Apéndice. El énfasis de la primera
edición ciertamente recaía, antes que en el anticolonialismo fanoniano y la
confrontación violenta, en formas más sutiles de resistencia. Como bien apunta
Díaz Quiñones, el acento estaba puesto “más bien en el azaroso destino de los
cimarrones que se abrían paso por el mundo subterráneo de las islas” (4), en la
formulación de Benítez Rojo: aquellos “códigos defensivos”, “la complejísima
y enrevesada arquitectura de rutas secretas, trincheras, trampas, cuevas, respiraderos
y ríos subterráneos que constituye el rizoma de la psiquis caribeña” (cit.
en Díaz Quiñones 4).
Díaz Quiñones subraya la honda ambición teórica del ensayo de Benítez
Rojo, su inscripción “en la prestigiosa lengua de los saberes académicos” (6)
con sus modelos teóricos hegemónicos (Derrida, Lyotard, Bajtín, Deleuze y
Guattari, etc), lo cual atribuye al hecho de que el libro “–de ahí la importancia
de su traducción– estaba también dirigido a la academia norteamericana, […]
que tenía sus propias exigencias teóricas y debates” (Díaz Quiñones 6). Existe,
incluso, el testimonio del propio Benítez Rojo que “trató de suplir sus carencias
poniéndose à la page” –como explica Díaz Quiñones– y, dada la dificultad de
incorporar el denso corpus teórico de “la vanguardia académica” se la pasaba
casi insomne “leyendo, subrayando y tomando notas” (cit. en Díaz Quiñones
6).
Me pregunto, sin embargo, si el rizoma que gana terreno en La isla que se
repite no acusa de cualquier manera (“de cierta manera”) un particular origen
insular, si sus raíces no se aferran más fuertemente a la tradición local en la que
el ensayista se forjó: la Cuba revolucionaria que, para Díaz Quiñones de modo
“paradójico”, no está en el centro de la reflexión sino que se vuelve “una isla entre
muchas otras” (6). Por un lado, es indudable, como propone el crítico puertorriqueño,
que la apertura al Caribe le permitía a Benítez Rojo “iluminar las
zonas veladas tanto por el discurso nacionalista de ‘lo cubano’ como por el del
‘hombre nuevo’ del socialismo” (6), y también es indudable que Benítez Rojo se
proponía una crítica de la Cuba revolucionaria que había dejado atrás, aquella en la cual pervivía la Plantación. Por otro lado, no obstante, su perspectiva caribeñista
e, incluso, afro-caribeña era legado de la institución revolucionaria en
que Benítez Rojo se formó: la Casa de las Américas, antes que del pensamiento
anti-racista de Fernando Ortiz, como piensa, por el contrario, Díaz Quiñones
(8)14.
Puede pensarse, de hecho, que es el ideal revolucionario antiimperialista y
anticolonialista, tanto como el espíritu comunitario –el colectivismo contrario
al individualismo burgués– el que rige el fuerte afán de religación cultural que
considero un lugar-común del ensayo caribeño de Benítez Rojo, Brathwaite y
Glissant, escritores para quienes la intercomunicación literaria constituye una
respuesta efectiva a la histórica balcanización antillana –y balcanizar, como escribe
Glissant, es “uno de los verbos más negativos del mundo de la Relación”
(Philosophie 49)–. En el caso de Benítez Rojo, Díaz Quiñones acierta en subrayar
“su deseo de anudarse a otras tradiciones mediante un largo rodeo a través de
las ricas matrices culturales del Caribe” (3), pero el puertorriqueño sostiene que
este fue un modo de “escapar y trascender el discurso autoritario de la ‘nación’”
(3) y no (también) consecuencia de haber forjado su escritura precisamente en
una de las instituciones de la nación cubana. Es, por el contrario, insoslayable
que la “afirmación utópica de las islas” que caracteriza la perspectiva de Benítez
Rojo (Díaz Quiñones 4) se deriva de la visión utópica y religadora del Caribe de
Casa de las Américas –evidente en textos como el Calibán (1971) de Fernández
Retamar, por mencionar un claro ejemplo–, y también resulta bastante evidente
que el afán de construcción de un “canon caribeño” en La isla que se repite es heredero
de la política editorial caribeñista de Casa de las Américas, aunque para
Díaz Quiñones tales impulsos y acciones sean más bien producto de las lecturas
e intereses de Benítez Rojo en el exilio estadounidense.
