https://doi.org/10.19137/anclajes-2022-2636
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
DOSSIER
El régimen de la ficción en la prensa mexicana a principios del siglo XX: lectura y materialidad
The Fiction System in the Mexican Press in the Early Twentieth Century: Reading and Materiality
O regime da ficção na imprensa mexicana no início do século XX: leitura e materialidade
Yliana Rodríguez González
Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México
México
ORCID: 0000-0001-9433-1158
Resumen: A partir de las propuestas de Marie-Ève Thérenty y Sarah Mombert, se explora el fenómeno de la ficcionalización de la escritura periodística, en el que se trata lo real como ficción en géneros periodísticos como la crónica, los faits-divers, el relato de viajes, el reportaje e, incluso, la entrevista. Estos comercios textuales, que problematizarán la relación entre escritura periodística, ficción y realidad, se examinarán en algunos periódicos mexicanos del temprano siglo XX. A este análisis se sumará el de la mediación material y la lectura como posibles elementos indiciales del fenómeno.
Palabras clave: Prensa periódica; Ficción; Escritura; Lectura de prensa; México
Abstract: The phenomenon of the fictionalization of journalistic writing will be explored, by following Marie-Ève Thérenty and Sarah Mombert, who analyze this discursive process in which the reality, the facts themselves, are treated as fiction in journalistic genres such as the chronicle, the fait-divers, the travel story, the reportage and, even, the interview. These textual exchanges, which will problematize the relationship between journalistic writing, fiction and reality, are the issues that will be examined in some Mexican newspapers of the early Twentieth Century. To this analysis it will be added the consideration of material conditions and reading practices as possible indicial elements of the phenomenon.
Keywords: Newspaper press; Fiction; Writing; Newpaper readership; Mexico
Resumo: Propõe-se explorar o fenómeno da ficcionalização da escrita jornalística seguindo, para isso, a Marie-Ève Thérenty e a Sarah Mombert, que analisam o processo discursivo que sofre a imprensa, no qual se trata o real como ficção em gêneros jornalísticos como a crônica, os faits-divers, as crônicas de viagem, a reportagem e, inclusive, a entrevista. Estes intercâmbios textuais, que problematizarão a relação entre escrita jornalística, ficção e realidade, são assuntos a examinar em alguns jornais mexicanos do cedo século XX. A esta análise será adicionada a mediação material e a leitura como possíveis elementos indicativos do fenómeno.
Palavras-chave: Imprensa periódica; Ficção; Escrita; Leitura de imprensa; México
Fecha de recepción: 04/03/2022 | Fecha de aceptación: 27/05/2022
En este trabajo me propongo explorar el fenómeno de la ficcionalización de la escritura periodística en algunos diarios mexicanos del temprano siglo XX, siguiendo, para ello, y con las salvedades del caso, los presupuestos planteados por Marie-Ève Thérenty y Sara Mombert a propósito del proceso discursivo que sufre la prensa francesa desde su nacimiento, pero particularmente a lo largo del siglo XIX y XX, en el que lo real pasa por ficción en diversos géneros periodísticos. A este análisis integraré el examen de la lectura y de la mediación material como posibles elementos indiciales del fenómeno.
El sábado 4 de mayo de 1912, el periódico Regeneración, Semanal Revolucionario escrito “por trabajadores para trabajadores”, publicó en su primera plana, al lado de excitativas anarquistas, llamados a la solidaridad con el impreso y referencias al movimiento “expropiador mexicano”, un artículo titulado “El sueño de Pedro”. El texto, ubicado en el extremo izquierdo del periódico, ofrecía el titular de mayor puntaje en la plana, lo que apremiaba al lector a frenar la mirada en él. Pero no eran únicamente la posición privilegiada de la pieza ni el refuerzo tipográfico los únicos recursos que se imponían al lector: el espíritu del título, con un aire ficcional manifiesto, rendía espléndidamente su servicio. En efecto, una vez atentos al artículo, los lectores no sufrían una decepción; la sustancia ficcional surgía: “Sentado en el dintel de la puerta de la humilde vivienda, Pedro, el recio y animoso jornalero piensa, piensa, piensa. Acaba de leer, por primera vez, Regeneración, que un obrero delgado, nervioso, de mirar inteligente le había regalado ayer, cuando se retiraba a su domicilio” (Flores Magón 1). La pieza oscila entre una idea central, la de “vivir sin gobierno”, que ha nacido en Pedro tras la lectura del diario, y las derivas mentales que le provoca esa posibilidad, mientras camina sin rumbo por la ciudad, en el último día de abril, entre “rosas que abren sus pétalos para que los bese el sol, gallinas atareadas [que] escarban la tierra en busca de lombrices, mientras los gallos, galantísimos, arrastran elegantemente el ala alrededor de ellas, requiriéndolas de amores” (1). El espectáculo animal le ofrece la clave a este obrero dubitante: los animales viven en paz y armonía porque no hay quien los gobierne. Pensando y pensando, Pedro se queda dormido y sueña con una sociedad dichosa carente de gobierno, pero un gendarme lo despierta violentamente. Lo que nació en la forma de una duda se convierte, hacia el final del texto, en la marcha decidida de Pedro “hacia donde los valientes se baten al grito de ‘Viva tierra y libertad’” (1). Esta pieza, relativamente célebre, está recogida, y esto me importa subrayarlo, en el Archivo Flores Magón, en el apartado de cuentos y relatos.
