https://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2723
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ARTÍCULOS
Pacífico agravio y ellas: Esta herida llena de peces de Lorena Salazar Masso
Pacífico grievance and they/mothers: Esta herida llena de peces by Lorena Salazar Masso
Pacifico Agravo e eles: Esta herida llena de peces de Lorena Salazar Masso
Ángela M. González Echeverry
Associate Professor Humanities & Social Sciences Department
College of Arts & Sciences
Gulf University for Science & Technology, Kuwait.
gonzalezecheverry.a@gust.edu.kw
Orcid: 0000-0002-6635-4763
Resumen: Las narrativas de la maternidad y el proceso de ser o no ser madres son frecuentes en la literatura, en el cine y en la cultura en general. Un breve recorrido por las agendas feministas de Occidente permitirá visualizar la experiencia de la maternidad/maternaje, llegar al concepto de parentalidad y dialogar con la novela Esta herida llena de peces (2021) de Lorena Salazar Masso. Dos madres que comparten un hijo y un viaje por el río en medio de un conflicto que desborda a los habitantes del Pacífico colombiano son el relieve que presenta aquel estado permanente de tránsito y de reajuste. Los estudios sobre la liminalidad constituyen el tejido para encontrar espacios de la novela que vinculan a sus personajes-ellas y al río Atrato, con la reformulación de fuerzas/valores sociales y culturales. Se analizan las intersecciones entre la experiencia de la parentalidad de ambas madres y el río como espacios liminales de transformación continua.
Palabras clave: Literatura colombiana ; Lorena Salazar Masso ; Maternidad ; Pacífico colombiano ; Río Atrato
Abstract: Mothers and daughters and sons, the effect of being a mother and the process of becoming one or not being one are widely recognized narratives in literature, film and culture in general. This article traces the Western feminist agendas regarding the experience of motherhood/maternity in order to arrive at the concept of parenthood, to then enter into a dialogue with the novel Esta herida llena de peces (2021) by Colombian writer Lorena Salazar Masso. In it, two mothers who share the same child travel together by river in the midst of a conflict that overwhelms the inhabitants of the Colombian Pacific region, embracing a permanent state of transit and readjustment as the only way to live. Current studies on liminality will serve as the fabric to find those spaces of the novel that link its characters-they/mothers and the Atrato river with the reformulation of social and cultural forces/values. In short, the article tracks those intersections between the experience of parenthood of both mothers and the river as liminal spaces of unceasing transformation.
Keywords: Colombian literature ; Lorena Salazar Masso ; Motherhood ; Colombian Pacific ; Atrato river.
Resumo: As narrativas da maternidade, o processo de ser ou não ser mães são frequentes na literatura, no cinema e na cultura em geral. Um breve percurso pelas agendas feministas do Ocidente. Uma breve incursão pelas agendas feministas ocidentais permitirá visualizar a experiência da maternidade/maternagem, chegar ao conceito de parentalidade e dialogar com o romance Esta herida llena de peces (2021) da escritora colombiana Lorena Salazar Masso. Duas mães que compartilham o mesmo filho e uma viagem pelo rio em meio a um conflito que assola os habitantes da região do Pacífico são o relevo que apresenta o estado permanente de trânsito e de reajuste colombianos. Os estudos sobre a liminaridade constituem o tecido para encontrar espaços do romance que vinculam aos seus personagens-elas e ao rio Atrato, com a reformulação de forças/valores sociais e culturais. São analisadas as interseceções entre a experiencia de la parentalidade de ambas mães e o rio como espaços liminais de transformação continua.
Palavras clave: Literatura colombiana ; Lorena Salazar Masso ; Maternidade ; Pacífico colombiano ; Rio Atrato.
Fecha de ingreso: 05/07/2022 | Fecha de aceptación: 04/10/2022
Y el dolor, en silencio. Guardo su nombre en secreto. Necesito secretos para vivir.
Clarice Lispector, Agua viva (2020)
Las madres y las hijas e hijos, el efecto de ser madre y el proceso de llegar a serlo o no serlo son narrativas ampliamente reconocidas en la literatura, el cine y en la cultura en general. De hecho, hay trabajos recientes que compendian estas preocupaciones literarias y culturales[1]. Estas temáticas también han gravitado como constantes en las reivindicaciones de movimientos y grupos de activismo feminista poscolonial de Occidente (Marino, Hillenbrand). Persiguiendo estas intersecciones propongo, en el presente artículo, estudiar la novela Esta herida llena de peces –publicada en el 2021 por la escritora colombiana Lorena Salazar Masso– y establecer una conexión narrativa entre la experiencia de los personajes madres y el río como espacios liminales de transformación continua. Dicha noción se rastreará en este relato de dos madres que comparten un mismo hijo y un viaje por río hilará “en paralelo” la perspectiva incluyente de parentalidad y el agravio de un conflicto que desborda a los habitantes de la región del Pacífico colombiano; lo que exige, de hecho, un permanente estado de tránsito y de reajuste.
En el contexto de este estudio, se trazará un breve recorrido por las agendas feministas de Occidente con la idea de poner en perspectiva la experiencia de la maternidad/maternaje[2] y así llegar al concepto de parentalidad[3]. Después se señalará como bisagra interpretativa los estudios sobre la liminalidad para luego encontrar aquellos espacios de la novela que vinculan a sus personajes-ellas y al río Atrato, con la reformulación de fuerzas/valores sociales y culturales que despuntan de la ficción de la autora. Fundamentando así el territorio narrativo compartido por las madres/el hijo y el río, la novela de Salazar Masso refrenda las complejidades del Pacífico colombiano y de la experiencia humana de lo que hoy se conoce más ampliamente como parentalidad[4]. En esta narrativa de afluentes, de corrientes y remolinos, de caudales mortales y de trampas sociales, los personajes en un casi murmullo poético concertarán, en sus quehaceres imperfectos, tanto el territorio como las vicisitudes insondables de una historia de agravio.
El sentido de transformación persistente que vincula las dos entidades fundamentales de la historia, es decir, la parentalidad/madres y el río rodea, como se verá, la narración de este viaje por las aguas del Atrato, mientras entran y salen memorias de la infancia de la protagonista y del tiempo que ella ha vivido con este niño que es su hijo aun sin haberlo engendrado. No sabemos sus nombres, pero sí sus penas. En efecto, la novela es una resistencia a la muerte y una balada a aquel río que “huele a pescado en sal, naranja y madera mojada” (Salazar 10) y en cuyo paso convergen múltiples grietas y constantes resignificaciones afectivas y culturales con relación a la parentalidad y a la tragedia.