La argumentación de Díaz Quiñones es contradicha luego, sin embargo,
cuando el crítico afirma que, en verdad, no es posible reducir la concepción del
Caribe de Benítez Rojo “a una simple oposición entre un antes y un después de
su salida” (8), puesto que el cubano continuaba de hecho un legado intelectual
nacional que ponía el foco en la esclavitud, la herencia afro y la dominación
colonial: la obra de Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Manuel Moreno Fraginals.
Por otra parte, existían ya los propios relatos ‘caribeños’ de Benítez Rojo: El mar de las lentejas, por ejemplo, publicado en La Habana en 1979, como
bien observa Díaz Quiñones. Pero además –admite finalmente el crítico–, la
Revolución había cambiado
las perspectivas respecto del Caribe, y Benítez Rojo participó en la elaboración de una política cultural. Mantuvo una presencia en los encuentros y ediciones auspiciados por Casa de las Américas y su Centro de Estudios del Caribe. La novela caribeña fue el objeto de algunos de sus ensayos, como el sugerente “¿Existe una novelística antillana de lengua inglesa?”, de 1975. Viajó con las delegaciones cubanas a Jamaica (1978) y Venezuela (1979), fue editor del Anuario del Centro de Estudios del Caribe (1980), y actuó como uno de los organizadores de Carifesta, celebrado en Cuba en 1978-79. De todo ello hay huellas en sus textos (Díaz Quiñones 8).
Podrían entonces revisarse, a partir de aquí, aseveraciones previas de Díaz
Quiñones, como aquella según la cual era “atípico” el interés caribeñista de Benítez
Rojo (en tanto cubano)15 y también aquella que atribuía su conocimiento/
relectura de estudiosos caribeños como Eric Williams o C. L. R. James al diálogo
crítico establecido en los Estados Unidos (5). Estimo que, en verdad, ese
diálogo crítico profundizó un interés por el Caribe anglófono y francófono, ya
muy fuertemente arraigado en suelo cubano. Fue, de hecho, gracias a las trascendentales
acciones caribeñistas de la Casa de las Américas que Benítez Rojo
adquirió una conciencia regional y formó su primera biblioteca pancaribeña16.
La tarea de religación cultural impulsada por la institución cubana significó el
fortalecimiento concreto de redes intelectuales regionales que determinarían la
intercomunicación de los cubanos con figuras clave del Caribe inglés y francés
como Brathwaite y Glissant, estrechos colaboradores de la Casa desde fines de
la década de 1960. Como suele suceder en toda red intelectual, los lazos con
estos escritores fueron institucionales pero también personales y afectivos: Fernández
Retamar había entablado amistad con Édouard Glissant en París en
1960, ya antes de asumir la dirección de Casa de las Américas en 1965. Según
el propio Retamar, su relación con Glissant incidió en la profundización de su
mirada integradora del Caribe (42), una perspectiva regional que, como me
interesa subrayar, lejos de ser “atípica” en un cubano –para retomar la (sin duda apresurada) apreciación de Díaz Quiñones– imprimió su sello en la Casa de las
Américas y, en este sentido, en todos aquellos que allí colaboraron.
Aun pasada la euforia revolucionaria, el afán de religación caribeña, tanto
como el colectivismo intelectual y el espíritu de resistencia anticolonialista perduraron
en los autores. Mientras Benítez Rojo dedicó la “Edición definitiva” de La isla que se repite ya no sólo a Fernando Ortiz, sino también a un conjunto
de escritores del Caribe en otras lenguas, entre ellos, Brathwaite y Glissant17, la
construcción de un sujeto comunal y de una memoria colectiva y de resistencia
siguió siendo una profesión de fe para los tres intelectuales. Tanto Brathwaite
como Glissant, a lo largo de sus intensas y extensas trayectorias, se involucraron
en variados proyectos de integración cultural, entre los más relevantes: el CAM
(Caribbean Artists Movement) y la revista y editorial Savacou (luego Savacou
North) fundadas por Brathwaite, el Institut Martiniquais d’Études y la revista
Acoma creados por Glissant, pasando por su rol como Director en El Correo de
la UNESCO hasta la fundación del más reciente Institut du Tout-Monde –con
su Prix Carbet de la Caraïbe– lanzado por el martiniqueño y asociado con la Maison de l’Amérique Latine y la Casa de las Américas, entre otras importantes
instituciones18.
