DOI: 10.19137/anclajes-2018-2234
ARTÍCULOS
Queer Strategies to Reappropiate and Resignify the Urban Space in Gerardo González’ and Facundo Soto’s Narrative
Assen Kokalov
Purdue University Northwest
Department of Political Science, Economics, and World Languages and Cultures
College of Humanities, Education and Social Sciences
Estados Unidos
akokalov@pnw.edu
Resumen: Enfocado en la narrativa de dos escritores argentinos del siglo XXI –Gerardo González y Facundo Soto–, este trabajo estudia el modo en que sus obras reapropian y resignifican algunos de los espacios urbanos más íntimamente ligados con el sistema patriarcal, tales como la casa de familia, el gimnasio y la cancha de fútbol. A partir de los conceptos teóricos de producción de espacio de Henri Lefebvre y de heterotopía de Michel Foucault, se propone que los textos de González y Soto socavan exitosamente, hasta cierto punto, los paradigmas del planeamiento urbano tradicional y transforman dichos espacios en espacios queer.
Palabras clave: Gerardo González y Facundo Soto; Literatura argentina; Estudios queer; Siglos XX y XXI; Argentina
Abstract: Focused on the narrative of two 21st century Argentine writers –Gerardo González y Facundo R. Soto– this article addresses the way their work reappropriates and resignifies some of the urban spaces most closely related to traditional patriarchy –the family house, the gym, and the soccer field. The article uses theoretical concepts such as Henri Lefebvre’s production of space and Michel Foucault’s heterotopy to show that González’s and Soto’s texts are mostly successful in challenging the paradigms of traditional urban planning and in queering said urban spaces.
Keywords: Gerardo González and Facundo Soto; Argentine Literature; Queer Studies; 20th and 21st Centuries; Argentina
El espacio urbano ocupa un rol importante en de la literatura argentina
desde sus orígenes en el siglo XIX hasta la fecha, hecho
que se debe al papel privilegiado que la ciudad ha ocupado en
Argentina en términos históricos, políticos, económicos y culturales. De hecho,
el espacio urbano resulta un elemento fundamental en las obras de algunos/as
de los/as escritores nacionales más reconocidos, como Roberto Arlt, Jorge Luis
Borges, Julio Cortázar, Silvina Ocampo, entre otros/as. Al mismo tiempo, este
espacio ha sido el escenario principal de muchas de las interacciones homoeróticas
y queer que se encuentran en la producción cultural argentina. Comenzando
con uno de sus textos fundacionales, “El matadero” (circa 1838) de Esteban
Echeverría, pasando por las novelas naturalistas de Eugenio Cambaceres, hasta
llegar a la obra de escritores paradigmáticos del siglo XX como Roberto Arlt y
Ricardo Piglia, las prácticas eróticas y sexuales que no caben dentro de los marcos
rígidos del patriarcado heteronormativo surgieron repetidamente dentro de
la representación literaria de un espacio urbano que ha servido como albergue
para las personas que tratan de escapar de las prescripciones de la heterosexualidad.
Simultáneamente, es importante reconocer que en la literatura argentina el
entorno urbano también ha figurado como lugar de persecución del “otro”, algo
que queda claro desde el primer texto nacional que maneja explícitamente el
tema de la “inversión sexual”, Los invertidos (1914) de José González Castillo.
En las primeras décadas del siglo XXI, la conexión entre el espacio urbano y
las minorías sexuales se recalca de una manera directa en la narrativa de una serie
de escritores argentinos que no temen exponer de manera abierta la realidad íntima de aquellas personas cuyas prácticas eróticas no caben dentro del sistema
heterosexual. El presente trabajo se enfocará en la obra de dos de estos escritores,
Gerardo González1 y Facundo R. Soto (1972-)2, cuyas producciones literarias revelan
algunos de los rasgos principales de los vínculos que el sujeto queer establece
con el entorno urbano a comienzos del siglo XXI. Específicamente, se explorará su representación de ciertos espacios urbanos –la casa de familia, el gimnasio
y la cancha de fútbol– que históricamente han servido como pilares geográficos
del patriarcado. El propósito de esta exploración es descubrir hasta qué punto
o de qué manera estos espacios pueden transformarse en espacios queer a través
de prácticas que los reapropian y resignifican. En términos teóricos, el trabajo
parte de los conceptos de “producción de espacio” de Henri Lefebvre y de “heterotopía” de Michel Foucault, y del modo en que estos han sido desarrollados por
los estudios de género y queer en el trabajo de críticos como Jorge Luis Peralta y
Dianne Chisholm, entre otras/os. Se intentará demostrar que aun espacios urbanos
firmemente asociados con la heteronormatividad pueden funcionar como
enclaves queer en ciertas circunstancias como las que aparecen en la narrativa de
González y Soto.