Lo inquietante de este caso, y de otros que veremos adelante, estriba en la evidente ficcionalización del discurso periodístico, que Marie-Ève Thérenty sostiene como una de las hipótesis centrales de su investigación, resultado de un proceso discursivo que sufre la prensa desde su nacimiento ⎯intensificado a lo largo del siglo XIX y que alcanza todavía al siglo XX⎯, en el que lo real se trata como ficción, no sólo en géneros periodísticos como la crónica, los faits-divers, el relato de viajes y el reportaje e, incluso, la entrevista (Thérenty, “Du roman-feuilleton…” párr. 8-9), pero fundamentalmente en ellos. Este comercio textual, que podemos concebir como tránsitos discursivos en la prensa, complicarán la relación entre escritura periodística, ficción y realidad (Mombert 811), y en ellos me detendré, utilizando algunos periódicos mexicanos del temprano siglo XX. Sostengo, con Sarah Mombert, que el estudio de la ficcionalización de la prensa contribuye a apreciar el camino del discurso periodístico hacia lo puramente informativo, como lo conocemos ahora, al tiempo que permite percibir la entrada de la literatura en el registro estético de lo literario (814). Y diré más: posibilita entender las continuidades de estos intercambios en la poética de las escrituras periodística y literaria, así como el desarrollo de prácticas lectoras que siguen vigentes.
La historia de la convivencia del discurso de ficción con el de no-ficción en la prensa es larga y paulatino el proceso de contaminación (o quizás sea mejor decir también intercambio y negociación) entre ambos. Thérenty y Mombert nos recuerdan que la ficción periodística la heredó el siglo XIX de la prensa del XVIII, donde se exhibía en dos formatos, fundamentalmente: en textos cortos, semificcionales, como la historieta, el chisme, el chiste, la anécdota entretenida, y en piezas de índole “parabólica”, como la fábula, el sainete y el cuento breve, que hacían evidentes sus rasgos ficcionales para hablar de lo real (Thérenty, “Du roman-feuilleton…” párr. 7). Esta segunda forma, a menudo de corte político, tuvo enorme éxito durante períodos de censura (Thérenty, “Du roman-feuilleton…” párr. 6-7).1
En el siglo XIX, el nacimiento de la novela de folletín, dispuesta a menudo en la base del periódico y disociada formalmente de los discursos “verdaderos”, referenciales, noticiosos, situados en la parte alta, provocó una alteración violenta en la sintaxis de la prensa. La división entre ambos discursos, en principio por un tema práctico ⎯porque con ello se certificaba no sólo una esencia discursiva ficcional, distinta a la desarrollada en la parte alta, sino también un ritmo, un tiempo y un uso diversos al del resto del periódico, en tanto que podía desprenderse de él y formar un nuevo cuerpo material independiente⎯, termina por materializar un límite o, mejor, una censura, que se expresará en distintos momentos y en diversos foros durante el siglo XIX.2 Es verdad, además, que la prensa desarrolló un diseño relativamente estable entre impresos, compartimentado según los diferentes lectores a los que apelaba. Estas convenciones variarán dependiendo de muchos factores: la regularidad de su circulación; los días de la semana; la naturaleza del diario; el contexto; la época, en fin, pero habrá una suerte de consonancia en la composición que en todo caso pretenderá educar a los lectores en la distinción entre discursos y en el reconocimiento de las restricciones lectoras sugeridas/impuestas por el impreso. La alta compartimentalización de los diarios, sin embargo, será inversamente proporcional a las prácticas lectoras que promueve: fragmentaria, extensiva, inconexa, intertextual, heterogénea y vertiginosa; las barreras tipográficas serán imposibles de sostener frente a un lector de prensa que es inaprensible y escurridizo, y se encuentra libre de transitar por las distintas secciones, evadiendo las fronteras simbólicas implantadas y generando lecturas enmarcadas en una gama extensa.3