Cauces
Lorena Salazar Masso es una escritora colombiana que recientemente debutó en el mundo literario. Nació en Medellín en 1991 y muy niña se fue a vivir a la región del Chocó –en el Pacífico colombiano– con su familia. De profesión publicista, su primera novela Esta herida llena de peces (2021) se fraguó durante su paso por la Escuela de Escritores de Madrid y se publicó en Tránsito Editorial, España, y en Angosta Editores, Colombia. Previamente, publicó cuentos y el libro digital Calle rosada. Paloma Abad, al reseñar la novela de Salazar Masso y combinar apuntes sobre esta obra y citas textuales de la propia escritora, establece que la idea de que “Un viaje por el caudaloso río Atrato, en la olvidada región colombiana del Chocó” es el escenario propicio para “enhebrar temas tan universales como la maternidad y el sentido de pertenencia” (s/p). Por su parte, la articulista Cristina Suárez, en la revista Contrapunto el 17 de noviembre de 2021 afirma que la novela aborda “con maestría diferentes temas de hondo calado como el concepto y la definición de ‘maternidad’”, así reconoce en Salazar Masso “una nueva autora latinoamericana con grandes posibilidades literarias” (s/p). En esta misma dirección, Juan Marqués la describe como “una novela-río […] todo fluye en ella igual que la canoa sobre el río Atrato” (s/p).
Entre estas perspectivas, vale la pena incluir aquí una entrevista de la autora con el escritor Giuseppe Caputo, publicada en el 2021 en la plataforma YouTube y que gira en torno a los puntos biográficos que, como ecos, resuenan en la novela. En este conversatorio, se destacan tres elementos significativos: primero el reconocimiento por parte de Salazar Masso de la dualidad del río; relata que cuando estaba pequeña culpaba y preguntaba al río por las desgracias de la región. De niña solía adjudicar al río la responsabilidad de los sucesos y de las tragedias que vivían los habitantes del territorio bañado por sus aguas. Sin embargo, Salazar Masso también sabía que el río Atrato era el único camino para la entrada de alimentos y de recursos para la subsistencia de la comunidad del Chocó. En esta tensión, la autora ratifica lo dual del río que más tarde será narrado en la novela como espacio de bendición y de ahogo.
El segundo elemento a destacar es la riesgosa convicción de la joven escritora al momento de crear a la madre narradora-mujer blanca y establecer su voz como un “espejo” para repasar, como ella misma lo dice, las relaciones de solidaridad y los lazos afectivos de las mujeres del Chocó. Se refiere, así, tanto al territorio como a las comunidades afrocolombianas. Por último, la entrevista trata el tema de la maternidad y el sentimiento lúdico sobre el que se mece la relación madre e hijo en la novela. El entrevistador afirma que en Esta herida “la maternidad es una forma de pensar el territorio y también un lugar donde el lenguaje renace” (minuto 17:11). Tal interpretación viene de la mano de las escenas de violencia y tragedia, particularmente, en el caso de la toma de la iglesia. Frente a este comentario, la autora confiesa la importancia que, para ella, tiene narrar hechos históricos y explorar la presencia de un silencio de la comunidad como forma alternativa de reparación y de reinvención.
Hay que agregar que la temática del territorio, en la novela, más allá de ser parte de la tendencia de las narrativas sobre el Pacífico, descentraliza el canon literario, al atravesar la región y sus habitantes, sin perder de vista el conflicto y las violencias, pero se circunscribe literaria y estéticamente a un recorrido vital transformador de madres, hijos, tierra y río.
Patricia Reguero Ríos de la revista digital El Salto entrevista a la escritora y le pregunta sobre la popularidad del Pacífico en la literatura colombiana reciente. A esto ella contesta que “hay una disputa por la tierra, y las madres han sido las que más han sufrido esta lucha. Eso hace que la novela sea del Pacífico. Eso y el río, y el pescado, y los árboles, y el verde” (s/p). En este caso, lo que parece evidente, lo es, pero no pierde su valor literario. Tampoco hay trivialización de la relación entre las madres y el hijo o entre la comunidad y su entorno. De hecho, la novela confirma el interés actual que múltiples perspectivas examinan la complejidad de las relaciones parentales. Ya no es suficiente registrar aquella íntima y prístina relación de padres y madres y su correspondencia con los valores tradicionales y hegemónicos de la familia, ni tampoco, negar o desechar estos valores como parte de los proyectos nacionales. Lo que sí puede evidenciarse es la presencia de personajes y de relaciones parentales que desnaturalizan los roles fijos, al cuestionar el origen y la función de la parentalidad y de sí mismos como única alternativa de la familia.
Desde luego, pese a todos los intentos promocionales para los lectores potenciales de la novela reunidos en notas de periódicos, entrevistas de la autora, blogs y en otros medios, no hay un estudio crítico todavía en el cual se proponga un trayecto que se distancie del innegable reflejo de su temática –violencias, Chocó, maternidad– para establecer otros vínculos, otros relatos posibles y otras coincidencias con la voz del afuera en el adentro de las comunidades y de las madres de la región. Todos estos elementos de la narrativa de Lorena Salazar Masso se recogerán a continuación, considerando además otros trabajos literarios y algunas voces del activismo de los movimientos feministas. Cabe insistir que la perspectiva crítica de la novela se localizará en la experiencia de la parentalidad y en el despliegue de una mirada de íntimas subjetividades en constante transformación.
Mencionaré algunos títulos de narrativas recientes que confrontan la unicidad con relación a los roles sociales/género y al complejo proceso humano y cultural de la parentalidad. Novelas como Quién quiere ser madre (2017) de Silvia Nanclares, Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez, Las malas (2019) de Camila Sosa Villada, La hija única (2020) de Guadalupe Nettel, Poeta chileno (2020) de Alejandro Zambra y La madre de Frankenstein (2020) de Almudena Grandes desarrollan sus historias alrededor de estas relaciones y de cuestionamientos éticos que van desde el establecimiento de un tiempo y un lugar adecuado para la parentalidad, hasta la muerte, la voluntad, el sufrimiento y el vínculo para agitar aspectos como la legislación, la legitimidad y las múltiples parentalidades. Estas obras revelan los claroscuros de estas complejas relaciones.
En el 2021, las salas de cine y las plataformas digitales exhibieron Madres paralelas (2021), de Pedro Almodóvar, cuya insistencia creativa sobre las madres ha rondado al cineasta español por décadas. También con preocupaciones similares, la película Aurora (2021) de la costarricense Paz Fábrega presenta una compleja relación entre dos personajes femeninos que han vivido la decisión de la maternidad desde lugares diametralmente diferentes[5]. Por su parte Las siamesas (2020), el nuevo filme de Paula Hernández explora el desgarrador proceso de la emancipación. A contracorriente Así es la vida (2001) de Arturo Ripstein es una película que presenta una maternidad que desborda el sentir convencional y expone claramente el interés de la temática sobre madres e hijos.