En el texto del primero, Soave libertate (2006), el lector encuentra una serie
de viñetas en las que se entremezclan diferentes épocas históricas de la vida del
narrador, desde la última dictadura militar hasta los primeros años del siglo nuevo.
También se introducen diversos espacios urbanos: las calles porteñas, ciudades
argentinas del interior (por ejemplo, Tucumán) y Los Ángeles, una metrópoli
que ocupa un importante papel diaspórico para muchos argentinos exiliados por
razones políticas y económicas a lo largo de las últimas décadas y que es, al mismo
tiempo, una de las ciudades de habla hispana más importante del mundo actual.
Por su parte, Facundo Soto ha publicado distintas piezas de narrativa breve desde
el comienzo del siglo XXI; el presente trabajo se centrará en dos de sus colecciones
de cuentos (o novelas episódicas) recientes, Juego de chicos (2011) y Como se
saludan los surfers (2012), donde se exploran las diferentes maneras en que el sujeto
queer se conduce y existe dentro del espacio urbano porteño. La primera de
las colecciones se centra en uno de los espacios masculinos paradigmáticos para
la sociedad patriarcal argentina –la cancha de fútbol– en un intento de desestabilizarlo
y mostrar que la subversión queer puede transformarlo como parte de un
paisaje urbano que sigue cambiando. La segunda colección gira en torno a otros
espacios, entre ellos las discotecas, los clubs de sexo y los gimnasios, que también
pueden tener una relación ambigua y conflictiva con el sujeto queer. Vale recalcar
que en todas las obras que se considerarán hay una representación explícita de la
sexualidad queer que desafía el sistema patriarcal y se opone a todos los intentos
de la sociedad aburguesada de hacer invisibles aquellas prácticas sexuales que esta
generalmente tilda como patológicas o perversas. Al mismo tiempo, los textos
también rechazan la así llamada homonormatividad, que procura transformar al
sujeto homosexual en una entidad monógama y respetable.
En La producción del espacio [La production de l’espace] (1974), Lefebvre propone
la creación de un proyecto espaciológico que promueve el acercamiento
harmonioso entre los espacios físico, mental y social, para exponer y decodificar
el concepto mismo de espacio y demostrar que se trata de un ente vivo y orgánico,
producido activamente por diferentes sistemas de control socioeconómico.
Dicho proceso permite vislumbrar las relaciones sociales que existen y también
aquellas que se configuran dentro del espacio. El autor sostiene que el espacio no
es ni un objeto ni un sujeto, sino una realidad social, es decir, un conjunto de
relaciones y formas en el que coexisten tres elementos cardinales que él denomina
prácticas espaciales, representaciones de espacio y espacios representacionales
(Lefebvre 11-46; 116). En su lectura del trabajo del filósofo francés, Jorge Luis
Peralta propone una reinterpretación de estos elementos denominándolos “tres
formas diferenciadas de espacio” que representan, respectivamente, espacios “percibidos”, “concebidos” y “vividos”. Si los primeros dos se relacionan con lo
material y con el orden dominante, los últimos, los espacios representacionales
o los espacios “vividos”, permiten nuevas apropiaciones y transformaciones de
lo establecido suscitando, de tal manera, la creación de significados diferentes
(Peralta 24-25).
Para los estudios queer, el concepto de espacios “vividos” resulta el más provechoso,
ya que ofrece la posibilidad de deconstruir el orden urbano y abrir grietas
para la expresión de sexualidades divergentes, a cuyas prácticas el planeamiento
urbano no les ha otorgado, históricamente, ningún espacio oficial o “concebido”.
Michael Brown, otro crítico cuyo análisis emplea los postulados de Lefebvre, se
enfoca en el rol de la sexualidad en la producción del espacio y demuestra que
el sistema capitalista y la heterosexualidad se interrelacionan para fragmentar el
cuerpo dentro del espacio abstracto con el propósito de objetivarlo y mercantilizarlo.
Tanto el trabajo de Brown como el de Virginia Blum y Heidi Nast recalcan
el heterosexismo estructural de algunos de los postulados del filósofo francés y
ofrecen herramientas para abrir las propuestas de Levefvre a sexualidades divergentes.
Blum y Nast (574-76) sugieren que el espacio se puede apropiar y reorientar
de modos críticos por comunidades conscientes, lo cual permitiría una
ruptura en las relaciones espaciales abstractas, mientras que Brown (85) indica
que los espacios representacionales tienen la capacidad de demostrar la existencia
de espacios que contienen (o esconden, en el caso del armario) sexualidades
imposibles de ubicar dentro del marco de la heteronormatividad.
