https://doi.org/10.19137/anclajes-2024-2837   


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ARTÍCULOS

Cartas a Ricardo: el cautiverio del amor romántico

Letters to Ricardo: The captivity of romantic love

Cartas a Ricardo: o cativeiro do amor romántico

Adriana Rodríguez Barraza

Institución: Universidad Veracruzana

País: México

arbarraza@hotmail.com 

ORCID 0000-0003-4833-9540

Daniela Aguirre Pérez 

Institución: Universidad Autónoma Metropolitana

País: México

danielaguirre008@gmail.com 

ORCID 0000-0002-0173-5071

Fecha de recepción: 31/01/2023 | Fecha de aceptación: 10/05/2023

Resumen: Desde un paradigma cualitativo de corte fenomenológico y tomando la potencia simbólica y afectiva del texto epistolar, se reflexiona sobre las experiencias y sentires presentados en las cartas que Rosario Castellanos escribió a su pareja, Ricardo Guerra, con el objetivo de pensar en los cautiverios que se construyen a través de esta correspondencia. Partimos de la estructura patriarcal y la categoría de cautiverio (Lagarde) en dos dimensiones, la privada con la relación amorosa y la pública, con la relación académica entre ambos. Estas demandas persisten en la vida de muchas mujeres actualmente, lo que nos invita a pensar que, si bien se han vuelto más visibles y se busca su modificación, las estructuras y condiciones se mantienen sutiles volviendo complejo el cambio de estas formas de dominación.

Palabras clave: Rosario Castellanos; Cartas a Ricardo; Rol de la mujer; Análisis de Género; Violencia.

Abstract: From a qualitative paradigm of a phenomenological nature and the symbolic and affective power of the epistolary text, we reflect on the experiences and feelings present in the letters that Rosario Castellanos wrote to her partner, Ricardo Guerra, to reflect about the captivities built through this correspondence. We start with the patriarchal structure and the category of captivity (Lagarde) in two dimensions: the private, regarding their love relationship, and the public, related to their academic relationship. These demands persist in the lives of women today, and they invite us to think that, although they have become more visible and their change is sought after, their structures and conditions continue to hamper a move away from these forms of domination.

Keywords: Rosario Castellanos; Letters to Richard; Women ́s role; Gender analysis; Violence.

Resumo: A partir de um paradigma qualitativo de natureza fenomenológica e da potência simbólica e afetiva do texto epistolar, refletimos sobre as vivências e sentimentos apresentados nas cartas que Rosario Castellanos escreveu ao seu companheiro, Ricardo Guerra, com o objetivo de pensar os cativeiros que são construídas por meio dessa correspondência. Partimos da estrutura patriarcal e da categoria do cativeiro (Lagarde) em duas dimensões, a privada, com a relação amorosa, e a pública com a relação acadêmica entre ambas. Essas demandas persistem na vida das mulheres hoje, o que nos convida a pensar que, embora tenham se tornado mais visíveis e se busque sua modificação, as estruturas e condições continuam a tornar complexa a mudança dessas formas de dominação.

Palavras-chave: Rosario Castellanos; Cartas para Ricardo; Papel das mulheres; Análise de gênero; Violência.

Introducción

Rosario Castellanos (1925- 1974) es la escritora y poeta mexicana más reconocida del siglo XX, en su país. Fue docente en distintas universidades vernáculas en México y Estados Unidos (EE. UU.), así como promotora de cultura y embajadora de México en Israel. Además de su trabajo literario, académico y diplomático, también se reconoce su fuerza política, presente en sus obras que reflejan preocupación por las condiciones de vida de indígenas y mujeres. Para tales señalamientos, la autora no teme incluir narraciones de experiencias propias como su proceso psicoanalítico, la toma de tranquilizantes, la melancolía y las sumisiones que tuvo desde la infancia por ser mujer.

De sus escritos personales más relevantes puede mencionarse Cartas a Ricardo, recopilación de más de 70 epístolas que, a petición de la escritora y con la autorización del filósofo Ricardo Guerra, fueron publicadas post mortem por su hijo Gabriel. Las cartas inician en 1950 con una Rosario Castellanos de 25 años que escribe a su enamorado desde España y se suspenden en 1952, cuando los planes de matrimonio y de vivir juntos terminan al igual que la relación. Al poco tiempo, el filósofo contrae nupcias con la pintora Lilia Carrillo de quien se divorciaría antes de nacer el segundo hijo. Las cartas se retoman en 1966 por una Rosario Castellanos de 41 años que imparte clases en EE. UU., desde donde escribe a su ahora esposo Guerra con quien ya tenía un hijo. En estas cartas se presentan los conflictos que atraviesa por dejar a su familia  en México, su lucha con la decisión de poner distancia para atender su depresión y las reflexiones que hace sobre sí misma en un intento por mejorar la relación con su familia y, según sus propias palabras , rescatar su matrimonio. Las cartas continuarán hasta 1967 cuando ya desde México reporta a Guerra, quien en ese entonces trabajaba en Sudamérica, los trámites económicos que administraba para sí y para él, el mantenimiento que daba a las casas y el cuidado de sus hijos Gabriel , Ricardo y Pablo (los últimos dos, hijos de Guerra con Carillo).

A lo largo de este epistolario es posible leer diferentes sentires y vivencias de la autora: el amor, entrega, fidelidad y deseo hacia Guerra, o la imagen enaltecida que tiene de este en contraste con la visión de monstruo que describe de sí misma. También se presentan las infidelidades y problemas de pareja, que Castellanos asume como responsabilidad propia, y las experiencias depresivas que la llevaron a intentos de suicidio y medicación. Todo esto mientras procura mantener sus roles de esposa, madre, escritora y docente.