Pero no serán las novelas de folletín las que instauren el régimen de ficción en la escritura periodística y lo hereden al siglo XX: serán los paratextos, los géneros breves y semificcionales, indeterminados y omnipresentes en los diarios, los que introduzcan “la narratividad en el centro de la actualidad” (Mollier 17). Los fait-divers, conocidos en México como “Gacetilla”, “Miscelánea” o “Varia”, serán la rúbrica que desarrollará la prensa con la voluntad de tratar la política como ficción. Estas piezas, a caballo entre información y ficción, entre chisme y noticia breve, harán que la prensa, como sostiene Jean-Yves Mollier, eleve “la ficción al rango de alimento indispensable para la formación de la conciencia del individuo” (18); un sustento, por lo demás, cotidiano, con los efectos que este fenómeno tuvo sobre las formas de lectura y, por consecuencia, sobre las prácticas culturales: el nacimiento de la industria del entretenimiento, de la mano de la lectura de masas (18), tan temida por la élite letrada.4
¿A qué me refiero cuando hablo de “ficción”? El término “ficción” es complejo y arduo de definir, y su relación con la literatura sigue en discusión. Si acudimos al DRAE, nos devolverá una definición relativamente simple, pero bastante polémica: “Clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios” (s.v. “ficción”). Desde luego, cuando hablo de ficción no me refiero sólo a la narratividad como rasgo esencial y definitorio del término, ni tampoco a lo literario como equivalente (sería ingenuo concebir todo lo ficticio como literario). Para evitar el riesgo de reducir este análisis y sus alcances, sigo a Mombert en su propuesta y aludo a los elementos de ficción que pueden distinguirse, mediante criterios editoriales y poéticos, de los elementos referenciales en el discurso periodístico, esto es: “scénes détaillées, dialogues rapportés in extenso et littéralement, descriptions étendues, intrusions dans las subjectivité des personnages, verbes de sentiment et de pensée, monologue intérieur, style indirect libre, dissociation entre auteur et narrateur” (825-826). Cesare Segre se ayuda de la etimología para ofrecer algunos indicios más claros para nuestro propósito; para él, la ficción es invento y suposición; es ‘imaginario, inventado’, pero también ‘fingido’ y ‘falso’ (párr. 1). La relación estrecha entre ficción y periodismo, esquizofrénicamente no anula la idea negativa que se tenía respecto a la ficción frente al discurso diarístico, sostenido en la “verdad” y la “neutralidad”.
Contrarias por principio, en permanente disputa por legitimación y dominio, parece imposible que la prensa adoptara recursos de aquélla para alimentar una escritura sustentada en la información, cuya primera exigencia era la verdad y cuyo objeto último era “decir” la realidad (Mombert 811). Por un lado, la prensa era un arma potente, comprometida en la creación de estructuras políticas, pero, además, y esto es fundamental, “su naturaleza como discurso público se diseña de acuerdo con las condiciones del mercado” (Espejo, Modelos nacionales… párr. 20). Carmen Espejo señala que los rasgos que reconocemos en el periodismo moderno derivan, precisamente, de la necesidad de su existencia en el mercado, y añade, a todos ellos ⎯esto es, periodicidad, información y opinión, instrucción y entretenimiento, entre moldes cultos y motivos populares⎯, uno más: la “impresión decepcionante que acarrea al lector, que desde los primeros tiempos lamenta la falta de veracidad implícita en la naturaleza del novedoso discurso periodístico” (Modelos nacionales… párr. 20). Por otro lado, en diversos lugares, se sostenía que la ficción apelaba más a las sensaciones y a los instintos, y menos a la comprensión y al raciocinio (Littau 85-86), por lo que era común encontrar juicios relativos a la inutilidad y al perjuicio que provocaba su lectura. Así, el temor y el desprecio hacia la ficción, que caracterizaron el siglo XIX, no impidieron que ésta alimentara de modo habitual las páginas de los diarios ni que ayudara a sostenerlos económicamente, como tampoco detuvieron el comercio entre ambos discursos en los impresos. Los estados “intermédiaires et ambigus de fictionnalisation”, como explica Thérenty, que se desarrollaron en este período, permitieron aprovechar las cualidades entretenidas y heurísticas de la ficción, eludiendo, al parecer, las acusaciones de “mentiras” o de “cuentos” que sufría cotidianamente (“Du roman…” párr. 9). Al mismo tiempo, la literatura comenzó a apelar a una poética referencial, histórica y noticiosa, que sin duda complicó la discriminación lectora.