Por su parte, el trabajo de Michel Foucault también ha sido instrumental
para la deconstrucción queer del espacio urbano, mientras que Dianne Chisholm
ha trazado el modo en que los estudios queer han utilizado el concepto foucauldiano
de la heterotopía para reexaminar algunos espacios urbanos significativos –barrios con alto porcentaje de población queer, cines porno y saunas, entre
otros– y redefinirlos como “contraespacios”, ambientes que son simultáneamente
reales y utópicos, contestados e invertidos (Chisholm 27). Esta aplicación del
pensamiento del filósofo francés coincide con otras interpretaciones más amplias
de la heterotopía, por ejemplo, la de Derek Hook (181-84), quien la vincula
con espacios físicos y metafóricos que permiten la construcción social de “contraespacios” contestatarios de la “otredad”, y que encarnan formas viables de
resistencia. Peralta también se sirve de las propuestas de Foucault caracterizando
lo que él denomina “espacios homoeróticos” dentro de la ciudad como zonas
heterotópicas, partiendo de los seis principios establecidos por el francés para la
identificación de tales zonas. A fin de cuentas, Peralta concluye que el concepto
de heterotopía se vincula directamente con la espacialidad homoerótica “por su
carácter fundamental de espacio diferente” y por reflejar e invertir “los ámbitos ‘normativos’ de la vida cotidiana” (23).
En su propio trabajo, Peralta teoriza el espacio homoerótico como un ambiente
que se forma como resultado de la interacción entre “un entorno físico
inmediato y una actividad humana que modifica momentáneamente su estatus
habitual u ‘oficial’” (19). Esta definición se relaciona directamente con las propuestas de Lefebvre, ya que se trata de la transformación de las representaciones
de espacio en espacios representacionales, es decir, aquello que ha sido “concebido” por el sistema dominante del planeamiento urbano resulta subvertido
por el modo en que el espacio es “vivido” por quienes lo habitan permanente
o temporalmente. También cabe notar que Peralta utiliza el término “espacio
homoerótico”, a diferencia del que se maneja en este trabajo, “espacio queer”.
El crítico subraya que la razón principal para evitar el uso del término queer se
debe al hecho de que su estudio se ocupa del análisis de producciones culturales
del siglo XIX y comienzos/mediados del XX, que históricamente preceden el
advenimiento de conceptos como “gay” y queer, por lo que es importante evitar
el empleo de términos que pueden resultar anacrónicos. Dado que el proyecto
actual se enfoca en la investigación de textos del siglo XXI, se ha optado por
utilizar “queer” sin necesariamente sugerir que “queer” y “homoerótico” pueden
ser sustituidos acríticamente. No obstante, el término queer ya tiene un uso
establecido dentro de los estudios de género en el mundo hispano y el trabajo
de Peralta cita un número de textos relacionados explícitamente con lo queer en
su construcción del “espacio homoerótico”, lo que sugiere una compatibilidad
significativa entre este y el “espacio queer”.
Una gran parte de los críticos que estudian el espacio queer urbano se centran
en entornos físicos de la ciudad que tienen un rol importante en la vida del
sujeto queer, tales como los ya mencionados saunas o clubs de sexo donde hay
una concentración de personas que intentan evitar la heteronormatividad y los
binarios de la sexualidad prescrita (Bérubé; Betsky 140-95; Chisholm 66-99;
Tattelman). No obstante, como ya se mencionó, el trabajo de Peralta sugiere
que una oficina o una casa también tienen la capacidad de representar un espacio
homoerótico o queer dependiendo del modo en que sean reapropiadas y
resignificadas en diferentes momentos por aquellos sujetos que procuran escapar
de las normas del patriarcado dominante. De hecho, su análisis demuestra que
en Los invertidos de González Castillo, la garçonnière (departamento de soltero)
y la casa de familia funcionan como espacios queer urbanos de acuerdo con las
actividades humanas que tienen lugar en su interior. Al mismo tiempo, el crítico
reconoce que este tipo de espacios, particularmente los que tienen una relación íntima con el sistema patriarcal, como la casa de familia, pueden exhibir ciertos
límites en términos de su carácter homoerótico, algo que Peralta observa en algunos
de los textos de ficción del argentino José Bianco como, por ejemplo, Las
ratas (1943). Examinando esta obra, el investigador nota que la casa de familia es
un espacio ambiguo que “se manifiesta receptiv[o] a secretos de carácter sexual” sin, no obstante, llegar a adquirir “un estatus explícitamente homoerótico”, lo
cual se debe tanto al estilo sutil de Bianco como a las características innatamente
patriarcales de las “viejas casonas” que ocupan los personajes (Peralta 150).
En los textos de González y de Soto se encuentran diferentes facetas de la
espacialidad queer urbana, desde aquellas que se relacionan directamente con las
experiencias vitales del sujeto queer –la Avenida Santa Fe en la capital argentina
antes de la última dictadura (una zona importante de ligue entre personas del
mismo sexo de la época) o el club de sexo hoy en día– hasta espacios urbanos que
no tienen atributos explícitamente queer pero que pueden llegar a ser queer por el
modo en que son “vividos” por sus habitantes. Esto se nota manifiestamente en Soave libertate, texto que retrata a un argentino que en el presente diegético de la
trama –principios del siglo XXI– reside en una zona acaudalada de la ciudad de
Los Ángeles. Las escenas retrospectivas revelan una vida turbulenta en diferentes
regiones de Argentina, donde el narrador ha experimentado una variedad de
prácticas homoeróticas. La presencia de distintos entornos urbanos demuestra
tanto las posibles formas de resistencia frente a las prescripciones heterosexistas
como los diferentes peligros para las personas que emprenden tal resistencia en
las ciudades del país sudamericano de la segunda mitad del siglo XX.
