DOI: 10.19137/anclajes-2018-2232
ARTÍCULOS
Masculinidades disidentes argentinas como dinamita de contrabando queer en Trans-Atlántico de Witold Gombrowicz 1
Argentinian Dissident Masculinities as Queer Smmugled Dynamite in Witold Gombrowicz’s Trans-Atlántico
Łukasz Smuga
Uniwersytet Wrocławski
Instytut Filologii Romańskiej
Polonia
lukasz.smuga@uwr.edu.pl.
Resumen: Lectura queer de la novela Trans-Atlántico (1953) de Witold Gombrowicz, con énfasis en sus aspectos más iconoclastas para la cultura polaca. Se analiza la construcción del personaje de Gonzalo, un homosexual bonaerense, cuya masculinidad no normativa queda contrastada en la novela con las masculinidades hegemónicas polacas. La importancia de las masculinidades argentinas, así como el peso de la heterodoxia sexual de Gonzalo para la interpretación de la novela, se comentan a la luz de las aportaciones más recientes de la crítica queer tanto polaca como argentina.
Palabras clave: Witold Gombrowicz; Literaturas argentina y polaca; Estudios queer; Siglo XX; Argentina y Polonia
Abstract: A queer reading of Witold Gombrowicz’s Trans-Atlantyk (1953), paying special attention to the novel’s most iconoclastic aspects for the Polish culture. It analyses the construction of Gonzalo, a homosexual character whose non-normative masculinity is contrasted by Gombrowicz with Polish hegemonic masculinities. The role of the Argentinean dissident masculinities, as well as the importance of Gonzalo’s queerness for the interpretation of Trans-Atlantyk are examined through the lens of both Polish and Argentinean queer criticism.
Keywords: Witold Gombrowicz; Argentine and Polish Literatures; Queer Studies; 20th Century; Argentina and Poland
Ha pasado casi medio siglo desde la muerte de Witold Gombrowicz
(1904-1969), y sin embargo su obra sigue siendo –sobre todo en su país de origen– de rabiosa actualidad. La
popularidad del autor de Ferdydurke (1937) entre los lectores polacos parece ser
directamente proporcional al crecimiento de las tendencias neoconservadoras
en la vida pública de Polonia. A los ojos de quienes se consideran herederos de
las tradiciones nacionales, Gombrowicz sigue ejerciendo, desde la ultratumba,
una influencia nefasta sobre las juventudes inocentes y biempensantes. Valga
como ejemplo el tristemente famoso y finalmente fracasado intento de eliminar
la novela Trans-Atlántico de la lista de lecturas escolares obligatorias, acometido
por Roman Giertych, ministro de educación nacional en los años 2006-2007.
Ese afán de depurar el canon de la obra de Gombrowicz no se debía únicamente
al supuesto antipatriotismo o cobardía del escritor (por haberse “refugiado” en
Argentina en 1939 –justo cuando los nazis invadían Polonia–, según vienen
reprochándole sus detractores): esta vez el ataque revisionista estaba forrado del
pánico homosexual existente entre los miembros del gobierno ultraconservador
y se inscribía en una campaña más amplia contra la llamada “propaganda
homosexual” en las escuelas polacas (Warkocki 35-36; 105). Irónicamente, el
desdichado ministro no hizo sino contribuir a una repentina subida de ventas
de las obras de Gombrowicz en las librerías polacas, pues –como bien se sabe– el
fruto prohibido es el más apetecido.
Esta anécdota nos parece digna de mención puesto que hasta la fecha no
se había hablado tanto en los medios de comunicación de masas sobre la ambigua
sexualidad del escritor. Witold Gombrowicz, en definitiva, volvía a ganar
protagonismo, pero esta vez en un contexto evidentemente queer. No sería exagerado
vincular aquel fulminante asalto del ministro con el hecho de que los
estudios de género y queer, desde hacía ya varios años, iban abriéndose cada vez
más paso en las universidades polacas. Y aunque para los “gombrowiczólogos” la
presencia de la problemática homosexual en los textos del novelista no era, desde
luego, ninguna novedad, para muchos y muchas aquel incidente inoportuno
constituyó un acicate para profundizar en el tema, haciendo uso de las herramientas
que ofrecían los nuevos enfoques metodológicos. Así las cosas, en la
década siguiente se publicaron en Polonia importantes trabajos que se inscriben
en la línea de investigaciones queer sobre Gombrowicz y que serán comentados
a continuación.
El objetivo principal del presente artículo es analizar la imagen de las masculinidades
disidentes argentinas en Trans-Atlántico, contrastadas en la novela con las
masculinidades hegemónicas polacas. Dicho análisis se hará a la luz de las aportaciones
de las críticas polaca y argentina, haciendo especial hincapié en la primera,
pues es menos conocida en los países hispanohablantes. Se comentará asimismo la
posibilidad de una lectura universalista2, tomando en consideración la teoría gombrowicziana
de la Forma y sus coincidencias con la teoría de la performatividad de
género de Judith Butler. Aparte del objetivo principal, este ensayo tiene también
un propósito secundario, pero no menos importante, a saber, el de facilitar el diálogo
entre la crítica queer polaca y la argentina, en un intento de adoptar una perspectiva
doble. Como veremos, una lectura de Trans-Atlántico que no considere los
dos contextos en los que la novela está anclada resultará siempre insatisfactoria.