No resulta entonces sorprendente, por ejemplo, que el 29 de septiembre de 1902, en El Tiempo Ilustrado5, Juan García publicara un texto, situado en el “Semanario Literario”, con rasgos manifiestamente literarios, pero titulado “La confesión de Alberto. Historia que parece cuento” (García 640); un texto, por demás, de corte admonitorio en el que el autor establece un camino de ida y vuelta entre el discurso noticioso amarillista y una pieza literaria. Tampoco debería resultar extraño encontrar en este mismo impreso, ocho años más tarde, un texto titulado “Modos de vivir originales”, en el que se enumeraban oficios extraños. Se trata de una pieza que no es crónica, ni cuento ni noticia ni artículo y que, como muchos textos en la prensa del período, carece de atribución. Se localiza en la sección de variedades y principia con este párrafo: “Se ha citado recientemente en los periódicos el caso de un sujeto que ha sabido crearse una posición si no muy remuneradora, inédita y que no carece de gracia: la de profesor de circulación”, y tras describir la curiosa ocupación, el texto finaliza del siguiente modo: “Quizás haya en todo esto algo de ficción, pues no ha podido descubrirse el paradero y las señas de este sabio original. De todos modos, la nueva ciencia es un descubrimiento pintoresco” (“Modos de vivir originales” 24-25). El texto es amplio, y continúa en términos semejantes a los descritos. Por último, tampoco debería chocar la aparición de anuncios en forma de relatos o, todavía mejor, con aspecto de noticia ⎯porque, insisto, el intercambio se establecía en los dos sentidos ⎯, en que se incluía la carta-testimonio de algún cliente satisfecho, como en el del “El compuesto vegetal de la señora Lydia E. Pynkham”, aparecido en El Pueblo6 el 25 de mayo de 1917, en que a modo de prueba de eficacia, y tras una breve disertación sobre lo agotador del trabajo de las mujeres, se ofrecía una carta de una usuaria feliz, la señora Anna Hansen, en la que relataba su experiencia particular con el tónico. La carta, que se suponía espontánea y auténtica, contenía una frase final que se asemejaba más a un eslogan publicitario que a un saludo desinteresado: “estas medicinas hacen esposas y madres felices” (“El compuesto vegetal…” 4), concluía Hansen.
Los ejemplos ofrecidos surgen de una lectura extensiva de la prensa del período y aparecen sin mucha dificultad, lo que supone una práctica habitual en los inicios del siglo XX. Asimismo, es manifiesto que la noticia en tiempo real, breve, referencial y ajena a cualquier rasgo de ficción, proveniente de los primeros servicios de agencia, empieza a colonizar las páginas de los diarios, particularmente desde 1896, tras el nacimiento de El Imparcial, considerado no sólo el primer periódico industrial y de bajo precio del país, sino también uno de los más notables ejemplos de la prensa subvencionada por el gobierno y, por tanto, incondicional a él.7 En los casos desarrollados antes, me interesan tres rasgos destacables en términos de una suerte de recelo y/o aprovechamiento de la ficción: primero, el relato con cualidades literarias que quiere pasar por no-ficción: una historia que parece cuento y que es, en efecto, un cuento; segundo, una noticia curiosa, sin atribución y sin asignación genérica,8 con gestos discursivos referenciales e intertextuales (habla de compartir esta nota con otros periódicos), que desea permanecer en la vaguedad que le otorga la ficción y la orfandad. Por último, la publicidad, en forma de artículo, que aprovecha las ambigüedades discursivas de la prensa para introducir este nuevo híbrido entre anuncio, noticia y relato, con la inclusión de una carta. La autora de esta pieza es sospechosamente inventada, pero pasa por auténtica justamente por el lugar indeterminado que ocupa la carta en la prensa ⎯oscilando entre verdad y artificio; privado y público⎯, así como por la función legitimadora de “realidad” que suele desempeñar.9 La política editorial del periódico asigna una posición a estas piezas; sin embargo, los rasgos de ficción y de no-ficción que ellos brindan a sus lectores, aunados a la porosidad entre secciones, contrasta con la naturaleza indicial de su materialidad.10
En el inicio del siglo XX, no hay índices estables en los diarios que permitan afirmar que los lectores distinguían el estatuto textual de las piezas que les ofrecían: no son suficientes la presencia o ausencia de firma, ni el lugar que ocupa la pieza en el periódico, como tampoco lo es la composición tipográfica de las páginas (Mombert 823). Veamos, por ejemplo, un caso más: el 8 de marzo de 1912, en una columna titulada “Asuntos breves”, que apareció sin atribución en El Mañana,11 se reitera, desde otro lugar y en otro tono, el mismo juicio negativo a propósito de la presidencia de Francisco I. Madero que se desarrolló ampliamente en la primera plana en la forma material de un editorial. De este modo, en la tercera página, por medio de textos escuetos con títulos de corte gacetillero como “Una leccioncita”, “Pobrecito”, “No se vale”, “Vaya un desahogo”, “Y van dos”, etcétera, se censura a Madero y a su gabinete, en particular a José María Pino Suárez, en casi todas sus decisiones y acciones de gobierno, con un estilo, si se quiere, trivial, en piezas cortas, fragmentarias, inconexas, y, por ello, muy atractivas. No sostengo que estos textos ofrezcan rasgos propiamente ficcionales, como los que describí antes; lo problemático de su posición, me parece, radica en el diálogo que establecen con la primera plana y su familiaridad formal con los faits-divers. En estos casos, es claro que “il s’agit plus d’une relation entre postures de production et de réception que véritablement d’un état absolu du texte” (Thérenty, “Du roman-feuilleton…” párr. 9).