En la actualidad del texto el personaje principal –que nunca revela su nombre– disfruta de una vida acomodada en el sur de California, donde sigue ejerciendo
prácticas que desafían los postulados del sistema patriarcal. La diferencia
principal entre su presente en los Estados Unidos y su pasado en el Cono Sur radica
en que sus encuentros queer ya no se efectúan a través del yiro3 por las calles
urbanas de la Argentina de su juventud, sino mediante el uso del espacio cibernético
de los chats, que le permiten relacionarse con otros hombres interesados
en tener relaciones eróticas con miembros de su propio sexo o con personas que
subvierten el típico binario de género y sexo. Una vez establecido el contacto y
comprobado el deseo de copular o simplemente conocerse en persona, el narrador
invita a sus partenaires a su casa, lugar que se convierte en un espacio urbano
abiertamente queer. La casa adquiere características queer adicionales por ser un
espacio que se fija explícitamente en la corporalidad del hombre y, en particular,
de hombres que representan lo esencial del sistema patriarcal como, por ejemplo,
John, padre de familia heterosexual. A él se le describe en términos explícitamente
físicos –“es de raza negra, un tipo altísimo y corpulento con una verga
grandota” (187)– suministrando de tal modo imágenes que revelan la corporalidad
masculina tradicionalmente invisibilizada dentro de la producción cultural
occidental, cuya intención es transformar el cuerpo del hombre en “continente
oscuro”, como lo define Peter Lehman.
Esta capacidad de la casa del narrador de González de visibilizar de un modo
gráfico la intimidad de la masculinidad hegemónica asemeja dicho espacio a la garçonnière de Los invertidos de González Castillo, que Peralta describe en su estudio.
En su trabajo, el crítico propone que la garçonnière de uno de los amantes
masculinos se transforma en espacio representacional que desmantela la representación
de espacio dominante, “la casa burguesa, símbolo de la institución familiar
y del rígido orden moral que la sustenta” (76). La investigadora mexicana
Luz Aurora Pimentel (186) sugiere que este tipo de transformación se efectúa a
través de las acciones de los personajes o del narrador, quienes atribuyen nuevas
funciones y/o significaciones al espacio; esto, según Peralta, en el caso particular
de la garçonnière le permite funcionar “como una heterotopía: un lugar otro que
refleja e invierte ese (falso) orden, que se sustrae –efímeramente– a él y que a su
vez lo mantiene, pues solo la existencia de lugares de otredad garantiza el pleno
funcionamiento de lugares de lo mismo” (76, énfasis en el original).
A diferencia de lo que sucede en Los invertidos, en el presente diegético de Soave libertate no hay eventos trágicos; sin embargo, dentro de la casa del narrador
se produce una serie de acciones que subvierten el orden patriarcal, hecho
que resignifica el espacio de la casa burguesa. Esto resulta evidente desde el inicio
del libro, cuando el protagonista cuenta su aventura en Los Ángeles con un tal
Dave, quien llega a su vivienda con la intención de recrear por completo las
estructuras patriarcales a través de la ejecución de una fantasía erótica basada
en la premisa de que su amante es su ‘esclava’ en la cama y, por lo tanto, debe
ocupar explícitamente el rol de la mujer sumisa que establecen las estructuras
de la familia tradicional. Como parte integral de su fantasía, Dave también informa
al otro hombre que todo el placer erótico queda reservado para él como
varón penetrador: “[q]uiero que te quede claro que aquí el único que goza soy
yo, todo se hace para agradarme a mí. A mí no me interesa tu placer ni tampoco
me preocupo por dártelo” (González 16). Estas declaraciones se complementan
con un intento de feminizar por completo a su pareja denominándolo “esclava” y advirtiéndole que su “ano iba a ser su pussy (concha, en lenguaje de gringo)” (15) –una fantasía que se aproxima a los orígenes más siniestros del patriarcado,
donde ocupar el rol femenino significa una abyección total.