Como señala Ewa Kobyłecka-Piwońska en un artículo reciente sobre el Diario
argentino (1968) y su recepción, si se compara lo que se ha escrito sobre Gombrowicz
en español con lo que se ha escrito en polaco, puede tenerse la sensación de
que se trata de dos autores diferentes. Tal discrepancia se debería, según la investigadora,
a dos circunstancias principales: por un lado, al hecho de que gran parte
de las obras no ficcionales de Gombrowicz no están traducidas al castellano (falta,
pues, el contexto) y, por el otro, a la publicación del Diario argentino en la traducción
de Sergio Pitol (Kobyłecka-Piwońska “Diario argentino” 282). Ese libro, que
consta de fragmentos del Diario original escogidos por el mismo Gombrowicz
para ser publicados en Argentina3, marcó las pautas de interpretación de toda la
obra witoldiana (incluyendo las famosas lecturas de Ricardo Piglia)4 y contribuyó a que la figura del autor polaco se asociara en este país sobre todo con el topos del “escritor fracasado” (289)5. En otro artículo suyo, dedicado al uso que hicieron de
Gombrowicz los críticos vinculados con la revista Literal, la estudiosa observa que
el punto de referencia que domina en las lecturas argentinas de la obra gombrowicziana
es siempre la vida literaria local y prácticamente nunca el contexto polaco
o siquiera internacional. Esto se debe al estatus especial de Gombrowicz como
escritor “argentino” (obligatoriamente entre comillas), quien no en vano quedó incluido en el undécimo tomo de la prestigiosa Historia crítica de la literatura
argentina (2000), dirigida por Noé Jitrik (Kobyłecka-Piwońska “Gombrowicz”
265-266). Añade la autora que “las traducciones suelen prescindir de las notas
al pie, con la excepción del Diario, en donde suelen comentarse brevemente los
apellidos de los escritores polacos, algunos títulos de los periódicos y de los libros,
así como los conceptos propios de la vida socio-política polaca” (266)6. En vista
de ello, no resulta extraño que Trans-Atlántico –uno de los textos más argentinos
(Kobyłecka-Piwońska “Gombrowicz” 265) y a la vez una de las obras más queer
de Witold Gombrowicz– no quede comentado más ampliamente, como sería de
esperar, en la Historia de la literatura gay en Argentina (2011). Su autor, Adrián
Melo, se limitó a mencionar al personaje de Gonzalo y sus planes de seducir a
Ignacy como uno de los ejemplos de homoerotismo en la narrativa witoldiana.
Lo comentó en el contexto “de la fascinación de Gombrowicz por el ‘vulgo joven
y bajo’, su nocturno deambular por las oscuridades de Retiro” (Melo 209), lo que
parece confirmar la observación de Kobyłecka-Piwońska sobre lo local como referencia
predominante. Melo dedicó más espacio al Diario y a Ferdydurke, hecho
completamente comprensible si se recuerda el carácter sintético y, por lo tanto,
forzosamente reducido de su trabajo, pero asimismo puede resultar llamativo para
quienes estén acostumbrados a que sea precisamente Trans-Atlántico la novela
más analizada por la crítica queer en Polonia7 y la más controvertida para los
políticos homófobos.
No olvidemos que Trans-Atlántico, como toda gran novela, se nutre de
lo local y lo particular para hablar de problemas universales. Nos lo sugiere
el propio autor en varios pasajes del prólogo: “debo exigir una lectura más
profunda y universal” (TA 7)8; “Se trata […] de una revisión […] de nuestra
relación con la Nación […]. Ésta sería, adviértase bien, una revisión universal…” (TA 8, cursiva nuestra); “¿Se trata precisamente de Polonia? Pero si
jamás he escrito una sola palabra que no se refiriera sólo a mí mismo…” (TA
9); “Transatlántico es una fantasía9. Todo ha sido inventado, y sus vínculos
con la Argentina verdadera son muy leves, así como con la colonia polaca real
de Buenos Aires” (TA 10). Ahora bien, Gombrowicz, como escritor polaco
exiliado, escribe su obra en una lengua y una tradición literaria concretas. Por
muy trivial que nos parezca esta observación, no deberíamos desestimar todo
el bagaje cultural que Gombrowicz trajo consigo a Argentina y que la novela
se concibiera como una especie de “nave corsaria que contrabandea una fuerte
carga de dinamita, con la intención de hacer saltar por el aire los sentimientos
nacionales hasta hace poco vigentes entre nosotros” (TA 8, cursiva nuestra).
Como veremos, se trata de una dinamita queer, cuya fuerza radica precisamente
en su vínculo con lo que ha de hacer estallar. En otras palabras: cuanto
más se descontextualiza la lectura de Trans-Atlántico, más débil resulta ser la
carga subversiva del mismo10.
¿Cuáles son los aspectos de la novela que permanecen invisibles para un
lector no familiarizado con el original y con la cultura polaca? Los elementos
blasfemos son varios. Ante todo, hay que destacar el lenguaje arcaizante, que
remite al barroco polaco en su versión más criticable –referencia que, evidentemente,
se pierde en la traducción–. Esa arcaización es visible en el nivel
fonético, semántico y sintáctico, así como en las frecuentes rimas internas
(Malić 251-252), y hace pensar en la literatura memorialista del siglo XVII,
escrita por los representantes de la pequeña nobleza: reaccionaria, anacrónica
e inculta. Como ha notado Ewa Płonowska-Ziarek (al comentar el ensayo The
Fold. Leibniz and the Baroque de Deleuze), Gombrowicz no alude, intencionadamente,
a los patrones culturales y filosóficos del barroco europeo, sino que
se concentra precisamente en una vertiente muy particular del barroco polaco,
propia de la llamada “cultura sármata”11y que puede considerarse hasta vergonzosa
o vulgar (251). No menos importantes serán las alusiones a la literatura
decimonónica, es decir, a los textos de una época crucial para la formación
de la identidad nacional polaca moderna. En Trans-Atlántico se parodia
la epopeya nacional romántica, Pan Tadeusz (1834) de Adam Mickiewicz, y la
Trilogía (1884-1888) de Henryk Sienkiewicz, dos obras clave, cuyo carácter
nostálgico y evocador de la cultura sármata les iba a servir de consuelo a los
polacos, que se vieron obligados a vivir sin la querida patria, una vez perdida
la independencia a finales del siglo XVIII.
