DOI: 10.19137/anclajes-2018-2216
RESEÑAS
Pensar la relación entre la ciencia y el resto de la cultura siempre es una empresa desafiante, sobre todo porque es más frecuente que se enfoquen cuestiones como la difusión de las teorías científicas en los medios de divulgación, su incorporación (muchas veces simplificada) al sistema escolar o el modo en que determinadas imágenes del mundo, provistas por la especulación científica, penetraron en la obra de uno u otro creador literario o artístico. El recorrido que nos propone Soledad Quereilhac es diferente, complejo y atractivo. Se trata, como el título del volumen lo anuncia, de incursionar en esa región, de límites resbaladizos, en la cual el avance de las ciencias de la naturaleza propició el desarrollo de un imaginario vulgarizado de lo científico que tuvo impacto en la prensa y la literatura del período de entresiglos XIX – XX, en particular en publicaciones periódicas, diarios y revistas, de la ciudad de Buenos Aires. Entre ellos, la autora ha centrado su investigación (originalmente una tesis doctoral defendida en la Universidad de Buenos Aires) en semanarios ilustrados como Caras y Caretas; revistas y folletos de sociedades espiritistas, teosóficas o afines a diversas ramas del ocultismo finisecular, como Constancia, La Revelación, La Verdad, Luz astral, Luz, Philadelphia o la Revista Magnetológica y en los periódicos La Nación y La Prensa.
Luego de los agradecimientos de rigor y la sección introductoria, el libro está conformado por nueve capítulos, a los cuales se agrega la bibliografía. Es precisamente en la “Introducción” donde se presenta con claridad el programa de la investigación cuyo resultado es este volumen: relevar una parte de ese “amplio mosaico de discursos que conformaron, junto con la literatura, representaciones heterogéneas y fabuladas de lo científico, en las que convivían las novedades que llegaban desde las academias y universidades con los temas de las ciencias ocultas, el espiritismo y el magnetismo, así como la fascinación por la figura de los sabios y las especulaciones acerca de los alcances de sus descubrimientos, vistos como auténticas maravillas seculares” (14). Las páginas siguientes demuestran cómo se entrelazaron la divulgación periodística de temas científicos, los espiritualismos finiseculares (en particular el espiritismo, la teosofía y la magnetología, que compartían ciertas pretensiones de cientificidad) y la literatura fantástica anclada en motivos científicos. En resumidas cuentas, a partir del relevamiento de fuentes epocales, se observan las derivaciones complejas del cientificismo y de la filosofía positivista, derivaciones que no se pueden entender como simples reacciones al avance de las ciencias sino, en todo caso, como sus proyecciones, incluso en el terreno de la espiritualidad. Es por ello que, en gran medida, Quereilhac procura responder una pregunta formulada por Oscar Terán: “¿Qué era científico en la época de entresiglos?” (20, nota 1), cuya respuesta exige problematizar las derivas de la “cultura científica” más allá del campo del ensayo de ideas o de sus representaciones más eruditas, y en un período temporal anterior al que Beatriz Sarlo abordó en su ya clásico libro: La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina.