Inicialmente, el narrador aparenta aceptar las reglas de su amante y a lo largo
de las horas que pasan juntos dentro de la casa se construye una reproducción
cabal de los postulados más anquilosados del patriarcado, según los cuales el
sujeto penetrado obedece las órdenes del macho “activo”. No obstante, desde el
comienzo también se nota una subversión de este reglamento, ya que el narrador
de los eventos es el amante sumiso y penetrado: de ese modo, el discurso textual
aparece dominado por el sujeto que supuestamente no ejerce ningún control
sobre la situación. Esta reapropiación discursiva por parte del amante “pasivo” y penetrado también permite ver que el narrador, a quien se le ha prohibido el
goce, indudablemente acaba disfrutando de este juego sexual. Esta es, sin embargo,
solo la primera indicación de que la casa del personaje principal se niega
rotundamente a transformarse en una representación de espacio y es vivida por
el narrador como un espacio representacional, un lugar donde las normas se
trastornan y resignifican.
La subversión resulta más evidente al final de la descripción de este episodio,
cuando al salir de la casa del protagonista, Dave le informa que por ser “una esclava perfecta” se ha ganado el privilegio de estar con él todas las noches
a partir de ese momento. Consecuentemente, Dave llama la noche siguiente
para arreglar otra sesión. No obstante, el argentino está cansado y pide dejar el
encuentro para otra noche. El ritual de llamadas y rechazos se repite durante
varios días y termina produciéndole al narrador una “gran satisfacción en ver
hasta qué punto se había convertido [Dave] en mi esclavo” (18). Así, el texto
demuestra que, al fin y al cabo, el amante penetrado es el que mantiene el
control en el espacio de la fantasía erótica y también en el espacio físico de la
casa donde se produjo dicha fantasía. Desde el primer momento del encuentro
entre los dos se observa un intento de transformar la vivienda del narrador en
un simulacro perfecto de la heteronormatividad con un sujeto que penetra,
goza y domina, mientras que el papel del otro consiste en proveer placer, ser
penetrado y controlado. Sin embargo, desde el encuentro inicial hasta el fin de
la interacción varios días más tarde, la casa también funciona como lugar donde
este sistema se subvierte, algo evidente cuando, al final, el que ejerce el control
absoluto termina siendo el narrador. Por lo tanto, resulta claro que la casa del
narrador es una heterotopía, ya que, como sugiere Peralta, se trata de un “espacio
diferente, que al mismo tiempo refleja e invierte los ámbitos ‘normativos’ de
la vida cotidiana” (23, énfasis original). La inversión de las reglas implica que
la casa del narrador se puede leer como un “contraespacio” heterotópico donde
se encuentra la contestación de reglas patriarcales y la producción de formas
viables de resistencia que proponen tanto Chisholm como Hook en sus análisis
de los postulados de Foucault.
En algunos de los cuentos de Facundo R. Soto también se observa la presencia
de espacios urbanos paradigmáticamente queer, como el club de sexo para
hombres o la disco gay, antros que son el escenario de los cuentos “Glory Hole” y “Paki”, respectivamente, de la colección Como se saludan los surfers (2012). En
otros trabajos ya se ha detallado la importancia de este tipo de espacios queer, especialmente
dentro del ambiente porteño donde se desarrollan la mayoría de las
narrativas de Soto (Brant; Kokalov). Además, los cuentos de este autor presentan
espacios adicionales dentro de la ciudad que no se vinculan explícitamente con lo
queer, los cuales, como en el caso de la casa del narrador en el texto de González,
pueden reapropiarse y resignificarse temporalmente como espacios queer dependiendo
de las actitudes de quienes los ocupan o “viven”, según la terminología de
Peralta. En el caso de Soto, algunos de estos espacios son el gimnasio o la cancha
de fútbol, lugares que, al igual a la casa de familia, funcionan como pilares de la
sociedad patriarcal, que los utiliza como ejes geográficos para el desarrollo de las
identidades y comportamientos necesarios para su reproducción física, económica
y social. De hecho, R. W. Connell afirma que las estructuras jerárquicas y
competitivas del mundo deportivo funcionan tanto como espacios paradigmáticos
para la producción de la masculinidad hegemónica en el mundo occidental
(Masculinities 35-37), como para la creación y diseminación de la diferencia de
género (Gender 5), mientras que en su trabajo extenso sobre la formación de la
masculinidad moderna, George L. Mosse (17-55) subraya la importancia del
gimnasio para la construcción del estereotipo masculino a partir del siglo XVIII,
cuando una serie de pensadores europeos señalaron la gimnasia como práctica
fundamental para la edificación del cuerpo que satisface el ideal varonil.
En el contexto argentino, Eduardo Archetti (176; 192) afirma que el fútbol
ocupa un espacio privilegiado y forma parte integral de la construcción de la “masculinidad nacional” de este y de otros países latinoamericanos. En términos
geográficos, el crítico afirma que el fútbol es un fenómeno esencialmente urbano
que parte del espacio legendario del potrero, la cancha de fútbol argentina original,
donde nace la figura más emblemática del fútbol nacional, el “pibe” (67;
193). En consecuencia, la transformación del gimnasio y de la cancha de fútbol
en espacios queer puede ser, por un lado, problemática y difícil, como lo sugiere
Peralta, pero, por otro lado, altamente significativa y útil para la deconstrucción
de la sociedad patriarcal, porque esta depende esencialmente de dichos espacios
en su función de representaciones de espacio.