Este breve inventario de productos culturales perfila la intención de las narrativas sobre la parentalidad en el cine, en la literatura y en un amplio espectro cultural[6]; para darles una dimensión material a las preguntas y a las formas de explicar y entender este componente subjetivo, pero universal de las relaciones parentales.
Vertientes
La novela Esta herida llena de peces se inscribe en la anterior dirección, pues responde a una práctica literaria y cultural que abate los roles fijos de las relaciones madres e hijos y que se extiende gracias al activismo de los movimientos feministas. La maternidad/parentalidad se inserta en sus agendas generales para luego dirigir la militancia a aquellas prácticas humanas de madres, hijos, hijas y padres cuyas experiencias han dejado de ser el efecto de un proceso natural sagrado para constituirse en una cuesta de variantes culturales, socioeconómicas y físico-biológicas en las que habitan posiciones generacionales y resignificaciones individuales y colectivas acerca de lo que nunca ha sido simplemente dado.
De cualquier manera, el enorme interés por la escritura que se adentra en estos procesos en cuyos vértices se cruza el género, lo cultural y lo político empezó a tomar forma con la primera ola feminista[7]. Desde luego, estos primeros activismos le apuntaron principalmente al voto de la mujer y a superar cualquier impedimento con relación a la igualdad de derechos. La maternidad no estaba explícitamente incluida en la agenda, pero sin duda para estas primeras luchas feministas fue altamente significativa la legalización de la píldora anticonceptiva y, con ello, la desacralización del rol maternal[8]. Sucesivamente, se incluyeron temas como el trabajo doméstico y la crianza de los hijos, en especial, en el marco del patriarcado. Los esfuerzos se centraron antes que nada en combatir la ausencia de salario y de beneficios laborales para aquellas mujeres que permanecían en casa y en subrayar la importancia de su reconocimiento social.
Dichos reclamos adquirieron mayor relevancia en los idearios de activistas cuando estos escenarios se consideraron parte indispensable del sistema de producción. Poco a poco se trazaron conversaciones más precisas sobre el cuerpo femenino, los derechos sobre los hijos en caso de divorcio, la construcción cultural de los géneros y el derecho al aborto.
Este último asunto ha sido la marca histórica y la senda principal en la cual se han insertado no solo los derechos de las mujeres, sino también el tema de la parentalidad voluntaria. Tales cuestiones introdujeron definitivamente la maternidad/parentalidad en el panorama cultural y político de académicos, legisladores y productores culturales. Así fue como la segunda ola feminista emprendió el camino hacia la teoría de la diferencia. Sin embargo, cabe mencionar que el feminismo abierto de los años setenta popularizó el debate sobre la maternidad que se daba por hecho. Estas discusiones inauguraron otras disputas sobre el esencialismo del género, del cuerpo femenino y del posicionamiento cultural de la mujer madre[9]. Se acogieron nuevos modelos de feminidad y la crianza de hijos se problematizó como signo exclusivo de éxito femenino y se cuestionó, así, la institución del patriarcado.
En este sentido, no puede perderse de vista el descontento y malestar de la ama de casa que, sin saberlo, carecía de una identidad propia separada de su rol de esposa y madre. Fue así como el activismo intelectual experimentó una especie de desprecio por quienes se daban a la experiencia de la maternidad, pero paulatinamente se logró, al menos en teoría, destapar el tabú para hablar de la vida de la mujer madre y no meramente de la mujer y de la maternidad[10].
En el camino, se diferenció la práctica de la maternidad como experiencia y la maternidad como institución. En efecto, la noción maternal thinking[11] permitió un diálogo expansivo sobre aquellas actividades del día a día que estaban dirigidas a proteger la vida y la crianza de los hijos y que, en realidad, promovían una manera particular de pensar. Se trataba de una especie de intelecto que no estaba exclusivamente suscrito a la mujer, sino a quien, en general, trabajaba en educar y cuidar a los críos. No obstante, desligar el acto maternal y el hecho de la maternidad abrió una importante brecha que disputó el valor intrínseco de la reproducción, dio paso a la movilización de los roles de género y transfiguró la compleja experiencia de la maternidad en un acto de características políticas y sociales.
La tercera ola feminista[12] –como se llamó al activismo de finales del siglo XX– promovió la expresión de la libertad sexual como una manifestación de las identidades, mientras se ampliaba y se hacía más complejo el espectro de las categorías de género.
Estas tendencias dieron paso a una tensión incluyente de raza y género como categorías sociopolíticas cernidas, por supuesto, por la clase social en un panorama dominado por la economía y el mercado. Se formuló y se desarrolló el concepto de interseccionalidad[13]. Los múltiples vectores localizaron la experiencia de la maternidad en un plano de complejidad cultural en el que también se desmontaron los reclamos del mainstream western white feminism, al argumentar que no es preciso olvidar las ventajas comparativas de estos sectores y pretender que sus demandas sean las demandas que corresponden a todas las mujeres. Por tanto, aglutinar las madres y no madres de la periferia resulta absurdo y reduccionista. Dicho de otro modo, se propuso una dirección inclusiva, interseccional y transnacional para la lucha por los derechos de las mujeres. En igual sentido, se formularon ajustes significativos a los valores considerados al servicio del proyecto hegemónico de las élites blancas. Aquí es necesario incluir los movimientos de decolonización y el transfeminismo[14], que desplazan así las sexualidades heteronormativas que le dan visibilidad a parentalidades no biológicas.
Como resultado, esta contienda de múltiples aristas y de colectivos con proyectos diversos sitúa el tema en una zona gris donde la maternidad biológica, las tecnologías, los cambios médicos/legales, los embarazos en vientres alquilados, la congelación de óvulos, la subrogación de vientres y, más ampliamente, el mercado de la reproducción, propusieron distintos paradigmas. En este tejido, la recepción social de la maternidad y las vías de control sobre los cuerpos, la fertilidad, la sexualidad y la feminidad continuaron y continúan siendo ejes fundamentales de los debates culturales de quienes alternativamente le apuestan a otros paradigmas sociales y familiares. De este modo, debates sobre la cobertura de salud, las nuevas tecnologías, los sistemas de fecundación asistida y la parentalidad para las minorías están a la orden del día.