Sobre Cartas a Ricardo, se encuentran algunos trabajos enfocados al género epistolar y el discurso amoroso, como el artículo de “Cartas a Ricardo: el discurso de la utopía amorosa” (Burrola Encinas) o el libro La literatura epistolar de Rosario Castellanos: Cartas a Ricardo (Álvarez Arana). Para este trabajo, el epistolario también es de gran valía en tanto presenta la relación romántica y académica entre Castellanos y Guerra, vínculo que conjuga diferentes formas de cautiverio que experimentan muchas mujeres. Así, desde la literatura como trabajo discursivo y arte de la expresión escrita de ideas y sentimientos que toma importantes características dentro del género epistolar, es posible considerar los discursos culturales allí presentes a modo de elementos que permiten pensar la construcción de demandas que devienen en estereotipos, roles y castigos hacía las mujeres.

Nuestro objetivo es reflexionar, desde un paradigma cualitativo, de corte fenomenológico la estructura patriarcal y los cautiverios de las mujeres desde las experiencias y sentires presentados en la literatura epistolar Cartas a Ricardo. El alcance pretende señalar los afectos de una mujer mexicana de las décadas de los 50 y 60, para entender cómo los estereotipos, roles y castigos son introyectados como un cautiverio ambivalente; además de pensar cómo estos sentires se sostienen en distintas partes del mundo bajo formas actualizadas de la misma estructura. En otras palabras, desde diversas demandas y discursos actuales estos confinamientos toman nuevas y sutiles formas, pero con el mismo fondo de control y sometimiento simbólico.

Lo anterior vuelve pertinente este análisis en la cultura y sociedad contemporánea para abrir debates sobre las estructuras de desigualdad y violencia simbólica hacia la mujer. Este análisis, planteado a partir de las ciencias sociales, refiere una evidente preexistencia material conformada a través de las experiencias intersubjetivas, lo que implica que el acceso a la realidad sea desde las vivencias que construye la percepción (Merleau-Ponty). Por lo tanto, el texto epistolar es clave en tanto género literario y discursivo, pues presenta “una secuencia coherente de signos lingüísticos” (Ortega-Vega 87) en una situación cultural y comunicativa concreta. De este modo más que información, también se incluyen sentires, historias y hechos significativos con los que es posible interactuar y construir un contexto de relaciones y vínculos.

Lo señalado en el párrafo anterior permite demostrar que, además del análisis del epistolario como texto, su riqueza también se encuentra en los sentimientos y experiencias que se pueden leer en las relaciones personales presentes en este texto. Por lo tanto, consideramos que las alusiones a las experiencias de Castellanos no implican una ausencia de valor crítico, por el contrario, son imprescindibles para entender sus sentires, lo cual es también parte del análisis.

Será por medio de un estudio recursivo y sistémico que se profundice en los mensajes, sentimientos y experiencias del género epistolar y las dos dimensiones que lo integran: el contexto sociocultural y las relaciones que establece con los demás (Ortega-Vega). Así, las cartas constituyen un fértil material fenomenológico que integra las intenciones, ilusiones y deseos que construyen la percepción del escritor sobre sí, sobre las personas que refiere, a las que su escrito va dirigido y siempre en relación con el mundo que les rodea, un panorama contextual que atraviesa y determina su horizonte de percepción (Merleau-Ponty).

Esta construcción de la percepción que plantea Merleu-Ponty no es lineal, no resulta de un adentro y un afuera delimitados, donde uno es resultado del otro, sino de una construcción recíproca entre ambas dimensiones. Será lo externo lo que permita la percepción y sentir sobre el mundo y, a la vez, esta aprehensión del mundo seguirá construyéndolo. Esta postura, sumada a la riqueza tanto lingüística como experiencial del género epistolar que refiere Ortega-Vega, refleja el paradigma de la complejidad social desde donde se realiza nuestro trabajo. Por lo anterior consideramos que al mismo tiempo que Cartas a Ricardo constituye una visión íntima de la vida de castellanos en un contexto cultural específico, esta obra puede ser analizada desde reflexiones teóricas de género y feminismo.

Como categoría analítica se toman los cautiverios de las mujeres, definidos como las formas de ser sujetos femeninos en un contexto patriarcal que priva de las posibilidades de su autonomía, independencia y posibilidades de decisión (Lagarde)[1]. Después de recopilar experiencias de opresión de mujeres en diversidad de contextos, Lagarde concluyó que todas compartían demandas de ciertos roles y estereotipos atravesados por el género que clasificó como madresposas, monjas, putas, presas y locas. Estas cinco formas de confinamiento implicarían una doble posición: por un lado, cautivadas por la expresión de feminidad que les confiere y, por el otro, cautivas por el sufrimiento, la contrariedad y el dolor que conllevan. Estos roles y estereotipos de género cimentados en la estructura patriarcal determinan demandas de comportamientos y sentimientos vinculados con los mitos del amor romántico y la evitación de castigos sociales como la culpa y la vergüenza que, al ser “usados para controlar, autorregular y coaccionar la conducta de las mujeres” (5) pueden entenderse como violencia simbólica (Álvarez, N).

