RESEÑAS
Cervera Salinas, Vicente. Borges en la ciudad de los inmortales.
Sevilla: Editorial Renacimiento, 2014, 349 páginas.
http://dx.doi.org/10.19137/anclajes-2016-2016
Al enfrentarse con otro libro crítico sobre la inconmensurable obra de Borges (y el lector me perdonará el adjetivo borgeano, el contagio es inevitable en organismos débiles) nos invade un sentimiento complejo, donde conviven el terror, la expectación y el asombro: terror, por la reiterada experiencia de que seguramente repetirá con otras palabras, todo o mucho de lo dicho por otros; expectación, pues contradictoriamente, nos anima la esperanza de que tal vez encontremos un saber como una joya oculta y por fin, asombro envidioso ante un lector audaz que se atreve a exhibir una lectura más en la espesa selva de escrituras crecidas a la sombra del árbol borgeano. Bien, digámoslo de una vez y sin rodeos: este libro desmiente tales fantasías pues merece la plena atención que los fanáticos lectores de Borges podamos prestarle. Las razones son varias y de distinta índole, paso al intento de exponerlas.
El libro está conformado por una colección de estudios críticos sobre diferentes textos del argentino: cuentos, ensayos y poemas, pero una primera sorpresa es descubrir que el primer y el último capítulo están dedicados al más extraño de los relatos borgeanos: me refiero a “El inmortal”. Para ser precisa, aclaro que con “el más extraño” quiero decir el menos aparentemente borgeano, esto es, el más ajeno a la límpida arquitectura —cuasi matemática como ha sido dicho muchas veces—, característica de las estructuras narrativas de Borges. Si bien el último capítulo especifica en su subtítulo “A modo de epílogo”, nos queda el interrogante sobre el motivo de esta disposición circular acentuada por la diferencia en su contenido, pues ambos tratan distintos aspectos del cuento. Mi hipótesis de lectura es la siguiente: ese modo circular es una manera de mostrar, en su misma efectuación, el proceso de la lectura en sí, actividad infinita, recurrente, tan insistentemente tramada por la escritura borgeana. Y ¿qué mejor que exhibirla en los hechos, con este gesto que despliega dos posibles trayectos para leer un mismo texto? A los que podrían agregarse —ocioso es decirlo— muchos más, propios y ajenos, aunque cabe señalar que será difícil equiparar uno nuestro con el rigor, la minuciosidad y la creatividad con que está abordado ese cuento, a cuya dificultad posiblemente se deba la escasez de análisis puntuales sobre él que presenta la inmensa bibliografía borgeana. Dos citas breves pueden corroborar la hipótesis consignada más arriba: una, el título mismo del libro “Borges en la ciudad de los inmortales”; otra, estas frases finales:
Y así, con Borges nos sucede lo que le ocurrió al tribuno romano cuando se despidió de su “compañero” Homero: “creo que no nos dijimos adiós”. No hacía falta. A Borges lo volveremos a encontrar a cada vuelta del camino. Aunque hayamos querido olvidarlo. (349).
Me he detenido en esos dos capítulos para destacar la originalidad de los enfoques críticos que el autor desarrolla, ahora es necesario señalar otra de las cualidades con las que el libro deslumbra: la erudición filológica. Aúno estas dos condiciones porque en el imaginario de los críticos argentinos se ha tornado un lugar común preferir una libre lectura ensayística a la detallada hermeneútica o la fatigosa exploración del archivo; las razones son muchas y no es éste el lugar para exponerlas, sólo me interesa poner en relieve que en este libro, la creatividad no está reñida con la erudición. Por el contrario, hay dos momentos en que ambas condiciones destellan en armoniosa conjunción; me refiero a los capítulos “Borges y el logos divino: Juan I, 14” y a “La poesía de la cultura: La esfera de Pascal, otro motivo de Proteo”. Como es sabido, un camino crítico certero para atravesar algunos núcleos centrales de la poética borgeana, consiste en observar las múltiples operaciones de escritura —temas, símbolos, alegorías, reescrituras de motivos clásicos— con que se rodea el emplazamiento básico de la reflexión borgeana: el lenguaje. A partir precisamente de la conciencia moderna del hiato insalvable entre las palabras y las cosas (para decirlo con Foucault) el sujeto poético en Borges hace patente su nostalgia por la palabra que era la cosa misma, es decir, por las concepciones mítico-religiosas del lenguaje. Naturalmente, Vicente Cervera Salinas sabe esto al dedillo, como puede verse en múltiples momentos de su libro; así, por ejemplo, vincula pertinentemente lo que está leyendo de este poema con pasajes de otros que son paradigmáticos al respecto, como es el caso de “Mateo XXV, 30”. Sin embargo, su lectura de “Juan I, 14” no se agota en lo que cabo de señalar, pues no solamente explora las nociones que en Borges adquieren rango filosófico remitiéndolas a sus complejas procedencias, sino se detiene, con exhaustiva erudición, en el estudio de las raíces gnósticas convocadas inmanentemente en el poema, por la mención del logos. Sin embargo, toda la complejidad de esta hermeneútica queda alivianada por el atractivo de la escritura crítica, una de cuyas propiedades fundamentales es la habilidad para ligar diferentes textos en la trama de un lúcido dibujo intelectual.
Esta propiedad caracteriza especialmente el capítulo sobre la esfera de Pascal. No es excesivo —me parece— considerar este ensayo como un brillante ejemplo de crítica comparatística. En efecto, puede verse que el desarrollo del tema viaja por tres instancias diferentes, moviéndose cómodamente por lo clásico y lo moderno en dos modalidades (la de José Enrique Rodó, la de Jorge Luis Borges), movimiento, por otra parte, más que adecuado a la escritura borgeana que precisamente, llega al simulacro de clasicismo a partir de su aprendizaje en el alto modernismo y la vanguardia. Desde los Motivos de Proteo de Rodó, Vicente Cervera se remonta a la Odisea y a otros momentos de la poesía clásica (por ejemplo, Ovidio) y este espiralado movimiento arriba, sin violencias, a la modernidad del argentino. Si la índole de Proteo es la naturaleza mutante, la capacidad de transmutación, no podría sorprender cómo cabe emblematizar con su figura a Borges, a quien cuadra calificar de clásico/moderno, o de moderno/clásico, como tan bien lo sabe entender el autor de este libro.
No creo necesario, a esta altura de mi comentario, puntualizar los alcances de cada capítulo; estimo haber ya logrado el interés del lector por acudir a estos ensayos críticos con la certeza de que expandirán su buceo en la obra inagotable de Borges. Me resta poner énfasis, desde mi lugar rioplatense, en la familiaridad con que Vicente Cervera accede a nuestra cultura; el capítulo “La sombra de Sarmiento en la poesía de Borges” es una clara muestra de esta intimidad. Es que si algo más nos ha enseñado Borges es que nuestra patria es la lengua por eso, Vicente Cervera como español, puede desplazarse a “este arrabal del idioma” (como gustaba de llamar Juan Carlos Onetti a nuestra modulación rioplatense) y gracias a su sensibilidad y oído para este registro, ahondar en uno de sus momentos más altos: la escritura de Borges.
Elisa Calabrese
CELEHIS (CENTRO DE LETRAS
HISPANOAMERICANAS)
UNIVERSIDAD NACIONAL DE MAR DEL PLATA