En 2017, el activismo dio un giro con la corriente Me Too[15]. Además de las denuncias sobre abusos y violencias sexuales, sus reclamos han venido tratando otras esferas de la vida de las mujeres: lo cotidiano, lo laboral y lo económico comprueban las arbitrariedades y desigualdades de género. Las redes sociales combustionaron y el poder del internet inauguró o reafirmó una variante poderosa del activismo que junto con manifestaciones y marchas[16] en diferentes geografías se ha dado en llamar la cuarta ola feminista. El efecto dominó de este movimiento sacudió las conversaciones por las que transcurren los debates feministas hoy día. En cualquier caso, sería corto de vista simplificar los reclamos de colectivos, minorías y mujeres a una cuestión meramente mediática.
Las denuncias del movimiento Me Too junto con las nuevas formas de activismo digital y performance ciudadano han motivado sentimientos solidarios y diálogos culturales que, sin duda, reconquistan la imparcialidad del protagonismo de procesos como la maternidad, la crianza y los roles de género. De este modo, vuelven así sobre los desequilibrios en las relaciones de poder.
Una mirada actualizada dibuja un camino de intersecciones transversales e incluyentes, y centra la atención en formas heterogéneas de parentalidad que han dado origen a complejas variantes familiares que, como consecuencia desnaturalizan la célebre madre tradicional.
Riveras
En este escenario histórico, encuentra sentido el estudio de la novela Esta herida llena de peces, ya que traza quiebres y narra el proceso transformador permanente de las madres personajes. La novela relata esas corrientes permanentes de umbrales y de penas, de aguas y de habitantes que dialogan y riñen con los mandatos sociales.
El análisis que planteo en este estudio, sin intentar ser del todo novedoso, busca hilar la relación entre la maternidad y el río como espacios de transformación permanente y con el propósito de entender este vínculo discursivo, hago uso de la teoría de la liminalidad y su correspondiente sistema de espacios liminales.
En esta búsqueda, hay que referirse a Arnold van Gennep, quien formuló el concepto de liminalidad como parte fundamental del rito. Su principal aporte fue el desarrollo de la noción de rito de paso en su obra de 1909. Para este autor, los ritos de paso son las formas en las que humanos-comunidades e individuos revelan las transformaciones. En sus estudios puede establecerse que, en teoría, “los ritos de paso incluyen, ritos preliminares (separación), liminares (margen) y postliminares (agregación)” (Van Gennep 25). Este inventario ha sido la clave para el estudio de liminalidad.
Retrospectivamente, los teóricos han dilatado la aplicación de estas ideas más allá de las prácticas ceremoniales o rituales para hablar de una serie de “procesos de transformación y experiencias de incertidumbre” (March 2)[17]. De hecho, el estudio de la liminalidad se ha entendido como un punto de cruce, de transmigración o vacilación, convirtiéndose entonces en un espacio “complejo o mediador entre puntos, constituido por una exterioridad” (March 457)[18]. Ahora bien, este mismo trabajo recopilatorio de la aplicación del concepto de liminalidad incorpora una valiosa variante que asocia la liminalidad espacialmente con áreas de intersticios, lagunas y vacíos.
Cabe anotar la formulación de pasadizos y umbrales incluidos por Stavrides, al igual que fronteras y áreas de permeabilidad de Michel De Certeau. Por su parte, Loren March compila una serie de ideas asociadas con la vaguedad y refiere a Mike Crang y Penny Travlou con relación a los conceptos de espacios de tiempo alternativos o sitios espectrales en los que varias temporalidades chocan, lo que vuelve imposible la identificación del lugar. Estos espacios liminales se describen como “porosos […], rizomáticos […], y como espacios de ‘devenir y movimiento” (March 457). Ahora bien, la noción de liminalidad ha sido revisitada para aplicarse a diferentes contextos teóricos, de modo que excede la circunscripción inicial del rito y sirve a los estudiosos de las ciencias sociales para la elaboración de modelos de análisis cultural, como en el caso que aquí me ocupa.
Las experiencias liminales han sido referidas, en años recientes, a la arquitectura, principalmente, a aquellos espacios que retienen o despiertan un sentido de ambigüedad y transitoriedad. A estas zonas se les llama unidades liminales y se han transformado en partes imprescindibles del diseño actual. En arquitectura, las unidades liminales son las fisuras entre áreas; lugares como corredores y cruces que se constituyen en lugares de paso y que se diseñan con el propósito de hacer transiciones tempo-espaciales en las ciudades. Ejemplos claros de estos espacios se pueden ver en construcciones de aeropuertos, pasillos de entradas a grandes edificios o lobbies de complejos comerciales. Lo anterior deja claro que el concepto de liminalidad no está exclusivamente suscrito a los rituales de paso esbozados originalmente por la teoría antropológica de Van Gennep.
La ampliación y extensión de su significación moviliza áreas relacionadas con la traslación, caracterizadas por la inseparable posibilidad de la virtualidad, como lo señala March, en su artículo, al referirse al trabajo sobre este tema de Gilles Deleuze y Brian Massumi. De hecho, el devenir en movimiento, la transitoriedad continua y la permeabilidad como condición humana atravesarán el sentido de la presente lectura que sugiere conceptualmente aquellas conexiones narrativas entre la experiencia de los personajes madres y el río como puentes interpretativos de la novela de Salazar Masso.
Las cuestiones mencionadas interesan aquí fundamentalmente para pensar la novela Esta herida llena de peces, sobre todo, por el encuentro interseccional de la parentalidad y el río Atrato –uno de los más caudalosos del mundo y que durante las décadas de los ochenta y noventa estuvo controlado por grupos insurgentes– dentro de un plano liminal (Turner)[19]. Dicha área liminal hace posible el encuentro de los personajes con el relato de la zona del Pacífico. Como resultado de estas intersecciones discursivas, propongo que, en lugar de ver estas entidades como simples arquetipos narrativos, en relación con la madre y el río, la novela de Salazar Masso fusiona las grietas de ambos recorridos para sorprender a los lectores y para resignificar lo femenino, la parentalidad y la comunidad del Chocó embebida por el río, como se mostrará a continuación.
La narradora es consciente de su transitar y del espacio liminal que habita. Ella, al igual que el río pasarán, se transformarán sin remedio y será a través del movimiento imparable de su existencia que este relato revelará el agravio de la guerra y sus infinitas pérdidas, “me olvidará como el agua dulce olvida al Atrato cuando entra al mar” (169) y al mismo tiempo extenderá las voces a parentalidades alternativas, afectos voluntarios y solidaridades no hegemónicas.