Este fenómeno es patente sobre todo en las primeras planas de El Imparcial. Tomemos por ejemplo una, la del lunes 23 de febrero de 1903. Los títulos de las brevísimas notas que la componen son atractivos en tanto que revelan un posible contenido ficcional:12 “El nuevo ‘Montecristo’”, en el que se habla de un estafador; “Un hecho misterioso”, donde se relata el extraño caso de un disparo, cuyo origen se desconoce, y que hiere mortalmente a un hombre, único testigo del crimen o “Formidable escándalo en el teatro” o “Favores de tinterillo” o “Un curioso chasco” o, por fin, “Quemada viva”. Todas son pequeñas piezas sin firma, cuyo tema no revela tener el grado de trascendencia que es imprescindible para ocupar la primera plana de un periódico, pero representan, aunque sea potencialmente, asuntos atractivos por su vecindad con lo irreal y eso parece ser suficiente. La escritura de estas notas fluctúa, pues, entre la formalidad y la fantasía, y la realidad y la inventiva. Paradójicamente, las fórmulas de ficción, que aprovecha la prensa en este momento, “ya gastadas, estereotipadas, fijadas, lejos de crear sospecha frente al texto le daban, al contrario, credibilidad a los ojos del lector promedio” (Thérenty La invención de la cultura mediática 27). Como expliqué antes, los antecedentes de estas piezas se hallan en el siglo XVIII en la forma de notas graciosas e historias divertidas y durante el siglo XIX como parte sustancial de las columnas de los faits-divers o gacetillas. Lo llamativo es que su aparición o, mejor dicho, la colonización que emprenden de la primera plana empieza a ser habitual, aunque menos directa, hacia el final del siglo XIX, en Francia y, aparentemente, también en México, como acabo de demostrar con el caso de El Imparcial que no es, por cierto, aislado. En los textos de la prensa del siglo XX, la ficción se manifiesta ⎯como observa Thérenty en Francia hacia 1870⎯, de un modo menos narrativo, más económico y alusivo, “bajo la forma más ligera y menos congruente de la intertextualidad y del estereotipo, que permiten evocar el reverso ficcional de todo evento referencial” (La invención de la cultura mediática 27). Esto implicaría una relación más compleja entre la escritura periodística y la literaria, concebida fundamentalmente en la forma material de una novela (Thérenty, La littérature au quotidien, La chronique párr. 9).
Ofrezco un ejemplo más: “Un revolucionario aliado de Zapata y cuyo nombre se nos fuga de la pluma, estaba procesado por lo que ustedes gusten y manden […] Bastó que este hombre escribiera al señor Madero ¿no? para que inmediatamente el Supremo Magistrado ordenara la inmediata libertad del presunto responsable…” (“Asuntos breves” 3). No sólo los lectores transgreden los límites materiales simbólicos que el diario establece entre ficción y no-ficción (entre lo alto y lo bajo, originalmente): son los propios editores quienes deliberadamente vulneran esas fronteras y las desdibujan. En efecto, no sería lo mismo leer un artículo unitario de índole editorial ⎯también sin firma, por cierto⎯, pero distante y severo, con la jerarquía que le otorga una primera plana, a pasar los ojos, de manera descuidada por una serie de textos ⎯semejantes en mucho sentidos a los que describí arriba⎯, localizados al interior del periódico, aparentemente inarticulados, con títulos apolíticos y un tono más cercano al chisme y la habladuría que a la noticia, que nos interpelan de modo directo (la pregunta confirmatoria: “¿no?”; el trato familiar de charla: “lo que ustedes gusten y manden” etcétera). Se adivina, en esta decisión editorial, la conciencia, por parte del periódico, de su amplia paleta de lectores, pero, sobre todo, de la confusión “volontairement entretenue sur le statut du texte”, que les permite manipular la opinión (Mombert 814); la incipiente estabilidad material de los diarios no cumple, pues, rigurosamente con su función indicial. Así, textos anónimos (con el gesto diarístico de colectividad) o firmados con seudónimo o con iniciales, que deberían situarse lejos de lo ficcional, dado que no buscan la fama literaria de sus autores, provocan apropiaciones contrarias a su aspiración e impiden ⎯continúo con Mombert⎯, la diferencia entre lecturas referenciales y ficcionales (823). ¿No es lógico, me pregunto, suponer como lector que un seudónimo representa la encarnación de un personaje imaginario, en todo caso? Y aun conociendo al autor “real” detrás del sobrenombre, ¿no complica esta circunstancia el establecer la situación textual de sus piezas y, por tanto, de su contenido? ¿No coloca a estos textos en un estadio intermedio de ficción? Conviene recordar, además, que rasgos como el seudonimato o la serialización de columnas en la prensa eran ordinarios también para el campo de la ficción y los lectores estaban habituados a ellos (pienso en el folletín, sobre todo, pero también en los espacios destinados a la crónica o la causerie, por ejemplo).
