DOI: 10.19137/anclajes-2018-22211
RESEÑAS
“Lejos de agotadas antinomias, la
vigorosa escritura del texto se
inscribe en la zona intersticial de la reflexión
cultural donde confluyen crítica y poiesis”.
La cita se lee en la contratapa del libro y es
parte de la sinopsis, a cargo de Nancy Calomarde;
anticipa y pone de relieve el carácter
ensayístico de la obra crítica de Roberto
Fernández Retamar. Ese paratexto habla,
en gran medida, de los fundamentos de la
Colección Poliedros, serie Zona de Crítica
-coordinada por Rosana Patiño- de la editorial
de la Universidad Nacional de Villa
María para la publicación de este conjunto
de textos del autor que datan algunos de la
década de 1950 y la reedición, con agregados
de La poesía, reino autónomo, publicado
por primera vez en el año 2000. Tal es
la aclaración realizada por el propio autor
al inicio del libro, al tiempo que expone su
organización: “materiales panorámicos en
la primera parte; en la segunda, otros sobre
autores u obras, y en la tercera, breves
páginas hechas ante la muerte reciente de
algunos creadores” (9).
Entre los materiales panorámicos se
cuentan cinco textos; tres de ellos son estudios
críticos, que fueron escritos inicialmente
como conferencias, y dos prólogos.
El primero de estos se titula “Situación
actual de la poesía hispanoamericana” de
1957 y fue publicado por primera vez en
1958. Se percibe allí un afán de historización
del universo de la poesía en Hispanoamérica,
con epicentro en el ámbito
cubano y con vasos comunicantes hacia
los movimientos europeos. Examina la
escritura poética durante los últimos cuarenta
o cincuenta años contados a partir
del presente de la enunciación. Establece
una genealogía, cuyas categorías clasificatorias
funcionan hasta hoy, en términos
de historia de la poesía y, si bien pretende
prescindir de los nombres, algunos se
hacen presentes como paradigmas: modernismo
(Rubén Darío, Leopoldo Lugones);
posmodernismo (Ramón López Velarde,
Gabriela Mistral); vanguardia (Jorge Luis
Borges, Pablo Neruda); posvanguardia
que es practicada por la propia generación
vanguardista al renegar de la “frivolidad” de la vanguardia, como César Vallejo, y se
consolida en 1940, con poetas como César
Rosales, Octavio Paz, José Lezama Lima,
Cintio Vitier, Eliseo Diego, Ernesto Sánchez
Mejía.
El segundo de los textos panorámicos
se titula “Antipoesía y poesía conversacional
en Hispanoamérica”, data de
1968, aunque el propio autor propone
leerlo como “una especie de complemento
de otra que di hace algo más de diez
años” (33); se refiere justamente al texto
que le antecede. Si bien utiliza el término “generación” como categoría, aun en
ese texto anterior, advierte la necesidad de
relativizar la noción, porque requiere ver
cómo “se interpenetran las generaciones
en las épocas” (34). Poemas y antipoemas
(1954) de Nicanor Parra, según el autor,
sirve para nombrar toda una corriente llamada “antipoesía” que “es una poesía anti-
Neruda” (36-37). Aunque sin desconocer
las características epocales, hace uso de la
afirmación muy utilizada por los formalistas
rusos: “lo que más influye sobre una
obra literaria es otra obra literaria” (36) y,
desde esa perspectiva, observa los caminos
abiertos por las retóricas poéticas que permiten
o dan lugar a otras corrientes. Traza
así linajes y tradiciones entre las corrientes
poéticas contemporáneas y las de tiempos
pretéritos. Por ese derrotero argumental,
define las dos líneas del posvanguardismo:
la antipoesía y la poesía conversacional. La
primera, representada por Nicanor Parra,
es deudora de una tradición más europea
(el prosaísmo teorizado por Campoamor,
luego por Elliot y adjudicado a Bécquer
por Juan Valera); la segunda es la representada
por Ernesto Cardenal que deriva de
la tradición estadounidense –“Cardenal ha
dicho que él no es más que un secuaz de
los grandes poetas norteamericano, lo cual
desde luego no es cierto” (46)–. Expone un
esquema diferenciador de esas dos tendencias
cuyas características resultan vigentes
hoy en día. Finaliza con la exposición de
un tema cuyo debate no está saldado: la
noción de “realismo”, por un lado, vinculada
a la poesía y, por otro, vinculada a
la literatura en general que constituía una
discusión central en la Cuba de 1968.