Según esta óptica, la experiencia de la parentalidad es narrada con la intuición de la incompletitud. La vivencia es transformadora, pero no se torna como unidad o como fin en sí misma. “¿Qué clase de madre deja a su hijo junto al río? Una madre como yo, incompleta” (128). Esa incompletitud, esa porosidad, esa permeabilidad de la que habla De Certeau es, sin duda, la primera coincidencia que los lectores hallan entre la parentalidad y el río Atrato. Los dos procesos son vitales, se anudan y se referencian a sí mismos en el espacio liminal que ocupan en la historia. Una y otro son también formas “de habitar la tierra” (93), son dos temporalidades vacilantes a punto de cruzar. Al lector se le cuenta que este vínculo parental no es convencional y quizá siempre exige ser explicado, incluso el niño lo percibe y así se lo aclara su madre: “La mujer de la que naciste no pudo quedarse contigo, con nosotros –dije. Tomé una hoja, dibujé dos mujeres: una negra, otra blanca, y un niño, negro también. Le expliqué: –Esta es tu mamá negra, esta es tu mamá blanca y este eres tú” (22).
De fondo, la novela hace una directa exploración del tema racial, aunque aquí me centraré en hilar la relación entre parentalidad y río, cuya complejidad la escritora llama “contar lo ajeno”.
De este modo, atravesados por las condiciones geográficas y enmarcados por la identidad racial de los personajes, el Chocó y el Pacífico colombiano son nudos por los que se desliza el relato. Gracias a los espacios liminales van coincidiendo las relaciones parentales y las aguas remolinas del río. Es así como se trenzan las marcas raciales de la protagonista, del niño y de esta tierra que tiene “tres soles diferentes […] el de la madrugada [que] tiene pacto con los gallos; el del mediodía [que] seca la ropa y calienta el arroz; el de la seis de la tarde, el milagroso” (145). Porque como lo plantea Sonia Fides, “Salazar construye una fábula que hiere en una larga carrera habitada por la belleza, la valentía y el clamor de los olvidados. Y lo reúne en torno a la mirada de una madre asustada y generosa que no comparte piel con su hijo, pero que comparte con él la extensa mirada del corazón” (s/p). En este sentido, se asume que la historia de Esta herida… iguala ambos espectros a través de la experiencia de la madre de crianza y la madre biológica.
Los personajes viven sus vidas y sus pérdidas en este Chocó que es Pacífico y que, de pronto, sin dejar de mirar del todo hacía el Caribe advierten sus raíces en la selva. Su gente, sin duda, navegando las aguas del Atrato abraza los dos océanos (Pacífico y Caribe) y esta senda por la cual alcancen por fin la justicia y las oportunidades porque “la carretera de Quibdó al Carmen del Atrato, donde nace el río, es una línea de curvas peligrosas. Angosta llena de huecos; el miedo se asoma por la derecha: peñascos, árboles más cerca del infierno que de la carretera” (42). De hecho, los retos de la cartografía y la precariedad de la infraestructura preponderan la presencia del Atrato cuyo recorrido transfigura el sentido de ser madre, los colectivos de mujeres cantoras de tristezas en forma de alabaos, el hijo de dos madres, los pueblos aledaños al río viajero, la muerte y la existencia que se aferra a la tierra, pero que navega por aquellas aguas insondables de crímenes y de heridas.
Cauce profundo, custodiado por casonas viejas, acompañado de niños y de mujeres que lavan la ropa en la orilla. Es el río en sus primeros años, viene del Carmen del Atrato y muere en el Caribe. Los habitantes del pueblo viven de él: pescan, lo navegan cantando, le rezan. Un brazo ancho de tierra negra. Adentro, en la selva, el Atrato no espejea como el Amazonas, no se parece al verde Cauca ni al Magdalena que recorre el país enfurecido y espumoso. A veces pardo, a veces canelo, tiene el olor que brota de un álbum de fotos que se abre después de mucho tiempo. (Salazar 10)
La protagonista sin nombre va narrando esta cuenca hídrica de peces y de muertos y, al mismo tiempo, se narra a sí misma como madre en la desorientación que implica su transcurrir por la maternidad sin haber dado a luz a ese niño que pronto ella entregará a su otra madre, a su segunda madre Gina, a su madre negra, “no me nació a mí, pero soy su mamá. Lo digo para mí cada noche, una oración al desapego” (13). Este mantra logra transformar una relación de extraños determinada por el azar, al admitir que ella, de ningún modo, tendría hijos porque estaba segura de que “Parir amarga y cierra a las mujeres, las convierte en madres egoístas, cangrejos impenetrables que se esconden en un exoesqueleto desde el que atacan con tenazas afiladas” (157). Aunque la maternidad de Gina la cambia, la reconfigura a pesar de su ausencia, pese a haber dejado a su hijo al cuidado de otra.
Los lectores entran en la relación de ambas madres cuando la protagonista desembarca en Bellavista con un niño que “me nació en otra mujer” (99). El enigma de la separación de la madre biológica y de este pequeño lo cuenta Gina al revelarle a la narradora su tragedia: “a los mayores se los llevó esa gente […] luego me llamó una mujer ‘los mataron cuando intentaron volarse’ […]. El menor murió de paludismo hace seis meses” (161). En adelante ambas mujeres serán madres incompletas, “el niño no es del todo mío, tampoco de ella” (158).
Esta especie de cooperación impensada entre las dos mujeres las recorre y hace de su experiencia parental una experiencia liminal. La narradora así lo confirma, señalando que ha preparado al niño “para una vida llena de intercambios” que envuelve una educación mutua, “yo le enseño a ser y él me ayuda a deshacerme, a vivir bajo nuevas formas, señales que nadie comprendería” (13). En esta hermosa declaración de la madre se instaura un principio de transversalidad que golpea la acostumbrada manera de enfrentar la crianza de los hijos. No es la madre la que lo sabe todo, ni siquiera cuando no es “capaz de confesarle que nunca había aprendido a montar [la bicicleta]” (89). Es precisamente no saber lo que legitima el vínculo con el pequeño y permite que ambos aprendan todo aquello que es preciso ser porque “los osos pueden ser hembras” (76).