Los peligros de la contaminación/intercambio/negociación entre ficción y no-ficción en la prensa y la literatura fueron manifiestos durante el siglo XIX. No volveré a narrar el asunto –que ya he relatado en otros sitios⎯ de la novela de Micrós, La Rumba, tomada como nota roja, en uno de sus episodios, no sólo por sus lectores, sino por los propios repórters del periódico, pero sí acudiré a otro ejemplo de los primeros años del siglo XX. Sólo añadiré, para este caso, que allí se desarrolló un proceso contrario al de la prensa, esto es, la desficcionalización de la literatura, convirtiendo a estas novelas en textos “mitad ficción, mitad estudios sobre el mundo contemporáneo” (Thérenty, La invención de la cultura mediática 28).13 El jueves 14 de mayo de 1908, La Voz de México14 publicó en su primera plana un breve artículo firmado por el poeta Adolfo Carrillo y titulado: “León Tolstoi, el general Díaz y Adolfo Carrillo” (1). Localizado en el ángulo superior derecho del impreso, el artículo no gozaba de ninguna marca tipográfica que lo distinguiera de los otros textos de manera particular. El título se asemejaba apenas a los de los fait-divers, por la presencia de Díaz en él y la inusitada relación con Tolstoi y el poeta. El autor explicaba en el texto que una fantasía suya, que empezó como juego, derivada de una discusión con un periódico colombiano, terminó adquiriendo proporciones históricas, con la amenaza de pasar de una bola de nieve, a convertirse en una avalancha. La fantasía consistió en enviar a diversos periódicos dos tipos de textos: Carrillo mandaría un supuesto panegírico dedicado al general Díaz y atribuido a la pluma de Tolstoi, mientras que su contraparte enviaría artículos relativos al cultivo de la caña y el maíz. La idea era demostrar que a los hispanoamericanos les interesaban más los elogios a sus gobernantes que los adelantos materiales llevados a cabo por sus gobiernos. El artículo de Carrillo, desde luego, tuvo un éxito apabullante; los otros textos quedaron en el olvido. Pero fue tal la fortuna de su pieza que, en la última biografía de Díaz publicada en esos años, se reprodujo el supuesto panegírico, con la también supuesta atribución. El objeto de la nota era alertar a propósito de una ficción que ya pasaba por un hecho histórico. Carrillo concluye su artículo preguntándose: “Y si hoy, en vida del inocente Tolstoy, pasa como un hecho esa ficción, ¿qué será cuando él muera?” (1). Los desmentidos de este estilo en la prensa fueron constantes, aunque resulta imposible saber si la confusión que estos pretendían desvanecer realmente desaparecía.
En su camino hacia la profesionalización, los hacedores de prensa ejercitan un discurso conocido, que toma lo mejor de los dos registros que han estado cohabitando en el periódico: “le prestige du vrai et la séduction de la fiction” (Mombert 832). Antes de que las plumas especializadas se hagan cargo de la escritura, esta deriva textual seguirá dominando. Con Mombert y Thérenty, sostengo que la prensa propone un modelo de realidad, con lo que promueve una suerte de autorreferencialidad a un universo imaginario periodístico que se sostiene en el diálogo intertextual entre impresos. El diálogo es el resultado de la convivencia de lo referencial con lo ficcional y de la confrontación generalizada de discursos y posturas, impuestos a sus lectores por el diseño de los diarios (832). Encuentro en Roland Barthes una definición, relativa al fait-divers o gacetilla, que explica en algún sentido la operación de este imaginario periodístico que postulo, además de revelar el modo en que éste constantemente remite a sí mismo. Para Barthes, los faits-divers son
una información total, o más exactamente, inmanente; contiene[n] en sí todo su saber: no es preciso saber nada del mundo para consumir un suceso [fait-divers]; no remite formalmente a nada fuera de sí mismo; desde luego, su contenido no es ajeno al mundo: desastres, asesinatos, raptos, agresiones, accidentes, robos, extravagancias, todo eso remite al hombre, a su historia, a su alienación, a sus fantasmas, a sus sueños, a sus temores […] Su inmanencia es lo que define al suceso (260-261).