Podemos pensar estos cautiverios como una institución social fuertemente compartida entre las diversidades culturales y generacionales, como concluyó Lagarde en su investigación. Las demandas anteriormente señaladas serán subjetivadas y experimentadas de distintas formas dependiendo de los contextos en que vivimos las mujeres. En otras palabras, la solicitud existe, pero va significándose y tomando formas distintas que no siempre son compartidas por todas. Para este trabajo se tomarán las vivencias de Rosario Castellanos que, por más íntimas que sean, pueden ser muy similares o incluso diferentes a otras que también comparten estas exigencias de feminidad.

En Cartas a Ricardo fue posible identificar dos formas de vinculación que permiten pensar en por lo menos dos requerimientos a la mujer que, si bien se presentan con diferencias contextuales, persisten actualmente: 1) la relación amorosa, como un mandato conservador que domina a la mujer en el ámbito privado y 2) la relación académica, trabajo exterior, como una imposición moderna que es otra forma de sometimiento, pero en la dimensión pública.  Estas dos subcategorías derivadas de los cautiverios de Lagarde se desarrollarán en los apartados siguientes. En las conclusiones se señalará la tensión actual de la doble demanda que persiste en la vida pública y privada de muchas mujeres, lo que nos invita a pensar que, a pesar de que estas demandas son más visibles y se busca su modificación, las estructuras y condiciones se mantienen volviendo complejo el cambio de estas formas de dominación.

La relación amorosa

La primera subcategoría se centra en la relación amorosa presente en Cartas a Ricardo. Se reflexionan los sentires, deseos e ilusiones amorosas de Castellanos para pensar cómo refuerza el cautiverio de las madresposas (conjunción de dos de los estereotipos exigidos a la mujer en el ámbito privado). Esta subcategoría requiere partir desde la función pedagógica otorgada al amor romántico en la estructura patriarcal que construye el ser mujer solo desde la posibilidad de completarse por amor y atención a otro, obligándola a una vinculación necesariamente de subordinación que, de no asumirse, genera formas de castigo social de control y violencia simbólica.

Si bien el amor suele entenderse como un sentimiento universal, las expresiones y formas de vivirlo son construcciones socioculturales naturalizadas y reproducidas que han perpetuado distintas formas de desigualdad, por esto puede pensarse en los siguiente tres mitos románticos que justifican la entrega desbordada, el olvido de sí y el maltrato: 1) la mujer está en un estado incompleto y en tarea continua de buscar la media naranja, 2) el amor lo puede todo aún a costa de la salud, el bienestar y la propia vida y 3) es normal sufrir por amor (Pascual).

La mujer es asociada a la feminidad como “proveedora de afectos y cuidados, con la asignación del rol de esposa y madre y, en consecuencia, con instituciones sociales como el matrimonio o la familia” (Pascual 64). Así, se le demanda la necesidad de contar con otro ante el que, además, parece quedar en “deuda”, debiéndole pagar con su trabajo sentimental. Esto naturaliza la función de amar, atender, cuidar, curar, alimentar, educar y dar placer al otro con el que construye un vínculo desigual. Su sentido de vida no es propio, sino centrado en quien la complemente desde el amor (De la Mata y Hernández).

¿No te importa saber […] que soy una persona terriblemente hambrienta de ternura? […] No sé cómo pedir el cariño, no sé cómo inclinar a la gente a que me lo dé. […] esa necesidad me empuja a hacer tonterías que alejan de mí a las personas y que me convierten en un ser atrozmente desdichado. (Castellanos 25)

Y contrariamente, formas de soledad como la soltería o viudez, incluso el divorcio, serían un aspecto negativo que rompe con la imposición de crear una familia (De la Mata y Hernández): “Estoy tan sola y no sé estarlo, cargo mi soledad como un fardo demasiado pesado; soy tan insuficiente, me siento tan necesitada del calor de los demás y me sé tan superflua en la vida de todos” (Castellanos 37). La vulnerabilidad que asume Castellanos se expresa en su necesidad de ser amada y lo atribuye a la relación de injusticia y culpa que construyó con sus padres a raíz de la muerte de su hermano: “de muchas maneras me dieron a entender que era una injusticia que el varón de la casa hubiera muerto y que en cambio continuara viva y coleando” (Castellanos 35-6).

La necesidad de compañía, completitud y la culpa, pueden pensarse como consecuencia de la introyección del trabajo sentimental exigido a la mujer. La madresposa correspondería a una de las formas de cautiverio que asume la demanda del amar y servir a otros como deseo propio no solo en la maternidad y conyugalidad, pues la función materna de cuidado, obediencia y servicio se asume con el resto de personas con las que se vinculan (Lagarde).

La búsqueda de la completitud desde el amor romántico y la construcción de la función femenina de madresposa se refleja en las cartas en las que Castellanos idealiza la figura de Guerra como inteligente, bello, bondadoso, comprensivo, socialmente habilidoso y moralmente correcto, colocándolo como centro de su vida y único depositario de amor y felicidad. Su existencia y permanencia en la vida la recibe de ese hombre, a quien le concede la omnipotente capacidad de poder matarla con su simple olvido: “Amarte es para mí una función tan natural... tan espontánea y tan necesaria como respirar” (Castellanos 38).