En todos los casos, como Díaz Quiñones propone acertadamente en relación
con el Caribe de Benítez Rojo, lo que unifica la obra ensayística e intelectual
de los autores –más allá de la oscuridad lingüística o la complejización
“post” de sus esquemas de pensamiento– es una dialéctica recurrente (una lógica
binaria): “La violencia ilimitada de la esclavitud, y, por debajo, una belleza rítmica
y dinámica, como la de la música o el mar” (Díaz Quiñones 9), vale decir,
con Glissant: la amenaza ecológica y, por debajo, el resguardo de los zabitans/
ouassous. Brathwaite, por su parte, también resistirá a la Plantación explorando
un imaginario regional, remitiendo incluso a Benítez Rojo para definir lo poético
desde un lugar común –opaco, a veces intraducible–: en sus Barabajan Poems (1994) el “Poeta” es “a craftperson, oral or literary, ideally both, who deals in
metrical and/or rhythmical –sometimes riddmical– wordsongs, wordsounds,
wordwounds & meanings, within a certain code of order or dis/order –what
Antonio Benítez-Rojo calls creative chaos” (21)19.
Los ensayos de estos autores se repiten, en consonancia, de una “cierta manera”. Frente a la violencia institucionalizada, la dominación histórica y el
despojo, la salida es la performance colectiva, el cimarroneo como resistencia y
la religación de los fragmentos. De allí la importancia que cobran la “Relación”
(con mayúscula) en Glissant, la “unidad submarina” en Brathwaite y la “repetición”
(como forma de integración) de las islas en Benítez Rojo. De allí también
el peso que adquiere el fenómeno del carnaval en la reflexión de los tres autores,
quienes muy especialmente manifiestan su atracción por un evento de congregación
regional como el Carifesta (Caribbean Festival of the Arts), cuyas celebraciones
dejan su huella en los textos. Benítez Rojo evoca el festival celebrado
en La Habana en 1979 como un “huracán cultural”, según se lee en el ensayo
dedicado al “Carnaval” que agrega a la segunda edición de su Repeating Island.
Glissant, quien considera el Carifesta un fenómeno político y cultural y, junto
con los contactos cada vez mayores establecidos entre las islas del archipiélago,
una manifestación concreta de la Antillanité (Bader 98), incluye su intervención
en el festival de 1976 celebrado en Kingston en Le Discours antillais para afiliarse
definitivamente con sus colegas anglófonos en “La querella con la historia”:
la tarea de rescate de la memoria colectiva caribeña. Y será precisamente en el
Carifesta de Jamaica donde Brathwaite, a quien Glissant llama entonces “el
historiador como poeta”, presentará por primera vez su “sociología del lenguaje
nación”, el cual, en tanto uso reactivo de la lengua y práctica de descolonización
cultural es relacionado con las teorizaciones de Glissant, como mencionamos
al principio.
Tal contexto de fuertes afiliaciones intercaribeñas que Brathwaite, significativamente,
llama la “Revolución Cultural” (marcada por la Revolución cubana,
la visita de Selassie al Caribe, los ‘motines’ de Walter Rodney y la expansión
del Black Power), fue sin duda el disparador de ese gran ensayo caribeño en
distintas lenguas que –al igual que el lenguaje liberado en que el Caribe debía
expresarse– sería fundamental, como dice el barbadense en “Historia de la voz”,
“no sólo para nuestra literatura en vías de desarrollo, sino para la matriz sociopolítica
de la cual se origina” (Brathwaite “Historia” 168): una matriz anticolonialista
y de resistencia que el rizoma ramificará.