Detrás de la estructura de este género y del universo que engendra, naturalmente observamos un proceso de legitimación del nuevo discurso periodístico y de su imaginario.
Marc Angenot sostiene que el modo novelesco será el modelo cognitivo dominante durante el siglo XIX (226). Desde luego se entiende que habla del discurso social de la tradición francesa del período,15 pero esta idea permite leer una nota aparecida el sábado 11 de julio de 1914, en El Imparcial, que se sitúa en la parte baja de la primera plana y está dedicada al crimen escandaloso de una figura prominente de la sociedad de la época. En ella, el periodista narra, en tercera persona, el pudor que experimenta ante el encuentro con el cadáver del célebre personaje y afirma: “Pero [el periodista] no puede evitar al comienzo de su tarea que un estremecimiento de horror y de pena haga temblar en sus manos el lápiz con cuya punta indiscreta intentó rasgar una mortaja” (“¿La súbita muerte…?” 1, 3). El resto del artículo será un relato en clave novelesca de la historia de amor del político asesinado, mezclado con noticias derivadas de un trabajo de investigación emprendido con seriedad. Si bien la nota se ubica en una página dominada por una serie de textos cortos, informativos, libres de sentimentalismos y rasgos ficcionales, permanece como la cuota ficcional y sensacionalista que todavía es habitual en los diarios; es la dieta de historia de interés humano que no podía faltar en sus entregas. Representa, además, un momento de transición de la prensa, en el que el testimonio visual superará a la palabra, en el que la “cosa vista” empezará a dominar el discurso periodístico, de la mano de lo puramente informativo (Thérenty, La littérature au quotidien, Hypothèses párr. 8).
En conclusión, ficcionalizar la realidad en la prensa no es, entonces, a pesar de lo declarado en sus páginas, deformarla, sino representarla de un modo aceptable y reconocible para los lectores. El periodista debía transformar los eventos en noticias e historias,16 y la ficción le brindaba sobre todo un buen grado de legibilidad, además de ser el instrumento más adecuado, paradójicamente, para dar cuenta de la realidad: es un hecho que algunas formas de la literatura ofrecían mayores capacidades para “hablar” de la realidad que las que ofrecía la escritura diarística puramente informativa (Thérenty, La littérature au quotidien, Le XIXe siécle et la fiction párr. 1).
La prensa de la información, el testimonio y lo visual, dominan la poética diarística del siglo XX, pero las huellas de ficción persisten en sus páginas. Antes de terminar este artículo, leo en una novela de Vicente Leñero (La gota de agua, de 1983), la referencia que el narrador hace a un reportaje de Gabriel García Márquez, escrito, dice, “con la técnica de un cuento”. Para ejemplificar este estilo, Leñero transcribe parte de ese reportaje: “Después de escuchar el boletín radial de las 7 de la mañana, Samuel Burkart, un ingeniero alemán que vivía solo en un penthouse de la avenida Caracas, en San Bernardino, fue al abasto de la esquina a comprar una botella de agua mineral para afeitarse…” (135). Claramente, ese modo ficcional de “decir la realidad” del periodismo del siglo XIX resistió el paso al siglo XX.
Referencias bibliográficas
1 La censura nos devolvería, por cierto, al texto de Flores Magón al que me referí en un principio. Hacia el inicio de la pieza, se alude al hecho de que ese periódico provocaba reacciones encendidas entre sus lectores, que iban desde cólera y desprecio, hasta entusiasmo (1). Se sabe que Regeneración ⎯periódico antigobiernista fundado en 1900⎯, y sus editores, los hermanos Flores Magón, sufrieron censura y persecución de parte del gobierno de Porfirio Díaz. Fueron a tal punto hostigados, que tuvieron que salir al exilio por lo que, a partir de 1904, Regeneración volvió a circular, esta vez desde San Antonio, Texas.
2 Estoy consciente de que muchas de estas piezas no circularon en la parte baja, sino conviviendo, arriba, con textos de índole diversa. Hablaré de uno de estos casos, más adelante.
3 Mombert señala: “la large palette de réceptions possibles du texte de presse, l’osmose entre journalisme et littérature font de la presse du temps le champ d’experimentation central de cette évolution majeure du siècle, qui voit la littérature et l’information se distinguer progressivement de leur matrice commune des belles lettres” (p. 811).