Con todo, los fragmentos más iconoclastas en la novela de Gombrowicz son
los que ridiculizan el concepto del mesianismo polaco. Veamos cómo lo define
Agnieszka Matyjaszczyk Grenda:
La doctrina mesiánica concibe a Polonia como la nación elegida que, como el Mesías, sufre para redimir a otras naciones. La desarrolla de manera plena el gran romántico Adam Mickiewicz. Esta doctrina contribuyó, en un momento histórico difícil para los polacos, a que la nación sobreviviera al terror de casi siglo y medio de ocupación y persecución, pero sobre todo reafirmó su dignidad y particularidad como nación. De ahí viene también el sacralizado papel del poeta-profeta, guía espiritual del pueblo oprimido (Matyjaszczyk Grenda 135).
Recordemos aquí el celebérrimo fragmento de Ferdydurke en el que Pimko
pregunta a los alumnos “por qué el gran poeta Slowacki despierta en nosotros
el amor, la admiración y el goce” y espera la única respuesta posible, o sea,
que “[a]mamos a Juliusz Slowacki y nos encantan sus poesías porque era un
gran poeta” (F 63-64). Naturalmente, podríamos desarrollar una lectura universalista
comentando esta escena como una ejemplificación del mecanismo –descubierto por Gombrowicz– de la violencia cultural que nos hace fingir el
placer de la lectura (o, en su caso, el placer de escuchar un concierto de música
clásica) por el mero hecho de que lo esperan de nosotros los demás lectores o el
resto del público del concierto, quienes, a su vez, están fingiendo lo mismo. Ya
que se trata de un mecanismo institucionalizado, lo exige también el maestro,
el cual no podría ejercer su profesión sin la existencia de las autoridades que se
pudieran imponer a fuerza de ser… precisamente autoridades12. No obstante,
no olvidemos que el autor que aparece en la cita no es un poeta cualquiera
sino el mismísmo Juliusz Słowacki (1809-1849), uno de los tres “poetas profeta” o “guías espirituales del pueblo oprimido”, junto a Adam Mickiewicz
(1798-1855) y Zygmunt Krasiński (1812-1859). En esta escena queda, pues,
incrustada una alusión más: una crítica del llamado paradigma romántico,
basado en la idea del mesianismo y vigente en la cultura polaca incluso en la
actualidad. Dado que el perenne martirio polaco, mesiánico y trascendental,
se considera absolutamente crucial para la formación de la identidad nacional
polaca, cualquier mofa del paradigma romántico provoca reacciones violentas
y se lee como altamente blasfema.
Antes de proponer un ejemplo de Trans-Atlántico, hagamos un breve resumen
del argumento de la obra. La novela opone dos conceptos clave del imaginario
gombrowicziano: el de la Patria y el de la Filiatria. La Patria se vincula con
los valores tradicionales, la heteronormatividad y la masculinidad hegemónica,
mientras que la Filiatria, con lo cosmopolita, con la homosexualidad y con la
masculinidad no normativa. Esta última está representada por el personaje de
Gonzalo, un homosexual bonaerense afeminado y grotesco, apodado en el texto
como “Puto”. Entre Gonzalo y Tomasz, un oficial polaco jubilado, se desata un
conflicto en cuyo seno se encuentra Ignacy, hijo de Tomasz, y asimismo objeto
de deseo de Gonzalo. La rivalidad entre los dos hombres por el joven muchacho
simboliza el conflicto entre la noción de la patria tradicional, sofocante, y el concepto
de la patria moderna, liberadora. En una de las escenas cruciales, Gonzalo
salva de una repentina muerte a Ignacy, gracias a lo cual consigue que Tomasz le
perdone, por ahora, la ofensa de intentar seducir a su hijo:
mirad como en presencia de toda la Creación un Polaco perdona al Salvador de su Hijo! ¡Gracia Divina! […] Porque no cabe duda: el Polaco es un elegido del Señor y de la Naturaleza gracias a sus Virtudes y principalmente por su Caballerosidad, su Valor, su Generosidad, su Piedad y su Fe. […] Entonces todos gritaron:
¡Viva Polonia Mártir! (TA 99).
En esta cita se nota claramente que el paradigma romántico nacional ha sido
tratado por Gombrowicz no con ironía, sino con un sarcasmo mordaz, pues las
palabras “¡Viva Polonia Mártir!” y “el Polaco es un elegido del Señor” tienen
una connotación evidentemente mesiánica. Además, es un homosexual quien se
convierte en el Salvador (sic).
Dicho todo esto, analicemos cómo comenta María Rosa Lojo la idea de sacrificar
a Ignacy, que aparece en la novela a medida que avanza la trama: “Como
Jesús, Ignacy es el Hijo Unigénito de su Padre y también será sacrificado según
el mandato del Filicidio que, para Rascovsky y otros, se halla en la base de
nuestra cultura” (Lojo 65). Esta observación es, desde luego, muy pertinente, y
sería insensato cuestionar la comparación que hace la investigadora. No obstante,
consideramos oportuno comentar aquí esta cita porque el artículo explica
el notorio motivo mesiánico en términos universales, haciendo caso omiso de
toda la carga ideológica del Romanticismo polaco, con su martirio nacional y
su trascendencia, satirizados en la novela. No cabe la menor duda de que Lojo
logra mostrar en qué consiste “la destrucción del héroe masculino y nacional” en Trans-Atlántico, pero su lectura no permite ver hasta qué punto esa destrucción
puede resultar blasfema para gran parte del público lector por ridiculizar los
mitos y los referentes más sagrados de la cultura polaca. Instistimos en que solo
se trata de matices, pero estos se vuelven más relevantes al leer la novela desde
una perspectiva queer.