El tercer cuento de Como se saludan los surfers se titula precisamente “Gimnasio” y lleva al lector a uno de estos lugares íntimamente vinculados con la masculinidad
heteronormativa. A través de los ojos del narrador homodiegético, el lector
es testigo de una interacción machista entre dos hombres que frecuentan este
tipo de instalaciones deportivas con el propósito de afinar sus músculos –uno de
los pasos vitales hacia la perfección del estereotipo masculino (Mosse 40)–. Ellos
hacen ejercicio juntos y uno de los dos, al estirar la remera del otro, le pregunta
si “¿[n]o hay para hombres, che?” sugiriendo que la tela es demasiado corta para
ser llevada por un varón. Su compañero le contesta de una manera no menos
indicada para un “hombre de verdad”, agarrando su “pija” y amenazándolo con
una aparente violación sexual: “–Sabes cómo te voy a hacer gritar con esta, ¿no?” (Soto Como se saludan 20). Aquí vale recalcar que dicha interacción se desarrolla
en público, en la sala de pesas, lo cual indica el deseo de los dos varones de que
su intercambio sea escuchado y observado por los otros clientes, hecho que sirve
para afirmar la propia masculinidad a través de la humillación del otro.
Después de presenciar este espectáculo machista, el narrador se dirige a la sala
de yoga, donde llega a escuchar una serie de “gemidos entrecortados” que pican
su curiosidad y terminan llevándolo a las duchas del vestuario. Una vez ahí, se
da cuenta de que detrás de la cortina cerrada de una de las cabinas se encuentran
los dos hombres de la escena anterior, copulando entre sí. Esta nueva interacción
también parece tener el propósito de constituir un espectáculo, es decir, de ser
observada por los otros clientes. A pesar de que la cortina esté cerrada, no parece
que los dos amantes hayan hecho un verdadero intento por esconderse, ya que
sus gemidos se escuchan lo suficientemente lejos como para que el narrador se dé cuenta de lo que sucede. El deseo de que los observen se revela más claramente
cuando el narrador decide usar la ducha colindante y de repente “[s]in querer,
los chicos que estaban enfrente movieron un poco la cortina y por una rendija
pude verlos” (21). La observación “sin querer” resulta sospechosa, ya que hasta
este momento los dos amantes han hecho todo lo posible para exhibirse, tanto en
la sala de pesas como en las duchas, asegurándose de que sus palabras o gemidos
sean escuchados por quienes los rodean. De todas maneras, desde este instante el
narrador observa el acto sexual entero. No queda claro si los hombres se percatan
de su presencia, pero el texto manifiesta que no les importa, ya que continúan su
acto sexual hasta llegar a un orgasmo sumamente público: “El rubio y el negro,
que seguían enfrente mío, no tuvieron reparos en gritar para acabar” (22).
Esta serie de espectáculos –la interacción agresiva en la sala de levantar pesas y
el acto sexual en las duchas– confieren un sentido doble y heterotópico al espacio
urbano en cuestión, ya que, por un lado, recalcan sus credenciales patriarcales
como lugar donde los hombres se dedican a actividades que sirven para construir
y reproducir la masculinidad tradicional, tales como el ejercicio físico, la aumentación
de la masa muscular y la amenaza del otro con violencia masculinista. Por
otro lado, el acto sexual que observa el narrador sirve para desestabilizar dichas
credenciales, al demostrar que existen posibilidades queer aun dentro de un espacio
tan evidentemente heteronormativo. Utilizando las epistemologías tanto
de Levebvre como de Pimentel se puede resumir que se trata de la transformación
de una representación de espacio en espacio representacional a través de las
acciones de los personajes que frecuentan o habitan dicho espacio y que acaban
por otorgarle nuevas funciones. En este caso particular, se trata de hombres que
se instalan dentro del gimnasio y, al mismo tiempo, reapropian y resignifican el
típico discurso heterosexista deportivo que pretende menospreciar la hombría
del otro con una de las amenazas más peligrosas para la heteronormatividad,
la penetración anal, que el otro no solamente tendrá que “bancarse”, sino que
también disfrutará, al punto de llegar a “gritar”. Esta reapropiación y subversión
se efectúa a través de la transformación del discurso inicial (su conversación) en
actos que convierten la supuesta amenaza en un evento sumamente anhelado
y placentero para ambos. Adicionalmente, la naturaleza pública o semipública
de las interacciones permite a los demás clientes reevaluar este espacio urbano y
considerar su potencial disidente.