A modo de conclusión
Si Glissant y Benítez Rojo adscriben a nociones filosóficas posmodernas
que, en un principio, les sirven para superar la rigidez, el esquematismo y los
sentidos fijos derivados de la “lógica occidental” –mientras, como vimos, imprimen
una marca caribeña al discurso cultural posesencialista–, Brathwaite,
por el contrario, se mantendrá siempre alerta ante el colonialismo inherente
a la imposición de modas teóricas metropolitanas. En una entrevista en que
explicita su desinterés total por “los debates de la crítica literaria (‘post-modernista’, ‘post-estructuralista’, ‘post-colonial’, lo q’ fuere)” relacionará su desconfianza
precisamente con el “origen” de su escritura, un locus de enunciación –la Plantación– que para Brathwaite es ineludible y, en su caso, lo conduce –casi
sin escalas– al África (Bonfiglio 196). Para Brathwaite, incluso, entre la poética
glissantiana y su “lenguaje nación” no existirían diferencias esenciales, excepto
por lo que denomina la “boca de discurso” por la que estos se vuelven “accesibles” a Próspero, el amo colonial: “creo q’ los caribeños francófonos –dirá– [son]
mucho + cultural y filosóficamente franceses q’ lo q’ nosotros somos ingleses–exceptuando, según algunos, Naipaul (un exiliado, a diferencia de los francófonos)–” (200).
Aunque es indudable que tanto Benítez Rojo como Glissant comparten el
objetivo de Brathwaite de autorizar un discurso antillano, y que su apropiación
de los paradigmas centrales nunca fue acrítica, es interesante notar que sus últimos
textos manifiestan un movimiento de retorno creativo a una matriz anticolonialista
y una lógica oposicional anteriormente difuminada aunque nunca del
todo ausente de sus discursos de resistencia. “Por muy posmodernos o posideológicos”
que se sientan –según la simpática confesión de Benítez Rojo–, las continuidades
que los ensayistas establecen con la tradición discursiva caribeña y
el imaginario antiimperialista y anticolonialista –Negritud, Revolución cubana, Black Power– se vuelven afiliaciones a veces explícitas. Estas se suman a la elaboración
de un lenguaje ensayístico que interconecta las experiencias insulares
a través de una religación poética y simbólica: figuraciones de una integración
más deseada que efectivamente realizada.
Notas
1 El trabajo, titulado “Dialogues et liens dans l’essai des Caraïbes de Kamau Brathwaite, Édouard Glissant et Antonio Benítez Rojo” (en Pérennité ou changement. Identités et représentations dans les Caraïbes, María Fátima Rodríguez (comp.), Presses du CRBC, Rennes-Brest, Francia, actualmente en prensa), sigue algunas nociones esbozadas por el crítico jamaiquino Edward Baugh en relación con la crítica literaria caribeña, especialmente su idea de que “El diseño que es la teoría es una proyección de la creencia del teórico, y la creencia es una función del deseo” [“The design that is theory is a projection of the theorist’s belief, and belief is a function of desire” (Baugh 57)]. De aquí en más, ofrezco la traducción al español de las citas de la bibliografía en inglés o francés, cuya versión original transcribo entre corchetes o en nota al pie.
2 Fundamentalmente baso mi reflexión en los siguientes textos: La isla que se repite. El Caribe en la perspectiva posmoderna (1989) de Benítez Rojo (y sus ediciones ampliadas en inglés [1992, 1996] hasta su “Edición Definitiva” en español en 1998), “Caribbean Culture: Two Paradigms” (1983) y los ensayos incluidos en Roots (1986) (especialmente History of the Voice. The Development of Anglophone Caribbean Poetry de 1984) de Kamau Brathwaite; y, de Édouard Glissant, Le Discours antillais (1981), Poétique de la Relation (1990) y su más reciente Philosophie de la relation (2009).
3 En su ensayo, Brathwaite remite a “Free and Forced Poetics” de Glissant, publicado (en inglés) en Alcheringa, New Series 2:2 y luego incluido en Le Discours antillais (1981). “Poética natural, poética forzada” es, sin duda, uno de los ensayos más importantes de Glissant. Ya desde L’Intention poétique Glissant recurre a la mencionada oposición entre langue y langage para enunciar: “En toda lengua autorizada, construirás tu lenguaje” [“Dans toute langue autorisée, tu bâtiras ton langage”] (L’Intention 45).
4 “The Caribbean as a Socio-Cultural Area”, Cahiers d’Histoire Mondiale IX, 4 (1966): 912-934, citado en Benítez Rojo (La isla 99).
5 En el original: “La pensée archipélique, pensée de l’essai, de la tentation intuitive, qu’on pourrait apposer à des pensées continentales, qui seraient avant tout de système”.