José Amícola, en un estudio inédito sobre Trans-Atlántico13, observa que la
crítica polaca “ocluyó durante mucho tiempo de la consideración […] las cuestiones
del sistema-género” (Bloomsbury s.p.) y analiza, en calidad de ejemplo
paradigmático, el epílogo de Stefan Chwin, publicado en una de las ediciones
polacas de esta novela. Por otro lado, el estudioso argentino critica sendos trabajos
de sus compatriotas, Pablo Gasparini y Silvana Mandolessi, por ignorar completamente
la dimensión iconoclasta de la narrativa de Gombrowicz. Coincide,
pues, con nuestro punto de vista, según el cual precisamos de una lectura de Trans-Atlántico que sea queer y que incluya tanto la perspectiva polaca como la
argentina, es decir, que se haga “con una mirada que trascienda el límite de cada
una de las literaturas nacionales, pues ellas han caído en la trampa de ignorar sus
propios límites” (Amícola Bloomsbury s.p.).
Si bien es cierto que la crítica más tradicional en Polonia tiende a fijarse sobre
todo en los aspectos formales de la obra de Gombrowicz (Amícola Bloomsbury s.p.), desde hace varios años contamos con una serie de trabajos que analizan Trans-Atlántico desde un enfoque queer. Uno de los primeros fue el ya citado artículo
de Ewa Płonowska-Ziarek (2001), escrito originalmente en inglés (1998),
en el que la estudiosa analiza la parodia del sarmatismo barroco en Trans-Atlántico
en el contexto de la homosexualidad y la problemática nacional. En la misma
colección de ensayos se publicó el texto de Agnieszka M. Sołtysik sobre la “forma
heterosexual” y la performativiad del “Yo” en el Diario de Gombrowicz. En ese
trabajo se investiga el concepto de la Forma gombrowicziana a la luz de las teorías
de Ervin Goffman y Judith Butler. La aparición de aquella monografía (Grymasy
Gombrowicza, título original: Gombrowicz’s Grimaces) fue, sin duda, de gran importancia
para varios críticos que, desde las universidades polacas, retomaron los
hilos queer y publicaron sendos libros sobre la disidencia sexual en Gombrowicz.
Como ya hemos mencionado, Trans-Atlántico se considera la obra más queer
del escritor polaco y la más comentada por los representantes de esta corriente
crítica en Polonia. Hemos dicho también que la carga subversiva de la novela se
debe principalmente al hecho de vincular la otredad sexual con la temática nacional.
Precisamente por ello fue esta obra de Gombrowicz la que se convirtió en una
fuente de inspiración y modelo a seguir para numerosos escritores gais polacos,
que –como su predecesor– percibían y cuestionaban la opresividad de la “forma” nacional y heterosexual. Wojciech Śmieja incluso llega a hablar de una “matriz
gombrowicziana” en la literatura homoerótica polaca de los años 80, argumentando
que los novelistas de ese período (Grzegorz Musiał, Marian Pankowski, Witold
Jabłoński, Marcin Krzeszowiec) construían sus obras sobre un eje claramente inspirado
en el conflicto entre la anacrónica Patria y la fantasmática Filiatria (111-
136). Marian Bielecki, hoy en día uno de los “gombrowiczólogos” más destacados,
añade a esa lista de las obras de cuño notoriamente witoldiano la exitosa novela
Lubiewo de Michał Witkowski14. En el ensayo se compara a los personajes camp de
Patrycja y Lukrecja con Gonzalo, y el estilo de Lubiewo… no con el estilo del barroco
sármata (en concreto, de la gawęda szlachecka15), sino con el de Gombrowicz
a la hora de parodiar la misma (Bielecki 198-200).
Dejando de lado las cuestiones del lenguaje, detengámonos en el aspecto camp de la novela, categoría crucial para comentar las masculinidades “trans-atlánticas”.
El protagonista más campy es, sin duda alguna, Gonzalo alias “Puto” (esta voz
española aparece también en la versión original)16 y que es, como señalan varios
estudiosos, uno de los dos alter ego del autor, junto con el narrador, el “Witold
Gombrowicz” ficticio (Sołtysik 299; Śmieja 117; Amícola Bloomsbury s.p.). El
homosexual “[e]ra probablemente un Mestizo, un Portugués nacido en Libia de
madre persa o turca” (TA 50); “sus labios eran rojos. Tenía, repito, los labios Rojos,
pintados de Rojo, Encarnados” (TA 49); “y su aliento Masculino, pero Femenino” (TA 50). Tanto su aspecto como su comportamiento dejan perplejo al narrador:
me sentí a disgusto, un poco raro porque él no era ni Carne ni Pescado. Y aunque en los brazos tenía pelo negro y masculino, la Manita era Pulposa, Blanda y Blanca… […] Y también la Pierna, aunque masculina parecía querer ser una Piernita graciosa con aquellos extraños saltitos… […] Parecía, en fin, que se repudiara a sí mismo y se transformara a sí mismo en el silencio de la noche para que uno no supiera si era Él o Ella… (TA 54).