Dado que la construcción imaginaria de él y su poderoso amor la complementan, le atribuye continuamente lo bueno de su vida y proyecta su propia imagen desde el deseo, opinión y mirada del marido. Ante una figura tan enaltecida, ella no puede sino verse como carente de todas las cualidades merecedoras de Guerra, refiriéndose a sí misma como un monstruo a ser perfeccionado por y para él: “Quiero ser para usted, lo mejor que yo pueda, lo que más se aproxime a lo que usted quiera. Pero es necesario que usted me ayude, […] si me abandona a mi intuición es probable que yo eche a perder todo […] pero si usted me dice yo seré dócil en sus manos y me abandonaré totalmente a su voluntad (Castellanos 51).

En las citas anteriores, la forma de amor que se entrega, atiende y cuida en función del otro que complementa, la coloca en una posición de sumisión que devela la necesidad de acudir a un creador-tutor que la traiga a la vida y modele a su gusto, servicio y utilidad, y este cautiverio se asume como deseo. A Castellanos le complace sentir y referir su pertenencia: “Estoy entregada a ti totalmente […] y no me arrepiento y no me avergüenzo y no niego ante nadie, ni ante mí misma, que soy tuya” (Castellanos 38).

Se entrega al amor como sujeción que cautiva bajo la demanda de darlo todo sin esperar algo a cambio, pues su ganancia simbólica ya se ha otorgado al quedar finalmente completa y al poder brindar un amor incondicional: “Te amo y la fidelidad física, mental y sentimental, me parece la cosa más natural y fácil y la única conducta que quiero seguir” (Castellanos 60). Dará todo su amor, fidelidad, atención y dedicará cartas para recordarle su entrega, aunque él no lo haga, pues bajo la estructura desigual, la mujer da, la que recibe es egoísta y eso no es bien visto: “El que usted me sea fiel o no, no me hace variar de actitud. Yo le seré fiel siempre, a toda costa […] aunque tenga niñitas y aunque las ame a ellas y aunque no me ame a mí” (Castellanos 76).

La constante referencia de amor incondicional sin esperar reciprocidad no esconde su deseo de ser correspondida en sentimiento y en cartas, aunque sea mínimamente; le basta con casi nada para sentirse llena nuevamente: una tarjeta suya, saber que él está bien y que la recuerda. Cuando siente malestar ante la persistente incertidumbre que genera la poca comunicación, claridad y contradicciones de Guerra, crea elaboradas hipótesis basadas en celos e inseguridades hacía sí misma que asume con culpa, como una molestia que debe cambiar para evitar reconocer que él sí tiene amantes, mujeres adultas que ella trata de minimizar, llamándolas “niñitas”. Un intento por crear la ilusión de inexistencia de estas mujeres o de cualquier otro riesgo para su amor. De esta forma, Castellanos convierte la irresponsabilidad de él en culpa para ella.

Esta compleja posición entre no pedir amor, pero necesitarlo, demuestra doble desigualdad y culpa constante, forma simbólica de violencia. Esta se caracteriza por atribuir a la naturaleza, a la preexistencia cultural, cualidades que en realidad son efecto de la dominación simbólica, cuyo fin es someter (Bordieu). Esta silenciosa dominación puede entenderse como un “sistema de representaciones simbólicas en la cultura impuesto por el andrologocentrismo, [que] somete, sanciona y discrimina a las mujeres” (Álvarez, N 22).

A la par del establecimiento de una feminidad y una masculinidad hegemónicas, la moral aparece como una forma de control para determinar colectivamente los comportamientos, sentires y juicios permitidos para evaluar a los otros y a sí mismos. A través de ellos “se sanciona y se autorregula la conducta femenina transgresora de los valores establecidos por la colectividad” (Álvarez, N 2).

La ruptura de estos estereotipos implicaría la falta a un compromiso tácito que se sanciona desde juicios y valoraciones negativas de los demás y de sí mismo. La reputación, culpa y vergüenza son modos de castigos sociales comunes ante la ruptura de la feminidad hegemónica (Álvarez, N). En las cartas la culpabilidad se presenta constantemente cuando Castellanos asume la responsabilidad del silencio, de la indiferencia y de las dificultades de la relación con Guerra. Si este no responde debe ser porque sus cartas son extensas o aburridas, porque su amor es desbordante y asfixiante, porque su egoísmo es un defecto que impiden que su inasible pareja pueda sentirse amada.

En la segunda parte del epistolario, leemos a una Castellanos de 41 años que escribe desde EE.UU., donde imparte clases e intenta alejarse de un conflictivo matrimonio. Si bien para entonces tiene una perspectiva que también identifica los defectos de su esposo, no deja de atribuirse la responsabilidad y culpa de los problemas de pareja: “Me siento muy culpable y muy estúpida por haber echado a perder una relación que pudo haber sido, si no feliz, por lo menos no tan desdichada” (Castellanos 207).

Paradójicamente, mientras se esfuerza por aceptarlo tal como es, ella busca modificar lo malo de sí y sin ayuda:

Mi vida, te amo, te quiero amar bien, no pidiéndote que seas otra cosa, sino aceptándote como eres sin condiciones. No te pido que me ayudes porque no me puede ayudar nadie si no yo, no te pido que cuides de no herirme porque soy yo la que tiene que aprender a no sentirse herida. (Castellanos 207)

Sabe que es la única que puede ayudarse, sin embargo, también pretende ser invulnerable a la deslealtad, indiferencia, heridas e irresponsabilidad de un hombre cuya imagen y relación fue construida años antes por ella misma entre la divinidad y la humanidad.