6 En el original : “L’imaginaire de mon lieu est relié à la réalité imaginable des lieux du monde, et tout inversement. L’archipel est cette réalité source, non pas unique, d’où sont sécrétés ces imaginaires : le schème de l’appartenance et de la relation, en même temps. L’archipel est diffracté, nous pousserons jusqu’à répéter, à la manière de ces praticiens des sciences du chaos, qu’il est fractal (nous donnons bien de sens non autorisés à ce mot), nécessair dans sa totalité, fragile ouéventuel dans son unité, passant et demeurant, c’est un état du monde. Les eaux qui montent le recouvrent d’abord”.
7 Cita original : “nous connaissons les roches des rivières, les plus petites assurément, roches et rivières, nous envisageons les trous d’ombre qu’elles ouvrent et recouvrent, où les zabitans (d’eau douce, il s’agit de ces écrevisses bleues et grises, menacées de pollution), en Martinique, et qui sont appelées ouassous en Guadeloupe (noms de fonds, noms d’appartenance), (je les désigne par résolu plaisir, chacun connaît leur succulence), s’abritent encore.”
8 Incluso en su conceptualización del “lenguaje nación” Brathwaite opone la síncopa del “Calypso” a la linealidad de la marcha “misilística” del pentámetro.
9 “For dialectics is another gun: a missile: a way of making progress: / farward / but in the culture of the circle ‘success’ moves outward from the centre to circumference and back again: a tidal dialectic”.
10 Ver, en especial “El desplazamiento y el rodeo”, uno de los ensayos clave del libro (El discurso 43-56).
11 “Une entrée en conscience dans la totalité monde”, “ce lieu commun qui serait bientôt fameux autant que trop usé peut être : l’unité dans la diversité”.
12 Esta edición, como ya mencionamos, modifica y amplía las anteriores ediciones en español (1989) y en inglés (1992) y precede a la “Edición definitiva” de 1998, la cual es traducción de la segunda en inglés y agrega nuevos capítulos.
13 También afirma al final del libro que le habría sido imposible escribirlo si su vida “no hubiera tocado la magia, el odio político y racial, y el intelectualismo posmoderno de la academia norteamericana” (Benítez Rojo La isla, Edición definitiva 414-415).
14 El crítico es consciente, en verdad, de que el legado anti-racista de Ortiz no entraña una apertura caribeñista. Afirma: “Es cierto que Ortiz prestaba más atención a la formación de los ciudadanos cubanos que al archipiélago del Caribe. Benítez Rojo, sin embargo, insistió en el valor de su legado, no sólo por el talante literario de su obra, sino porque Ortiz, aunque no abandonó el proyecto nacional, sentó las bases para el estudio etnográfico de la espiritualidad del mundo afrocaribeño, e insistió en estudiar las relaciones entre europeos, africanos, indígenas y asiáticos. Ese multifacético mundo había sido estereotipado en las representaciones de lo ‘nacional’ y desplazado mediante la celebración del mestizaje” (Díaz Quiñones 8, cursivas en el original).
15 Díaz Quiñones parece traspolar el problema cultural de su propio Puerto Rico a la situación en Cuba cuando insiste en asociar el nacionalismo (fuertemente hispánico) con perspectivas anticaribeñistas o cuando afirma que en Cuba “muy pocos escritores se identificaban con el Caribe. La heterogeneidad racial y etnohistórica del archipiélago socava la linealidad de los relatos nacionales y genera negaciones y debates, como se observa no sólo entre cubanos sino también entre puertorriqueños y dominicanos” (7).
16 Por cierto, el “importante número de 1975” dedicado ‘Las Antillas de lengua inglesa’” que Díaz Quiñones menciona tenía a Benítez Rojo como uno de los principales traductores e incluía, además de su propio artículo sobre la novela antillana, una gran cantidad de textos (por primera vez en español) de poetas, novelistas y críticos contemporáneos, así como de políticos e intelectuales insoslayables: Eric Williams y C.L.R. James, entre muchos otros, además de una reseña de El desarrollo de la sociedad criolla en Jamaica de Brathwaite, extractos de una entrevista realizada al barbadense en Cuba y la traducción de uno de sus poemas. Era, en efecto, el inicio de un largo intercambio intelectual y editorial, fuertemente impulsado tanto por Fernández Retamar desde Casa de las Américas como por Brathwaite desde sus posiciones en la UWI, el Caribbean Artists Movement y su editorial y revista Savacou.