Estas primeras impresiones de “Witold Gombrowicz” al ver esa rara avis son
significativas por varios motivos. Primero, hay que decir que este personaje refleja
el estereotipo según el cual toda desviación sexual es ajena a los valores nacionales
y proviene del extranjero. Es un lugar común de la literatura homoerótica
universal: el contacto con los foráneos suele resultar revelador y liberador para el
homosexual aún no emancipado (huelga mencionar a André Gide, Christopher
Isherwood, Juan Goytisolo o Álvaro Pombo, entre otros). En el caso de Gombrowicz
es Argentina el espacio donde se produce el encuentro con el Otro, que
representa asimismo la heterodoxia sexual. La mayoría de los críticos se concentran
en este aspecto, pero no consiguen notar que Gonzalo –por ser “un Portugués
nacido en Libia de madre persa o turca” (TA 50)– puede interpretarse de
igual manera, es decir, como forastero, también desde la perspectiva argentina,
lo cual posibilita una lectura más universalista. Segundo, cuando hablamos del camp en el “Puto”, no deberíamos limitarnos a comentar solo su afeminamiento,
pues se trata de una categoría mucho más amplia, que abarca también lo kitsch visible en la descripción de su palacio, así como los juegos malabares de las
convenciones con los que –permítasenos el coloquialismo– se anda Gonzalo17.
Por último, su carácter mestizo, híbrido, excéntrico y barroco es sumamente
performativo (“se transformara a sí mismo […] para que uno no supiera si era Él o
Ella…” (TA 54, cursiva nuestra); es intencionadamente desconcertante, y, como
tal, debe leerse al mismo tiempo bajo el prisma de la Forma gombrowicziana y a
través de las teorías de Judith Butler.
En cuanto a la primera cuestión, son harto conocidas las andanzas de Gombrowicz
por Retiro18 y su significado para la obra literaria del mismo, así que solo
nos limitaremos a presentar aquí las últimas aportaciones de los “gombrowiczólogos” polacos sobre cómo el escritor percibía las masculinidades argentinas y
cuál es su uso en Trans-Atlántico. Como afirma Marian Bielecki, el contacto con
los argentinos hizo que el escritor reflexionara sobre los estereotipos y los autoestereotipos
que funcionaban en el imaginario polaco. Según aquellos clichés,
los argentinos serían más apasionados (por sureños), genuinamente naturales
o hasta salvajes, mientras que los polacos querían verse a sí mismos como una
encarnación del distanciamiento, buenos modales o incluso de un clasicismo
latinizante (Bielecki 40). Sin embargo, esas cualidades popularmente atribuidas
a los argentinos resultaron ser ficticias. Su cultura se dio a conocer como más civilizada
y más ordenada que la polaca. La diferencia salta a la vista también en la
moda: la argentina se caracteriza por “una tranquilidad, una disciplina formal y
una expresión discreta” (citado por Bielecki 41). La cultura polaca –añade el estudioso–,
en comparación con la argentina, se revela como “una cultura machista
y militarista”, cuyo humanismo es solo aparente, pues siempre había estado
impregnado de la locura, el caos y el salvajismo, sublimados, sin embargo, en las
ideas nacionales grandilocuentes. Ese machismo y militarismo se verá reflejado
en Trans-Atlántico en los comportamientos y las actitudes de los “Caballeros de
la Espuela”, con su masculinidad chantajeable y chantajista.
Otro polaco, Tomasz Kaliściak, en su libro Płeć Pantofla (2016), dedica mucho
más espacio a las masculinidades argentinas que inspiraron al novelista. El crítico
propone mirar más de cerca al personaje de Gonzalo, ya analizado previamente en
clave camp por Bielecki (79-101), pero a diferencia de ese investigador sustenta su
argumentación en los trabajos de Eduardo Archetti y Pablo Ben. Según Kaliściak,
el “Puto” de Trans-Atlántico debe analizarse desde la perspectiva poscolonial, tomando
en consideración los cambios que se produjeron en la sociedad argentina
de las primeras décadas del siglo XX a consecuencia de la inmigración masiva
(226). Esa Argentina joven, más mestiza que nunca, fascinó a Gombrowicz porque
contrastaba, por un lado, con las élites argentinas europeizantes, rechazadas
por el escritor, y por el otro, con el nacionalismo anacrónico de sus compatriotas.
Kaliściak recurre al concepto de “masculinidad plebeya” de Pablo Ben para explicar
el origen y la construcción del personaje de Gonzalo. En su lectura, Gonzalo es campy porque lo es su prototipo, el hombre barriobajero argentino, “portador” de
una masculinidad mucho más flexible y ambigua en comparación con la virilidad
rígida de los polacos. Para justificar esta tesis, Kaliściak cita a Ben: “External observers
often perceived plebeian men as ‘effeminate’ because they were very concerned
with external appearance and dressed in a manner that the elite perceived
as feminine” (Ben 445)19. El estudioso polaco concluye diciendo que Gonzalo no
es el único protagonista masculino camp en la novela. A su modo de ver, lo son
también o, sobre todo, los personajes polacos:
Así pues, no es la masculinidad plebeya –que en el contexto de los cambios de costumbres en Buenos Aires parece oscilar dentro de la norma cultural– sino el sarmatismo polaco en su versión plebeya el que se convierte en el mayor exceso. […] Los polacos, con su impetuosidad […] al crear su masculinidad superan con creces la extravagancia de Gonzalo. […] Con todo, para percibir la performatividad de la masculinidad sármata y su artificiosidad cultural, es necesario […] un viaje “transmasculino” y transcultural que permita sacar a la luz la diferencia entre la modélica masculinidad sármata y la plebeya, propia de la Argentina moderna (Kaliściak 254-255).
En otras palabras, las masculinidades disidentes y/o marginales argentinas, filtradas por el punto de vista de Gombrowicz y luego reflejadas en el personaje de Gonzalo, le sirvieron al escritor como dinamita de contrabando queer en su “nave corsaria”. Su función no era solo hacer estallar la masculinidad marmórea, oficial y heroica (de cuño romántico), sino también poner al descubierto lo escandalosa, pomposa y risible que es la masculinidad de proveniencia sármata. En vista de todo ello, no extraña que la novela termine con una risa potente.