Se revela también la culpa que siente ante la excesiva responsabilidad que asume como pareja y como madre, pues brinda protección y cuidado no solo a su hijo Gabriel y al mismo Guerra, sino además a Ricky y Pablo, hijos de su marido con su exesposa. Sumado a todo esto ya extenuante, toma también la responsabilidad de sobrellevar la depresión y medicarse por el bien de ellos: “Además, yo te quiero mucho, quiero muchísimo a los niños, no es posible que lo eche yo todo a perder solo porque no puedo controlar mis nervios” (Castellanos 206).

La misma enfermedad depresiva y la medicación que la hicieron pasar temporadas en el psiquiátrico aunado a los intentos de suicidio nos permite pensar en otra forma de cautiverio que ha categorizado a la mujer: la loca. En una sociedad patriarcal, toda mujer es demente, pues en la división del mundo, lo racional se considera tributo masculino mientras lo femenino queda del lado de lo irracional. Los efectos provocados por el trabajo extenuante, que implican las demandas inagotables e impuestas, no pueden entenderse sino como locura (Lagarde).

En esta primera subcategoría enlazamos los sentires, deseos e ilusiones de la relación amorosa que se presentan en Cartas a Ricardo, con las reflexiones del papel que ha jugado el amor romántico en la construcción de roles y estereotipos demandados a la mujer. El análisis de esta conjunción permitió pensar en el cautiverio de las madresposas, una demanda que, de no ser asumida o asumirse imperfectamente, genera culpa como forma de castigo social.

La necesidad humana de interdependencia promueve aceptación de normas y roles que, a pesar de ser impuestos culturalmente, se aceptan de manera resignada llegando hasta incorporarse como deseo. La madresposa aparece como mujer entregada por decisión propia, pero no queda exenta del asfixiante peso que conlleva la entrega aparentemente voluntaria que se invisibiliza como demanda y se asume como deseo o función natural. Así, la mujer queda subyugada ante esta imposición cultural y ante el otro a quien, a cambio de completitud, debe amor y servicio eternos. A continuación, se plantea cómo estas exigencias se complejizan al aparecer nuevas solicitudes de producción económica y realización laboral, en las que se encuentran otras formas de sometimiento.

La relación académica

En relación con esta segunda subcategoría se reflexionan sentires, deseos, vivencias, ilusiones y conflictos presentes en la relación académica entre Castellanos y Guerra, para pensar la persistencia de la dependencia y sometimiento de muchas mujeres también en el ámbito público laboral. En este apartado, se desarrolla el cautiverio de la loca como resultado de la incapacidad de sobrellevar el malestar de las múltiples y continuas demandas que entran en tensión en el ámbito público y privado. Ello se profundiza con el surgimiento moderno de la incoporación de la mujer en el campo laboral, ámbito en el que las características femeninas quedan también minimizadas. Así mismo, se conjuga el análisis de esta demanda con el del amor romántico para entender su influencia en la relación académica entre Guerra y Castellanos. Finalmente, se presenta la tensión del reclamo moderno sumado al trabajo de madreesposa para señalar la exigencia de una “doble jornada” que implica malestar físico y psíquico ante la multiplicidad de normas que chocan constantemente.

Así como la exigencia femenina conservadora es la de casarse y tener hijos, desde hace varias décadas las condiciones de mercado capitalista y competitivo comenzaron a valorar el cuerpo femenino desde su producción, no solo de hijos, cuidados y amor, sino ahora económico (Contreras y Castañeda). Así se ha cimentado la ilusión del desarrollo profesional como una aspiración que establece una nueva y agotadora imposición (Lechuga). 

La incorporación en el ámbito público también está regulada por esas normas establecidas desde la diferenciación sexual que coloca a la mujer como inferior en la esfera laboral. Algunos estudios refieren que, mientras mayor sea el poder y cargo académico, es menor la representación de la mujer y en los espacios donde se condensa mayormente su participación es en grados académicos vinculados con roles femeninos (Cáceres). Así, se atribuye a los roles masculinos la fuerza, racionalidad y mayor aptitud para el liderazgo que los femeninos, vinculados a características más sensibles (Cáceres; Lagarde).

Si algo se ha reconocido a Castellanos ha sido su sobresaliente trabajo como escritora, profesora y mujer que estudió filosofía: todas actividades comúnmente atribuidas a la masculinidad. Por ello, resulta enriquecedor pensar en las líneas que atravesaron su trabajo académico como su conyugalidad, maternidad y depresión, que implican algunas formas de cautiverio cultural para muchas mujeres.

En este ámbito, también aparece la imagen de Guerra románticamente enaltecido como pensador y filósofo: “Yo no puedo querer a nadie si no lo admiro. Y si no lo admiro intelectualmente. Con usted yo me sentía, en todos los aspectos, de un ignorante de lo más maravilloso y suave” (Castellanos 35). Desde esta figura, Castellanos construye la propia como la de un monstruo, un ser con características negativas que debe ser perfeccionado en cualidades personales y profesionales.

Guerra se erige en tutor y referente de su trabajo. Puede leerse el intercambio de impresiones sobre autores y obras entre ambos, y Castellanos solo puede leer como enaltecidas aquellas recomendaciones que él sugiere: “Me gusta cuando usted habla y escuchar sus opiniones porque las tomo en serio y las respeto” (Castellanos 30). Ella comparte ideas, anécdotas y aprendizajes, las modificaciones de sus escritos y los nuevos poemas, siempre haciendo referencias despectivas de su propio trabajo puesto que es casi imposible que se pensara igual a él: “Yo he vuelto a escribir algo […] dígame por favor, francamente como siempre, qué le parecen. Ya le digo, yo no me hago ninguna ilusión respecto a ellos” (Castellanos 127).