4 Mollier explica cómo algunas de estas consecuencias toman forma en la preocupación por los derechos de autor frente a la prensa, o la prevención frente al advenimiento de la literatura industrial, o la degradación de la literatura e, incluso, la decadencia de las costumbres. A Sainte-Beuve le inquietaba, por ejemplo, que “la prensa cotidiana tomara posesión de la intimidad del lector” (Mollier 18).
5 Semanario fundado por Victoriano Agüeros, que representa la versión ilustrada de El Tiempo, periódico de corte católico nacido en 1883. En este impreso (1891-1912) se ofrecían, particularmente los domingos, ilustraciones, retratos, vistas, reproducciones de obras pictóricas célebres y fotografías, más una buena cantidad de piezas literarias de autores nacionales.
6 Periódico procarrancista fundado por Isidro Fabela, en 1914 (dejó de publicarse en 1919), mientras se desempeñaba como Secretario de Relaciones Exteriores de Venustiano Carranza, a la sazón, encargado del poder ejecutivo de la nación (de 1914 a 1917) y, más tarde, presidente constitucional (de 1917 a 1920).
7 El diario (1896-1914), considerado por los especialistas como el más importante del Porfiriato, fue fundado por Rafael Reyes Spíndola.
8 La ausencia de atribución es particularmente común en tanto que la prensa se ampara, de manera cada vez más evidente, en una suerte de polifonía en la que se adivina, sobre todo, acuerdo y no disonancia. El Editorial, el Prospecto, las notas breves y las curiosas, en fin, todo aquello que aparece sin firma en sus páginas pertenece a una voz colectiva que se inserta en ese complejo sistema de interlocución polifónico que es la prensa (Kalifa et al. 19).
9 Respecto a la presencia del género epistolar en la prensa, Hernán Pas sostiene que: “los redactores recurren al género epistolar —que, cabe apuntar aquí de paso, como han demostrado varios estudios recientes, funciona en la confección de noticias como marca de autenticidad discursiva, en tanto las cartas oficiaron el pasaje de la esfera de lo íntimo, y del nombre propio, a la de la publicidad anónima ejercida por el impreso […]⎯ para poner en discusión una serie de temáticas que, de otro modo, no tendrían la legitimidad social que esos intercambios fingidos virtualmente buscaban otorgarle” (131-32). Las cartas de los lectores, que solían publicarse en la prensa mexicana, generalmente cumplían una función publicitaria encubierta, desde luego, de algún escritor o una pieza o una serie específica del impreso.
10 En toda esta reflexión sigo a Mombert, passim. Para pensar la ficción en la prensa tomo el calificativo “poroso” de Thérenty, La littérature au quotidien, Porosité de la fiction párr. 9.
11 Periódico antimaderista, aparentemente de corta vida (1911-1913), fue dirigido por Jesús M. Rábago y mostraba expresas simpatías hacia el antiguo régimen porfirista.
12 Thérenty afirma que los periodistas se inclinaron por un modo económico de ficcionalización por lo que, “en general, los encabezados de las gacetillas descansaban en clichés provenientes de la novela por entregas” (La invención de la cultura mediática 27). No me atrevo a afirmar que en México el fenómeno respondió, como en Francia, a una gran cultura novelesca derivada del dominio de la novela por entregas. Si bien todavía está por hacerse un estudio pormenorizado de las novelas por entregas y los folletines aparecidos en la prensa mexicana en el siglo XIX ⎯lo que nos permitirá entender su historia e influencia en los derroteros de la prensa y literatura del país⎯, sostengo que este fenómeno se desarrolló, sobre todo, por la apropiación que la prensa nacional hizo de los modos del periodismo francés en el siglo XIX, su modelo más manifiesto.
13 Aquí Thérenty desliza la idea, y esto necesitamos estudiarlo, de que algunos de los rasgos de la novela realista y naturalista encuentran su origen en el taller de la prensa (La invención de la cultura mediática 28).
14 Diario político y religioso del órgano de los católicos mexicanos (1870-1908), fundado por la Sociedad Católica Mexicana.
15 Como también resulta evidente a qué tradición responden las hipótesis de Thérenty y Mombert. Sin embargo, tomadas estas ideas con todas las prevenciones ⎯esto es, desde otra tradición, otro ritmo de sucesos, otro desarrollo y otro contexto⎯ es posible encontrar iluminaciones, paralelismos y apropiaciones notables en la prensa mexicana.
16 Gunther Barth opina que este proceso terminaba, y esto sería muy interesante analizarlo respecto al refuerzo de la ficción, en los voceadores (66).