El río comparte esta transformación de las madres. Sus aguas van y vienen, se juntan con arroyos, crecidas de lluvia y soles incandescentes. La selva aguanta la zona. “El sol pica, los árboles compiten con el agua: quieren meterse, robarle espacio al cauce del Atrato. Se cuelan los alaridos de un pájaro” (23). No es posible habitar la geografía de esta narración sin transitar el Atrato, sin mencionar caseríos escondidos entre la selva, mujeres trenzando sus pelos desde los muelles, lanchas de dos motores, hombres de verde con pañuelos rojos atados al cuello, humaredas grisáceas, “cantos que se pierden en los matorrales” (56), escuálidas casetas y la devoción de quienes miran hacia el Atrato. Los habitantes aledaños han afincado su vida y sus muertos en estas aguas, sin duda como lo expresa la narradora, “somos una comunidad de peces, vivimos al son del agua” (80) y en efecto “por el río empezamos a perder esta tierra” (93).
Aquí es pertinente hablar de Ríos de vida y muerte, un proyecto de Rutas del Conflicto[20] cuya base de datos se acopia para dar a conocer las historias trazadas por el mapa de los ríos colombianos donde millares de nacionales indagan por el paradero de sus familiares desaparecidos en medio del conflicto armado[21]. Para el caso específico del río Atrato que contiene los municipios por los que viajan sus aguas, se estima que alrededor de 3500 personas fueron arrojadas a la cuenca del río Cacarica, municipio de Riosucio que desemboca en el Atrato. Ríos de vida y muerte explica esta situación en los siguientes términos:
En Chocó, casi todos sus 30 municipios tienen nombre de río. Cada cauce hace parte del esqueleto fluvial de un departamento que de otra manera no podría comunicarse, debido a que las vías terrestres son escasas y peligrosas […] Uno de los ríos más caudalosos es el Atrato, un verdadero surtidor de agua dulce que produce entre 4.200 y 4.900 metros cúbicos de agua por segundo. Como si fuera poco, Chocó tiene gran cantidad de aguas subterráneas debido al volumen de lluvias; esta situación dificulta el enterramiento de cadáveres. Esa, una de las razones por las cuales los cuerpos de tantos fueron a dar al río: era más fácil que dejar a los asesinados medio cubiertos con tierra. (s/p)
El río se vincula, en la novela, a la experiencia de la maternidad desidealizada, desprovista. Ambos son territorios movedizos, regiones de traslación que se intuyen en virtud del espacio liminal señalado como área de cruce y de transformación. Como lo expresa Laura de Grado Alonso, “asistimos al viaje de una madre y un niño a través del río Atrato, en el Chocó. Pero el río no es simplemente un elemento a través del que viaja” (s/p) y como lo apunta la narradora “todos los viajes dueles” (84).
Los hijos son prestados, se oye decir, y ambas madres lo intuyen. También lo saben los pobladores vecinos, habitantes y dolientes del río, “testigo de llantos y sangre, nacimientos y muertes, salidas y llegadas” (93). Las dos madres van cruzando umbrales de tiempo y espacio. La experiencia que las hace madres para darle sentido al niño es inusual, es paralela. A pesar de la aparente singularidad de esta relación de tres, la narradora aclara que “ser madre es algo que llega” (99) pero no del todo. Gina una noche que olía a papaya tocó a su puerta “no puedo quedarme con él” (101) le dijo y de ahí en adelante, sin tiempo para “explicarle que no tenía idea de cuidar bebés [y que] ni siquiera sabía que me gustaban. Nos dejó solos” (101). En la soledad perfumada a fruta madura, la narradora entra al espacio materno porque “no iba a ser menos madre por no sentir un peso en el vientre” (103). Acunar la vida, mecer al niño: suave movimiento que forma un conjunto de representaciones culturales destinadas a contradecir la idea generalizada que indica que la maternidad es un espontáneo instinto de la realidad y no una separación de ella. En este vínculo que no es natural muy a pesar de lo inculcado, hay una ruptura, un alumbramiento, un hacerse en conjunto. En efecto, Esta herida… traslada esta inusitada desnaturalización, en el caso de las madres, a una experiencia parental que abraza la curiosidad, la vicisitud y el tránsito interior. “Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene el hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es el brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace unos años” (125).
Juntos navegan los secretos de la vida, sin las aprehensiones de lo impuesto a priori, “tener un hijo es buscar, todo el tiempo, formas de explicar el mundo” (129) y habitarlo al mismo tiempo. La novela le apuesta a un dialogar de dos maternidades disímiles en cuyo vértice se hallan ambas mujeres para participar de aquella imposibilidad de perfección y en consecuencia perdonarse una a otra, “dejemos que viva entre las dos” (171).
Ambas mujeres dudan sobre su propia idoneidad con relación al niño y, tal vez por eso, la obra recuerda a los lectores que “los hijos son más del río que de las madres” (137). Gina y la narradora pueden tensar las verdaderas dimensiones de la maternidad, presentando su contracondición, reapareciendo aquí lo significativo de que la novela establezca el sentido de la parentalidad con sus compuestas y complejas formas, “monoparentalidad, homoparentalidad, coparentalidad, pluriparentalidad” (Valdés y Piella 10). Por fortuna, en Esta herida… se extiende la experiencia de la maternidad desde la liminalidad, de tal manera que la parentalidad de ambas mujeres da paso a un espacio transgresor de lo dualista, que desnaturaliza el referente espacio-temporal de la madre convencional.
Desde esta perspectiva, la novela tiene implicaciones sobre cómo entender la identidad, la experiencia parental y la agencialidad. Incluso la tragedia del final del relato es significativamente trascendental como efecto de la narración de identidades planteadas a lo largo de la historia respecto de la experiencia de la maternidad. En este sentido, surge un péndulo que puede consentir o resistir estructuras opresivas, siempre en el marco de aquellas experiencias transitorias e imperfectas como el río en su esencia. Gina muere con su hijo en la iglesia y la narradora “se acuesta de cara al cielo, nubes y relámpagos; sin llorar, me entierro en el silencio con la mirada hacia dentro. Me cierro” (182).
La desgracia destroza a muchos y recuerda a los lectores que solo somos pedazos inconclusos, pasajeros sin retorno, extraños habitados por los hijos o por las madres, por aguas subterráneas y por el misterio que se establece cuando la maternidad transforma los caminos. Ambas mujeres “son madres del mismo niño, un parentesco sin nombre […] en tierra de madres abandonadas” (164). En efecto, descubrir la relación narrativa entre las madres y el hijo, entre el litoral y el río Atrato, entre la vida y la muerte es el secreto guardado en la poética de Lorena Salazar Masso y de toda una tradición feminista y literaria de autoras, escritoras (Noguerol y Winks, Morales y Amado Castro) y madres.
Mientras que en el feminismo y en el activismo feminista se ha batallado la validación de la mujer madre y la igualdad interseccional para quienes han decidido ser o no ser madres, la literatura y, en este caso en particular, la novela Esta herida llena de peces, además de tratar de imaginar lo que nos sobrepasa, activa narrando la experiencia de la maternidad/parentalidad a través de los espacios liminales, que son esencialmente dinámicos y alteradores.