A pesar de que el trabajo de Castellanos como mujer en una época específica provocó y aún provoca gran admiración y aprecio por parte de la Academia, colegas y alumnos, su capacidad y brillo quedan opacados por la imagen de Guerra a quien busca enaltecer, tal vez en un intento de no sobrepasarlo bajo ningún aspecto ni hacerle sombra. La única admiración y reconocimiento que espera y le importa es de quien para ella tiene disciplina filosófica sólida y sensibilidad artística (Castellanos).

De este modo, coloca su trabajo y a sí misma por debajo de los demás, lo que le resulta otro tipo de malestar. Al sentirse exiliada de afectos y relaciones humanas, busca justificación en la escritura, en donde también siente fracaso (Castellanos):

he temido siempre al cariño, el amor, la pasión, todo lo que ata a uno con las otras gentes. Agregue usted a eso mis complejos de inferioridad sexual, mis artificiales ambiciones disquen “literarias” y tiene usted explicados mis fracasos amorosos. […] y todavía los otros cacareando de uno; diciéndole en su cara “poetisa” como el peor insulto y la peor burla. O llenándolo de alabanzas frívolas, de elogios sin fundamento, de críticas sin justicia y sin conocimiento. (Castellanos 36-7)

Como puede leerse en la cita anterior, el sexo ha determinado históricamente complejos de inferioridad a muchas mujeres, desde limitar sus actividades a roles específicos de cuidado y minimizar sus capacidades intelectuales. Resulta alarmante cómo a setenta años de las cartas, en varios espacios, incluido el académico, esto persiste con gran fuerza.

Estos sentires y conflictos personales expresados se agravan con las funciones que asume de madre, esposa y mujer enferma de los nervios[2] que lucha titánicamente por mantenerse a flote y mejorar. De 1950 a 1952 leemos a una mujer de 25 a 27 años enamorada que estudia becada en Madrid, conoce distintos lugares de Europa relacionados con el arte y, al mismo tiempo, se acerca a intelectuales y profesores que reconocen su trabajo e incluso le ofrecen becas. De 1966 a 1967 se presenta una Castellanos más madura que da clases en varios puntos de EE.UU., mientras intenta conocerse, acomodar su matrimonio desde la distancia y ser madre de Gabriel en un país extranjero.

Si bien su trabajo le implica una continua representación de gran conflicto: “¿soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué?” (Castellanos 186), también le brinda paradójicamente un espacio propio que le permite pensar y se esfuerza por mantener constantemente: “no sabes lo que significa para mí estar trabajando de nuevo. Me siento persona, formo parte de una comunidad, funciono. No es tanto la ocupación, que aquí es mínima. Ni el sueldo, […] Es el hecho de que cuentas, de que no eres un cero. Es desempeñar algo, ser útil” (Castellanos 210). Parece que su reconocimiento y utilidad lo adjudica exclusivamente a su trabajo en otro país, sin la carga y lastre de ser la esposa del filósofo Guerra quien sí tiene reconocimiento.

Al aceptar ser docente en EE.UU. y poner distancia con su familia, Castellanos tenía como finalidad sanar consigo misma, entenderse como escritora y recuperar sus relaciones importantes. No obstante, esta distancia parece permitirle también reflexionar sobre el peso de todas las implicaciones que tenía en México. “Ahora veo lo horrible que era mi trabajo en la UNAM. La responsabilidad, la tensión de que cualquier error sería público, […] Estoy descansando también de la casa, que fue una monserguita tanto tiempo. Aquí no me entra el telele de que todo esté impecable.” (Castellanos 202). Pareciera también que la maternidad la puede ejercer de un modo menos perfecto y más libre, lo que la despresuriza en otro sentido y la ayuda a equilibrar aspectos de su vida.

Es constante su esfuerzo por sobrellevar sus problemas personales y roles de esposa, madre, escritora, profesora; suma de demandas que se atribuye como norma invisible al quedar justificadas como una habilidad y trabajo natural, cuando en realidad conforman una suma de compromisos y exigencias que de no ser cumplidos implican un peso más: la culpa.

Las cartas desde EE.UU. permiten leerla como académica, profesora estimada por sus alumnos, colegas y amigos, que disfrutaba impartir clases y se divertía con variadas ocurrencias en el aula y con invitaciones para cenar, salir o estar acompañada. También se lee el conflicto que atraviesa al cuestionar su capacidad de escritora, el esfuerzo por pensarse, mejorar su relación consigo misma, con su trabajo y luchar por dejar los medicamentos. Con respecto a estos últimos, no es que ese fuese el problema en sí, sino el diagnóstico de loca impuesto y asumido, así como las circunstancias que la rodean. Estos fármacos parecieran una forma de resistir y adaptarse a las violentas y múltiples demandas que se abren a un espacio público en el que participa. Sin embargo, su esfera privada no ha cambiado, en otras palabras, tiene más exigencias inhumanas que cumplir con los mismos recursos económicos, temporales, físicos y emocionales.

A pesar de estos esfuerzos, las culpas hacia sí misma persisten, pues la búsqueda de bienestar le genera también la culpa de evadir sus responsabilidades de madre. Esta deuda materna no es exclusiva con Gabriel, incluye al mismo Guerra y los hijos que éste tuvo en su primer matrimonio. Todos sus esfuerzos son orientados hacia ellos: “cuando despierto en la mañana me hago el propósito de sentirme bien en vista de ustedes […] Si alguna vez me curo habrá sido por amor a ustedes. Por deseo de no hacerles daño, de servirlos, de acompañarlos, algo que ahora todavía me es imposible” (Castellanos 217).