La otra colección de cuentos –o novela en episodios– de Soto, Juego de chicos (2011), también se centra en un lugar intrínsecamente asociado con la masculinidad
tradicional –la cancha de fútbol– y demuestra los modos en que este
puede funcionar, hasta cierto punto, como espacio queer dentro del entorno
urbano de la capital argentina. Vale recalcar que en Argentina el deporte relacionado
con este espacio representa, según Archetti (10; 15; 58), una poderosa
expresión masculina de la capacidad y potencial nacional y sirve para construir
la imagen del varón clasemediero dentro de un espacio, el estadio, que funciona
como escenario de una serie de performances rituales. Cada uno de los cuentos
de Soto introduce al lector a un miembro diferente de un equipo de fútbol porteño
que incluye hombres con diversos deseos y prácticas sexuales. El narrador
es uno de los jugadores, quien retrata a sus compañeros fijándose en el modo en
que participan en el equipo, en sus vidas privadas y, de un modo explícito, en
sus preferencias y experiencias eróticas. Ninguno de los personajes, salvo excepciones,
tiene un nombre propio en el texto y el narrador se refiere a ellos con sus
números o roles en el equipo, por ejemplo, “7”, “10 Suplente” o “DT”, detalle
que subraya el rol primordial de su identidad deportiva. Ellos ocupan la cancha
de fútbol como los jugadores de cualquier otro equipo tradicional y a lo largo del
texto se los observa entrenando, viajando a otras ciudades para torneos, perdiendo
y ganando partidos. A veces, en los vestuarios o en la cancha se escuchan las
típicas conversaciones asociadas con la cultura futbolista mientras ellos hablan
del amor, del sexo o del deporte que practican.
No obstante, estas conversaciones se entremezclan con otras que desplazan
las expectativas tradicionales del mundo heteronormativo de los deportes. Así el
cuento “‘10 Suplente’, cuando la comida molecular se transforma en pancho” comienza con una conversación entre el narrador y el personaje epónimo, quien
proclama su afición hacia “la pija” mientras ingresan a la cancha: “–Me gusta
tanto la pija […] –¿Por qué me gusta tanto?” (Soto Juego de chicos 69). A través
de varias analepsis que relatan la iniciación sexual de “10 Suplente” y también
su llegada al equipo, se descubre que este personaje ha superado muchos de sus
propios prejuicios relacionados con la sexualidad: si en el presente diegético él
no tiene problema en enunciar su predilección hacia el miembro masculino, durante
su primera interacción con los integrantes del equipo él había respondido
nerviosamente, con un sucinto “activo”, al ser interrogado sobre sus preferencias
eróticas. Se trata de una evasiva que no refleja sus deseos verdaderos, sino que
se basa en convencionalismos anquilosados según los cuales el participante en
un acto sexual que penetra a su pareja, el “activo”, no es realmente homosexual
y, por lo tanto, su heteromasculinidad no resulta amenazada por la acción de
copular con otro hombre.
El texto de Soto prueba que el tiempo que “10 Suplente” ha pasado con sus
compañeros del equipo de fútbol dentro del espacio urbano de la cancha le ha
permitido liberarse del miedo que le provocaba su propio deseo queer. De hecho,
al final del cuento el narrador informa que este personaje acaba siendo el novio
de “10 Titular”, circunstancia que pone fin a la rivalidad entre los dos y subvierte
una de las características fundamentales de las estructuras jerárquicas del mundo
deportivo, la competencia, la cual, según Connell, figura como uno de sus valores
más premiados (Masculinities 35). En el cuento de Soto el vínculo amoroso
significa que a ellos ya “no les importaba quién jugaba de titular y quién de suplente” (72) en un desafío directo a las tradiciones deportivas. Estos desarrollos
demuestran las aperturas queer que se efectúan dentro del espacio de la cancha,
transformada en un espacio representacional como resultado de las acciones y
actitudes de los personajes, según la definición de Pimentel.
Cabe destacar, no obstante, que el espacio no se transforma en una entidad
queer de un modo unidimensional. Como señala Peralta, ciertas clases de espacio,
por estar íntimamente vinculadas con el poder del sistema patriarcal, exhiben
un límite en cuanto a su propensión a incorporar desafíos y posibilidades
queer, y esto queda manifiesto en el texto de Soto. La cancha de fútbol en Juego
de chicos incluye hombres que rechazan abiertamente la rivalidad y admiten su
deseo de ser penetrados pero, al mismo tiempo, dentro de este mismo espacio se
rechaza la participación de personajes como Turquesa, una travesti que, según las
palabras de sus compañeros, “juega mejor que nosotros” (7). Después de varios
entrenamientos, la demanda de Turquesa de jugar en un partido oficial provoca
una fuerte oposición de parte de los demás jugadores, quienes en conversaciones
privadas previas ya han expresado su preocupación por incluirla en el equipo. En
el momento de su demanda pública, sin embargo, dicha inquietud se transforma
en una confrontación directa que deja “de estar en los celulares, para establecerse
en la cancha” (10).