Hemos visto que la crítica queer en Polonia, aunque incluya el contexto local
argentino, siempre termina hablando de las masculinidades polacas. Es perfectamente
comprensible, dadas las circunstancias en las que Gombrowicz concibiera
su Trans-Atlántico y dado el público al que ese texto iba principalmente dirigido.
Pero no hay que olvidar que el escritor quería que su novela se leyera, además, en
términos más universales, pues “el problema se refiere no tanto a la relación entre
un polaco y Polonia, sino entre un individuo y la nación a la que pertenece” (TA
8-9). Recordemos también que se trata de “una fantasía” cuyos “vínculos con la
Argentina verdadera son muy leves” (TA 10).
Dicho esto, volvamos a comentar el personaje de Gonzalo. Hemos observado
que, siendo un mestizo de origen ¿portugués?, ¿turco?, ¿persa?, puede leerse
como el forastero por excelencia, tanto desde la perspectiva polaca como desde
la argentina. Y aunque estuviera inspirado en la masculinidad plebeya propia de
los “lunfardos”, como argumenta Kaliściak, deberíamos interpretarlo no solo en
calidad de dinamita que hace saltar por los aires la masculinidad típicamente
polaca, sino también como una mezcla explosiva que amenaza a todo el sistema
genérico-sexual y, por extensión, a los principios de la modernidad.
Consideramos que en el caso de Gonzalo, la palabra “mezcla” sería mucho
más adecuada debido a su hibridez barroca y campy. El “Puto” no deja de mezclar
continuamente su masculinidad con la feminidad o, mejor dicho, no deja
de hacer juegos malabares con estas identidades, según mejor le convenga en
cada situación. Su afeminamiento no es, por tanto, un rasgo fijo. La rara avis
de la novela tiene capacidades dignas de un camaleón: “y al beber en esa forma
se transformaba en Mujer, y encontraba en ella, en la Mujer, el refugio contra
la cólera de Tomasz” (TA 67). Otro ejemplo: “El miedo lo ablandó a tal punto
que se transformó en una Mujercita, y tan pronto como se convirtió en Mujer
dejó de tener miedo. Porque, en efecto, ¿qué tiene que ver con duelos una Mujer?” (TA 72). Se trata de una estrategia de defensa que Gonzalo aplica no solo
con respecto al género; “la astuta Gonzala” (TA 140) finge ser su propio lacayo
para que no “la” chantajeen ni asesinen los hombres de la calle con los que tiene
aventuras sexuales: “aunque tengo un Palacio, simulo ser mi propio lacayo. ¡Soy,
simplemente, un lacayo de mi Palacio!” (TA 52, cursivas nuestras). Podríamos
comentarlo con la letra de la famosa canción de La Lupe: lo suyo “es puro teatro,
falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”, en el que “simulo ser” equivale a“soy”, o bien con una cita del célebre ensayo de Susan Sontag:
El camp lo ve todo entre comillas. No será una lámpara sino una “lámpara”; no una mujer sino “una mujer”. Percibir lo camp en los objetos y las personas es comprender el Ser-como-Representación-de-un-Papel. Es la más alta expresión, en la sensibilidad, de la metáfora de la vida como teatro (Sontag 308).
El contacto con Gonzalo –sobre todo en su palacio, donde hasta “el Queso
no era Queso” (TA 105)– hace que el narrador y hasta Tomasz palpen en el aire
que “todo era Hueco, Hueco”, y además, “Vacío su Cañón y su Pistola Vacía” (TA 110). Estas palabras se refieren, por supuesto, al engaño que tuvo lugar en la
escena del duelo (se quitaron las balas verdaderas de las pistolas), pero tengamos
presente que la pistola es un atributo típicamente masculino. De esta manera,
se pone al descubierto el vacío que se esconde detrás del concepto “masculinidad”.
Así mismo, el ambiente camp y kitsch de la casa de Goznalo, sus puestas
en escena y su artificialidad revelan la arbitrariedad de cualquier etiqueta (sea “hombre”, “mujer” o “lacayo”, “queso”).
Todo ello hace que Trans-Atlántico se preste, obviamente, a una lectura a la
luz de la teoría de la performatividad de género (Butler 313-339). En este contexto,
lo que cobra interés especial son las coincidencias de las ideas butlerianas
con la teoría de la Forma de Gombrowicz, expuestas y analizadas por Agnieszka
M. Sołtysik:
La forma heterosexual quiere hacerse pasar por una forma constante, evidente y completa, pero así es como Gombrowicz reconoce en ella el foco de la mascarada, restricción e insinceridad. […] Entre el proyecto de Gombrowicz referente a la problemática de los roles de género y su creatividad en cuanto escritor vanguardista hay una profunda y evidente correlación (298).
La investigadora se centra sobre todo en el Diario, pero cita también la novela Trans-Atlántico como ejemplo del texto gombrowicziano en el que mejor queda plasmada la problemática genérico-sexual y donde Gombrowicz intentó expresar lo que no pudo decir explícitamente en su Diario. Lo que sí quedó expuesto allí sin tapujos fueron las observaciones del escritor sobre los mecanismos de producción y reproducción de la masculinidad hegemónica, tan afines a las ideas de Judith Butler:
Ah, conocía ese tipo de masculinidad que se fabrican los hombres cuando están entre ellos, instigándose a ella, obligándose mutuamente a ella por el terror pánico a la mujer en sí, conocía bien a los hombres tensos en su afán por lograr la hombría, machos convulsos que sentaban escuela de masculinidad. Un hombre así aumentaba artificialmente sus calidades: exageraba su pesadez, brutalidad, fuerza, autoridad; él es quien viola, quien conquista por prepotencia… teme entonces la belleza y la gracia, armas de la debilidad, se obstina en su monstruosidad de macho, se vuelve cínico y banal, bruto e indolente (citado por Amícola “El diario trans-atlántico” 142).