Además del poco reconocimiento de sí misma ante las exigencias que carga, también asume gran responsabilidad económica convirtiéndose en proveedora y material: “Te voy a mandar un cheque por quinientos dólares, paga lo que se necesite, lleva la cuenta y lo que sobre úsalo en lo que sea más necesario, lo mismo con el resto que te vaya enviado. Ahorita tienes muchos gastos y yo aquí no tantos” (Castellanos 207).  

La función conservadora del varón de actuar como proveedor no se lleva a cabo, pero ella sí funge la de madreesposa, lo que aumenta la desigualdad y sobrecarga. Su responsabilidad económica no implicó solo contribuir con dinero, sino administrarlo, como leemos en las cartas que posteriormente escribe desde México a Guerra, quien para entonces trabajaba temporalmente en el extranjero. Veremos en las siguientes reflexiones, el contraste entre el peso que ella asumió en su estadía en el extranjero y el de Guerra, cuyo viaje resulta un momento para alejarse y descansar de su familia, mientras Castellanos, como madresposa, asume las responsabilidades de ambos.

En las últimas cartas antes de su regreso a México, Castellanos solicita a Guerra un pliego petitorio para evitar un posible conflicto entre la pareja: la división de responsabilidades, específicamente las correspondientes a lo económico, el cuidado de los niños y las tareas de la casa. Sin embargo, Castellanos retoma todas estas responsabilidades sola: gastos, hipotecas y composturas de dos casas del matrimonio, la de Cuernavaca y la de la Ciudad de México; paseos, inscripciones escolares y discusiones con los niños; y los reportes de los sueldos, gastos y administración de cuentas, no solo suyas, también las de Guerra.

En las cartas aparecen dos aparentes intenciones al asumir estos trabajos: 1) minimizar las molestias a su esposo: “he procurado cumplir cada uno de tus encargos de manera que no se obstaculice la marcha de las cosas” (Castellanos 271) y 2) serle lo más útil posible “¿tienes algo que indicarme? Dímelo en tu próxima carta y mientras tanto recibe muchos besos, muchos abrazos y espero que todo esté aquí de acuerdo con tus deseos. Aprovecha tu estancia allá, descansa, olvídate de que nosotros te somos un problema, para que cobres ánimos y cuando regreses estés como nuevo” (Castellanos 81).

El cúmulo de experiencias que explican el malestar de Castellanos suelen invisibilizarse y se remarcan como exageración que se convierte en señalamiento, en estigma de la locura y en medicación del cuerpo como vía para mantener su funcionalidad. Ese malestar mental surge por las dificultades y contradicciones no enunciadas que desbordan a los sujetos de una sociedad que aparentemente les da múltiples opciones, cuando, en realidad, impone límites, restricciones e impedimentos. A pesar de que este malestar sea una característica social inevitable, en el patriarcado, las mujeres son educadas en la renuncia, el sacrificio, la anulación de sus necesidades básicas, y la demencia adquiere características específicas que pueden resumirse a la dificultad de vivir el ideal femenino, de cumplir las expectativas estereotipadas de una buena mujer, esposa, madre y sus añadidos.

Así, las dementes serían todas aquellas mujeres fallidas, una forma de cautiverio sin escapatoria. Se es así por ser mujer desbordada por el cuidado de los otros sin apoyo y su aparente lejanía con la racionalidad o por la imposibilidad de cumplir el estereotipo femenino siempre exagerado. Si bien eso puede pensarse en la constante asunción de responsabilidad y culpa de Castellanos por el incumplimiento de esas imposiciones culturales femeninas, también muestra momentos de reflexión que le permiten visibilizarlas:

por qué a veces el sentimiento se agudiza hasta ser intolerable […] Pero si lo pienso bien no he tenido situación normal nunca. Primero los embarazos y sus secuelas de abortos, de partos prematuros, de hormonas, de relación difícil contigo. Luego el hábito de los barbitúricos, las deudas, el estar siempre a punto de separarse o semiseparados. Luego qué sé yo qué más. Los celos, los pleitos, y los sobresaltos del trabajo, de la falta de criadas (o del exceso), los tratamientos psicoanalíticos, y sus preciosos hallazgos y crisis, etc. (Castellanos 209)

No abandona esas demandas y le resulta complicado el proceso de reconocerse, pensarse, moverse entre estas exigencias, pero las ve y señala con esa ironía que la caracteriza; no es incapacidad de no verlo a estas alturas de su vida sino toda la estructura social y económica que las mantiene, reproduce y refuerza lo que le dificulta ver y colocarse desde otro lugar más humano. Esto parece resumirse en el párrafo con el que cierra el epistolario, el cual condensa a Castellanos enamorada pero capaz de reconocer y señalar con ironía su incomodidad y esfuerzos:

Estoy muy sentida porque cuando más se esmera uno en portarse bien contigo y en hacer la cosa que se deben hacer (mientras le están dando a uno, por otro lado, hasta por debajo de la lengua), tú ni siquiera te das por entendido. Pero ni modo, pues así será ser libre. Yo, como de eso no entiendo, mejor ni me meto a comentar.