El tercer artículo también establece un
diálogo con el primero, a través de algunas
autocitas. Inicialmente una conferencia
pronunciada para la inauguración del ciclo “La poesía en los poetas de la nueva
generación”, en La Habana, data de agosto
de 1959. La fecha es muy elocuente dado
que podría considerarse como un texto
fundante en cuanto a cómo este intelectual
pensaba la poesía en el contexto de la
revolución triunfante: “cargada de responsabilidad,
limpia de hojarasca, apegada a
las cosas del hombre” (59).
Cierran este primer apartado dos prólogos:
el primero para presentar Poesía
joven en Cuba, una compilación realizada
junto a Fayad Jamis en 1960. Se pregunta
a partir de qué momento se considera la
poesía nueva en Cuba. Señala que prefieren
incluir, en esa antología, poetas de la
generación del cincuenta porque se trata
de jóvenes que, por esos años, pugnaban
por formar parte del canon y sus obras se
editaban de manera dispersa en revistas de
circulación restringida a pequeños grupos,
en hojas sueltas o en ediciones minúsculas
(71). El segundo prólogo pertenece a Antología
de poetas españoles del siglo XX, libro
publicado en 1965. Según puede inferirse
a través de la lectura de este texto, la compilación
tenía el objetivo de difundir en la
isla obra poética de autores españoles cuyos
libros individuales resultaban de escasa
circulación.
El segundo apartado del libro consta
de veintitrés artículos; la mayoría de ellos
versan sobre el trabajo de distintos poetas:
Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez,
Eliseo diego, Regino Boti, Rubén Martínez
Villena, César Vallejo, Pablo Neruda,
Fayad Jamis, Domingo Alfonso, Cintio
Vitier, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines,
José Emilio Pacheco, Rubén Darío, Rafael
Alberti, José Martí, Dulce María Loynaz
y Nicolás Guillén, Gonzalo Rojas, Arturo
Corcuera, Fina García Marruz, Pedro Mir.
En general, se trata de artículos sucintos –reseñas, homenajes públicos, prólogos– a
excepción de algunos, como el dedicado
a Regino Botti que tiene la envergadura
de un estudio sobre su poesía. La mayoría
están ordenados cronológicamente: el
primero, una reseña del libro Obra poética
de Alfonso Reyes, para la revista Orígenes,
data de 1953 y el último, de octubre de
2013, fue leído en el homenaje al poeta
Pedro Mir, realizado por la Universidad
Autónoma de Santo Domingo. En este aspecto,
también se presenta una excepción:
se trata de uno dedicado a César Vallejo escrito
en 2013, que se incorpora a continuación
de otro escrito en 1965. En la edición
de estos trabajos del intelectual cubano, se
ha querido que los artículos sobre el poeta
peruano sean leídos en conjunto; además,
ocupan el centro del volumen. El primero
de ellos es el prólogo a la edición cubana
de Poesías completas, de 1965. En él, Fernández
Retamar, además de caracterizar la
obra prologada, desarrolla una teoría sobre
la emergencia de la vanguardia: “el rechazo
(…) a la razón burguesa (…) (123). De
ahí, por ejemplo, que el surrealismo aparentemente
no más que una exaltación de
lo irracional, ofrezca un ensanchamiento
de la racionalidad (…)” (124). Establece,
con ese eje, un paralelo entre la emergencia
de la vanguardia en Europa y la escritura
de Trilce (1922). Expresa que la de Vallejo
es una poesía de situaciones (cursiva del
autor) aun en la poesía posterior, Poemas
humanos (1934). De ese modo, construye
una explicación acerca de esa isocronía
entre las manifestaciones vanguardistas
en Europa y en Santiago de Chuco. El
segundo artículo sobre Vallejo, de 2013,
es el resultado de un trabajo de archivo:
rastrea la presencia del poeta en el campo
literario cubano, a través de la publicación
de sus textos en revistas editadas y difundidas
en la isla. La primera publicación data
de 1927, en la Revista de Avance y se trata
de “Poesía nueva” (130). En ese rastreo
establece una distinción de esa presencia
entre dos momentos: antes y después de
la revolución. Si bien, señala que antes de
la revolución, se le había reconocido por “su poesía superior, por la inmensa religiosidad
y su militancia comunista” (135), a
partir del triunfo de la revolución cubana, “se incrementó entre nosotros el interés
por Vallejo” (135) y realiza un exhaustivo
recuento de esa presencia.