Así como en la arquitectura se crean pasillos, corredores, intersticios o áreas de tránsito, esta historia contenida en el viaje por el río Atrato de una mujer y un niño propicia reflexiones sobre la transformación de la experiencia parental. La aparente fugacidad de los años que vivió la narradora y el niño se encuentra con los lectores para embarcarlos y mecerlos por una senda fluida que, en efecto, reconfigura zonas de claroscuros y de solidaridades coreadas. En el esfuerzo por habitar ser madre y ser de la zona del Pacífico, la narradora recorre su infancia, recupera a Gina como madre de su hijo y se despide de ellos. Su experiencia es inacabada, como su dolor.
A diferencia de la liminalidad planteada por Van Gennep, retomada por Victor Turner y ampliada a otros enigmas socioculturales, el espacio transformador de la novela imbrica el presente de los personajes y lo existente en el entorno del río. Es entonces cuando esta propuesta interpretativa se hace catalizadora de los ajustes en el paradigma de la parentalidad. Lo anterior puede conducir a una perspectiva más incluyente de los procesos de resignificación cultural del Pacífico y de género. Por consiguiente, la relación entre el río y la maternidad desmonta los significantes tradicionales de identidad femenina y de identidad regional. Las experiencias en la novela de Lorena Salazar Masso son segmentos, son tránsito, transforman la unidad gracias a la intertextualidad que se hace del concepto de liminalidad.
Afluencias
En la novela en estudio, se articula un discurso literario que va más allá de la violencia, la miseria y la desolación, a pesar de que la obra está atravesada por estos fenómenos que hacen del final una vuelta a la invariable historia de Colombia. Pese a esta visión casi apocalíptica de la toma de Bellavista y la masacre de la iglesia, Salazar Masso esparce una intensidad poética que da la sensación de ser esperanzadora porque asegura la solidaridad como una forma genuina de vivir la soledad y la muerte. Entender la dinámica de las identidades raciales, de la historia compartida y de la memoria colectiva del Pacífico colombiano, mientras se aprende a ser madre de un hijo compartido, es sin duda facilitado por los instantes liminales en que como sostiene Turner “todo tiembla en el equilibrio” (5). Esta herida llena de peces consigue exponer a los lectores a la experiencia insondable de agravios que, sin petrificar las comunidades del Chocó, ni a las madres que allí habitan, reformula las fuerzas/valores sociales y culturales.
De hecho, la advertencia final es el permanente sentido de reajuste que tanto las madres como el río profesan en el devenir vital de la historia. Se prueba así la sugerida conexión narrativa entre la experiencia de los personajes y el río, cuyo vínculo aparece en virtud de aquellos espacios y tiempos de transformación continua. En efecto, la aceptación de una parentalidad de dos madres trastoca discursivamente las jerarquías y las estructuras de las relaciones familiares habituales. Da paso de esta manera a otros modelos de relación social que arrollan la perspectiva que unifica y naturaliza la maternidad.
Para concluir esta lectura debo mencionar a Francia Elena Márquez Mina quien fue elegida recientemente como vicepresidenta de Colombia para el periodo 2022-2026 y cuya presencia en el nuevo gobierno ratifica el sentido de transformación que se descubre en la lectura de la novela y así visibiliza aquellas intersecciones que son habitadas por las comunidades afrodescendientes donde la experiencia de la parentalidades es genuina, incluyente y múltiple como también lo son los bordes movedizos de las corrientes del Pacífico colombiano.
Referencias bibliográficas
[1] Más que una genealogía, retomo la selección hecha por Brenda Morales Muñoz: La perra de Pilar Quintana; Daniel: Voces en duelo de Chantal Maillard y Piedad Bonnett; Los amores de Laurita de Ana María Shua; Una suerte pequeña de Claudia Piñeiro; Distancia de rescate de Samanta Schweblin; Quién quiere ser madre de Silvia Nanclares y Nueve lunas de Gabriela Wiener. Maternidades, editado por Carmen Canet y Rosario Troncoso, recoge un canto divergente con relación al tema. En el mismo camino está el libro de Laura Freixas, Madres e hijas y la antología inglesa Close Company: Stories of Mothers and Daughters hecha por Christine Park. En el artículo de Margarita Leoz “Escritura y maternidad: Ursula K. Le Guin tenía razón” pese a que se acerca a la idea de genealogía, la autora se pregunta por los sentidos acerca de la maternidad y el oficio de ser madre.
[2] Ver De maternidad a maternaje de Magdalena Sancho Moreno. Este trabajo interdisciplinario ofrece una perspectiva sobre el debate contemporáneo y provee un marco teórico referencial con relación a ambos conceptos y sus distinciones socioculturales.
[3] El concepto de parenthood remite tanto a paternidad como a maternidad y, en las definiciones de diccionario, se encuentran las siguientes acepciones: state of being a parent (cualidad de ser padre/madre), role of a parent (papel de un padre/madre), siendo parent cualquiera de los dos progenitores. Se entiende entonces la parentalidad como ser padres, ser madres.
[4] María Valdés y Anna Piella Vila definen el concepto de parentalidad en los siguientes términos: “La parentalidad [es] un corpus de comportamientos, relaciones sociales, sentimientos culturalmente pautados y representaciones culturales vinculado a la procreación y la crianza. Este corpus de pautas y representaciones se expresa en múltiples contextos y constituye un tema, más que emergente, re-emergente en el campo de estudio del parentesco. Y lo es, no tanto por su contenido (formas diversas de cuidados parentales se han descrito en la Antropología Social clásica y en otras Ciencias Sociales), como por el uso del término parentalidad para referirse a esas prácticas de crianza y por la importancia que las distintas formas de parentalidad han adquirido en la literatura sobre políticas sociales” (5).
[5] En el Festival de Cine de San Sebastián y para France 24 la directora declaró que: “la imagen de que con escoger el momento (de la maternidad), eso sea libertad, porque no hay posibilidad de una decisión sana de la manera en que se ve la maternidad hoy en día, poco entendida, solitaria, sin posibilidad de conciliación con otras actividades de la vida” (s/p).
[6] Afirma Javier Claure que Herta Müller no solo se interesó por las relaciones familiares, sino que narró el espacio traspasado de las madres y de sus hijos. Así dejó constancia en el 2009 en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura: Müller comienza interrogando “¿tienes un pañuelo?” y relata que esta misma pregunta le hacía su madre cada mañana en la puerta de casa antes que ella de niña saliera a la calle. “No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma” (Claure s/p). En la pregunta retórica de su madre está el imprescindible vínculo y la vivencia de ambas mujeres como madre y como hija.