En consonancia con este programa de trabajo, los primeros cuatro capítulos del volumen contextualizan teorías científicas modernas y su articulación con creencias y prácticas sociales diversas: mediumnidad, orientalismos diversos, espiritismo, clarividencia, parapsicología, teosofía, mesmerismo y magnetología aparecen, a medida que avanzan las páginas, como intentos de abordar el mundo suprasensible diferenciándose de la ciencia oficial pero sin oponerse ideológica ni epistemológicamente a ella, como sí lo harían, por ejemplo, el discurso católico y ciertas versiones del decadentismo estético. Eran, en definitiva, otros productos de la misma cultura secular. Las posibilidades abiertas por el avance de la alfabetización y la expansión de la prensa en sociedades, como las latinoamericanas, en proceso de modernización, fueron cruciales para la conformación y difusión de un imaginario sobre la ciencia y los científicos que cobraría un inusitado protagonismo en el mapa cultural, desde las “noticias” y “curiosidades” de revistas y periódicos hasta convertirse en el sustento de doctrinas espiritualistas. Esto ocurría, por ejemplo, con el espiritismo, cuando se proponía indagar, con metodología propia de la investigación científica “materialista”, las zonas de esa otra esfera de la realidad cuyo conocimiento era el dominio de las “ciencias ocultas”. A esto se suma el hecho, no menor, de que en la Argentina del período se estaba construyendo un campo científico institucionalizado, y se entronizaba una imagen del científico como reformador de la sociedad, legitimado por el saber intelectual, el discurso de la ciencia oficial (sobre todo la discursividad médico-psiquiátrica) y las instituciones estatales (ejemplo: Ramos Mejía). Mientras tanto, en la prensa periódica, en sus distintas modalidades, se construyeron imágenes alternativas del científico, desde el genio hasta el experimentador ocultista, imágenes que eventualmente se solapaban con las de científicos de prestigio internacional que confesaban su participación en las búsquedas de un saber del más allá, como fue el caso de Alfred Wallace o Cesare Lombroso.
Sociedades, revistas, conferencias públicas y presencia mediática en la prensa local eran rasgos compartidos por varias corrientes del espiritualismo ocultista de entresiglos, como la teosofía o el espiritismo, cuyas redes internacionales también son reseñadas por la autora. A las derivaciones de estas doctrinas en la literatura local están dedicados los cinco capítulos siguientes del libro, centrados en la literatura fantástica de tópico cientificista, que Quereilhac prefiere denominar “fantasía científica”, marcada por la hibridación de diferentes discursos sociales (científico y ocultista, entre otros). Los autores literarios elegidos para el estudio, y a cada uno de los cuales se destina un capítulo, son Eduardo Ladislao Holmberg, Leopoldo Lugones, Atilio Chiappori y Horacio Quiroga. En el caso de Holmberg, Quereilhac enfatiza el lugar generador, en su escritura de ficción, del discurso divulgativo tanto de la teoría de la evolución darwineana como del espiritismo, a pesar de que este autor no formó parte de ninguna sociedad espiritista o teosófica. Quizás por ello mismo, Holmberg es un ejemplo acabado de la permeabilidad, en el imaginario social, del discurso del espiritismo o de las fabulaciones conexas al campo de la invención mecánica, como se puede ver en su relato Filigranas de cera, construido a partir de la analogía entre el oído humano y el fonógrafo. Lugones, por su parte, constituye un caso extraordinario por el peso que adquiere en su obra el impacto de la doctrina teosófica, devenida en sustento de su nacionalismo cultural. Para este autor, las “fuerzas extrañas” forman parte de una dimensión en la que entran en juego “los valores de una contracultura de la productividad y el progreso” (215), en una compleja teoría de la cultura que se articula con sus relatos sobre locos iluminados y monos, relatos que reescriben, en clave teosófica, el discurso vulgarizado de la teoría de la evolución de las especies. El capítulo sobre Chiappori resulta productivo para repensar las zonas menos exploradas de la escritura del cuento modernista, en la frontera entre la práctica de la hipnosis, el discurso de la eugenesia, el espiritismo, la locura y la experimentación tanto estética como erótica. En cuanto a Quiroga, su vinculación con revistas culturales como Caras y Caretas y la utilización creativa de los “casos raros”, una zona de intersección entre el periodismo y las ciencias médicas, pone en escena la animalidad agazapada en la condición humana mientras reconfigura las relaciones entre el deseo, la técnica y el espiritualismo.
De lectura provechosa por su contenido y placentera por la claridad de su prosa, no exenta de humor, el libro se cierra con una sección de bibliografía, que deslinda las fuentes primarias empleadas (libros y publicaciones periódicas) y la bibliografía crítica general. En suma, se trata de un aporte significativo para repensar las relaciones entre la cultura estética y la cultura científica en el entresiglos rioplatense, a través del puente tendido por las prácticas y saberes ocultistas.
Cristina Beatriz Fernández
Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)