Trans-Atlántico da un paso más porque no solo ejemplifica la “fabricación” de la hombría en los patriotas polacos retratados en la novela, sino que recurre
al camp homosexual para ridiculizar ese proceso. Gonzalo, con su masculinidad
flexible y con su disidencia sexual revestida de ironía, pone al descubierto el
carácter fingido de las tres identidades: masculina, nacional y heterosexual. Así mismo subvierte los principios de la modernidad, la cual se sustenta en definiciones
que han de ser inequívocas y en una serie de binarismos supuestamente
rígidos e infranqueables. Parafraseando a Susan Sontag, podríamos decir que
Gonzalo es “un disolvente” de los mismos.
En definitiva, con la aportación de Agnieszka M. Sołtysik y en vista de lo que
hemos presentado a lo largo de este artículo, se observa claramente que la “carga
de contrabando” queer que lleva la “nave corsaria” de Gombrowicz es un arma
de doble filo: uno va dirigido contra “los sentimientos nacionales” (TA 8), y el
otro contra la Forma en general, dentro del marco de una crítica más amplia de
la modernidad por parte del escritor. No obstante, para sacar a la luz y apreciar la
fuerza subversiva del Trans-Atlántico gombrowicziano, se precisa desarrollar una
lectura queer cruzada, que incluya tanto la peculiaridad del contexto argentino,
como la especificidad del bagaje cultural polaco. Paradójicamente, solo a través
de lo local y marginal se puede llevar a cabo la “lectura más profunda y universal” (TA 7) por la que abogaba el autor.
Notas
1 Este trabajo forma parte del proyecto “Diversidad de género, masculinidad y cultura en España, Argentina y México” (FEM2015-69863-P MINECO-FEDER) del Ministerio de Economía y Competitividad de España.
2 Con “lectura universalista” nos referimos a los postulados del mismo Gombrowicz, quien abogaba por que su obra no se leyera en el extranjero en clave nacional sino universal. Esas sugerencias se debían, por un lado, a las ambiciones del escritor de llegar a formar parte del canon mundial o de lo que sería denominado más tarde el “hipercanon” (Damrosch 45) y, por el otro, a una estrategia “de supervivencia” de un exiliado que no quería verse completamente marginado y olvidado por incomprensible. Pese a ello y en contra de las últimas tendencias en el seno del comparativismo literario (la vuelta a la idea de la “literatura mundial” en la era de la globalización o la “lectura distante” de Moretti), en este trabajo defendemos la importancia de una“lectura atenta” que preste atención a lo que suele quedar desapercibido desde la distancia, pero que es crucial en la perspectiva queer.
3 El Diario completo se publicó en castellano recién en 2005 a través de Seix Barral y fue reeditado en 2011. Antes, Alianza Editorial había lanzado –también en España– sus dos primeros tomos (1988 y 1989). En Argentina, en cambio, las únicas ediciones y reediciones que se hicieron fueron las del Diario argentino. Gombrowicz, consciente de que su salud iba empeorándose, había decidido estrenar primero la versión reducida de su Diario solo en Argentina. Puesto que había planes de lanzar la versión completa en el mercado español, el escritor intentó incluso evitar que la variante reducida viera la luz simultáneamente en la Península ibérica (Kobyłecka- Piwońska “Diario argentino” 284-285). Irónicamente, el Diario argentino sigue siendo la versión más leída en Argentina (cfr. Amícola, “El diario trans-atlántico”; Pardo), a pesar de que ya exista el Diario completo en castellano y, además, en una traducción mucho más fiel al original (Kobyłecka-Piwońska “Diario argentino” 290-291).
4 Para leer más sobre la importancia de Gombrowicz para Ricardo Piglia y sus reflexiones acerca de los procesos literarios, consúltense: Freixa Terradas (Recepción 72; 126-137) y Kobyłecka- Piwońska, (“Cuestionar el consenso”).
5 Pau Freixa Terradas observa, a su vez, que la recepción de la obra gombrowicziana en Argentina es relativamente escasa y que el autor polaco funciona más bien “como una especie de figura de culto al estilo del poeta maldito para una parte de la juventud y el mundo literario local”, convertido, además, por varios representantes del mismo en personaje literario (“Gombrowicz como personaje” 156).
6 Todas las traducciones al castellano son nuestras, salvo en los casos en que se indica el nombre del traductor en la bibliografía final.
7 En lo que se refiere a las lecturas “no canónicas” de Trans-Atlántico, en Polonia predomina la perspectiva queer, mientras que el trabajo de Melo, como sugiere el título, pretende analizar la literatura gay. Aun tomando en consideración las diferencias metodológicas entre los enfoques queer y gay, sería de esperar que en ese estudio se dedicara más espacio a la homosexualidad y su significado en la obra Gombrowicz, en vez de concentrarse, sobre todo, en lo anecdótico.
8 Para citar las obras de Gombrowicz se usar án las siguientes abreviaturas: TA (Trans-Atlántico), F (Ferdydurke), acompañadas del número de página.
9 A lo largo del presente trabajo usamos la grafía separada del título (Trans-Atlántico), como más fiel al original polaco y acorde con la intención del autor. No obstante, aquí hemos mantenido la grafía Transatlántico porque así aparece en la edición citada.