[7] Heather Jon Maroney señala al respecto que “nineteenth century feminists did not challenge contemporary hegemonic claims that gender differences and labour divisions were biologically determined facts of life. Instead, they made the ideology of difference their own. Women's moral, cultural and practical skills and values were meant to extend the boundaries of differentiated spheres, not break them down; men were not to diaper babies, although women were to read Latin. The social conditions in which earlier feminist political ideologies arose also inflected their approach to maternity, particularly in relation to the woman/nature dialectic, and the tendency to identify these terms. While there were certainly problems arising from the relation of an industrial society to nature and from the dislocations of workers in the course of its development, these were, except for prolonged high rates of infant mortality, usually seen as local and specific” (58).
[8] Debe llamarse la atención sobre el siguiente antecedente en Latinoamérica que tiene que ver con la Coalición de Mujeres Feministas que se conformó en México y que reunió a diversos grupos feministas con el propósito central de impulsar en el poder legislativo el proyecto “Aborto libre y maternidad voluntaria”, que consideraba desde un punto de vista político y legal el ejercicio libre de la maternidad vinculado a la despenalización del aborto (Gaceta Parlamentaria, s/p).
[9] Linda Gordon en Woman’s Body, Woman’s Right profundiza sobre el análisis del control de la población haciendo la diferenciación entre control de natalidad como movimiento social y como método anticonceptivo. Concluye que, en buena parte, el control de natalidad dentro del movimiento social debe ser considerado en el contexto de la represión sexual y la opresión de la mujer, por cuanto estos movimientos de control de población tienen una relación directa con las élites racistas de principios del siglo XX. Adrienne Rich en Of Woman Born definió la maternidad como: “the potential relationship of any women to her powers of reproduction and to children” y consideró que la institución de la maternidad podría “ensuring that that potential –and all women– shall remain under male control” (3). La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura de Hélène Cixous tiene por fundamento la lucha contra la discriminación simbólica, de aquí que su obra vuelve sobre el significado original de los mitos y su reinterpretación desde una lógica distinta, para “denunciar en la maternidad una trampa consistente en convertir a la mujer-madre en un agente más o menos cómplice de la reproducción: reproducción capitalista, familiarista, falocentrista” (51). En otras palabras, se trata de desvincular la maternidad de la institución patriarcal.
[10] Betty Friedan en The Feminine Mystique reflexiona sobre el verdadero rol de las mujeres en la sociedad, su posición familiar y laboral. La autora insiste en las limitaciones impuestas por las actividades domésticas: el cuidado de los hijos, el trabajo en casa y las obligaciones para con los esposos.
[11] Para Sara Ruddick en Maternal Thinking los estudios sobre la maternidad se habían limitado a la revisión de la institución y la ideología detrás del rol impuesto a las mujeres. Ella, por el contrario, examinó las experiencias, los sentimientos y la vivencia en sí misma de la maternidad.
[12] Judith Butler es un referente en los estudios de género y el feminismo. Esta autora no solo se preguntó por la maternidad y la institución del patriarcado, sino que alejó para siempre la experiencia de la maternidad de su función exclusiva al servicio de los valores heteronormativos.
[13] El concepto de interseccionalidad es atribuido a Kimberlé Crenshaw, quien formuló un feminismo interseccional que surge como respuesta a las múltiples y transversales opresiones vividas por las mujeres y por las minorías.
[14] De acuerdo con Valeria Flores “se trata de una red que considera los estados de tránsito de género, de migración, de mestizaje, de vulnerabilidad, de raza y de clase para articularlos como herederos de la memoria histórica de los movimientos sociales de insurrección. Esto, con el fin de abrir espacios y campos discursivos a todas aquellas prácticas y sujetos de la contemporaneidad y de los devenires minoritarios que no son considerados de manera directa por el feminismo hetero blanco biologicista e institucional, es decir, aquellos sujetos que quedan fuera o se deslindan enérgicamente de la reconversión neoliberal de los aparatos críticos de los feminismos”. Eco de lo anterior aparece en https://inspiracambio.org/genero/que-es-el-transfeminismo/. Allí se reafirma que los transfeminismos son “movimientos en red que surgen como respuesta ante la necropolítica de lxs sujetxs feminizadxs […] con el fin de hacer alianzas emancipatorias ante la violencia cis-hetero-patriarcal y racista” (s/p).
[15] Me Too, “From a viral hashtag to a global organization, we are working towards eradicating sexual violence by shifting culture, policies, and institutions. Managed by me too” (https://metoomvmt.org/).
[16] Como ejemplo la marcha del 21 de febrero de 2017 en contra del recién inaugurado presidente Donald Trump, donde se estima que 4.5 millones de personas salieron a protestar. Aquí también es importante mencionar la canción El violador eres tú que se conoce como himno feminista. Según el periódico El País “La canción fue creada por el colectivo Lastesis, fundado hace año y medio por cuatro mujeres […] (Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres, originarias de Valparaíso) que tratan de transmitir teoría feminista a través del lenguaje audiovisual. La canción y la coreografía que mueve a las mujeres que la interpretan se hizo viral tras las protestas del 25 de noviembre en Chile contra la violencia que sufren las mujeres” (s/p).
[17] En original: “processes of transformation and experiences of uncertainty”.
[18] En original: “complex space or a mediator between points, constituted by an exteriority”.
[19] Lo que hizo Victor Turner al examinar los rituales de los ndembu en Zambia fue, además de desarrollar el conocido concepto de communitas, actualizar y popularizar los estudios de Van Gennep, apuntando que los rituales y el simbolismo son la clave de los procesos sociales y haciendo evidente la relación interhumana generada en cualquier forma de estructura social.
[20] Rutas del Conflicto es un “proyecto [que] ha llegado a las regiones colombianas golpeadas por la violencia para contar la historia de la guerra desde la voz de los sobrevivientes. […] Busca la convergencia entre formatos tradicionales y formatos digitales, a través del periodismo de datos y el periodismo ciudadano” (Rutas del Conflicto).
[21] El conflicto colombiano y, en general, las violencias no son acontecimientos que se ciñan a periodos específicos. Los estudiosos del tema han establecido algunas coyunturas para abarcar un fenómeno complejo que carece de límites espacio-temporales. Al respecto el estudio “Etapas del conflicto armado en Colombia: hacia el posconflicto” de Jonathan Calderón Rojas pone en perspectiva muchos de los momentos y sus respectivas consecuencias históricas.