Precisamente allí se la rechaza por ser distinta, por tener una corporalidad
divergente y por estar “ocasionando un problema” (14). A pesar de que algunos
defienden su derecho a participar en el equipo, Turquesa termina marginada
por ser demasiado queer para la cancha de fútbol y para un equipo que acepta
hombres de cualquier orientación sexual, pero que no está dispuesto a aceptar
a una travesti por el miedo a perder el supuesto respeto de los otros equipos,
retrocediendo, de tal modo, a una vetusta posición transfóbica. Esto demuestra
los límites de la cancha como espacio queer, revela los prejuicios machistas que
siguen vigentes entre muchos de los jugadores y ejemplifica la ambigüedad y
la inconsistencia de ciertos espacios queer que Peralta señala en su trabajo. El
espacio “concebido” retiene algunas de sus características originales y no termina
siendo apropiado y resignificado por todos los que desean “vivirlo”.
Los textos analizados presentan, en definitiva, una serie de espacios urbanos
típicamente vinculados con el sistema patriarcal, pero que en circunstancias
oportunas se pueden reapropiar y resignificar para funcionar, dentro de ciertos
límites, como espacios queer. En la narrativa de González y de Soto, la casa, el
gimnasio y la cancha de fútbol constituyen ejemplos de la transformación de representaciones
de espacio en espacios representacionales, según las propuestas de
Lefebvre y de la reinterpretación queer de estas por parte de Peralta y Chisholm.
Esta transformación también se relaciona con la heterotopía foucauldiana, según
la cual dichos espacios funcionan como “contraespacios” en los que se producen
diferentes contestaciones por parte de los personajes, quienes, como afirma Pimentel,
otorgan nuevas atribuciones y significaciones al espacio a través de sus
acciones. Finalmente, los textos en cuestión también presentan algunos de los
límites de dichos espacios: queda demostrado, así, que el sistema patriarcal sigue
siendo una estructura potente dentro de la sociedad argentina contemporánea,
que todavía no está dispuesta a abdicar de su poder dentro del espacio urbano.
Notas
1 La solapa de Soave libertate (2006) solo indica que “Gerardo González” es el pseudónimo de un crítico literario argentino nacido en Buenos Aires, donde vivió durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, y que actualmente reside en los Estados Unidos.
2 Facundo R. Soto es narrador, poeta, periodista y blogger. Entre sus libros cabe mencionar Microondas (2011), Olor a pasto recién cortado (2011), Juego de chicos (2011), Como se saludan los surfers (2012), Taller literario (2013) y Fotocopia (2017). Coordinó la antología Vivan los putos (2012) editada por Eloísa Cartonera.
3 El yiro es la versión rioplatense de la flânerie o del cruising homoerótico/queer que involucra
paseos por parques, calles u otras zonas públicas de la ciudad en búsqueda de encuentros sexuales.
Para más detalles sobre las tradiciones argentinas del yiro, ver Bazán (116-17) y Rapisardi y
Modarelli.
Referencias bibliográficas
1. Archetti, Eduardo. Masculinities: Football, Polo and the Tango in Argentina. Berg, 1999.
2. Bazán, Osvaldo. Historia de la homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al siglo XXI. Marea, 2010.
3. Bérubé, Allan. “The History of Gay Bathhouses.” Journal of Homosexuality, vol. 44, nº 3-4, 2003, pp. 33-53. https://doi.org/10.1300/J082v44n03_03
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10. Connell, R. W. Masculinities. 2ª ed. University of California, 2005.
11. Foucault, Michel. El cuerpo utópico. Las heterotopías. Traductor Víctor Goldstein. Nueva Visión, 2010.
12. González, Gerardo. Soave libertate. Nueva Generación, 2006.
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14. Hook, Derek. Foucault, Psychology and the Analytics of Power. Palgrave Macmillan, 2007.
15. Kokalov, Assen. “Espacio urbano y apropiación queer en la narrativa argentina contemporánea: Batido de trolo (2012) de Naty Menstrual y La gira (2012) de Martín Villagarcía”. Culturas, 2018. En prensa.
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18. Mosse, George L. The Image of Man: The Creation of Modern Masculinity. Oxford University, 1996.
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20. Pimentel, Luz Aurora. Constelaciones I: ensayos de teoría narrativa y literatura comparada. Bonilla Artigas, 2012.
21. Rapisardi, Flavio y Alejandro Modarelli. Fiestas baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura. Sudamericana, 2001.
22. Soto, Facundo R. Como se saludan los surfers. De Parado, 2012.
23. Soto, Facundo R. Juego de chicos. Conejos, 2011.
24. Tattelman, Ira. “The Meaning at the Wall: Tracing the Gay Bathhouse”. Queers in Space: Communities, Public Places, Sites of Resistance. Editores/as Gordon Ingram et al. Wahs Bay, 1997, pp. 391-406.
Fecha de recepción: 27/03/2018
Fecha de aceptación: 15/06/2018