10 Como ejemplo de un análisis de la identidad masculina y nacional en Trans-Atlántico que hace caso omiso tanto de los estudios queer como de las peculiaridades del contexto cultural polaco, podemos citar el reciente trabajo de María Rosa Lojo. La reconocida autora optó por un enfoque diferente que –desde el punto de vista de los objetivos de nuestro trabajo– no alcanza a destacar los aspectos más subversivos de la novela en cuestión.
11 El término “sarmatismo” se refiere a una ideología en boga desde finales del siglo XVI hasta principios del XVIII, basada en el mito de que los nobles polacos eran descendientes de los antiguos sármatas, pueblo guerrero de origen iranio que se había arraigado en varias zonas de Europa en los primeros siglos de la era común. Según leemos en la Historia de las literaturas eslavas, en la Polonia del siglo XVII “[e]l modelo de ‘hombre humanista’ es sustituido por el modelo de ‘hombre sármata’, una miscelánea de homo ludens y homo politicus. La idea de su superioridad le lleva a despreciar el trabajo y reservarse para la vida pública en la que hace gala de su sentido del humor, encanto personal, don de la oratoria y aparente erudición” (Presa González 608-609). El sarmatismo se convirtió en uno de los substratos de la identidad nacional polaca y en un importante referente cultural.
12 Esa obsesión por las autoridades y el aparente culto de las mismas son típicos de las culturas que se consideran periféricas y que sufren, por ende, el complejo de inferioridad. Este es también el tema de la comedia argentina El ciudadano ilustre (2016) de Mariano Cohn y Gastón Duprat, cuyo argumento y ambiente evoca, inevitablemente, las ideas filosóficas y los escritos de Witold Gombrowicz. En la película se oye un eco lejano de: “me asaltaron con Homenajes mientras corrían detrás de mí […] ¡Vaya, había caído como una ciruela en medio de la mierda! […] les había entrado el delirio de Grandeza, necesitaban Grandezas, Grandes Genios, Héroes que poder mostrar a la gente” (TA 26). La cita podría servir, sin duda, de epígrafe en El ciudadano ilustre.
13 Se trata del texto de una conferencia pronunciada en la ciudad polaca de Łódź el 18 de mayo de 2017 y que formará parte del libro Bloomsbury, el Café de Flore y Sur, cuya publicación está prevista para el año 2019. Aprovechamos la ocasión para agradecerle al autor la posibilidad de leer ese trabajo y de citarlo en el presente artículo.
14 La novela es del año 2004 y fue publicada en castellano con el título de Lovetown por la editorial Anagrama (2011).
15 Gawęda szlachecka es el nombre del género épico-narrativo polaco al que pertenecen las piezas memorialistas que estaban en boga entre la pequeña nobleza del siglo XVII y propias del barroco sármata.
16 Según el Diccionario gay-lésbico, el uso la palabra “puto” como sinónimo de “homosexual masculino, especialmente pasivo […] está anticuado en gran parte de España, pero vivo en Argentina y otras partes de América” (Rodríguez González 382). En la actualidad, el término “puto” en el español peninsular equivale a “homosexual prostituido, chapero” (ibidem), significado que, evidentemente, no debe atribuirse al apodo de Gonzalo. Para José Amícola (Bloomsbury s.p.), el hecho de que “puto” sea la única palabra española usada por Gombrowicz en Trans-Atlántico es muy llamativo. El investigador lo interpreta –no sin razón– como un mensaje cifrado enviado por el escritor a sus compatriotas, como si quisiera decir: “¡Atención, esto tiene que ver conmigo en mi nuevo lugar de residencia y no con Polonia!”.
17 La relación entre lo camp, lo kitsch y la homosexualidad fue esbozada en el ensayo pionero de Susan Sontag. Sin embargo, esta propuesta de definición fue criticada duramente tanto por los representantes de los gay como de los queer studies, por concentrarse excesivamente en el aspecto estético del fenómeno y por no apreciar con suficiencia los orígenes y vínculos del mismo con el campo de las disidencias sexuales. Así, por ejemplo, Jack Babuscio define lo camp primeramente como producto de la sensibilidad gay y le atribuye cuatro rasgos clave: ironía, esteticismo, teatralidad y humor (19-29). Otros autores/as criticaron el ensayo de Sontag desde perspectivas más constructivistas, por ejemplo Meyer (1-19) o Cleto (1-42), haciendo especial hincapié en la afinidad de lo camp con lo queer y con la performatividad de las identidades de género y sexuales. En Trans-Atlántico, esa afinidad queda reflejada precisamente en la construcción del personaje de Gonzalo.
18 Adrián Melo comparó las caminatas nocturnas de Gombrowicz por los alrededores de la estación de Retiro con el vagabundeo de un flâneur benjaminiano “en busca de la juventud joven, baja y bella, morochitos lúmpenes o proletarios” (206). Desde luego, el escritor exiliado no era mero observador de aquella belleza masculina. La zona de Retiro jugó un papel similar al que desempeñaron las proximidades de la estación parisina de Barbès-Rochechouart en el caso de Juan Goytisolo, es decir, se convirtió en un espacio de experiencias homoeróticas y sinónimo de la libertad sexual. Klementyna Suchanow, en Gombrowicz. Ja, geniusz –una exhaustiva biografía recién publicada en Polonia–, describe detalladamente aquellas primeras aventuras homosexuales del escritor, así como el ambiente específico de Retiro que propiciaba las mismas (419-431).
19 La cita aparece traducida al polaco en el libro de Tomasz Kali ściak. Aquí citamos el artículo original.
Referencias bibliográficas
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2. Amícola, José. “El diario trans-atlántico de Witold Gombrowicz”. Zama, nº 4, 2012, pp. 137-146. https://bit.ly/2MlvQEU, consultado 12/06/18.
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Fecha de recepción: 27/04/2018
Fecha de aceptación: 15/06/2018