Te mando mucho cariño de todos y el amor de tu: Rosario. (Castellanos 336)

En esta segunda y última subcategoría se analizó la relación académica entre Guerra y Castellanos, para pensar en las demandas a la mujer en el ámbito público laboral. Las tensiones y conflictos que muestran angustia, medicación, estigma de sí misma y sentimiento de culpa de Rosario, permitieron reflexionar el cautiverio de “loca”, como estereotipo de la incapacidad de cumplir todas las demandas sociales.

A pesar de los contextos desiguales donde Guerra fungió como referente de la autora para construirse en el campo de la escritura y docencia –campos públicos permitidos para las mujeres– se rescató su recorrido y los conflictos que presentó al cuestionarse por momentos las dinámicas en las que estuvo inmersa. Incluso ante las constantes dificultades con estas demandas, roles y la medicación que le provocaban efectos secundarios de gran dificultad para su trabajo académico, ella siempre se mantuvo trabajando, creando, escribiendo, pues parece que es ahí donde encuentra un camino para pensarse. En este sentido, el cautiverio de la loca se haría doblemente presente en ella, pues este no solo alude a lo irracional que se adjudica a las mujeres y sus afectos, sino también a los caminos y señalamientos subversivos y trasgresores (Lagarde).

Conclusiones

Se analizaron las experiencias y sentires de Cartas a Ricardo para pensar en las formas de cautiverio en la relación entre Rosario Castellanos y Ricardo Guerra. Se tomó esa categoría analítica (Lagarde) para desarrollar subcategorías enfocadas en la relación amorosa y académica. La primera señaló el papel del amor romántico en la estructura patriarcal que coloca a la mujer como un ser en función de completarse desde el amor por y para otros, lo que provoca el estereotipo de madreesposa que adquiere un carácter violento al internalizarse como deseo propio. Esto complejiza la violencia hacia las mujeres, no solo como un acto específico y físico, sino también como estructura cultural que se teje desde la dimensión simbólica que refuerza estas formas de sometimiento de sí mismas y castigos sociales. En la segunda subcategoría se pensó la incorporación de la mujer en el ámbito público desde la demanda laboral capitalista. Este sistema económico, además de caracterizarse por la competencia, también sostiene un espacio de desigualdad donde las atribuciones femeninas quedan doblegadas a roles de cuidado y atención, mientras los masculinos se vinculan con puestos de liderazgo y producción de conocimiento. Así, a la entrega como madresposa de Castellanos se suman los conflictos resultantes de su cuestionamiento como escritora.

Aunque las cartas de Castellanos se escribieron en las décadas de los 50 y 60, su lectura muestra vigencia actual. Sus afectos y reflexiones conformaron un pasado con el que muchas mujeres se topan actualmente. Las demandas amorosas y profesionales analizadas, como toda institución social, se van modificando sociohistóricamente, pero como hemos intentado visibilizar en este artículo, existen y persisten. Si bien la vida de Castellanos es solo un caso de las muchas formas en que diversas mujeres logran llevar estas demandas a cuestas, ya sea cumpliéndolas o rechazándolas, es posible que muchas mujeres, incluso en contextos y vivencias opuestas a las de Castellanos, puedan identificarse con estas demandas o reflejarse directamente.

Podríamos pensarlo como un espejo que, si bien corresponde al siglo pasado, dolorosamente aún puede reflejarnos. La ambivalencia que experimentan muchas mujeres en las formas de cautiverio y sus exigencias actuales permiten pensar en que estas se han movido pero mantenido, en ocasiones más sutilmente y difíciles de ver. La exigencia conservadora o disfrazada de liberalidad del trabajo afectivo, sumada a la nueva demanda de realización laboral con tintes de liberación produce una tensión simbólicamente violenta encontrada en Cartas a Ricardo.

Aunque hay importantes señalamientos y exigencias en contra de estos roles y estereotipos que construyen subjetividades deseosas de amor, cautiverios y violencia simbólica, estos persisten desde otros discursos y formas: “mientras se acepta, clama y pregona la supuesta igualdad de derechos entre hombres y mujeres, los medios de comunicación y las ficciones audiovisuales siguen reproduciendo estereotipos y roles de género, lo que tiene un gran impacto en la construcción de nuestra identidad y subjetividad” (Pascual 65). Sumado a lo anterior, la discrepancia entre inserción laboral y educativa de muchas mujeres, en contraste con la persistencia de su encargo doméstico y crianza, refleja que las nuevas realidades y demandas no corresponden con los sistemas legales ni de creencias (Contreras y Castañeda).

Así, aunque los estereotipos se visibilicen, las estructuras institucionales parecen ser las mismas, conservadoras y desiguales. Por lo tanto, estas formas de cautiverios toman nuevas características, pero se mantienen desde discursos modernos que construyen subjetividades de mujeres que no se mueven por sí mismas, sino por otros, cargando distintos fardos invisibles de dobles jornadas que mantienen familias, afectiva, simbólica y económicamente.

La racionalización parece insuficiente, lo que requiere dar espacio a estos sentires para seguir abriendo camino a nuevas formas de transitar entre las demandas inhumanas y violentas, y dar cabida a los deseos propios, encontrar otros modos de ser mujer más humanos, compasivos y pacíficos. En este sentido, no podríamos cerrar sin agradecer y reconocer la generosidad de Castellanos por mostrarnos el espejo de su alma desgajada y dolorida que nos devuelve nuestra imagen una y otra vez con la posibilidad de ser transformada.

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Notas

[1] El termino patriarcal entendido como una forma de organización cultural que instaura una jerarquía social de dominación masculina desde la estructuración de roles de género.

[2] Refiere de sí misma.