Según esta lectura, merece destacarse
también “Rubén Darío en las modernidades
de nuestra américa” (191-214); data de
1988, en el centenario de Azul y fue publicado
por primera vez en 1992. Dedicado
a la memoria de Ángel Rama, el artículo
expone una revisión crítica del concepto
de “modernidad” en relación con el de “modernismo”. El espesor histórico de
las reflexiones y las alusiones a los debates
teórico-críticos en referencia a ese tópico
en América Latina hacen de este un aporte
con absoluta vigencia. Además, Fernández
Retamar describe las acciones de Casa de
las Américas realizadas en pro del centenario
de Rubén Darío y de la organización
del “Encuentro con Rubén Darío” celebrado
en Varadero en 1967, como así también
las diversas posturas que debatían la forma
en que la revolución socialista, en Cuba,
asumía la valoración del nicaragüense.
Como no podría ser de otra manera,
adquiere relevancia, en este comentario,
el trabajo dedicado a José Martí, “Contra
el verso retórico y ornado”, prólogo a la
edición de una antología de poesía martiana,
publicada en España, en 2002. El
prologuista aquí opta por pasar revista a
la recepción crítica inmediata de la obra
poética del poeta cubano y de realizar, de
manera exhaustiva, la descripción del derrotero
de publicación de la obra poética,
escasa en vida del autor y, en consecuencia,
problemática la que vio la luz póstumamente.
Ofrece así unas coordenadas
necesarias para leer la antología.
Dos artículos son dedicados al “poeta
nacional”, Nicolás Guillén, “denominación
que no le satisfacía demasiado” (243).
El primero de ellos fue leído en ocasión del
centenario del nacimiento de este poeta y
de Dulce María Loynaz, en la Casa de las
Américas en junio de 2002 y el segundo, “Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia
y compromiso social”, de 2003 y sin
datos de publicación anterior. Fernández
Retamar hace hincapié en la hispanidad
de Guillén, en su vínculo político con la
España de la república. En términos literarios,
destaca la incorporación del son y
la creación de la “prosodia negroide” (252)
y considera que “Guillén fue a partir de
1930 un auténtico poeta de vanguardia,
lo que no quiere decir obligadamente vanguardista:
si bien lo era en sus audacias
idiomáticas y en algunas imágenes (…)” (257). Expresa que su poesía, “como toda
la auténtica poesía de nuestra lengua desde
finales del siglo XIX, procede de aquel
movimiento intensamente renovador, no
de sus epígonos desangrados y repetitivos,
por supuesto. Sin embargo me doy cuenta
de lo discutible del criterio, según el cual
nuestra verdadera vanguardia sería el modernismo” (258). Desde el punto de vista
temático, califica a Guillén “poeta de la
descolonización” (260) y también “el gran
poeta del amor y de la muerte, de la nostalgia
y del humor, de la flora y de la fauna,
de la risa y de la ansiedad (…). Nada de lo
humano le fue ajeno” (261).
Como síntesis de esta segunda parte
de La poesía, reino autónomo podría decirse
que contiene artículos que colaboran
con una historia de la poesía hispanoamericana
y con una teoría de la historia de
la poesía, aun siendo textos escritos para
coyunturas específicas. Por ejemplo, en
el artículo referido a la obra de Domingo
Alfonso, expresa: “Cada época no tiene
solo su poesía, sino también su poeta, su
modo de ser poeta (…) posmodernismo,
vanguardismo, trascendentalismo, todos
han supuesto tanto una manera de poesía
como una manera de poeta” (158). Además,
en la mayoría de ellos, puede leerse
una línea autobiográfica que expone rasgos
del derrotero intelectual de su autor: sus
lecturas por supuesto, sus amistades más
cercanas: Fayad Jamis, Cintio Vitier, Fina
García Marruz, por ejemplo, o la persistencia
de una figura faro como la de Miguel
de Unamuno “(a quien yo admiraba
sin tasa)” (257).
Finalmente, la tercera parte del libro
consta de doce textos breves, ordenados
cronológicamente, todos escritos en ocasión
del fallecimiento de poetas y escritores
ilustres o bien como recordatorio de su
muerte: Gabriela Mistral, Alfonso Reyes,
Jules Supervielle, Ezequiel Martínez Estrada,
Roque Dalton, Jorge Luis Borges,
entre otros. Cierra esta última parte y
también el libro “Primeras palabras sobre
Cintio muerto”, líneas redactadas para La
Jiribilla, en 2009. En ese texto, además de
la pena por la pérdida del “amigo más fino
y constante” (304), se refuerza la historia
intelectual compartida de la construcción
de la institucionalidad literaria cubana.
Diana Moro
Instituto de Investigaciones Literarias y
Discursivas , IILyD
Universidad Nacional de La Pampa
Argentina