17 La dedicatoria reza: “Debo al trabajo de muchos –de Fernando Ortiz a C. L. R. James, de Aimé Césaire a Kamau Brathwaite, de Wilson Harris a Édouard Glissant– una gran lección, y ésta [sic] es que toda aventura intelectual dirigida a investigar lo caribeño está destinada a ser una continua búsqueda”.
18 También, en los últimos años antes de su muerte en 2011, sus ‘Memorias’ de la trata y de las esclavitudes.
19 Ofrezco aquí una posible versión en castellano: “un artesano, oral o literario (idealmente ambas cosas), que trabaja con cantos de palabras, sonidos de palabras, heridas de palabras y sentidos, métricos y/ o rítmicos, dentro de un cierto código de orden o des/orden –lo que Antonio Benítez Rojo llama caos creativo”.
Referencias bibliográficas
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2. BAUGH, Edward. “Literary Theory and the Caribbean: Theory, Belief and Desire, or Designing Theory”. Shibboleths: Journal of Comparative Theory 1. 1 (2006): 56-63.
3. BENÍTEZ ROJO, Antonio. La isla que se repite. Edición definitiva. Barcelona: Editorial Casiopea, 1998.
4. BENÍTEZ ROJO, Antonio. The Repeating Island: The Caribbean and the Postmodern Perspective. Trans by James Maraniss. Durham, NC: Duke University Press, 1996.
5. BONFIGLIO, Florencia. “Entrevista a Kamau Brathwaite”. Kamau Brathwaite. La unidad submarina. Ensayos caribeños. Selección, Estudio Preliminar y Entrevista de Florencia Bonfiglio. Buenos Aires: Katatay, 2010. 193-207.
6. BRATHWAITE, Kamau. “Caribbean Culture: Two Paradigms”. Missile and Capsule. Jürgen Martini (ed.). Bremen: Universität Bremen, 1983. 9-54.
7. BRATHWAITE, Kamau. Barabajan Poems 1492-1992. New York: Savacou North, 1994.
8. BRATHWAITE, Kamau. “Historia de la voz. El desarrollo del lenguaje nación en la poesía caribeña anglófona”. La unidad submarina. Ensayos caribeños. Selección, Estudio Preliminar y Entrevista de Florencia Bonfiglio. Buenos Aires: Katatay, 2010. 115-191.
9. DALLEO, Raphael. “Another ‘Our America’: Rooting a Caribbean Aesthetic in the Work of José Martí, Kamau Brathwaite and Édouard Glissant”. Anthurium. A Caribbean Studies Journal 2. 2 (2004). En línea. Consultado el 10 de marzo de 2013.
10. DASH, J. Michael. “Libre sous la mer -Submarine Identities in the Work of Kamau Brathwaite and Édouard Glissant”. For the Geography of a Soul: Emerging Perspectives on Kamau Brathwaite. Timothy J. Reiss (ed.). Trenton, NJ: Africa World Press, 2001. 191-200.
11. DELOUGHREY, Elizabeth. “Routes and Roots. Tidalectics in Caribbean Literature”. Caribbean Culture: Soundings on Kamau Brathwaite. (Second Conference on Caribbean Culture, 2002). Annie Paul (ed.). Mona: University of West Indies Press, 2007. 163-175.
12. DÍAZ QUIÑONES, Arcadio. “Caribe y exilio en La isla que se repite de Antonio Benítez Rojo”. Orbis Tertius XII. 13 (2007): 1-17. En línea. Consultado el 02 abril de 2013.
13. FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto. “Varias maneras de mirar a un mirlo, digo, a una literatura”. Casa de las Américas 249 (octubre - diciembre 2007): 32-44.
14. GLISSANT, Édouard. El discurso antillano. Trad. de A. M. Boadas y A. Hernández. Caracas: Monte Ávila, 2005.
15. GLISSANT, Édouard. L’intention poétique. París: Editions du Seuil, 1969.
16. GLISSANT, Édouard. Philosophie de la relation. Poésie en étendue. París: Gallimard, 2009.
17. GLISSANT, Édouard. Poétique de la Relation. París: Gallimard, 1990.
Fecha de recepción: 24/09/2013
Fecha de aceptación: 04/06/2014